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Opinión
Feminizar las pérdidas; masculinizar los beneficios
Aun contando con cotas de temporalidad y precariedad laboral muy superiores, el empleo femenino cayó a una velocidad notablemente menor en las peores semanas, una situación que se ha revertido en cuanto ha empezado a atisbarse un ápice de recuperación. Las que mantienen los hogares en pie, cuidan, acompañan y curan desandarán el camino iniciado en marzo: de esenciales a olvidadas.
Se acerca el final de la pesadilla sanitaria y, con él, la amenaza de la pesadilla económica comienza a cernirse. Su alcance, meras especulaciones que ocultan la inacción de las instituciones con capacidad de disminuir los daños que sufrirán las grandes mayorías sociales; están muy ocupadas ingeniando la forma de sacar rédito de la recesión. Sin embargo, entre toda esta incertidumbre es posible anticipar algunos fenómenos que sí supondrán un cambio radical con respecto a la primera oleada de la crisis generada por el covid-19. Una de las más evidentes es la invisibilización de los cuidados. O, lo que es lo mismo, su regreso a las sombras tras un prometedor oasis de atención mediática y social. A pesar de las previsiones más optimistas durante el confinamiento, ellas —que mantienen los hogares limpios y en pie, cuidan a las nuevas generaciones, acompañan y curan en la enfermedad y rellenan el vacío de atención de los ancianos— desandarán el camino iniciado en marzo: de esenciales a olvidadas.
Cuidar o vivir
El coronavirus consiguió algo con lo que los movimientos de izquierdas llevan décadas soñando: detener el frenético ritmo de vida capitalista. Al hacerlo, puso de relieve que muchos de los elementos que parecen tener una relevancia superlativa funcionan, simplemente, por inercia, sin aportar nada. Por contra, salieron a la luz todas aquellas tareas que sostienen a la sociedad humana al completo, bajo el sobrenombre de esenciales. La sorpresa tuvo que ser mayúscula, sobre todo para negacionistas del patriarcado y neoliberales de pro, cuando se hizo evidente que una gran parte de esas labores esenciales son llevadas a cabo por mujeres sin contrato, salario, ni retribución de ningún tipo. ¿No decían que el capitalismo es un sistema que asegura que los mayores beneficios los obtiene quien más lo merece?
En el mejor de los casos, quien dedica su vida a mantener otras tendrá un sueldo mísero y unas condiciones de trabajo precarias
Los cuidados son una labor imprescindible en la sociedad humana, más que cualquier otra, pero no están reconocidos como tal. De hecho, se podría decir que, al menos en España, la relación entre importancia de una tarea y reconocimiento socioeconómico de la misma es inversamente proporcional. En el mejor de los casos, quien dedica su vida a mantener otras tendrá un sueldo mísero y unas condiciones de trabajo precarias; puesto que, por norma general, las que cuidan no están siquiera reconocidas como trabajadoras.
Cuando se habla de la brecha de género en el panorama laboral español se está haciendo una apelación directa a la desatención deliberada que sufren los cuidados. Según el Balance de la situación del empleo de las mujeres, de UGT, en el año 2019 el 89.78% de la población “inactiva por labores del hogar” fueron mujeres. Resulta insultante comprobar el descaro con el que el neoliberalismo empuja a la marginalidad a cientos de miles de personas —con una mayoría femenina aplastante— que, en realidad, llevan a cabo las tareas más vitales para el conjunto de la sociedad. Una contradicción representada a la perfección en el oxímoron “inactiva por labores”. Es decir: no hacer por estar haciendo algo más importante.
Y no se trata de un desempleo temporal, ya que otra estadística, procedente del mismo informe, concluye que el 93.20% de las personas que no buscaron trabajo por dedicarse al cuidado de niños, enfermos, discapacitados o mayores, fueron también mujeres. Ni empleo reconocido, ni posibilidad de buscar uno. Vidas absolutamente dependientes. De los hombres. Del sistema.
Cómo de podrido estará el capitalismo que no dedicarse a algo “no esencial”, por estar realizando tareas “esenciales” (cuidados), significa vivir en la pobreza estructural; y recibir una retribución paupérrima en forma de ayuda —mucho ojo a la revictimización y estigmatización velada— te retrata como un despojo que no quiere trabajar y prefiere vivir de “paguitas”.
La sanidad: una excepción poco halagüeña
Hablando de mujeres y cuidados, es obligatorio abordar el tema del sector sanitario, una excepción de reconocimiento laboral que flota en medio de un océano de precariedad extrema. Pero no se debe caer en su trampa. Si bien es cierto que, según el Centro de Estudios del Sindicato Médico de Granada, el porcentaje de feminización de las Médicas Internas Residentes (MIR) ronda el 66%, no se puede obviar la existencia de un marcado sesgo de clase en él. Las mujeres son mayoría en una de las profesiones con más prestigio, pero solo una parte muy privilegiada —y poco representativa— de ellas. La dificultad y extensa duración del trayecto académico a seguir, obliga a quien lo recorre a contar con unas condiciones de vida que permitan dedicarse exclusivamente a estudiar hasta una edad aproximada de 25 años, en el mejor de los casos.
Según se van descendiendo peldaños —atendiendo al nivel de complejidad formativo—, la cifra de preponderancia femenina se dispara: un 84,2% de personas colegiadas en enfermería fueron mujeres en 2018 (INE), mientras que el último dato oficial disponible sobre la feminización en el sector de las auxiliares de enfermería habla de un 91,6% en 2009 (Ministerio de Sanidad). La cultura patriarcal las educa para cuidar de los demás, para atender necesidades, y el régimen neoliberal se asegura de que no lleguen demasiado lejos.
Desprotegidas y a cargo de todo
Es imposible concebir la superación del colapso sanitario sin el esfuerzo sobrehumano realizado por el personal de los hospitales, cuya exposición al virus ha provocado muchísimos casos de contagio, un incremento vertiginoso en las dolencias psicológicas por las experiencias vividas y, en último término, la muerte de más de 70 profesionales, según un estudio publicado el 10 de mayo por la Asociación de Médicos Unidos por sus Derechos.
La tasa de mujeres infectadas por covid-19 del total del personal sanitario supone un 73,60% según cifras del Instituto de Salud Carlos III
Atendiendo a los porcentajes de feminización del sector, se entienden cifras como la arrojada por el Instituto de Salud Carlos III, que colocó la tasa de mujeres infectadas en un 73,60% del total del personal sanitario afectado por el covid-19. Incluso tratándose de una enfermedad más agresiva con los hombres. Y esto no acaba cuando se cierran las puertas del hospital.
Aunque la privatización de la sanidad haya multiplicado la precariedad laboral del sector, sus condiciones siguen superando por mucho las del resto de labores de cuidados. La mera existencia de un contrato ya marca una diferencia abismal, ensanchada por el derecho a vacaciones, la sujeción del salario —cuando existe— a unos mínimos establecidos o la posibilidad de seguir cobrando durante una baja médica, por hablar de los ejemplos más notorios. En este contexto, la llegada del coronavirus ha servido para colocar los focos mediáticos en dos graves problemas derivados del desprecio de los cuidados: la desprotección laboral y la ausencia de conciliación.
La medida estrella del escudo social desplegado por el Gobierno durante la pandemia han sido los ERTE, pero ¿cómo se hace un ERTE a las que limpian, cuidan y acompañan sin ningún tipo de regulación legal?
El primero de ellos se entiende con bastante facilidad gracias a la medida estrella del escudo social desplegado por el Gobierno durante la pandemia: los ERTE. Su aparición ha supuesto un alivio para cientos de miles de personas cuyos empleos sufrieron el impacto del parón económico, y el Ejecutivo se ha encargado de darle toda la visibilidad que ha podido. Pero detrás de los halagos se oculta una coyuntura demasiado cruda como para salir en televisión. ¿Cómo se hace un ERTE a las que limpian, cuidan y acompañan sin ningún tipo de regulación legal? En muchos de los casos, han tenido que elegir entre seguir acudiendo al lugar de trabajo o dejar de comer y de pagar las facturas. En otros, ni siquiera se les ha dado la opción de quedarse en casa por el carácter irremplazable de su labor.
En cuanto a la conciliación, quizá todo lo ocurrido haya servido para bajar al terreno de lo concreto dicho concepto, muy repetido por las reivindicaciones feministas. Dedicar el equivalente a una jornada laboral completa, cuando no más, a cuidar a los hijos, limpiar la casa o hacerse cargo de las personas dependientes de la familia, se ha visto siempre como una suerte de obligación sociocultural para las mujeres. «¿Quién lo va a hacer si no lo hago yo?». No obstante, con la imposición del teletrabajo como norma general, han empezado a surgir problemas derivados de tener que combinar el empleo remunerado con todas esas actividades que se hacían sin pensar muy bien por qué. Durante estos meses sí ha supuesto un conflicto que sea siempre ella quien se encarga de todo lo relacionado con los cuidados. En palabras de un informe de la ONU, “experiencias como las crisis del ébola y el VIH en países en desarrollo muestran que, cuando los sistemas de salud fallan, son las mujeres quienes dan un paso adelante como encargadas de los cuidados en casa y sin recibir un salario, normalmente con un impacto devastador en su propia salud”.
Aun contando con cotas de temporalidad y precariedad laboral muy superiores, el empleo femenino cayó a una velocidad notablemente menor en las peores semanas
De esenciales a olvidadas
Los datos expuestos dibujan un panorama paradójico, en el que una sociedad que educa a sus niñas en la contención ante la fuerza irrefrenable del hombre ha feminizado completamente la lucha contra uno de los obstáculos más duros de la historia reciente de la humanidad. Y no se trata de una opinión, sino que es una realidad sustentada en cifras oficiales. De hecho, puede observarse con sorprendente claridad haciendo una sencilla gráfica que compare, en función del género, la tasa de crecimiento del paro en los meses más duros de la pandemia. El resultado es el siguiente.
Así el desempleo masculino creció a un ritmo muy superior al femenino en los meses de marzo y abril, cuando la situación llegó a niveles verdaderamente críticos con una sanidad colapsada y días en los que la enfermedad se llevaba a casi tres mil personas en un escenario desolador. El país entero se detuvo, exceptuando las actividades mínimas para mantenerlo en pie. Como si de una ráfaga de viento se tratase, el virus se llevó toda la paja y dejó al descubierto los cimientos, siempre invisibles. Y resultaron tener nombres de mujer. Aun contando con cotas de temporalidad y precariedad laboral muy superiores, el empleo femenino cayó a una velocidad notablemente menor. Tanto es así que, durante el mes de marzo, el porcentaje de hombres que se dieron de alta en el paro dobló al de mujeres (13,26% frente a 6,5%).
Durante unas semanas que traumatizaron al mundo entero, ellas acompañaron a quienes no han sobrevivido al virus, mantuvieron limpios y desinfectados nuestros portales, cuidaron de nuestros mayores e hicieron auténticos malabares para complementar el teletrabajo con las labores del hogar. Sus cuerpos han sido una barrera entre la pandemia y las personas más vulnerables. En definitiva, dieron un paso adelante desde su incómoda trinchera para mantener en pie un sistema que las maltrata. Y parece que la única recompensa que van a recibir son algunas palabras vacías y un regreso más que doloroso a la marginalidad y el olvido.
Sin embargo, en cuanto ha empezado a atisbarse un ápice de recuperación, los hombres han vuelto a colocarse por encima. Tras vivir los momentos más convulsos desde la seguridad del confinamiento, regresan a un panorama laboral que, aunque herido de gravedad, mantiene el desprecio a los cuidados como un dogma incuestionable. Un dogma que, por cierto, solo responde a un sentimiento de supremacía masculina; ya que, en el terreno económico, los números salen con mucha facilidad. Así lo refleja un informe de Oxfam: “Un incremento de tan solo el 0,5% adicional en el tipo del impuesto que grava el patrimonio del 1% más rico de la población en los próximos diez años permitiría recaudar los fondos necesarios para invertir en la creación de 117 millones de puestos de trabajo en sectores como la educación, la salud y la asistencia a las personas mayores”.
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