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Ocupación israelí
Los niños y niñas de Gaza están muriendo de frío
Desde principios de diciembre de 2024 hasta principios de enero de 2025, la temperatura corporal de ocho bebés bajó por debajo de lo aceptable y murieron de frío. Esta afección se conoce como hipotermia. El último de estos niños en morir, Yousef, dormía junto a su madre por el clima frío, según le contó ella a Al Jazeera. Las temperaturas en Gaza han caído justo por encima del punto de congelación, lo que en el contexto de la falta de viviendas, mantas y ropa de cama caliente es mortal. El calor corporal es la única protección, que es la mínima para un bebé. La madre de Yousef dijo: “Dormía a mi lado y por la mañana lo encontré congelado y muerto. No sé qué decir. Nadie puede sentir mi miseria. Nadie en el mundo puede entender nuestra catastrófica situación”.
Cada una de estas historias es inaceptable. La familia al-Batran de Deir al-Balah vive en una tienda de campaña hecha de plástico azul. Agradecen los colchones sobre los que duermen solo porque toda su casa ha sido destruida y no han recibido ningún otro tipo de ayuda. Los hermanos gemelos Ali y Jumaa nacieron durante este horrible bombardeo genocida en noviembre de 2024, pero ambos sucumbieron a la hipotermia. Cuando el padre palpó la cabeza de Jumma, estaba “fría como el hielo”.
A principios de enero de 2025, los estudios de Naciones Unidas y del Gobierno palestino mostraban que al menos el 92% de las viviendas de Gaza habían sido destruidas. La mayor parte de los palestinos que permanecen en el norte de Gaza no tienen casas en las que refugiarse. Viven en carpas improvisadas, porque ni siquiera tienen acceso a las casi inexistentes tiendas de campaña de las Naciones Unidas. Como ahora no hay hospitales abiertos en el norte de Gaza, los niños están naciendo en estas carpas y no están recibiendo ningún tipo de atención médica. “El sector sanitario está siendo desmantelado sistemáticamente”, declaró este 3 de enero el doctor Rik Peeperkorn, de la Organización Mundial de la Salud, ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En la llamada “zona segura” de al-Mawasi, cerca de Khan Younis, tres bebés murieron de hipotermia, acabando con la idea de que se trata realmente de una zona segura. Mahmoud al-Faseeh, el padre de Sila Mahmoud al-Faseeh (que murió en su tercera semana de nacida), dijo a Al Jazeera: “Dormimos en la arena y no tenemos suficientes mantas y sentimos el frío dentro de nuestra tienda”. La historia es la misma a lo largo y ancho de Gaza: el frío ha llegado por la noche, la lluvia incesante lo ha humedecido todo, las tiendas son inadecuadas, las mantas están desgastadas como hilos y los bebés —los más vulnerables— han empezado a morir.
Desde diciembre de 2024 hasta principios de enero de 2025, la temperatura corporal de ocho bebés bajó por debajo de lo aceptable y murieron de frío
El mapa de este sufrimiento no se limita a Gaza o a los palestinos. Las historias de padres que caminan kilómetros para refugiarse junto a sus hijos en tiendas de campaña inadecuadas, sin mantas siquiera, por la falta de ayuda en una zona de guerra, tristemente no son historias aisladas. Los niños congelados en la barriada de Chaman-e-Babrak, en Kabul, en 2012, tenían nombres, que salvo por sus familiares, han sido totalmente olvidados. Eran víctimas de una guerra que siguió adelante y arrojó a estos afganos rurales a las ciudades donde vivían en bolsas de plástico glorificadas. Del mismo modo, hay poco recuerdo de los preciosos bebés que murieron congelados en los campos sin nombre al norte de Idlib, Siria, a lo largo de la frontera turca. Los padres de estos niños fueron de carpa en carpa durante una década, intentando desesperadamente encontrar una vida estable. Algunos de sus hijos murieron congelados; otras familias perecieron cuando los peligrosos calefactores de estas tiendas de plástico prendieron fuego a toda la familia.
Guerras contra civiles
Las zonas de guerra ya no son lugares donde los combatientes luchan entre sí. Se han convertido en morgues para los civiles y en poblaciones enteras tomadas como rehenes y maltratadas. En mayo de 2024, antes de que se calculara el número total de víctimas del genocidio israelí, el Secretario General de la ONU presentó un informe al Consejo de Seguridad sobre las muertes de civiles. Los datos son asombrosos:
Las Naciones Unidas registraron al menos 33.443 muertes de civiles en conflictos armados en 2023, un aumento del 72% en comparación con 2022. La proporción de mujeres y niños muertos se duplicó y triplicó, respectivamente, en comparación con 2022. En 2023, cuatro de cada civiles civiles muertos en conflictos eran mujeres, y tres de cada diez eran niños. Siete de cada diez muertes registradas se produjeron en los Territorios Palestinos Ocupados e Israel, convirtiéndose en el conflicto más mortífero para los civiles en 2023.
La cifra relativa al Territorio Palestino Ocupado incluye la violencia israelí de octubre a diciembre de 2023, pero no la violencia que se intensificó durante todo el año 2024. Esas cifras llegarán más adelante este año.
Una mirada retrospectiva a las guerras occidentales posteriores al 11-S en Afganistán, Pakistán, Irak, Siria y Yemen muestra lo sombrío de la actitud general hacia los civiles en estas partes del mundo. Las muertes directas por las bombas y los disparos se han calculado en casi un millón, una subestimación enorme pero aún así una cifra inmensa. Si añadimos el exceso de muertes, incluidas las debidas al hambre y la hipotermia, se calcula que el número de víctimas se acerca a los cinco millones, también una subestimación pero al menos indicativa del impacto en estas partes del mundo.
El 29 de agosto de 2021, dos MQ-9 Reapers estadounidenses sobrevolaron sobre un Toyota Corolla blanco que había entrado en el estacionamiento de una casa plurifamiliar en el barrio obrero de Khwaja Burgha de Kabul. Los operadores de drones estadounidenses, que habían seguido el coche durante las últimas ocho horas, observaron cómo un hombre salía del coche, cómo un grupo de personas se acercaba a saludarle y cómo una persona sacaba una bolsa negra del asiento trasero del coche.
En ese momento, los Estados Unidos decidió disparar un misil hellfire contra el hombre y las personas que le rodeaban. Todos murieron. Resultó que el hombre, Zemari Ahmadi, no era miembro del grupo enemigo ISIS-K, sino un empleado de una organización no gubernamental con sede en California llamada Nutrition and Education International (NEI). Las personas que acudieron a saludarle desde el interior de la casa eran sus hijos, sus nietos y sus primos. La bolsa negra, que según los Estados Unidos podía contener explosivos, llevaba un ordenador portátil de NEI, y otra bolsa llevaba botellas de agua. La explosión secundaria que los operadores vieron en su señal de vídeo no procedía de una bomba, sino de un depósito de propano situado en la cochera.
La lista de personas asesinadas por los Estados Unidos ese día debería hacernos reflexionar por la juventud de muchos de ellos: Zemari Ahmadi (43 años), Naser Haidari (30 años), Zamir (20 años), Faisal (16 años), Farzad (diez años), Arwin (siete años), Benyamen (seis años), Malika (seis años), Ayat (dos años) y Sumaya (dos años). Se trata del último ataque estadounidense con aviones no tripulados antes de la retirada estadounidense de Afganistán. Ni un solo soldado estadounidense fue acusado del asesinato, y mucho menos declarado culpable. Ni un solo soldado israelí será acusado o declarado culpable de la muerte de las niñas y niños palestinos en Gaza. Esta es la impunidad que define el asalto a los civiles, incluidos esos pequeños bebés palestinos que mueren congelados en carpas azules, acostados junto a sus padres y madres.