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Opinión
¿Y si lo xarnego fuese otra cosa?
La semana pasada, los nacionalismos de derechas catalán, vasco y español se aliaron como el juez Carretero se ha aliado con Errrejón, por un pacto de esencias que supera sus diferencias circunstanciales cuando la causa lo merece. Quedó claro en todos ellos a qué mandatos responden y qué es solo relleno.
En Catalunya, esto ha sucedido mientras se levanta una cortina de humo, bien oportuna, alrededor de lo xarnego. Eduard Sola, guionista de las maravillosas Casa en flames, Querer o La virgen roja, recoge su premio Gaudí al mejor guión y lo agradece, por supuesto en catalán porque Sola es catalán, en un discurso que celebra la sociedad catalana que hemos construido, donde gente como él y como yo, hijes de la migración interna, hemos tenido acceso a la lengua y a los recursos gracias al esfuerzo colectivo. Y hace un alegato contra la xenofobia, para que esta colectividad siga sucediendo con las siguientes migraciones. El discurso recibió una gran ovación y muches echamos una lagrimita.
En ninguno de los lugares de llegada de esa migración, ni en Madrid, ni en Valencia, ni en Euskadi, ni en Sevilla, se ha dado espacio suficiente para los trabajos de memoria sobre esa diáspora, que siguen en la precariedad y el silenciamiento
Pero al día siguiente, el país se despertó en un debate de argumentos absurdos que solo trata, una vez más, de silenciar algo tan sencillo y tan complejo como la historia de las migraciones internas en la época del desarrollismo, que en España es un tabú. Digo España porque esto no sucede solo en Catalunya: lo que pasa aquí es que hemos levantado la liebre. Pero en ninguno de los lugares de llegada de esa migración, ni en Madrid, ni en Valencia, ni en Euskadi, ni en Sevilla, se ha dado espacio suficiente para los trabajos de memoria sobre esa diáspora, que siguen en la precariedad y el silenciamiento. En Italia, con procesos casi idénticos pero libres de dictadura desde los años 40, la cuestión terrone está elaborada, la palabra reapropiada y suceden cosas como campamentos terronistas para hablar del tema. El nuestro es un silenciamiento que, como todos los silencios de la transición en los que se inscribe, solo alimenta la repetición de los errores y dolores del pasado.
¿Cuáles son los argumentos para el escándalo?
Pues nada nuevo bajo el sol, la verdad. El primero, decir que enunciar una diferencia es crear la diferencia y dividir el grupo al nombrarla. Es consecuencia, creo yo, del pensamiento mágico que dice “lo que no se nombra, no existe” que se puede utilizar tanto para animar la enunciación como para pensar que, realmente, algo no está sucediendo hasta que se nombra.
El segundo, que “lo nuestro no es un tema de origen, sino de clase”, porque en Catalunya tenemos que echarle un repasito a los apuntes de interseccionalidad, sin más.
Se nos considera colonos a través de un juego de prestidigitación que entiende que Catalunya es un pueblo oprimido por Espanya pero define al resto de pueblos oprimidos por Espanya (llámalos Galicia, Valencia, Murcia o Extremadura) como esencialmente España
El tercero es que esta palabra no se usa, o hace décadas que no, o incluso que es una palabra que solo usa la derecha española para criminalizar a Catalunya. Esto es, directamente, una mentira repetida las suficientes veces como para que parezca verdad. En 1982, por poner un ejemplo empírico, el grupo Nosaltres Sols! (reactivado en esos años) lanzó la campaña “Fora xarnegos” que fue bastante famosa. Otra cosa es que la palabra haya mudado a “colonos”. Se nos considera colonos a través de un juego de prestidigitación que entiende que Catalunya es un pueblo oprimido por Espanya pero define al resto de pueblos oprimidos por Espanya (llámalos Galicia, Valencia, Murcia o Extremadura) como esencialmente España. Esto tampoco es nuevo: entender la migración, también las migraciones internas, como una invasión se ha hecho con todo el mundo, ¿por qué no se iba a hacer con nosotros? En nuestro caso, además, hay un pacto entre nacionalismos para significarnos, efectivamente, como “españoles”. Porque el nacionalismo español nos quiere aliados y el nacionalismo catalán nos quiere subalternos. Lo xarnego, sin embargo, no es una ideología: marca un origen migratorio y a partir de aquí cada cual es de su padre y de su madre: hay xarnegos indepes como los hay anarquistas, como los hay new age, como los hay falangistas.
Lo txarnego
Me he reapropiado de la palabra para tratar de elaborar el tema fuera de los discursos impuestos por un y otro nacionalismo. Como no quiero caer yo en la trampa de obviar la desigualdad entre un nacionalismo con Estado y otro sin él, aclaro que frente a la población migrante, ambos son hegemónicos, aunque sean desiguales entre ellos. Del mismo modo que entre la migración interna de los años 50, blanca y católica, y cualquier otra, también hay desigualdades y hay que ser bien cuidadosas con la brocha gorda en este análisis para no seguir repitiendo esquemas.
Me reapropio de la palabra cambiándole incluso la grafía para tratar de hacer una historia del desplazamiento: de lo que estamos hablando aquí es de diáspora campesina, de los procesos de industrialización que, desde el siglo XVIII, están acabando no solo con la vida campesina precapitalista sino con sus cosmogonías, las maneras de ver el mundo, su sistema económico particular, sus sistemas de sexo-genero… Una de las formas de hacerlo es impedir, precisamente, no solo que hagamos memoria sino, sobre todo, que hagamos memoria fuera del marco del pensamiento industrial. Por eso las “cajitas” del debate hablan de pertenencia nacional, de Estado, incluso de clase social, pero nada de eso es exactamente esta diáspora. El campesinado precapitalista del que parten los seis millones de personas que fueron desplazadas en la época del desarrollismo hacia la industria, y del que descendemos Sola y yo y tantes de vosotres, pertenece al campo: campesino no es un trabajo, es un gentilicio. Por eso incluso el discurso de clase encaja con dificultad. No en vano el símbolo comunista es una hoz y un martillo: si todos fuesémos la misma clase, con el martillo hubiese sido suficiente.
Estudiar y reivindicar la propia historia no pasa necesariamente por ser víctima, ni es necesario justificarlo así: hacer genealogía no es un medio, es un fin
Siempre hay dos cosas que me preocupan alrededor de este tema: escribirlo en castellano me asusta por si miramos el dedo y no la luna y acabe siendo fuego para la catalanofobia, así que, por favor, recordad que este es un proceso que ha sucedido en todas partes, no solo aquí. Aquí lo estamos nombrando, por eso se ve. La otra es que, en estos tiempos tan histriónicos que vivimos, lo txarnego acabe siendo otro grupo “llorando en la Limo” como diría C Tangana, victimizándose cuando somos una población con un montón de privilegios. Estudiar y reivindicar la propia historia no pasa necesariamente por ser víctima, ni es necesario justificarlo así: hacer genealogía no es un medio, es un fin. Pero es sintomático que tengamos que decirlo: nunca los reyes, las grandes familias o los relatos nacionales puros se han planteado si tienen derecho a elaborar su propia historia. Ojalá nosotres lo hagamos para entregarla, para lo colectivo, y no para lo llorón.
Gracias Eduard Sola, por habernos entregado este pedacito que es ya parte de nuestra historia emocional.