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Opinión
El turismo vende lo que no es suyo
Las elecciones están a la vuelta de la esquina y se nota. El campo de batalla se extiende a todas las esferas posibles, siendo su principal proscenio los medios de comunicación y las redes sociales. Las últimas leyes en aprobar, o los últimos presupuestos, suponen el momento ideal, además, para tomar posiciones, exhibir propuestas y formas. Se celebran, también, las primarias y otros procesos para elegir alcaldables, futuros líderes regionales, etc. Estos suelen venir con un decálogo de propuestas bajo el brazo, muchas de ellas altamente controvertidas o, al menos, verdaderos elementos de vertebración del conflicto y el debate público. Un buen ejemplo de todo ello es el caso del turismo y la restauración en la ciudad de Barcelona.
El Gobierno bipartito de Els Comuns y el Partit dels Socialistas de Catalunya (PSC) en la capital catalana tiene en el modelo turístico de la ciudad uno de sus puntos de fricción. Mientras que los primeros apuestan por un mayor control y restricción, oponiéndose a elementos clave para él como la ampliación del aeropuerto, la llegada de cruceros al Port de Barcelona o la construcción de nuevos hoteles, el PSC mantiene, con su propuesta de “la mejor Barcelona”, la idea de una ciudad volcada en el turismo de calidad, ese significante flotante, la mejora y ampliación de las infraestructuras portuarias y aeroportuarias, con el objetivo de convertir la ciudad en un hub internacional, la flexibilización de los permisos hoteleros, etc. La penúltima de las controversias ha estado relacionada con la proliferación de las terrazas de bares y restaurantes que puede observarse por toda la ciudad.
La terrazificación de Barcelona no es nueva, aunque sufrió un empujón considerable durante la administración del Alcalde Trias (2011-2015)
La terrazificación de Barcelona no es nueva, aunque sufrió un empujón considerable durante la administración del Alcalde Trias (2011-2015). La entonces Convergència i Unió (CiU) elaboró una nueva ordenanza de terrazas que armonizaba su disposición para toda la ciudad ya que, con anterioridad, esta dependía en gran medida de los Distritos. El resultado, en el marco de la crisis de 2007-2008, fue una relajación de la regulación, donde hasta establecimientos de charcutería, panaderías o degustación podían solicitar una licencia para obtener su correspondiente terraza. La llegada de Els Comuns intentó poner fin a tal proliferación, aunque con resultados más o menos desiguales, reelaborando la ordenanza pero no logrando satisfacer ni a izquierda ni a derecha. A los primeros por ser, todavía, demasiado laxa, a los segundos por no serlo demasiado.
Donde sí hubo un mayor consenso, sobre todo a nivel activista, fue en la importante subida de las tasas a pagar por parte de los restauradores a la hora de disponer de mesas y sillas en las calles y plazas de la ciudad. Antes de la aprobación de su modificación en 2019, por poner un ejemplo, una mesa situada en el Passeig de Gràcia costaba 1,05 euros diarios. Con el primer café, la mesa quedaba amortizada. Con la subida pasó a suponer 3,51 euros. La misma mesa, en la calle Enric Granados, una de las más saturadas, costaba, en 2019, 0,55 euros al día, mientras que con la modificación pasó a costar 2,34 euros. Sin embargo, con la pandemia y debido a la excepcionalidad del momento, el consistorio aprobó una bonificación del 75% para todas las terrazas de la ciudad, así como una flexibilización puntual de la normativa que permitía, a los restauradores, incrementar su número de mesas y sillas. Esto ha supuesto que, en la actualidad, una mesa en el Passeig de Gràcia suponga solo 0,87 euros al día, mientras que en la calle Enric Granados únicamente 0,58 euros/día. Las tasas, de esta manera, no solo no han subido sino que, en algunos casos, han bajado con respecto al coste de antes de la pandemia. Justo este año se ha aprobado una prolongación de estas medidas, no sin antes generar un nuevo enfrentamiento entre el PSC, a favor, y Els Comuns, en contra, en el seno del Gobierno municipal.
Las tasas no solo no han subido sino que, en algunos casos, han bajado con respecto al coste de antes de la pandemia
Aunque es solo una pequeña muestra, el caso de las terrazas muestra una de las vertientes más notorias, aunque menos señaladas y comentadas, en relación con el turismo: el hecho de que, como actividad social y económica, se encuentra basada en unos recursos, una materialidad, que no es suya, sino que es de todos. Más allá del espacio urbano, las calles y las plazas que son de titularidad pública, es decir, propiedad del Estado y gestionada por las administraciones pertinentes aunque que son apropiadas diariamente por sus ocupantes, los visitantes de una ciudad como Barcelona no acuden a la capital catalana para dejarse únicamente llevar por las maravillas de la arquitectura y el diseño, las tapas y la sangría, sus museos y equipamientos culturales, sino por una atmósfera que es construida por todos y todas en cada momento. Barcelona, pero también cualquier otra ciudad, vende lo urbano, esto es, su gente, el paisaje de sus calles, el ambiente que se crea en su ocio nocturno, la animación de las playas y de los parques. Un espacio como Las Ramblas no contó, por ejemplo, en el momento de su proyección como recurso turístico, con más atractivo que el de ser un territorio sentimental para los barceloneses. Nada, salvo quizás el Mercat de la Boqueria, destaca en Las Ramblas más allá de su pasado popular de apropiación colectiva. Hoy día, sin embargo, y según las últimas encuestas, menos del 20% de los paseantes del lugar son de Barcelona. Su turistificación ha acabado por devorar aquello que la hacía única. Eso es el turismo descontrolado: una gran máquina de engullir producción colectiva del espacio.
Y aunque parezca que esto es un hecho fundamental de la ciudad y el turismo urbano, no es así. Los paisajes rurales, los bosques, ríos, las pesquerías, etc., son elementos ajenos al turismo de los que este saca su beneficio. Suponen mecanismos y procesos producidos como colectividad y consumidos y mercantilizados de forma individual y privada. Esta, y no otra, es la base fundamental de funcionamiento del turismo.
Quizás deberíamos recordar, a esas elecciones, presupuestos y candidatos que están a la vuelta de la esquina, a cada momento y en cada oportunidad, que el turismo vende algo que no es suyo. A nosotros.
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Desde donde escribo (Málaga) ocurre lo mismo. Hace años el centro estaba hecho una selva. Ahora es un parque temático. Los pisos disponibles, todos de vivienda turística. El ciudadano ha sido expulsado a la periferia. Esto mismo ocurre en Sevilla. Sin turismo, España no crecería. Vendemos sol, playa, gastronomía, diversión, ruido, sexo, ambiente sin violencia ni racismo (somos mucho más tolerantes que los ingleses isleños). Qué otra cosa nos queda? Si el turismo desacelera, más paro y más hambre. Pero si aumentamos el turismo, menos viviendas para los españoles jóvenes y más especulación inmobiliaria con más gentrificación urbana. Imagina un mundo donde España viviera de sus científicos, de sus universidades, de su tecnología. Ahora vete a Alemania para ver ese sueño realizado. Aquí manda el cura listo, el abogado, el empresario. El científico-filósofo se muere de hambre.