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Opinión
El mural de Ciudad Lineal y el rostro del conflicto
El 24 de enero de 2009 se inauguraba el Mirador de la memoria, un monumento en memoria de las víctimas del franquismo. A los pocos días, unos franquistas lo tirotearon. Al enterarse, su autor, Francisco Cedenilla Carrasco, declaró que no pensaba repararlo: ahora la obra estaba completa.
Esta mañana de lunes, 8 de marzo, en que escribo, el mural feminista de Ciudad Lineal (Madrid) ha amanecido saboteado. Enseguida los vecinos han pedido su reparación, y han desplegado varias acciones para protegerlo. Ayer también fue atacada su réplica en Alcalá de Henares, así como la estatua a La Veneno en el Parque del Oeste de la capital. Podemos pensar, por tanto, que se trata de una acción coordinada.
Feminismos
Feminismos Madrid amanece con ataques a murales y símbolos feministas
Obviamente, la intervención está hecha con prisas. Los agresores han utilizado rodillos llenos de pintura negra para emborronar zonas estratégicas del mural. Por eso mismo, no es casualidad que se hayan preocupado escrupulosamente de borrar los rostros de las mujeres allí representadas, todas importantes figuras políticas, artísticas e intelectuales. También es significativo que hayan empleado pintura negra, sobre la que no hay escrito ningún mensaje, aparte de una nota a la que no he podido tener acceso. En Alcalá de Henares han optado por un tono pardo que recuerda a las manchas de lejía.
Por una completa casualidad, mientras escribo tengo a la vista El unicornio negro, el poemario de Audre Lorde publicado en la editorial Torremozas. La portada, preciosa, consiste en un negativo coloreado en morado, en el que aparece un primer plano de la figura de Lorde recortada sobre un fondo mostaza. Si en el negativo original (de 1983, un año antes de iniciar su período como profesora en la Universidad Libre de Berlín Occidental), vemos a la poeta en una actitud relajada con las manos en los bolsillos, a primera vista el recorte del libro podría pasar perfectamente por una foto de carné o una ficha policial. Aunque la mirada a cámara, ligeramente hacia abajo, de Lorde nos indica que se trata de otro formato, menos formal y disciplinario, aún se mantiene cierta ambigüedad. Su propio rostro es igualmente ambiguo, andrógino, y su mirada es a la vez tranquila, triste, irónica y desafiante.
Los rostros no sólo son producto de los genes: en ellos se graba el tiempo. Pero no sólo muestran la biografía individual; al contrario, cada vez que percibimos un rostro se produce un conflicto. Entre mi mirada y el rostro que tengo enfrente hay un montón de fantasmas, imaginarios personales y colectivos, marcos de interpretación que tratan de responder al enigma que el rostro plantea: quién eres.
Por otra parte, las estatuas, murales y demás monumentos públicos se crean, justamente, para conmemorar aquello que merece ser recordado. A pesar de que las estatuas parecen erigirse “de una vez para siempre”, sólo hay que echar un vistazo a la historia para ver cómo diferentes poderes han ido alternando unos monumentos por otros. Es en este sentido que el ataque a estos murales feministas expresa un conflicto de intereses: no se trata, como se ha criticado, de vandalismo, sino de una escaramuza.
Dicho esto, lo que nos enseña el mural es que el feminismo no es algo “de sentido común”, como no lo es la mera existencia de personas trans, ni toda esa panoplia de vectores de opresión de clase, género o raza que no sólo oprimen a determinados colectivos, sino que constituyen todas nuestras relaciones. Aunque estas palabras se usen tan a la ligera que se genera la falsa impresión de ser algo ya consabido, o parte del catecismo izquierdista, no se trata de algo evidente. Al contrario, se trata de conflictos muy complejos y profundos que afectan a la organización de la sociedad al completo, a cómo están hechas las leyes, el lenguaje y los imaginarios colectivos, quiénes componen las instituciones, quiénes son consideradas personas “de segunda” o directamente superfluas, y a la inversa, qué voces se consideran representativas de una colectividad, sea un grupo o una nación entera.
El problema de considerar determinados códigos morales como “lo normal” es que, de esa forma, los conflictos parecen no tener ni historia, ni estructura
Cuando la derecha apela a “los españoles”, siempre tienen una idea muy clara de lo que significa ser español. Esa idea se vende como algo evidente para cualquiera, para todos, pero sin embargo tiene también un rostro muy concreto, que no se corresponde para nada ni con quiénes se sienten o no españoles, ni con quiénes efectivamente habitan el territorio estatal, ni con qué grupos hacen la vida más habitable en su seno o, por el contrario, la vampirizan. Una estrategia habitual en los grupos que están en el poder es justamente esa, hacer pasar un orden hecho a su imagen y semejanza como el único orden posible, representante además de la sociedad “en su conjunto”. Y este sesgo, esta imagen, se apodera tanto de todas las esferas de la vida que hasta mirar resulta difícil, incluso cuando los conflictos y las opresiones son palpables. No debemos olvidar que llevamos más de un siglo de lucha feminista ininterrumpida –sin contar todos los antecedentes, que llegan hasta los griegos–, y todavía, después de generaciones enteras que no han podido conocerse entre ellas, seguimos teniendo mucho que hacer.
No existe una norma social. No existe una forma de ser español, ni de ser mujer, más allá de un puñado de variables sociológicas, de ficciones estadísticas y de usos interesados de estas ficciones. El problema de considerar determinados códigos morales como “lo normal” es que, de esa forma, los conflictos parecen no tener ni historia, ni estructura. Una sociedad siempre es heterogénea, está compuesta de muchas voces y ninguna es representativa de todas. Esto significa pluralidad, y pluralidad significa que el conflicto es parte de la convivencia. Hacemos un flaco favor a las mujeres al considerar el feminismo como algo que tiene que ver con la mera tolerancia y el respeto individuales, como si no arrastráramos la herencia de siglos de formaciones sociales siempre a imagen del patriarcado.
Por lamentable que sea el ataque a los murales, debemos contener el primer impulso de nuestra sensibilidad herida, que pide reparación. El daño se descarga cada día de muchas formas sobre los cuerpos de muchas mujeres, y no puede ser reparado como quien pinta encima de la piedra. El negro del mural nos habla de esta violencia, nos interpela más profundamente que las estadísticas.
Por supuesto, tampoco hay que caer en el patetismo. El mural, tal y como estaba, cumplía su función como monumento: mostraba los logros conseguidos, y generaba un nuevo relato. Y en el mismo tablero de juego, al intervenir los murales, los agresores han intervenido el relato de la historia. No es que ahora el mural, como decía Cedenilla, esté completo, sino que ha vuelto a cargarse de tiempo, una vez más.
La ultraderecha avanza en el panorama político español. El estado actual del mural de Ciudad Lineal representa esta nueva situación, que no se daba hace unos años. Si nos limitamos a repararlo, olvidaremos que hay grupos muy numerosos y con un largo recorrido en la historia que tienen mucho que perder por el mero hecho de que las mujeres tengan rostro. Dejémoslo así. No hay nada bueno que pueda mantenerse por sí solo; tenemos que cuidarlo y mantener la memoria viva. En lugar de repararlo, pintemos más, hay muchas calles que cubrir de morado: todavía queda mucho por hacer.