Opinión
Sols el poble salva al poble

Por mucho que nos quieran hacer pensar que la sociedad no existe y que debemos actuar como meros seres individuales ajenos a los intereses colectivos, estamos siendo testigos de cómo todos necesitamos los lazos de comunidad.
DANA Barrio de la Torre Valencia - 9
Vecinos y vecinas de Valencia se organizan para ayudar a las víctimas de la DANA. Gabriel Rodríguez
1 nov 2024 18:45

Todos nuestros pensamientos están hoy en todos esos lugares que han sido arrasados por la DANA, principalmente, en la provincia de Valencia donde la destrucción de pueblos enteros ha dejado un escenario desolado cubierto de lodo, infraestructuras derruidas y decenas de coches amontonados en medio de las calles todavía anegadas. La descomunal tragedia nos deja una de las mayores catástrofes del siglo de consecuencias que, por el momento, todavía resultan incalculables: oficialmente, la cifra de víctimas mortales supera ya las 200, aunque hay indicios de que esta cifra pueda quedarse corta a tenor de los cientos de desaparecidos y de todos los lugares en los que todavía los servicios de emergencia no han conseguido acceder.

Más allá del shock que puedan llegar a producir las imágenes duras que estamos viendo en estos días, hay un sentimiento común de solidaridad que se ha extendido como la pólvora. Miles de personas se están movilizando para hacer llegar comida, agua y enseres de primera necesidad a todos los lugares afectados. Muchos caminan horas y horas desde Valencia cargados con mochilas y palas para ayudar allá donde sean necesarios, otros se movilizan para proporcionar esa ayuda a través de recogidas solidarias desde otras ciudades más distantes en un contexto de empatía generalizada del que uno se siente especialmente orgulloso.

Lo cierto es que resulta muy difícil no compartir ese sentimiento altruista que te lanza a hacer todo lo posible a tu alcance para ayudar a calmar la tristeza y desolación de las víctimas. Por mucho que nos quieran hacer pensar que la sociedad no existe y que debemos actuar como meros seres individuales ajenos a los intereses colectivos, estamos siendo testigos de cómo todos necesitamos los lazos de comunidad, la misma que ahora está haciendo el trabajo duro en las calles ante la ausencia de medios y tras décadas de vaciamiento institucional intencionado.

Estamos siendo testigos de cómo este momento dramático está siendo instrumentalizado por las mismas personas y perfiles en redes que han aupado a todos los monstruos que pululan nuestras instituciones

Cabe recordar que la primera medida del actual gobierno valenciano del Partido Popular liderado por Carlos Mazón, a la sazón en coalición con los ultraderechistas de Vox, fue suspender la Unidad Valenciana de Emergencias proyectado durante el gobierno del Botànic y que buscaba optimizar la coordinación y acelerar la respuesta institucional durante las potenciales catástrofes por venir, como es el caso de esta DANA. El objetivo de este recorte no era otro que el de responder a esa batalla cultural y negacionista del que hace bandera la ultraderecha y a toda esa ola reaccionaria que busca el adelgazamiento del Estado al máximo a través de la demacración de los resortes sociales mientras se degradan las instituciones y la imagen política hasta el punto de que se conciban como inservibles. Casualmente, todos aquellos que han estado clamando durante años contra las instituciones del Estado, están hoy preguntándose dónde está ese mismo Estado en estas situaciones de necesidad tan dramáticas.

En este contexto, empiezan a salir comentarios y artículos que juegan con una peligrosa equidistancia que carga contra una clase política concebida como un ente homogéneo, una especie de saco de boxeo donde uno puede liberar toda la rabia y tensión acumulada del momento y, con ello, poder culpabilizar a alguien de la desgracia, aunque este alguien sea un todo intangible: los políticos. Así pues, estamos siendo testigos de cómo este momento dramático está siendo instrumentalizado por las mismas personas y perfiles en redes que han aupado a todos los monstruos que pululan nuestras instituciones y que se dedican a expandir su mensaje negacionista y arrasar con los mimbres institucionales que sostienen lo público, lo de todos. Hoy más que nunca, estamos siendo testigos de cómo toda una forma de hacer política resulta criminal, en políticas cuyas consecuencias cuestan vidas humanas.

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La AEMET, a través de su impecable trabajo, llevaba días alertando de los riesgos de esta DANA. Cargar contra la agencia, como hizo recientemente el líder de la oposición Alberto Núñez Feijóo, resulta una estrategia pésima que cae por el propio peso de la evidencia y que no va a lograr desviar las responsabilidades del gobierno valenciano que hay detrás de tanta destrucción y tantas vidas humanas pérdidas. A pesar de las advertencias, miles de trabajadores se vieron obligados a ir a sus centros de trabajo a pesar del riesgo que podía suponer para sus vidas. El aviso de alerta que debía activar la Generalitat solo se hizo efectivo cuando la DANA ya estaba causando estragos, pasadas las ocho de la noche y cuando había personas colgadas de los árboles o encima de los capos de los coches tratando agónicamente de salvar sus vidas. Miles de personas se vieron atrapadas en sus centros de trabajo o en sus coches volviendo a sus casas. Muchos de ellos han perecido por esta causa, y muchos se podrían haber salvado si se hubiera lanzado la alerta mucho antes o si, además, todas esas empresas que obligaron a sus trabajadores a permanecer en sus puestos a pesar de la alerta, hubieran tenido la decencia humana de haberles dicho de no acudir a sus centros de trabajo.

Es nuestro deber señalar que se trata de una política muy específica y de una ideología cuyo único objetivo no es otro que el de acabar con lo público y romper los lazos sociales

Aquí entonces uno se llega a preguntar si el aviso tardó en activarse por miedo a la respuesta de todos aquellos que hace un año se mostraron indignadísimos porque le había llegado una alerta al móvil. Intrusismo del Estado y una coacción de sus libertades, decían. Tal vez, en realidad, el gobierno valenciano solo esperó hasta que acabara la jornada laboral de buena parte de la población anteponiendo la producción a la seguridad y bienestar general y, de esta manera, se ahorraban recibir todas aquellas virulentas críticas del potente empresariado valenciano si, finalmente y tal y como ellos esperaban, el potencial de la DANA avisado desde hacía tiempo por la AEMET resultaba no traducirse en una nueva catástrofe. A todo esto, se suma la dilación del president Mazón en tomar la decisión de pedir ayuda al Estado central y la intervención de la UME, otra de una larga serie de malas decisiones cuyo fatídico desenlace todavía está por definirse y cuya responsabilidad habrá que dirimir una vez acabe todo.

Porque, en efecto, sí que es cierto que la política ha sido la causante de una nefasta gestión de esta catástrofe que se ha llevado cientos de vidas por delante, pero es nuestro deber señalar que se trata de una política muy específica y de una ideología cuyo único objetivo no es otro que el de acabar con lo público y romper los lazos sociales que unen nuestras comunidades en favor de una clase política y empresarial que pauperiza nuestros servicios públicos, nos explota, crece y se nutre sistemáticamente a costa de nuestras desgracias. Así sucede que, en estos días, la degradación intencionada de las instituciones y los servicios públicos que arrastramos desde hace décadas está dando paso a una acumulación mayor de frustración y rabia en una ciudadanía que lo ha perdido todo tras la DANA y que esperaba que el Estado pusiera todos los medios a su alcance para ayudarla de manera inmediata. Solo hay que ver el estado de ciertos pueblos de Valencia para comprobar que esto no está sucediendo. Estos medios públicos están resultando notoriamente insuficientes y adolecen de una gestión y coordinación nefasta fruto de una dejadez de funciones tras años de políticas basadas en recortar las capacidades y recursos de las instituciones públicas.

Cuando no hay ayudas públicas suficientes y se empieza a desconfiar de las instituciones públicas, pueden empezar a surgir organizaciones autónomas que, de manera paralela al Estado, tratan a duras penas de proteger a la comunidad allá donde hay dejadez de funciones, como es el caso actual de las consecuencias de la DANA. Ahora bien, sin cauces institucionales que aseguren la seguridad y el bienestar de manera sostenida en el tiempo, la falta de escudo social supone un caldo de cultivo idóneo para la penetración de la influencia neoliberal de la concepción de la vida en sociedad en un sálvese quien pueda, una respuesta ultracompetitiva que surge del impacto nefasto en la credibilidad institucional por su ausencia allá donde más se necesita. Así sucede que las fuerzas ultraderechistas se están dedicando en estos duros momentos a tratar de manipular la opinión pública a través de la difusión de ataques y bulos en redes, pues es en momentos de desamparo, miedo y desesperación donde sus mentiras y propuestas encuentran con mayor facilidad espacios oportunos para expandirse.

Así pues, la falta de acción institucional contundente y la ausencia de una gestión y coordinación propia de un país avanzado como el nuestro está dando lugar a una peligrosa frustración ciudadana. Paradójicamente, la indignación que empieza a surgir y se alimentará durante las próximas semanas a causa de la falta de medios institucionales puede dar lugar a un escenario fructífero para todos aquellos que cargan contra el Estado y hacen campaña para adelgazar lo público. Son los mismos cuya ideología cuenta con una amplia tribuna en el Congreso, en los medios de comunicación y, sobre todo, en las redes sociales, y cuya fórmula se basa en seguir cavando para salir del hoyo. Así sucede que muchas personas, cargadas de rabia y con no poca contradicción y disonancia cognitiva, creerán que, ante la falta de medios públicos, la solución pasa por apoyar a las fuerzas políticas que hacen bandera y se regocijan del recorte de esos servicios.


Si la conclusión ante todas estas imágenes desoladoras de desamparo resulta en una acusación integral sobre la política, entonces estaremos desarmando a nuestras comunidades de una parte importante de todas esas herramientas que nos permiten mejorar nuestras condiciones de vida. Si perdemos el interés por lo político, por la defensa de la gestión de lo público, y caemos en la desafección, estaremos dejando que todos esos outsiders y salva patrias que se esconden detrás de una ideología y posiciones muy específicas, recojan el cetro de mando, parasiten nuestras instituciones y suframos las consecuencias de sus políticas clasistas.

No hay que olvidar que detrás de los planes de ciertas políticas y partidos hay financiación de personas y empresas que se benefician de la desconfianza en la política, de la expansión de mentiras para afectar a la credibilidad de los expertos y meteorólogos y, sobre todo, de la privatización y destrucción de lo público. Las consecuencias del negacionismo climático y los recortes que se realizan sobre lo público para favorecer al empresariado, la rapiña ecosocial y la acumulación de riquezas de unos pocos por desposesión de la mayoría, son hoy evidentes en la pésima gestión del gobierno valenciano de la crisis de la DANA, así como en tantas otras crisis que se han dado en el pasado, como el accidente del Yak42, el chapapote del Prestige o Metro de Valencia. El denominador común se encuentra en una forma de hacer política que nos hunde más en ese hoyo que degrada nuestras condiciones de vida mientras se privatiza lo público y se antepone el mercado a las vidas humanas. Se trata de una clase política que, carente de signos de vocación por gestionar lo público con el fin de mejorar la vida de los ciudadanos, hace de la política un medio a través del cual enriquecerse y enriquecer a una clase social y empresarial específica, todo ello a costa del deterioro continuado de lo nuestro, lo público, y la subyugación de las vidas humanas al frío hostil del mercado y la competición entre iguales.

De esta catástrofe haríamos bien en, al contrario que caer en el rechazo y la desafección política, repolitizar fuertemente nuestra sociedad y, con ello, empuñar las herramientas a nuestro alcance para cambiar todo lo que tiene que ser cambiado

Todos los servicios de emergencia que están hoy trabajando sobre el terreno, las FFCCSE, los hospitales, la reconstrucción de las comunicaciones, carreteras y puentes, así como las indemnizaciones que cubrirá el Estado por los destrozos ocasionados por esta DANA, se cubrirán con los impuestos que pagamos entre todos y que algunos evaden y otros quieren reducirlos al mínimo o directamente eliminarlos. Tengámoslo en cuenta cuando nos pregunten qué clase de políticas queremos para nuestro futuro cuando, tal y como nos dicen los expertos climáticos, estas catástrofes naturales se conviertan en algo cotidiano, sean cada vez más virulentas y menos espaciadas en el tiempo.

De esta catástrofe haríamos bien en, al contrario que caer en el rechazo y la desafección política, repolitizar fuertemente nuestra sociedad y, con ello, empuñar las herramientas a nuestro alcance para cambiar todo lo que tiene que ser cambiado. Porque solo el empuje social hará que la clase política, aquella con conciencia de clase y con verdadera vocación de servicio público, apueste por políticas ecosociales que ganen derechos para la mayoría, combatan el cambio climático y refuercen nuestras instituciones con el fin de que, de manera urgente, se acabe construyendo una red férrea de profunda protección social y comunitaria. Las políticas de hoy son los mimbres que necesitaremos mañana para blindar nuestra capacidad de responder y hacer frente a todas las futuras catástrofes que todavía están por venir. Porque, como siempre, sols el poble salva al poble.

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