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Estados Unidos
Estados Unidos: Un agujero negro cultural
Tal vez es una sensación mía o una perspectiva personal, puede que esté equivocado, pero estoy preocupado por el proceso de americanización que tanto yo como mis seres queridos estamos sufriendo. Dondequiera que mires ahí está, Estados Unidos, monopolizando el paisaje.
Nací a mediados de los 90 y crecí a finales de la década de los 2000 en Madrid. Por entonces, la sombra de la maquinaria cultural estadounidense ya se sentía fuertemente a través de anuncios de televisión, el deporte y la música, pero era algo ciertamente soportable. La influencia que ejercía sobre nuestras vidas no era invasiva, se podía seguir viviendo sin tener que someterse a las colosales fuerzas del agujero negro cultural que representaba la cultura yanqui.
Tanto las grandes ciudades como los pequeños pueblos repartidos por la geografía española han sido sembrados de locales de hamburguesas y bares de cereales y los restaurantes locales sirven aros de cebolla y palitos de queso
Desde la década de 1990, McDonald 's ha constituido una institución básica de la infancia en España. Un Big Mac era el tipo de comida que se compraba en ocasiones especiales; sin que lo supiéramos, los tentáculos de Estados Unidos ya habían llegado a los espacios más sagrados de nuestra intimidad. Hoy en día, tanto las grandes ciudades como los pequeños pueblos repartidos por la geografía española han sido sembrados de locales de hamburguesas y bares de cereales y los restaurantes locales sirven aros de cebolla y palitos de queso como sustituto de la clásica tapa española. La franquicia Five Guys acaba de abrir un montón de restaurantes en todo el país y algunos chefs españoles de supuesto renombre están ideando recetas exclusivas para McDonald 's en sus pretenciosos laboratorios culinarios —como si la ciencia de los McNuggets fuese compleja. Estados Unidos ha desplegado su arsenal culinario en nuestras calles como antes se desplegaban los marines en territorio hostil y sus mantecosos dedos ramifican la estructura que soporta el imaginario que todos compartimos: El otro día, en un picnic, me ofrecieron una empanadilla de cheeseburger.
Desayunar está anticuado, asumámoslo, ahora preferimos hacer un brunch. En mi vecindario, la tienda de chuches más cercana es una tienda de ladrillo rojo llamada “Taste of America” [sabor de América] donde se venden productos importados de Estados Unidos. Las áreas urbanas y suburbanas cada vez se parecen más a un barrio, o mejor dicho a un suburbio, de cualquier ciudad estadounidense.
La cultura tampoco se salva, las canciones más populares de las listas usan bases de trap y hip-hop, no os penséis que los ritmos de “El Madrileño” y “La Rosalía” son oriundos del barrio de Usera. Netflix, HBO y Disney Plus forman parte de todo hogar respetables en España y, en el pasado, muchos de nuestros políticos se dedicaban a hacer apariciones estelares en televisión y radio para discutir el último drama de Juego de Tronos.
En el trabajo ya no vamos a reuniones sino que asistimos a meetings y a briefings, el concepto de aperitivo ha sido reemplazado por la imprecisa palabra snack y, para comunicarse entre sí, muchos de mis amigos han recurrido a la repelente expresión bro. Os juro que a veces pienso que vivo en Oakland, bros…
Y luego, están las redes sociales.
Al principio, no entendía por qué algunas políticas —como la senadora Elizabeth Warren— estaban presionando para acabar con el monopolio de empresas como Facebook. En lo que a nosotros respecta las redes no habían sido utilizadas para subvertir un resultado electoral pero mi visión respecto a esto cambió después de presenciar el peligroso potencial de estas plataformas. El asalto al Capitolio de Estados Unidos por parte de una turba enfurecida fue una llamada de atención para el mundo, sin embargo, para muchos en España, no fue el grupo de trumpistas lo que nos abrió los ojos.
En ese mismo momento España estaba sufriendo la peor tormenta de nieve en décadas. La inacción del gobierno dejó a miles de ciudadanos aislados y, como resultado, muchos españoles usaron las redes sociales para denunciar las fallas en el plan de contingencia del gobierno, pero lo que nadie podría haber predicho fue el nuevo clamor virtual que surgió, en el que un grupo de usuarios argumentaban que la nevada era parte de una conspiración en la que el manto blanco no era nieve, sino plástico.
Sin embargo, repasando mi memoria me he dado cuenta de que este no es el primer episodio grave provocado por el uso de internet que hemos tenido que soportar. Durante el transcurso de la pandemia, tuvimos que lidiar con todo tipo de teorías de conspiración, polarización política (VOX comprometiéndose a hacer que España vuelva a ser grande otra vez defendiendo políticas racistas y autoritarias) y el florecimiento del movimiento anti-vacunas. Lo cierto es que muchas de estas ideas, y parte de esta retórica, surgieron en Estados Unidos antes de ser exportadas al extranjero.
Hoy, si vas a pasear por el Parque del Retiro, lo más probable es que veas a un grupo de adolescentes saltando y haciendo muecas ante las pantallas de sus teléfonos con sus sudaderas de la Universidad de Connecticut
Las redes sociales nos han ayudado a encontrar a usuarios con ideas afines y muchos de los movimientos culturales y sociales de nuestro tiempo fueron propulsados por plataformas como Twitter pero a cambio les hemos prestado nuestros datos y regalado nuestra atención. Hoy, si vas a pasear por el Parque del Retiro, lo más probable es que veas a un grupo de adolescentes saltando y haciendo muecas ante las pantallas de sus teléfonos con sus sudaderas de la Universidad de Connecticut. El viernes pasado un par de chicas decidieron que grabar un TikTok en medio de la carretera era una idea magnífica, casi las atropello.
Mi problema con la forma en que Estados Unidos impone su yugo cultural al resto del mundo es la discreción con la que se nos coloca. Sin saberlo nos hemos visto obligados a familiarizarnos con ese país hasta el punto de que mi madre, nacida y criada en Madrid, puede diferenciar entre tortitas y gofres, es capaz de tararear cualquier letra de Bob Dylan de memoria y está deseando ver la nueva película de Frances McDormand por que le gustó mucho Tres Anuncios a las Afueras, la anterior película de dicha actriz. Lo sabemos todo sobre ellos, pero ellos no parecen mostrar mucho interés en nosotros, es una relación profundamente disfuncional.
La conversación global en torno a temas de raza y justicia social contemporánea ha sido cincelada bajo estándares estadounidenses —especialmente después del Movimiento Black Lives Matter—, y las innovaciones tecnológicas y científicas ideadas en el país son apreciadas globalmente. ¿Quién no quiere recibir alguna de las nuevas vacunas? Entre las ideas o productos culturales que vienen del Estados Unidos hay muchas cosas que disfrutamos, por supuesto, pero eso no debería disuadirnos de criticar su omnipresencia. Al final, se supone que el pensamiento crítico es la esencia del americanismo tal y como nos lo presentan.
Nos guste o no, nuestras vidas se han ensamblado de acuerdo a los ideales occidentales que encarna la América moderna. Estas creencias constituyen un gran marco sobre el que hemos erigido, en parte, nuestras democracias tras la Segunda Guerra Mundial pero tenemos que marcar un límite y eso pasa por negarnos a renunciar a nuestra cultura y a nuestras tradiciones. La influencia que Estados Unidos ejerce sobre el resto del mundo supone una amenaza existencial para civilizaciones milenarias —empobreciendo idiomas y, paradójicamente, homogeneizando el paisaje global. El compromiso de Estados Unidos de proteger la diversidad y preservar las diferencias culturales y étnicas está en desacuerdo con sus tácticas hegemónicas. Es hora de fomentar un mundo caleidoscópico, no un mundo de barras y estrellas.
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sí, lamentablemente cierto. Pero, ¿Cual es la alternativa?
Los medios ingleses (New York Times o Guardian) siguen siendo el referente. Y los numerosos pueblos pequeños de Europa se ven a sí mismos como el pináculo de la superioridad de la civilización. Especialmente en música. Cada pequeña cultura ve a la otra nación (vecina) como inferior y uno nunca se siente europeo. ¿Intereses comunes? ¡Disparates! Brexit! ¿Cómo se supone que todos debemos enfrentarnos como naciones pequeñas contra China y los EE. UU.?
Em passa lo mateix amb la cultura castellana. També està substituint la meua.
Des del País Valencià.
Salut
Las redes sociales nos han ayudado a encontrar a usuarios con ideas afines y a que el big data nos muestre solo sus opiniones o las radicalmente opuestas