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Obituario
Joseph Ponthus, el tiempo perdido de un escritor obrero
Con apenas 42 años, ha muerto Joseph Ponthus. Era el autor de Desde la línea, obra clave de la escritura working class, una novela poética sobre un trabajador eventual en los mataderos bretones en la que Upton Sinclair se encuentra con Georges Perec, Blaise Cendrars y Metz Thierry con los trajes de faena sucios de vísceras de pescado. Da asco y es un trabajo duro, pero si queréis dar de comer a vuestro gato alguien debe hacerlo. Y ese alguien era Joseph Ponthus, entre otros obreros y obreras de la industria agroalimentaria de Bretaña.
Lo recordaremos por esta novela que cosechó verdadero éxito editorial en Francia en 2019: varias reediciones, unas cuantas miles de copias vendidas y traducciones proyectadas en una decena de lenguas. Todo en pocos meses, entre 2019 y 2020. Y con algunas anécdotas llamativas, espurias, apócrifas pero bellísimas de por medio. Una como la que cuenta que Daniel Pennac se libró del enésimo admirador que lo abordaba en la calle enseñándole una copia de Desde la línea al grito de “¡pero si yo soy ya viejo, tienes que leer a Ponthus!”. Quién sabe si es verdad, pero ojalá, sería bonito.
Ponthus, como Bartleby el escribiente, dijo “preferiría que no” y, en lugar de hacer carrera en las instituciones y como buen anarquista, se fue a impartir educación a la periferia
Hubo premios y más premios, todo un acontecimiento literario que cambió la vida de Joseph Ponthus, que si hablamos de vidas ha tenido al menos tres. En la primera fue un estudiante procedente de una familia de extracción popular y sin capital cultural. Estudió, gracias a una beca, en una de esas universidades francesas de élite que a menudo conducen a un puesto en los cuadros altos de la clase dirigente. Pero Ponthus, como Bartleby el escribiente, dijo “preferiría que no” y, en lugar de hacer carrera en las instituciones y como buen anarquista, se fue a impartir educación a la periferia.
Luego, en 2015, dejó de dar clases. Había conocido al amor de su vida, Krystel, y mudado con ella a Bretaña. Sin encontrar en la ciudad de Lorient un puesto en el sector educativo, comenzó a trabajar en la industria agroalimentaria y los mataderos. Estaba casi desaparecido, me dicen algunos de sus amigos que lo conocían como activista de la gauche radicale.
Pero de pronto el nombre de Ponthus vuelve a primera plana a punto para la tercera de sus vidas. En 2019 la editorial La Table Ronde publica su novela-poema working class Desde la línea, que tiene una inesperada acogida. La primera edición le lleva a cortar con el contrato de trabajo (¿y quién querría renovar a alguien que cuenta todo lo que ocurre allí dentro?) en la fábrica. La segunda confirma un éxito de crítica y ventas que le compensa el desempleo y le permite presentar la obra en librerías de todo el hexágono francés, donde en 2019 Desde la línea era el libro que había que leer.
Fue cuando le conocí yo. Nos pusieron en la misma mesa en el festival literario Lettres du Monde de Burdeos en el mes de noviembre. Burdeos es una ciudad bellísima, con una notable huella de la alta burguesía, un pasado de sombras esclavistas, llena de teatros y grandes hoteles. El evento era en uno de ellos, un sitio al que entré en pleno síndrome del impostor con mis andares de campesino reeducado. Sabía que me esperaba un encuentro con los organizadores y con este escritor del que todos los libreros de Francia me decían que debía leer. Entro en el vestíbulo del hotel como un perro en una iglesia y veo de lejos a un tipo enorme, con una barba rubia, gafas, pipa y sombrero que me saluda con aspavientos. Luego empieza a cantar, muy alto y en italiano: “Triste, triste, troppo triste, questa sera, eterna sera”, una canción de Piero Ciampi. Y luego: “Alberto! Forza Livorno! Maremma maiala!”. Los rectos clientes del hotel quedan atónitos.
Como os podéis imaginar, fue el principio de un día y una noche de comer, beber, fumar, hablar de mosqueteros y del conde de Montecristo, de Dumas y Stevenson, de los piratas de la isla del tesoro y del abate Faria, de la amarga Bretaña y de la maremma maiala, de Charles Trenet y de Piero Ciampi, de Guy Debord y de Pietro Gori, de nuestro amigo común Serge Quadruppani (que sería quien me daría, conmocionado, la noticia de su fallecimiento) y así casi hasta el amanecer, cuando llegamos en innobles condiciones a las puertas del hotel. Nuestro apetito no era pequeño. Enfrentados a un menú regado por prestigiosos vinos de Burdeos y del que yo no entendía nada, Joseph me aconsejó comerlo y beberlo todo. “Quién sabe qué puede pasar mañana, Alberto, yo puedo volver a descuartizar animales en la fábrica y tú a limpiar retretes en Bristol, y adiós literatura y banquetes como este, ¡así que come!”, me dijo.
Su existencia ha sido breve, pero no perdió el tiempo, como en ‘Desde la línea’ le aclara sin remilgos a Monsieur Proust: “Querido Marcel, he encontrado lo que buscabas. Ven a la fábrica. Yo te enseñaré el tiempo perdido”
La literatura sigue, y quizá para siempre. Pero Joseph se ha marchado demasiado pronto del banquete de la vida, con 42 años y con un solo libro de narrativa publicado. Uno que, eso sí, es una obra maestra. Su existencia ha sido breve, pero no perdió el tiempo, como en Desde la línea le aclara sin remilgos a Monsieur Proust: “Querido Marcel, he encontrado lo que buscabas. Ven a la fábrica. Yo te enseñaré el tiempo perdido”.