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Nunca me gustó jugar a la silla. Era un juego dicotómico y maniqueo, había que ser rápida, estar al quite, dispuesta a defender el asiento propio aunque no se tuviera razón. Según puede leerse en internet, ‘para realizar este juego se necesitan sillas resistentes, al menos tantas como personas haya menos una, y música que se pueda iniciar y parar a voluntad. Se colocan todas las sillas formando un círculo con los respaldos hacia dentro. Los jugadores están de pie delante de ellas, excepto una persona que controlará la música. Se colocará siempre una silla menos que el número de personas. Cuando empiece a sonar la música, los jugadores deben girar alrededor de las sillas siguiendo el ritmo. En el momento que para la música, cada persona intentará sentarse en una de las sillas. Quien se queda sin sentarse pierde. Entonces se retira una silla, se recompone el círculo y vuelve a sonar la música. Se repite el juego hasta que la última ronda se hace con una sola silla y dos jugadores. Gana el que queda sentado en la última silla’.
La izquierda española de las últimas semana recuerda, más que nunca, a ese pasatiempo. Y por mucho que desde diversos sectores se protesta contra lo infausto e inoportuno de convertir ahora mismo la lucha por el espacio político en esa suerte de reparto fantasioso del poder, el juego sigue su curso. Las listas se elaboran a espaldas de estos reclamos. Los vetos y los errores se suceden. La sordera antecede un escenario que parece condenado al fracaso.
Mientras tanto, el lunes 12 de junio moría Silvio Berlusconi, adalid de la política neoliberal y del show business, declarado misógino y racista, muñeco de corcho y despojo electoral en la Italia que ha visto regresar, a veces parece que sin demasiado asombro, la espesa grisura del fascismo. La victoria de Giorgia Meloni en las fatídicas elecciones de septiembre del año pasado, tras unos comicios donde el litigio real por el poder se produjo a la derecha, dejaron a parte del país estupefacto, con el gesto paralizado y las voces quedas, a pesar de las reacciones que se sucedieron en distintos puntos del país. En Turín, un centenar de estudiantes salió a la calle la misma noche del lunes. Los carteles reivindicaban los derechos de las mujeres y las personas migrantes. En Milán, una tímida marcha cruzó el distrito financiero de la ciudad, y las libreras de la famosa Librería de Mujeres, curtidas activistas de mil batallas, no daban crédito al derrumbe histórico y paulatino del PD. Un vacío que dejaba el país a la intemperie, con la formación de un nuevo partido de izquierdas, Unione Popolare, demasiado incipiente para despertar la más mínima esperanza.
La cuestión es que Meloni ganó, formó su gobierno y escogió a sus aliados. Que se ha camuflado tras la estela europeísta de Draghi ante el chantaje de los fondos de la UE. Que ha reservado su mano dura para deponer el reddito di cittadinanza –una suerte de ingreso mínimo vital aplicable a personas en precariedad extrema–, frenar la posibilidad del salario mínimo -que tampoco aprobó ningún gobierno anterior- y retroceder en derechos civiles y laborales. Para ‘celebrar’ el 1 de mayo, aprobó un incremento de 100 euros para los sueldos más bajos, pero lo hizo de manera temporal, por un año, con un costo anual que supone la mitad del ahorro perpetuo por la eliminación del reddito de cittadinanza, mientras duplicaba la duración permitida para la contratación temporal.
Meses atrás vimos a Giorgia Meloni y a Pedro Sánchez dándose la mano, un gesto que ratifica que las políticas de inmigración europeas responden al negocio de control fronterizo del que todos participan
Fratelli d’Italia, a pesar de su discurso populista que parece operar contra las élites, no puede ocultar su aporofobia, pero, por encima de todas las cosas, recurre al racismo para seducir a su electorado. Han llegado al poder siguiendo la misma estrategia que perfila el proyecto de Vox. Lo único que no ha cambiado entre la primera y la segunda venida del fascismo es su condición supremacista. La que justificó el genocidio contra la población romaní europea en torno a los años 40 del siglo pasado y contra las comunidades serbias y judías. La misma que hoy ampara la Masacre de Melilla, el horror del naufragio de Calabria y la inhumanidad que representa el último naufragio provocado en las costas griegas.
Meses atrás vimos a Giorgia Meloni y a Pedro Sánchez dándose la mano, un gesto que ratifica que las políticas de inmigración europeas responden al negocio de control fronterizo del que todos participan, igual que participan del negocio de la guerra. Las implicaciones ideológicas del racismo común europeo quedan a la vista, y ahora sabemos que guardan relación con el resurgimiento de la extrema derecha. Sabemos que el fascismo no había muerto en ninguna parte de Europa, que más bien era un viejo animal que se había puesto a resguardo para criar y alimentar ingentes camadas de crías. Y el racismo ha sido la caverna ideológica donde ha hibernado ese animal. Desde ese punto regreso a la idea de tomar lo que ocurre en Italia como un válido reflejo de lo que puede ocurrir en España. Dos países que en los últimos cien años han visto hermanadas sus realidades de origen dispar hasta hacerlas confluir en un escenario mellizo y sincronizado.
España no tiene la mafia, es cierto. No tuvo Tangentopoli a pesar de los empeños del PP para normalizar la corrupción como una marca genética que late en el interior de cualquier buen español que se precie, desde los Borbones hasta los que no llegan a fin de mes. Pero tuvo a Mussolini a la par de Franco. Sufrió el desmantelamiento del comunismo a cambio de una social democracia que sirvió para conformar una derecha más fuerte. Ahora nos une la forma en que el fascismo y la extrema derecha regresan cómodamente a los sillones del parlamento, y, por esa nefasta razón, nos hermana la responsabilidad de desentrañar cada una de las pautas que han permitido ese regreso.
En septiembre de 2019, en unas declaraciones ofrecidas en el marco del convenio sobre pensiones organizado por los 'Seniores' del norte de Italia en el Teatro Manzoni de Milán, Berlusconi se confesaba un hombre de centro derecha. Una configuración política que defendió haber inventado en el año 1994, la que permitiera más tarde que los proyectos fascistas regresaran al combate electoral. ‘Fuimos nosotros’, dijo, refiriéndose a Forza Italia, ‘los que llevamos a la Lega y a los fascistas al gobierno. Los legitimamos, los constitucionalizamos’, reclamaba el viejo líder. Y vale la pena preguntarse quién ha servido de puente en el escenario español.
La estrategia de Sánchez para beneficiarse del rechazo a la extrema derecha y del desgaste de la izquierda estuvo clara desde el principio, pero no hay garantías de que funcione
Ese mismo año, 2019, en España tuvimos nada más y nada menos que dos rondas de elecciones generales. Las primeras, en el mes de mayo, dejaron un país que, según decían algunos, resultaba ingobernable. Lo decían los mismos que luego gobernaron con diez escaños menos, tres que perdió el PSOE y siete perdidos por Unidas Podemos. Vox aumentó de 24 a 52 diputados, y el PP de Casado pasó de 66 a 88. Aquella segunda vuelta debió demostrarles que cualquier nuevo pulso con la derecha que no estuviera ideológicamente fundado les condenaba a perder.
Hace pocos días, Santiago Abascal celebró el adelanto electoral como ‘la única buena noticia que había dado el gobierno en cuatro años’. La estrategia de Sánchez para beneficiarse del rechazo a la extrema derecha y del desgaste de la izquierda estuvo clara desde el principio, pero no hay garantías de que funcione. En cierto modo, las elecciones del 23 de julio de este año ya se perdieron en la segunda vuelta de 2019. Sin embargo, mientras la subida del fascismo puede representar otro ciclo para quienes hacen política, un simple pase a la oposición que, a la larga, puede granjearles más votos, para aquellas personas que podrían perder la vida con ese cambio es un escenario terrible. Queda apenas un mes para construir un bloque político capaz de frenar al PP y a Vox, y eso es lo único que importa ahora mismo.
Tras el 23J deberemos encontrarnos más a la izquierda del PSOE, más a la izquierda de Sumar, más a la izquierda de Unidas Podemos. Una izquierda antirracista y anticolonialista que no va a brotar en ningún partido español, por mucho que algunas personas racializadas militen en ellos. Una izquierda que debemos exigir desde la calle, que sea ideológica y valiente, que tenga en cuenta a las personas migrantes como sujeto político de pleno derecho y denuncie cada día los poderes que se benefician de los asesinatos en el mar. Quienes andan últimamente en la disputa de sillas creen que están jugando con la propia, pero se equivocan.
La película Dara de Jasenovac, que relata el horror vivido por la comunidad serbia en el campo de concentración, muestra una escena en la que un grupo de militares nazi obliga a participar a varios presos en el juego de la silla. La macabra regla tácita indica que quien se quede sin silla perderá algo más en el acto. El primer perdedor es degollado. El segundo también; y la misma suerte corren el tercero y el cuarto. Después de degollar a cuatro hombres los nazis empiezan a aburrirse. Hacen aumentar el ritmo de la música, pero el espectáculo ya no les convence. Han acabado de cenar. En sus copas ya no queda vino. Entonces se ponen de pie, llevan consigo tijeras, navajas y martillos. Se acercan al grupo de prisioneros y los aniquilan con la música de fondo. Acto seguido el jefe de los nazis alza la mano y se hace la oscuridad. En la escena siguiente también matarán a los músicos, pero aquí seguimos jugando a la silla.
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No haré un análisis frase por frase del artículo, aunque hay algunas que me chirrían un poco. Lo que sí quiero es aprovechar para debatir acerca de esa necesidad tan imperiosa de evitar el gobierno PP-Vox.
Con el gobierno actual la riqueza en España ha continuado acumulándose en ciertos bolsillos.
La monarquía sigue ahí, donde la dejó el dictador.
El poder judicial sigue siendo reaccionario y, en muchos casos, está vendido al PP (un partido ultra de derechas).
Las fuerzas del orden han llevado a cabo matanzas de inocentes en nuestras fronteras.
Las personas migrantes han seguido ahogándose en nuestras costas.
La gente es empujada a la calle para que los bancos sigan acumulando viviendas.
El cambio climático sigue siendo un asunto de importancia relativa, cuando no un hecho puesto en duda.
Los medios de comunicación escupen a diario discursos en contra de los derechos humanos, intoxicándonos.
Los asesinos siguen teniendo sus estatuas, las personas asesinadas siguen por ahí en las cunetas.
Este país se ha alineado con la OTAN en la cruzada de USA por mantener su liderazgo, a costa de miles de vidas en Ucrania y la destrucción del país.
Este país ha renegado finalmente, a cara descubierta, de su responsabilidad con el pueblo saharaui.
En este país las personas que se salen de lo normativo son apaleadas e insultadas en calles y metros.
Este gobierno ha aprobado una reforma laboral aplaudida por la patronal y no ha derogado la ley mordaza.
Los perros de caza han quedado desprotegidos por una ley de bienestar animal que debía protegerlos los primeros. Los cazadores han salido justificados y recompensados por la ley.
No os aburriré más...
Lo que quiero decir con todo esto es que España es un país de m***da, a pesar de pequeñas mejoras que UP ha podido arañarle al PSOE. Este gobierno de coalición no ha sido suficiente, ni un gobierno PSOE-Sumar lo será. Y me entristece mucho verme obligada a elegir entre una m***da y otra m***da algo más grande y olorosa.
Votaré a un partido de "izquierdas" en estas elecciones, lo tengo claro. Pero me molesta este discurso en el que la victoria de PSOE-Sumar se presenta como algo ilusionante, algo necesario para que este país no se vaya al precipicio. Ya estamos en el precipicio, creo yo.
¡Feliz día a todas las personas que aún sueñan con un mundo más justo!
Excelente comentario, Sirianta. Lo suscribo al cien por cien.