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Francia
Cuando el espectáculo oculta los hechos
El individuo promedio lee las noticias en su teléfono móvil. Ve lo titulares sobre el profesor decapitado en Francia. En su cabeza, el autor del crimen ya tiene una imagen que lo aleja de él mismo: la de un terrorista islámico.
Un hombre es decapitado en medio de la calle con un cuchillo de cocina. Sucede en Europa, Francia. El engranaje del espectáculo se activa con la reproducción infinita de esta frase a modo de titular. Se añade que este hombre es profesor. Sus enseñanzas no están exentas de polémica. En sus clases hablaba sobre la libertad de expresión. Todos los detonantes se activan casi con simultaneidad. En los titulares: “Un profesor es decapitado en Francia por mostrar caricaturas de Mahoma en una clase sobre la libertad de expresión”.
La reproducción y difusión de la noticia es rápida. El individuo promedio se toma un café hundido en sus propias circunstancias. A través del móvil, lee el titular. El presidente francés dice con voz solemne que ninguno más pasará. Una sensación de profunda inquietud se instala en el centro del pecho del individuo. Es capaz de afectarse por algo relatado muy lejos de donde está. Lo que hay de simbólico en una decapitación se instala en su pensar. Sin embargo, difícilmente puede procesarse lo que ha sucedido mientras uno se toma un café. Lo único que puede procesar el individuo es lo que el espectáculo muestra como lo más real. Esto es, el conjunto de imágenes.
Lo que ha sucedido debe convertirse en algo real y completo, debe poder aparecer ante nuestros ojos. La imagen del profesor decapitado comienza a posarse sobre la opinión pública
Lo que ha sucedido debe convertirse en algo real y completo, debe poder aparecer ante nuestros ojos. Si no, no podemos organizarlo como un suceso, ni comprobarlo como algo real. La imagen del profesor decapitado comienza a posarse sobre la opinión pública, pero ahora conectada a muchas otras razones y motivos. El objetivo de este comportamiento es identificar la incertidumbre. Rápidamente se explicita en las noticias que el culpable del crimen puede tener antecedentes por radicalización islámica. También se rememoran imágenes de otros crímenes cometidos por esa gran caricatura creada por el espectáculo que se denomina “Terrorismo islámico”.
El individuo, que se sigue tomando su café leyendo la noticia, siente una profunda calma. Ya, por fin, todo está expuesto. Es un crimen de un terrorista movido por la ceguera de su inepta y cruel religión. Ese hombre se ha vuelto loco a causa del islam, y es conocido lo que pasa en Francia respecto a esos crímenes. Es algo que ha sucedido otras veces. El espectáculo ha vuelto a conseguir que el suceso se convierta en algo completo y real, en algo que se nos aparece envuelto y cubierto de razones.
Deja de importar cada vez más lo que ha sucedido. Para el individuo concreto la respuesta es que el islam vuelve a actuar, a través de la sangre y de la violencia. En su cabeza, el autor del crimen ya tiene una imagen que lo aleja de él mismo: la de un terrorista islámico. Una vez tiene toda la información suficiente, el individuo despeja su inquietud y comienza a exteriorizar su posición respecto al suceso. O más bien, respecto a las razones que se asocian en el espectáculo con lo que ha sucedido.
Ya ha encontrado un fundamento para este terrible crimen, y es que el islam no garantiza ni sustenta la libertad de expresión. El individuo puede creer, mientras se acaba su café, que ha llegado por si solo a la raíz de la cuestión. Es un libre pensador. Sin embargo, bajo los titulares, lo que ha sucedido sigue permaneciendo sin ninguna explicación pertinente, más allá de que es musulmán, y por lo tanto, es otro.
El individuo promedio puede también reaccionar contra el espectáculo y su sendero imaginativo. Esta reacción se convierte en una acusación de racismo contra la opinión pública. Claro, ahora aprovecharán lo que ha pasado para demonizar y culpar a todos los creyentes. El islam no tiene la culpa, lo tiene la persona concreta, que ha perdido el juicio. Es un caso aislado. Su opinión finaliza aquí, en que es una locura. La reacción contra el espectáculo, que ya ha comenzado su sendero de estigmatización a todo un conjunto de población, se reduce a un enfado minimizado, que esconde dentro la resignación ante la narración pública de lo que ha sucedido.
Muchas preguntas surgen en el ámbito de la opinión, pero ninguna fuera de la misma narrativa. Todas tienen como objeto de discusión a la población creyente, al otro. Sin embargo ¿dónde queda, dentro de la estéril discusión sobre el islam, lo que ha sucedido?
Tampoco quiere adentrarse en ello, ni explicarlo. Una decapitación en medio de la calle es demasiado difícil de procesar. La imagen continúa su recorrido analógico, en reacción a la misma o en afirmación con ella. Lo que ha sucedido importa cada vez menos. Lo verdaderamente importante son las imágenes que aparecen. Solo de ellas podemos hablar. Se instala un debate virtualizado en el que son el islam y los musulmanes los objetos de discusión. Muchas preguntas surgen en el ámbito de la opinión, pero ninguna fuera de su narrativa. Todas tienen como objeto de discusión a la población creyente, al otro. Sin embargo ¿Era este el objeto de discusión desde el principio? ¿Dónde queda, dentro de la estéril discusión sobre el islam, lo que ha sucedido?
El dominio de la imagen continúa su recorrido a través de la opinión pública, a través de los titulares de los medios y de los comentarios en las tertulias. Al final, el hecho de que un hombre haya sido decapitado con un cuchillo de cocina pasa a un plano irrelevante cuando, de hecho, es una de las formas más espectaculares y vistosas de matar. La razón de elección de esta forma, en contraposición a otras mucho menos simbólicas escapa de nuestro imaginario. A esto no podemos dar una respuesta, pues sería tan real que caería en el olvido.
Tampoco podemos dar respuesta a que el culpable tuviera solo dieciocho años y fuera originario de Moscú. Esto solo produce incertidumbre, una incertidumbre tan real que se convierte en irrelevante. Al romper con la narrativa del espectáculo, nos encontraríamos con lo sucedido sin un análisis ya creado, sin unas imágenes que nos aporten la tranquilidad de la opinión deshonesta. El verdadero terreno de la opinión no puede crearse si el objeto de discusión es en sí ya una construcción espectacular.
Así, mientras buscamos confusos un terreno crítico donde estudiar lo sucedido, el espectáculo europeo genera una estéril discusión que se desvía hacia la marginación de la población musulmana a grandes pasos.