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Memoria histórica
El alcalde de Oviedo impide que “Clarín” sea hijo adoptivo de la ciudad
Como sigue siendo insuficientemente sabido, por la incultura patria en materia de memoria democrática e historia contemporánea, al autor de La Regenta, una de las más importantes novelas de la literatura española, le mataron a su hijo los golpistas de 1936 por el mero hecho de serlo, muchos años después de que Leopoldo Alas “Clarín” escribiera su extraordinaria obra, que tanto irritó a la burguesía local y al clero, especialmente. Esa inquina quedó patente cuando los sublevados dinamitaron el busto del escritor en 1936, sin que fuera repuesto hasta 1968 en el Campo de San Francisco, y se prolongó por decenios, ya que también tuvieron que pasar muchos años para que La Regenta se publicase por primera vez durante la dictadura franquista.
Mi estimado colega Ricardo Labra, en un estupendo ensayo publicado hace unos meses (El caso Alas “Clarín”), recuerda que la recepción de la novela en Oviedo fue nefasta y terrible, contribuyendo a ello “la conducta teocrática del obispo Martínez Vigil, el precoz olvido en que cayó la obra de Clarín, el ignominioso fusilamiento del rector Alas, la vil e iconoclasta vejación a la memoria del autor de La Regenta, la lamentable historia de su busto y de su monumento, la larga noche del franquismo con su explícita o subrepticia censura, a la que con honradez, clarividencia y pertinacia procuraron oponerse y resistir algunas fuerzas intelectuales de casa y de fuera”.
No consta todavía hoy que el rector de la Universidad de Oviedo Leopoldo García-Alas García-Argüelles (1883-1937) fuera fusilado por las tropas franquistas en la lápida que lo recuerda a modo de homenaje póstumo en el edificio histórico de esa institución académica, a pesar de que la inscripción que oculta tal circunstancia data de los primeros tiempos del vigente régimen democrático, cuando la memoria democrática era olvido en este país. Esto ya es un indicio de que en la ciudad asturiana andan muy flojos de esa memoria quienes la administran y de que las figuras de padre e hijo les siguen escociendo a los estamentos reaccionarios, al que pertenece el actual alcalde. No olvidemos la resistencia ofrecida por su equipo de gobierno con relación a la eliminación del callejero franquista.
Ha sido el voto de calidad de la primera autoridad municipal el que ha impedido que una moción de urgencia presentada no por ninguna formación política progresista sino por la concejala de Vox -aunque esto pueda extrañar- para que uno de los escritores más notables de nuestra literatura haya sido nombrado Hijo Adoptivo de Oviedo. Fueron insuficientes los votos del Partido Socialista, Somos Oviedo, la concejala de Vox y Ciudadanos (13) para que se impusiera a los otros 13 concejales del Partido Popular. Alfredo Canteli se decantó por hacer lo propio que su partido y reproducir en un periodo democrático el resentimiento o animadversión hacia Leopoldo Alas “Clarín” y una de las más sobresalientes novelas escritas en español.
La escultura de Ana Azores permanecerá en la plaza de la catedral de Oviedo, siendo motivo de las miles de fotografías que se hacen ante ella los turistas, pero quien creó ese extraordinario personaje literario no podrá gozar del honor que más merecería por haber puesto a la vieja Vetusta en el mundo. Lo ha impedido el alcalde de la ciudad un mes antes de que se presente por segunda vez a las elecciones municipales, como si tal decisión fuera motivo de orgullo entre sus fieles, como lo fue el fusilamiento el 20 de febrero de 1937 del hijo del escritor, otra de las personalidades más notables de la cultura en Asturias.
No puedo evitar, a modo de reparación por la indignación que me ha causado esta noticia y el desprecio que esto supone por parte del Partido Popular y el alcalde Canteli a la figura “Clarín” y a la cultura en general, la tentación de transcribir la primera página de La Regenta que leí por primera vez vestido de soldado en el monte Hacho de Ceuta, en una edición de tipografía muy menuda de Alianza Editorial, y que me encandilaba repetir en voz alta mientras paseaba por las baterías de costa de aquel cuartel militar en el que estudié tanta literatura para evadirme del tedio:
"La heroica ciudad dormía la siesta. El viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo, se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegados a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo. Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en el lejano siglo, hacia la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica”.