Migas
El menú del día

Hacer la compra, bajar a la tienda, como quien burla un encierro y recobra su libertad. Pero, ¿cómo se viven estos días raros trabajando de ese otro lado? Desde la panadería de un hipermercado vizcaíno, aquí van unas pequeñas anécdotas, migas cotidianas, para alimentarnos y entretenernos mientras dure esta pandemia.

Trabajadora caja supermercado cuarentena
Una trabajadora atiende tras la pantalla de protección en la caja registradora de un supermercado. Mikel Urabaien Otamendi
8 abr 2020 06:00

Con la crisis del Covid-19, las trabajadoras de los supermercados han recibido un reconocimiento al que no acostumbran, aunque no alcance para un aplauso desde los balcones. Hacemos la compra, bajamos a la tienda, como quien burla un encierro y recobra su libertad. Pero, ¿cómo se viven estos días raros trabajando de ese otro lado? Esto es una parte de lo que ocurre en un hipermercado de Bizkaia, aunque podría ser cualquier otro. Aquí van unas pequeñas anécdotas, migas cotidianas, para alimentarnos y entretenernos mientras dure esta pandemia.

Los equipos de protección

Los primeros positivos por coronavirus en el supermercado llegaron durante la segunda semana de confinamiento. A partir de ahí, la empresa se tomó la protección y la seguridad mucho más en serio. Al día siguiente trajeron unas láminas de metacrilato que hacían de improvisadas pantallas de protección. “Yo no me la pongo. Se empaña enseguida. A ver si no me mata el virus y me corto un dedo con el cuchillo”, admite un compañero de la pescadería en el vestuario. Después, llegaron las mascarillas desechables, una para cada día de trabajo, las pantallas para las cajas registradoras y los guantes para toda la plantilla.

Las secciones de electrónica, textil y bazar cerraron, por no ser consideradas de primera necesidad. En el pasillo central ya no se exhiben vajillas, grandes televisores, ni las últimas prendas de la temporada primavera-verano. Ahora, el papel higiénico, la leche y el agua embotellada se han convertido en los objetos de deseo. La pandemia ha cambiado la apariencia del local, tan bien estudiada por la mercadotecnia.

Una de nuestras compañeras está bastante agobiada con la nueva situación. La primera semana cosió mascarillas en su casa para toda la sección y siempre nos está recordando que debemos mantener las distancias. “Cada vez que pienso que podría volver al hospital, me echo a temblar”, reconoce, pues tuvo que operarse hace unos meses. “No tienes que pensar en eso, mujer. Piensa en el abrazo que te voy a dar en cuanto acabe todo esto. ¡Vamos, que hasta te voy a plantar un beso en los morros!”, exclama otra compañera. Y ambas se ríen.

El menú del día

Cada persona lleva el encierro como puede. Esta mañana, un hombre, visiblemente concienciado por el peligro de contagio, pregunta a una compañera si puede rebanarle un hogaza de pan. Ella explica que mientras dure la situación de alarma, por motivos de seguridad, no cortamos el pan. Cuanto menos manipulemos los alimentos, mejor. “Antes de ayer sí que me lo partieron”, insiste el cliente, y se marcha refunfuñando debajo de su mascarilla. “Qué mala leche”, comenta mi compañera. “Además, anteayer fue domingo y estuvo cerrado”, añade, burlona.

Unas horas después, otra clienta coge su barra de pan y, antes de seguir con su compra, se dirige con un “muchas gracias por darnos de comer” a dos trabajadoras de la panadería.“Qué bonito, muchas gracias”, responde una de ellas, risueña. Y, entonces, empiezan a hablar entre ellas sobre sus preferencias en la cocina. Brócoli al vapor, refrito de acelgas y ajo, arroz con mejillones... Y juntas elaboran una lista de platos larguísima.

Cuando termino mi trabajo en el obrador, y salgo de nuevo a la tienda, descubro que aún siguen hablando de comida. “¿Tenéis hambre o qué?”, les pregunto sorprendido. “Ay, majo. Es que esto lo cambia todo. Antes, mi pareja estaba trabajando y nuestro hijo en la ikastola, así que al salir me hacía una ensalada o algo sencillo y listo. Ahora tengo que pensar la comida y la cena para todos, todos los días”, cuenta la más joven de las dos. “Yo comía con mis aitas pero ahora no puedo, no abren la puerta de casa para nada. El otro día tuve que dejarles la compra en el felpudo. Lo bueno es que estoy aprendiendo a cocinar”, añade la mayor. “Aunque no me importaría que mi ama me dejara unas croquetas en la puerta de su casa”, bromea. Me marcho a casa con un puñado de recetas para probar suerte en la cocina.

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#56005
8/4/2020 19:19

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