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Memoria histórica
‘Stolpersteine’, una piedra en el camino contra el olvido del genocidio nazi
Rainer Stach trabaja en el Centro de Documentación sobre el Nacionalsocialismo en Colonia. Visita Madrid para participar en los homenajes realizados a víctimas republicanas que huyeron a Francia y fueron posteriormente capturadas por los nazis y llevadas al campo de concentración de Mauthausen.
Rainer Stach, trabaja en el Centro de Documentación sobre el Nacionalsocialismo de Colonia (Alemania), y se ha trasladado a Madrid para asistir a la colocación de placas Stolpersteine. Este proyecto del artista alemán Gunter Demnig, cuyo nombre remite a la palabra alemana que designa una piedra en el camino que puede hacer tropezar al caminante, busca honrar a personas —en este caso españolas— que fueron deportadas y asesinadas por los nazis.
La iniciativa consta de la instalación de cubos de cemento de 10x10x10 centímetros en cuya cara superior llevan una placa de latón de idénticas medidas con los datos biográficos básicos de la persona que evoca. Adoquines que se instalan en la acera y sobresalen levemente por encima del suelo, debido a la placa metálica que, en términos simbólicos, indica un “tropiezo en el camino”.
La intención de Demnig es que, al percibir el desnivel, el caminante se incline a leer lo que la placa reseña con el propósito de no olvidar a las víctimas de la barbarie del régimen nazi.
¿En qué consiste el proyecto de las Stolpersteine?
Fue ideado por el artista alemán Gunter Demnig, lo viene desarrollando desde 1990. La placa de metal contiene la historia de la víctima y se coloca frente a la puerta de su último domicilio. Nosotros trabajamos junto a Gunter porque para ello hace falta investigar. En Colonia había unos 8.000 judíos de los cuales 6.000 pudieron exiliarse y el resto fue deportado a Auschwitz. También suele suceder que alguien compra un edificio y nos consulta, entonces nosotros investigamos la historia de la casa y de la gente que ha vivido en ella y así, a veces, se acaba colocando una placa.
Después de la guerra hubo sobre todo un silencio sobre lo que pasó. Los padres no querían contar a los hijos lo sucedido
¿Por qué viniste a asistir a la colocación de placas de personas que no eran judías, sino españolas?
Es que para nosotros no solo la gente de origen judío merece una placa de memoria, sino todas las víctimas del nazismo. También honramos a políticos, homosexuales, gente de la resistencia, etcétera. Hace dos años promovimos la colocación de una placa para un ciudadano de Colonia que se había sumado a las Brigadas Internacionales en España y murió.
Esta iniciativa se debe a la acción de Jesús Rodríguez e Isabel Martínez, activistas de la memoria histórica de Carabanchel, quienes tuvieron la idea de colocar en Madrid los adoquines para las víctimas republicanas que huyeron a Francia, fueron capturadas y hechas prisioneras por los nazis y llevadas al campo de concentración de Mauthausen. En total fueron alrededor de 6.000 personas, de las cuales 4.435 murieron allí, mientas que otras sufrieron las secuelas de los trabajos forzados que tuvieron que hacer, como el famoso caso del fotógrafo, Francisco Boix que, tras ser liberado, murió a los pocos años en París a consecuencia de los padecimientos que sufrió.
¿Cómo surgió el espacio donde trabajas?
Era la sede de la Gestapo, la policía secreta. Está en el centro, frente a los tribunales, a tres calles de la comisaría y a cuatro de la cárcel. O sea, estratégicamente, muy bien ubicado. Cuando los aliados llegaron a Colonia, la Gestapo abandonó el edificio y se trasladó al otro lado del río [Rhin], el ejército dinamitó el último puente que conectaba ambas orillas, creyendo que así estarían a salvo. Derrotados los nazis, en ese edificio funcionó la municipalidad, el registro civil y la oficina de jubilaciones; muchas veces alguien que fue preso y torturado por la Gestapo, tuvo que volver al local a hacer un trámite, por ejemplo, su jubilación.
Me sorprende mucho que, en España, después de la dictadura, un partido —Alianza Popular— tuviera un alto cargo —Manuel Fraga— que fuera ministro de Turismo y Censura durante el régimen y, a la postre, presidente de honor del partido. Eso es impensable en Alemania
Dos activistas de Colonia se dieron cuenta de que en el sótano aún estaban las celdas que durante los usos posteriores fueron utilizadas como archivo de documentación; entonces, clandestinamente, se encerraron una noche allí, retiraron las carpetas de las estanterías y sacaron fotos de las 1.800 inscripciones que los presos habían dejado en sus paredes —hoy continúan allí— y con este testimonio iniciaron un movimiento. La acción concitó el interés de la prensa, se instalaron mesas en las calles peatonales para conseguir firmas, se juntaron muchas y, en 1979, se decidió utilizarlo como centro de documentación sobre el nacionalsocialismo.
¿Qué actividades desarrolláis allí?
Un montón. En este último año tuvimos 92.000 visitantes, cifra que crece año a año. Hacemos visitas guiadas por el edificio: vale la pena bajar al sótano a ver las celdas y en el primer y segundo piso tenemos una exposición permanente de la historia de la ciudad bajo el nazismo. Empieza al terminar la I Guerra Mundial, porque el origen del nacionalsocialismo está en el nacionalismo, que se sintió humillado por haber perdido aquella contienda. También hacemos talleres con mucha información, algunos en un formato lúdico, conferencias, lanzamientos de libros, conciertos... Una amiga de Anne Frank pasa por allí con asiduidad, la cellista de Auschwitz —que vive en Inglaterra— viene a visitarnos de vez en cuando. Tenemos mucha afluencia, la gente se interesa por estas presencias, porque sabe que en poco tiempo más ya no habrá más testigos directos.
¿Hacéis actividades festivas en el centro?
No. Cuando conseguimos ampliar el espacio hicimos una fiesta de inauguración, pero nada más. Actividades festivas no, porque el tema merece cierto respeto.
¿Cuál es el alcance efectivo de la política de memoria histórica desarrollada en Alemania en torno a la eliminación de vestigios del régimen nazi y posteriores expresiones reivindicativas?
Un proceso así necesita mucho tiempo. Después de la guerra hubo sobre todo un silencio sobre lo que pasó. Los padres no querían contar a los hijos lo sucedido y en las escuelas no se decía casi nada. Yo recuerdo cuando entré en la secundaria, en 1962, tuve un profesor que empezó con la historia de Egipto, llegamos hasta la República de Weimar y ahí se terminó el año escolar; luego vino un profe recién salido de la universidad que nos proyectó las filmaciones que hicieron los aliados cuando liberaron a los prisioneros de los campos de concentración, los cadáveres y todo lo demás.
¿Quiere decir que los juicios fueron una primera pincelada y luego vino un proceso complicado?
Sí, se hicieron los juicios de Nüremberg, Auschwitz y otros más. Pero, por ejemplo, hubo una gran dificultad para instalar un nuevo poder judicial; no había suficientes jueces que no estuvieran implicados con el nazismo. Entonces, los aliados negociaron que por cada nuevo juez democrático se aceptaba un juez con pasado nazi. Esto no se aplicó en las altas esferas del poder judicial —donde se suprimió a los jueces nazis— pero sí en los juzgados de los niveles inferiores. El problema es que quienes hacen carrera judicial después de la universidad tienen que hacer prácticas bajo tutela de un juez y, dado que la mitad de los jueces que quedaron eran nazis, en cierta forma el sistema judicial cargó con esa herencia, pero ninguno de ellos se ha atrevido a reivindicar explícitamente el régimen. Con el paso de los años esto se está extinguiendo, los jueces nazis, o han muerto o se han jubilado y ya estamos en la tercera generación de jueces.
Por lo que cuentas, ¿podría deducirse que los jueces nazis prolongaron su ideología?
El nazismo lleva en su ADN el racismo, esto emerge en la interpretación de las leyes. La influencia va más por ese lado que por la propagación de la doctrina nazi. A mí me sorprendió mucho que, en España, después de la dictadura, un partido —Alianza Popular— tuviera un alto cargo —Manuel Fraga— que fuera ministro de Turismo y Censura durante el régimen y, a la postre, presidente de honor del partido. Eso es impensable en Alemania. Por ejemplo, la Democracia Cristiana, un partido de centro-derecha, nunca habría permitido a un alto cargo nazi permanecer en la organización. Quizá la diferencia esté en que, en Alemania, primero por imperativo de los aliados, hubo una ruptura con la dictadura, mientras que en España hubo una transición donde todos tuvieron que sentarse en la mesa para ponerse de acuerdo y todos tuvieron que ceder. Casi todos los países cuyos procesos más o menos conozco, como Grecia, Turquía, Argentina y Chile, en la transición a la democracia tuvieron las leyes de la impunidad, en Alemania no las hubo. Sí hubo cierta impunidad porque a algunos no los persiguieron, los dejaron en paz.
Los juicios al nazismo fueron impuestos por los aliados a partir de su derrota. ¿Cómo convivió la sociedad alemana con los vestigios del antiguo régimen?
En el comienzo los juicios fueron por imposición de los aliados. Con posterioridad empezaron a emerger las denuncias por iniciativa de activistas, que siempre son necesarios para informar a la ciudadanía y también para encargase de reunirla para hacer demandas y exigencias. Así ha sido el caso de Beate Klarsfeld, quien descubrió que en Colonia permanecía trabajando un ex jefe de la Gestapo. Primero trataron de secuestrarlo y llevarlo a Francia, donde se le juzgaría; eso fracasó, pero el episodio promovió una demanda ciudadana para que se le juzgara, voluntad que finalmente se consumó.
El nazismo lleva en su ADN el racismo, esto emerge en la interpretación de las leyes
Detrás de cada dictadura hay intereses privados que se benefician de ella. ¿Se investigaron y juzgaron en Alemania los intereses privados que sacaron partido del régimen nazi?
Hubo muchos negocios y propiedades de judíos que fueron apropiados por arios o vendidos a precios irrisorios. A veces, los apropiadores eran jerarcas o simpatizantes del nazismo, otras un simple vecino que quería tener esta casa y la compró, porque el judío que se tenía que exiliar tenía que pagar un impuesto alto para poder exiliarse; y como tenían prisa por los trámites, fueron fácilmente extorsionables para que vendieran. Sobre algunos bienes se exigió restitución o indemnización. También está el ejemplo de las grandes familias acaudaladas, por ejemplo los Krupp, con fábricas de armamento. Se les hicieron juicios que resultaron en unos pocos años de cárcel, pero se quedaron con casi todos sus bienes, que aún mantienen.
Quizá también valga la pena mencionar otros ejemplos de gente que, habiendo sido importante en el régimen nazi, consiguió escapar de la justicia por conveniencias de los aliados. Es el caso de Klaus Barbie, que había sido condenado en Francia y escapó a Bolivia, donde colaboró activamente con la dictadura del general Barrientos. O Wernher von Braun, nunca condenado: fue el científico responsable de los misiles que llegaron a Londres y posteriormente fue jefe de la NASA. Hubo otro, Reinhard Gehlen un general nazi, que se mantuvo al frente de un servicio secreto hasta su jubilación y posterior muerte. Hay que dejar claro que la justicia no se cumplió en un 100%, ni mucho menos.
A la vista del surgimiento de Pegida y de Alternativa para Alemania, ¿hasta dónde la sociedad alemana ha saldado el tema del nazismo? ¿Qué tienen de parecido, y de diferente, el ideario nazi del neonazismo actual?
Hay varias grandes diferencias. En la época nazi había una sociedad muy autoritaria, incluso antes también, porque Alemania era una monarquía. Después de la I Guerra Mundial se inicia la república de Weimar, pero eso no cambió de fondo a la sociedad. La gente estaba demasiado acostumbrada a obedecer a las autoridades; así se pudo instalar un führer, un líder como Hitler, también gracias a la propaganda y a la emergencia y enorme influencia de la radio como medio de comunicación instantáneo y masivo. Así él pudo llegar a la intimidad de cada casa y también supo aprovechar la velocidad que permitía la reciente aviación, para hacer mítines en diferentes ciudades en corto espacio de tiempo. Con esas ventajas sobre los demás candidatos, ganó las elecciones.
¿Y ahora?
Ahora es muy diferente, tenemos una sociedad heredera de los aires de libertad de los años 60, incluso todavía existe un cierto movimiento antiautoritario y tampoco la educación familiar tiene el sesgo autoritario de antaño. Otra diferencia importante es que no existe un líder, sino apenas grupúsculos de partidos de derecha que —en Colonia lo hemos visto reiteradamente— al cabo de un tiempo empiezan a pelearse entre sí y acaban disolviéndose. Existía allí un partido neonazi muy popular que se originó como movimiento que se oponía a la construcción de una mezquita en la ciudad. Se manifestaban frente al solar donde se levantaría esa construcción, pero había contramanifestaciones que eran cinco veces más grandes. Consiguieron meter unos cinco parlamentarios en el consejo de la ciudad, pero se pelearon entre ellos y se han ido de la institución. Nunca hicieron nada significativo. Lo mismo sucede con Alternativa para Alemania. Hay algunos que son muy de derechas, otros un poco más moderados, ambos sectores protagonizan fuertes peleas. Quedó comprobado que este partido se financió con donaciones ilegales, recibieron dinero de una cuenta en Suiza. No se sabe de dónde procedían, han conseguido mantener el anonimato gracias al secreto bancario.
A los Krupp se les hicieron juicios que resultaron en unos pocos años de cárcel, pero se quedaron con casi todos sus bienes, que aún mantienen
Tanto Alternativa para Alemania, como la anterior Pegida, recibieron apoyo social cuando entraron muchos migrantes al país. Y esto sucedió con mayor intensidad en la Alemania del Este, donde hay más mano de obra desocupada y más pobreza. Se sienten dejados de lado, los sueldos y jubilaciones son más bajos que en el Oeste, sin que el coste de vida sea más barato; la vivienda cuesta prácticamente lo mismo en Berlín del Este y del Oeste. En este contexto, no resulta tan difícil organizar a los que se sienten perdedores y es fácil culpabilizar a otros colectivos por la desgracia. Además, no es fácil entender los motivos de la adhesión al neonazismo porque, si analizas el programa de Alternativa para Alemania, verás que en nada favorece a los pobres que dice defender. Por ejemplo, proponen mayor severidad en las reglas para cobrar el seguro de desempleo. Además, como siempre, una cosa es el programa —que nadie lee— y otra las manifestaciones, en las que se muestran populistas y moralistas. Por ejemplo, dicen que es una vergüenza tener un monumento a la memoria histórica frente al parlamento en Berlín y que hay que acabar con la memoria histórica. Son también homófobos y racistas. En los últimos tiempos también se ha notado cierto antisemitismo, que se ha cebado sobre judíos que llevaban la quipa en la calle.
¿A qué atribuyes el ascenso de los movimientos neonazis en el norte de Europa, y a algunas expresiones similares que emergen en el sur?
Yo no les llamaría nazis, porque el nacionalsocialismo fue propio de un período específico en Alemania. En aquella época también en Francia hubo una extrema derecha que colaboró activamente entregando judíos para que los nazis se los llevaran a los campos de exterminio. Lo mismo sucedió en Holanda; y en Italia fue la dictadura de Mussolini. Me parece que son herencias del pasado y que no son suficientes los programas de memoria histórica que se están haciendo. A pesar de los grandes esfuerzos que se hacen aún hay que hacer más.
Por otra parte, los partidos que han gobernado hasta ahora han sido incapaces de resolver los problemas de la gente. En Alemania, antes de Ángela Merkel hemos tenido gobiernos socialdemócratas, que han recortado los derechos de los desempleados, como por ejemplo con la ley llamada Hartz IV, en homenaje a este asesor de Schröder, posteriormente condenado por gastar dinero público en viajes a Brasil y en prostíbulos. Y aunque en comparación con otros países mantenemos un nivel de bienestar razonable, alguna gente tiene la sensación de que su calidad de vida está disminuyendo y empieza a pensar que todo va a empeorar. Están desilusionados de los partidos que han gobernado hasta ahora; muy pocos de ellos se orientan hacia la izquierda, la mayoría se sienten atraídos por el populismo de derechas.