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Memoria histórica
Caminar sobre las huellas de la historia: la Ruta al Exilio que conciencia a 40 jóvenes de toda España
Dani Jara tiene 17 años y muchísimas ganas de poder reconstruir la historia de su familia que, como tantas otras, tuvo que huir de una España muerta de hambre y paralizada por el miedo y la persecución de la posguerra. Él es uno de los 40 jóvenes de 16 y 17 años que del 15 al 30 de julio están recorriendo Catalunya, Navarra y el sur de Francia en la llamada “Ruta al exilio: Cicatrices del Paisaje”.
En esta tercera edición del peculiar campamento, seguramente la última si la derecha llega al Gobierno el próximo 23 de julio, la chavalada aprenderá que la ciudadanía más humilde no solo huía de la guerra y su destrucción, sino del franquismo; cómo se deshumanizaron a los exiliados en los campos de concentración; y las instituciones que mantuvieron en su diáspora. También hablarán del exilio interior, el estraperlo y el maquis, todo ello con perspectiva de género.
“Mi bisabuelo tuvo que exiliarse en la posguerra porque en España se pasaba mucha hambre. Llegó a Nueva York, trabajó allí y, cuando tuvo los ahorros suficientes, regresó”, recuerda Dani Jara, participante en la Ruta del Exilio 2023
Jara ha terminado segundo de bachillerato este año, así que el próximo septiembre comenzará sus estudios para, dentro de unos años, convertirse en maestro de infantil y primaria. El futuro, de alguna manera, estará en sus manos, y lo moldeará después de haber vivido una experiencia como la de la Ruta al Exilio. “Mi bisabuelo tuvo que exiliarse en la posguerra porque en España se pasaba mucha hambre. Llegó a Nueva York, trabajó allí y, cuando tuvo los ahorros suficientes, regresó. Yo quiero reconstruir su vida después de que Historia fuera una de las asignaturas que más me gustó en Bachillerato”, relata este joven de Los Garres, un pueblito cercano a Murcia capital.
Reconstruir su vida personal no significa otra cosa que construir nuestra memoria común, la de España, la de los españoles que un día migraron en el siglo XX, como miles de personas lo continúan haciendo en la actualidad por los mismos motivos: guerra, hambre, miseria y persecución. José Sánchez Romero, así se llamaba el hombre que ha encontrado en Jara, su bisnieto, una manera de volver a la vida.
Por el momento, el joven está muy feliz. En el campamento se ha encontrado con gente de diversas partes del Estado a la que, como a él, le interesa el pasado para poder cambiar el presente y mejorar el futuro. “Esta mañana hemos ido a visitar el Fuerte de San Cristóbal en Pamplona y ahora hemos hecho una mini ruta de media hora. Aquí estamos, en la casa cultural, esperando a que llegue la tarde para hacer otra ruta”, dice contento.
El pasado oculto que nadie les enseñó
Junto a él está Anna Pastor, la coordinadora pedagógica de este proyecto totalmente público en el que los ruteros no tienen que realizar ningún desembolso económico, organizado por el Instituto de la Juventud con el apoyo del Instituto Navarro de la memoria y el European Observatory on Memories de la Unión Europea. Esta historiadora es la encargada de dotar de contenido didáctico cada una de las paradas que realizarán en estos 15 días de ruta. Juega un papel clave, pues su responsabilidad está íntimamente ligada con crear una reflexión conjunta sobre lo que significan el exilio, las fronteras y la identidad.
Para ello se vale de distintos materiales, como fotografías y testimonios de exiliados, pero no siempre son los elementos más importantes a tener en cuenta. “Muchas veces basta con tocar la tecla indicada y preguntar a las ruteras qué significa el hogar para ellas, y de ahí continuar con la reflexión”, dice esta especialista en memoria histórica.
De esta forma, Pastor intenta que los jóvenes lleguen a comprender que la violencia ejercida contra las exiliadas y refugiados no fue indiscriminada sobre el conjunto total de la población, sino que se cebó con personas con ideas políticas muy concretas que en su momento lucharon por la emancipación o unas ideas revolucionarias, parafraseando los términos de la experta.
Durante la ruta, los 40 jóvenes hablarán de las Brigadas Internacionales y los miles de voluntarios y voluntarias que se alistaron para luchar por la causa antifascista hace ya casi un siglo
“También hablamos de la perspectiva internacional de la Guerra Civil. Es un consenso entre los historiadores que la contienda se decanta hacia los sublevados gracias al apoyo de las potencias fascistas, por un lado, y porque las democracias europeas no apoyan a la República, por el otro”, añade la misma Pastor. Pero no se queda ahí la cosa. Durante la ruta, los 40 jóvenes hablarán de las Brigadas Internacionales y los miles de voluntarios y voluntarias que se alistaron para luchar por la causa antifascista hace ya casi un siglo. Así llegan a uno de los grandes motores que mueven el mundo: la solidaridad.
Empoderamiento tras la derrota
La experiencia que vivirán a lo largo de dos semanas, asimismo, incluye conocer qué ocurría en los campos de concentración franceses en los que internaron a los exiliados republicanos. “Aquí los datos siempre son insuficientes. Nunca una cifra podrá hacer ver la crueldad que en ellos se vivieron. Este año he elegido acercarme a esta realidad desde el punto de vista psicológico, cómo los efectos del trauma producido llegaron a verse en patologías posteriores en las personas que estuvieron en condiciones de reclusión extrema”, desarrolla la historiadora. Sabrán, de esta forma, qué es el síndrome del superviviente: aquellos que no se sienten merecedores de haber sobrevivido a tanta crueldad presenciada a su alrededor.
“No podemos etiquetarles solo como víctimas, tenemos que hacer ver que su voluntad de cambio continuó después de la guerra con diferentes organizaciones políticas, algunas que venían de antes de la contienda y otras de nueva creación”, explica Anna Pastor, coordinadora pedagógica del proyecto
Pastor intentará que los ruteros terminen con una imagen lo más completa de lo que significó el exilio español. Para lograrlo, sus explicaciones superarán el abatimiento y la tristeza del acontecimiento para llegar a la organización política más allá de las fronteras españolas, la parte más activa de unas víctimas recompuestas: “No podemos etiquetarles solo como víctimas, tenemos que hacer ver que su voluntad de cambio continuó después de la guerra con diferentes organizaciones políticas, algunas que venían de antes de la contienda y otras de nueva creación”, añade la responsable didáctica del campamento. Derrotados en términos bélicos, sí; supervivientes en términos vitales e ideológicos, también.
Por otra parte, la perspectiva de género está presente de forma totalmente transversal. Desde explicar la diferencia de trato que sufrieron las mujeres respecto a sus compañeros varones en los campos hasta exponer casos concretos de protagonistas femeninas que nunca han tenido su espacio en la historia.
Así es como Pastor intenta romper el paradigma asentado también, cómo no, en la institución académica de la Historia. “Yo puedo hablar del exilio a través de Amparo Poch o Mercedes Comaposada o Concha Liaño, y serán personas que seguramente no aparezcan en los libros con los que han estudiado las ruteras”, determina Pastor. La reconstrucción emocional del exilio, el llamado exilio interior, el maquis y el estraperlo son algunos de los otros aspectos que tratan en la ruta.
“Aquí viene gente que no tiene una vocación clara por estudiar la Guerra Civil pero sí con una sensibilidad hacia este tema. Dentro de la amalgama de ruteras que te encuentras, todas ellas crean un colectivo emocional que se reconoce entre sí y se cuida mutuamente”, se explaya Pastor.
Una experiencia que puede llegar a su fin
Irene Pinto y Elisa González son dos de las monitoras en este peculiar campamento. “Nosotras hemos acabado el instituto hace algunos años pero sí hemos visto cómo esta parte de la historia faltaba en las aulas, así que la Ruta no deja de ser una forma de suplirlo de manera divertida y cohesionando el territorio estatal, porque aquí vienen jóvenes de todo el país”, dice la primera.
Ellas, como monitoras, también aprenden mucho en estos días, quizá de la forma más insospechada. “Nuestro taller favorito es uno que hacemos con la coordinadora arqueóloga. Cada rutera traemos un objeto de casa, algo con cierta historia familiar, y la arqueóloga lo liga con el sentido histórico y con los objetos que se encuentran en las fosas cuando se realiza una exhumación”, dice Pinto.
“Nos gusta más cuando se abren y nos cuentan los motivos por los que les interesa la historia u otras cosas personales como que apenas tienen la oportunidad de viajar con sus familias”, reconoce la monitora Elisa González
Estas dos monitoras también están presentes en el proceso de selección: “Les pedimos una carta de motivación que puede ser redactada o grabada en la que expliquen por qué quieren venir. Nos gusta más cuando se abren y nos cuentan los motivos por los que les interesa la historia u otras cosas personales como que apenas tienen la oportunidad de viajar con sus familias”, agrega González. A todo ello se suma la presentación de un pequeño proyecto creativo, como el de Dani Jara, que quiere reconstruir la historia de su bisabuelo exiliado.
“Otros datos que tenemos en cuenta a la hora de seleccionar a los jóvenes es si viven en una ciudad o un pueblo o si van a un instituto público, concertado o privado. No buscamos tampoco a gente que sepa mucho del tema, aquí venimos a aprender y divertirnos”, añade Pinto, farmacéutica de profesión. González, que trabaja en un refugio de montaña en Islandia, enfatiza en que también intentan que haya personas racializadas, paridad de género y LGTBI.
“Aquí se crea un espacio seguro para muchas ruteras que quizá vienen de entornos más violentos y no se pueden expresar tal y como son, ya sea por su ideología u orientación sexual, por ejemplo”, subraya la propia González. Pinto, por su parte, incide en la importancia de que muchos jóvenes que acceden a la Ruta al Exilio acaban politizándose y con ganas de militar en los colectivos sociales de su ciudad.
Respecto al futuro de la iniciativa, todo se podría ir al traste si la derecha llega a gobernar a partir de los resultados electorales del próximo 23 de julio. “Esto surge de lo público y es un campamento becado. Los chavales no pagan nada y eso implica mucho dinero. Quizá lo abran a inversores privados y fundaciones, aunque a lo mejor eso desvirtúe su finalidad. Otra opción es que continúe financiado por Navarra y Catalunya, las regiones que tienen más presupuesto para memoria histórica, pero ahí habría que ver si mantienen la representación de chavales y chavalas de todo el Estado, como hasta ahora”, finaliza González.