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Memoria histórica
Manuel Ruiz, el hombre del camino eterno hacia la justicia
Algunas veces, Manuel me llamaba sin venir a cuento. “Guille, ¿cómo estás? Me he acordado de ti y quería saber qué tal te iba”, me decía. A mí esa llamada me solía pillar trabajando, pero no era ninguna molestia. No hablábamos de nada en concreto, sino de la vida en general. Quizá mis desamores, sus últimas averiguaciones sobre el caso de su vida o las novedades más recientes de ese maldito cáncer que hoy, 21 de diciembre, hace un mes que nos lo arrebató.
Manuel no solo era Manuel. Manuel era Manuel Ruiz, ese apellido infinito que nos unió, compartido con su hermano Arturo. Ese fue el inicio de todo: Arturo Ruiz fue asesinado por un ultraderechista en una manifestación en 1977. El fascista se llama, porque todavía vive, José Ignacio Fernández Guaza. Lleva residiendo en Argentina desde hace 46 años gracias a la complicidad del Estado español en aquel momento, y a la dejadez y permisividad del Estado español actual. Manuel, entonces, llegó a mi vida como a la de tantos otros: buscando justicia.
Bien sabía él que a mí lo de impartir justicia es algo que me queda bastante lejos, pero pronto me hizo ver que en ese camino que nunca dejó de andar todos podíamos empujar un poco. En mi caso, desde la prensa, con las palabras. Ya fuera en el Parlamento Europeo, que visitamos juntos, o en aquel congreso de Mollina, un pueblo malagueño desconocido para mí hasta entonces y que concitó la flor y nata del movimiento memorialista español en torno a La Desbandá, él siempre tenía un abrazo para los demás. Un abrazo cálido, una sonrisa sincera, una mano curtida de la que aprender. Daba gusto andar a su lado.
Su afán de búsqueda de justicia por el asesinato de su hermano hace más de cinco décadas le llevó a visitar lugares todavía desconocidos para él
De hecho, a pesar de que llegó algo tarde al movimiento memorialista, Manuel rebosaba de ideas: colectivo en el que estaba, colectivo que quería mejorar. Hasta fue uno de los fundadores de una agrupación inédita hasta la fecha: el Colectivo de Olvidados de la Transición. Su afán de búsqueda de justicia por el asesinato de su hermano hace más de cinco décadas le llevó a visitar lugares todavía desconocidos para él. En ese camino también conoció multitud de personas que pronto supieron ver la bondad que se escondía en ese cuerpo que durante muchos años había trabajado para la industria del gas.
Me gusta repetir la idea del camino, porque creo que eso es la vida, y eso es lo que ahora nos queda, seguir andando. Manuel, para mí, dejó de ser una fuente periodística para convertirse en ese amigo de otra generación que, si no tiene el comentario ajustado a la situación, se esfuerza por encontrarlo. Y me niego a escribir lo anterior en pasado, porque sigo hablando con él. En poco tiempo supe que tenía que aprovechar mientras pudiera, y lo hice. Los dos lo sabemos bien.
La noticia de su fallecimiento, causado por las complicaciones de un cáncer que le acompañó los últimos meses de vida, me pilló muy de improviso. Ya había pasado un día cuando me enteré. En ese momento, pensé en varias cosas, a saber: 1) Fernández Guaza sigue vivito y coleando en Argentina, desde donde da entrevistas en las que asegura que la Guardia Civil le pagaba para matar etarras en Francia. Y aquí no pasa nada. 2) La última vez que nos vimos, en su casa, donde nos despedimos con un abrazo que ahora resistiría cualquier envite ante la mirada de la encantadora Olga, su compañera y escudera. Y 3) La conversación de What’s App que manteníamos.
Escarbé en la aplicación de mensajería como si fuera un cementerio semántico en el que redescubrir a Manuel. Vi su atención y su delicadeza. Es simple: sabía hablar de amor porque sabía amar. Y sabía que amantes son los que se aman. A través de la ternura conseguí recomponer su figura. Pude imaginarme sus mensajes leídos con su voz. Saboreé ese momento, porque sé que es algo que no podré hacer durante mucho tiempo. Ese cariño que respiraba cuando estaba con él me impulsó para lanzarle tres claveles rojos antes de que cerraran la tumba del cementerio de Fuencarral en donde habitan parte de las cenizas de su cuerpo. Las demás están en Granada, en su tierra natal.
Imagino que el fuego se asombraría de lo duro que podía llegar a ser un cuerpo como el suyo, porque era fuerte, y valiente, y honesto. Esas llamas nos calentaron para siempre.
Seguirán nuestros caminos sin Manuel al lado, pero aquí nadie va a dejar de andar. Seguirán nuestros caminos con Manuel dentro, porque ahora nuestras pisadas también le pertenecen
Decía antes que me gusta hablar de la vida como un camino, quizá del que salen muchos otros, en el que entran y desaparecen personas, donde algunos pasos no los das solo pero, otras veces, te aventuras en arriesgadas vivencias sin nadie cerca. Todo eso, por suerte, seguirá. Seguirán nuestros caminos sin Manuel al lado, pero aquí nadie va a dejar de andar. Seguirán nuestros caminos con Manuel dentro, porque ahora nuestras pisadas también le pertenecen.
Creo que jamás le llegué a decir que le quería. Ni tampoco tengo ninguna foto en la que aparezcamos juntos. Eso me apena, y siento llegar tarde. Decid lo que les queréis a las personas que queréis, haceos fotos para el recuerdo. Nada de eso es importante hasta que no lo puedes tener. A partir de ahora, cada vez que dude en expresar mi amor a una persona y me decante por decírselo sabré que lo hago por haberlo aprendido de Manuel. Qué mejor recuerdo, qué mejor aprendizaje, que ese. Te quiero, Manuel.