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Esta mañana salimos a pasear en bici antes de que apretara el calor. Nos perdimos por los caminos que bordean el Duero, y nos dejamos llevar entre los chopos y los campos de amapolas. Hacía fresco a la sombra, olía a tierra y los pájaros cantaban tan fuerte como en el trópico. Me adelanté un poco para sentir el aire fresco y la adrenalina de ir esquivado las raíces que salían del suelo. De repente, me crucé con un hombre que andaba por ahí y que me miró fijamente. Le saludé y él me devolvió el saludo. Continué sin más, pero no pude evitar sentir un poco de miedo. Estaba demasiado lejos del pueblo. Demasiado sola. Demasiado en mitad de la nada. Luego recordé que mi compañero venía detrás, y me tranquilicé. Podía seguir haciendo como que me perdía sola por los estrechos caminos. Y aún así, varias veces en el paseo tuve que recordar que no lo estaba para volverme a relajar.
Todo el camino fui pensando en Verónica, que se suicidó hace un año por culpa del acoso que sufrió al circular por la empresa en la que curraba un vídeo sexual suyo grabado hacía años. Lo difundió su expareja, lo compartieron sus “compañeros”, que incluso se acercaban a verla a su lugar de trabajo entre risas y cuchicheos. Verónica tenía dos hijos. Un bebé de 9 meses y otro peque de 4 años. Condenados de por vida a no tener madre porque un grupo —demasiado amplio— de personas decidió hacer de la intimidad de alguien su sádica diversión.
Somos soberanas de nuestra mirada, dueñas de lo que consumimos y de nuestra atención: me pregunto si alguien decidió no ver las imágenes
Me pregunto si alguien decidió no ver las imágenes. Si alguien, incluso en la mayor de la soledad, tuvo la voluntad de no verlo. Voluntad de no mirar. Yo hace tiempo que aprendí que a veces está bien cerrar los ojos. Por ejemplo, cuando los medios muestran violencia sin ética ni miramientos. Somos soberanas de nuestra mirada, dueñas de lo que consumimos y de nuestra atención. Porque, no nos engañemos, ver también es subordinarse a lo mirado. Y lo cierto es que casi todo el mundo mira, aunque algo sea repugnante, aunque sea con cara de espanto, y entonces se mira entornando los ojos o frunciendo el ceño. Sin darnos cuenta de que, si no lo vemos, tampoco pasa nada. Que, incluso, la voluntad de no mirar puede ser una manera de cuidarnos a nosotras, de cuidar a las demás.
Me duele Verónica del alma a los pies. Me duelen sus hijos que aún no saben ni decir mamá. Me duele que se archive su caso, que no quieran condenar la violencia que somete a una mujer a un sufrimiento tal que acabe decidiendo que es mejor morir que seguir adelante. Cuánto dolor. Tanto que es inimaginable. Me gustaría ver comisarías ardiendo aquí también por la muerte de Verónica y porque se haya archivado su caso. Me encantaría ver el apoyo masivo de sindicatos y compañeros señalando que el castigo y las agresiones a las que se le sometió sucedieron en un entorno laboral, que es también una responsabilidad de una empresa que no hizo nada para parar el acoso, que en Recursos Humanos le dijeron que eso era un tema personal. ¡Y qué no es personal! Quiero que Estopa también apoye su caso en Twitter y que todos los putos famosos compartan el hashtag #justiciaparaveronica.
Me duele Verónica. Desde el alma a los pies.
Me duele lo poco que se cuestiona lo que le ha pasado. Y que la solidaridad sólo venga de colectivos feministas mayormente formados por mujeres. Veo el cierre de plantas de Nissan y otras industrias, y pienso en que hay que apoyar la lucha siempre, pero también me pregunto quién en Iveco apoyó a Verónica. Pienso en cómo aún colegas muy anarquistas o mucho comunistas me dicen que la lucha feminista —e identitaria, ¡juas!— divide la lucha de clases ¿y vosotros?
A veces me dicen que si no se estará sobredimensionando; yo les pregunto a ellos si alguna vez han sentido miedo yendo a correr solos
A veces me dicen que si no se estará sobredimensionando el temita. Entonces yo les pregunto a ellos si alguna vez han sentido miedo yendo a correr solos por caminos estrechos. Si se permiten perderse por los bosques cuando pasean en bici. Si alguna vez intentaron violarles en el baño de una discoteca. Si alguna vez se despertaron cuando un supuesto colega les estaba metiendo mano. Si alguna vez tuvieron que cambiarse de colegio porque les estaban llamando puta. Tenía diez años.
Y agachan la cabeza.
No me puedo imaginar cómo el dolor de Verónica le hizo quitarse la vida. Tampoco puedo dejar de pensarlo. Sigo paseando en bici y me acuerdo de que, en una de las últimas charlas a las que fui antes de la pandemia, se habló de la idea de muerte social. No recuerdo si era por temas de exilio o yo qué sé, qué más da. Y pienso si no es eso lo que le pasó a ella, que ya estaba muerta, que ya la habían matado hasta el punto de que suicidarse sólo era la materialización de lo ya perpetrado. Y encima archivado.
Violencia machista
La ‘happy hour’ masculina: el ‘not all men’ ante el suicidio de Verónica
Verónica, la trabajadora de Iveco que se suicidó porque se viralizó entre los compañeros de su empresa un vídeo íntimo suyo, murió porque se coordinaron tres perfiles de hombres.
Pienso en mis imágenes más íntimas y en la posibilidad de que vieran la luz. Y digo, bueno, yo estoy muy lejos de círculos tan tóxicos. Juas. Se me ocurre que, si me pasase a mí, a lo mejor podría empoderarme a través de eso y hablar a partir de ahí de la libertad sexual para disfrutar como me salga de las narices y del derecho a la intimidad. Hacer activismo de ello. De mi capa un sayo. Pero a lo mejor no. Seguramente no. A lo mejor me hundiría en la mierda, me moriría socialmente y en vida. A lo mejor lo abandonaría todo. No lo sé. Me pregunto si yo también me suicidaría. Y de verdad que no lo sé.
Me duele Verónica desde el alma a los pies.
Te llevo clavada en el pecho aunque no nos conociéramos de nada.
Siento todo el sufrimiento que tuviste que soportar.
Y ojalá tus hijos no hereden el dolor.
Yo, nosotras, no te vamos a olvidar.
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"Me gustaría ver comisarías ardiendo aquí también por la muerte de Verónica y porque se haya archivado su caso." ¡Totalmente de acuerdo! Cuánta hipocresía y silencio ante la violencia machista de cada día :(
madre mía, gracias por el artículo, pones palabras a mi cuerpo encogido con la noticia de que archivaban el caso. Tampoco he dejado de pensar en la familia que se queda, en su exposición, y en el asco que da todo. No lo entiendo. Lo siento muchísimo de verdad.