América Latina
La diferencia brasileña

Carta abierta al filósofo Toni Negri.

Lula y Dilma Roussef
Los dos líderes del PT, Lula da Silva y Dilma Roussef Wikimedia Commons
UniNômade Brasil
31 oct 2017 16:42

Tenemos y mantenemos una invaluable estima por la persona, el militante y el filósofo Antonio Negri. Pero nuestra estima no significa —y nunca significó— ninguna fidelidad y aún menos alguna forma de fe. Muy al contrario: se queda viva en la diversidad de evaluaciones y en el disenso que aparecieron a lo largo del tiempo y, sobre todo, con lo que sucedió después de la restauración —en parte obra del petismo y del "voto crítico"— del levantamiento de junio de 2013.

No hay ninguna duda de nuestra parte en cuanto al profundo y duradero legado que los conceptos inventados por Negri imprimen sobre nuestras prácticas de lucha, éxodo y resistencia. En el militante, reconocemos la figura de alguien que atravesó la derrota del movimiento autónomo de finales de la década de 1970 con la dignidad de quien siempre buscó, usando sus palabras, "reconocer la derrota" sin aceptar que se convirtiera en un horizonte insuperable.

El filósofo fue (y, en parte, sigue siendo) nuestra inspiración en su incansable voluntad de invención de conceptos atravesados por los desafíos de las luchas y de la democracia en el capitalismo contemporáneo, siempre con alegría, pasión y genuino amor en esta larga marcha de la libertad.

Entre los años 1980 y 1990, su reflexión se concentró al mismo tiempo 1) en la renovación del análisis de la composición de clase, mediante la proposición de una nueva Einleitung para la investigación militante, con la renovación de los conceptos marxianos de general intellect y de trabajo vivo e inmaterial, vigas maestras para la construcción de un nuevo perspectivismo, dentro de la inflexión post-fordista del régimen de acumulación; y 2) en una recomposición por la vía filosófica de las potencias subterráneas de la altermodernidad, aquella dibujada por el hilo de la metafísica maldita que une a Maquiavelo a Spinoza y éste a Marx y Tronti.

En lo que va del siglo, la trilogía sobre Imperio, Multitud y Commonwealth logró establecer un diálogo fecundo con dos grandes ciclos de luchas globales: el ciclo neozapatista de Seattle, Buenos Aires y Génova y, más de diez años después, el ciclo de las primaveras árabes, que se abrió en una pequeña ciudad de Túnez, pasó por la España del 15M y se cerró cuando la tierra tembló en Brasil, Turquía y Ucrania. La globalización imperial se percibió realmente como el terreno de lucha de multitudes de singularidades capaces de cooperar entre sí y mantenerse como tales, en la malla heterogénea de las diferencias, en el mestizaje de perspectivas ontológicas. Así, reconocemos en Negri esa figura excepcional de cobertura afectiva, política y teórica, en toda la irreductibilidad de sus caminos y descaminos, elecciones y paradojas. 

Pero Negri nos enseñó a leer Spinoza. Y lo leemos y estudiamos. De Spinoza, recogemos por lo menos tres lecciones que nos van a interesar directamente aquí. La primera tiene que ver con la inquietud spinozista por excelencia: "¿Por qué los hombres desean su propia servidumbre?". La segunda es la disyuntiva que Spinoza abre en su discusión del funcionamiento del poder, entre potentia y potestas. La tercera se refiere a la excomunión que el filósofo del siglo XVII sufrió, al ser expulsado de la Sinagoga por los barones del Rabinato, en los más vejatorios términos. Nos quedamos aquí con el cattivo maestro y no con la fracción de la izquierda que, ante el levantamiento de junio de 2013, se escandalizó a punto de formular una pregunta que sólo tiene sentido desde el punto de vista de las potestas: “¿Por qué se rebelan? ". Cuando, en realidad, desde la perspectiva constituyente, la pregunta era y sigue siendo: "¿Por qué no se rebelan todo el tiempo, por qué no rechazan la servidumbre?".

Esos intelectuales que, en el mismo momento en que concedían entrevistas y proferían charlas clasificando las "multitudes" de fascistas —llegando a enumerar en la lista de responsables a intelectuales ligados al propio Negri y, de forma disparatada, a Michel Foucault y Giorgio Agamben—, reforzaron el consenso represivo que alimenta a la policía más asesina del mundo. En fin, no estamos interesados en los barones del Rabinato de la izquierda, sus análisis por encargo y su líder ungido. Nos quedamos con los malditos.

LA CRISIS DE LA REPRESENTACION NO ES ALGO QUE SE LIMITE A LA FORMA-PARTIDO

No se trata simplemente de una crisis de la Política, ante la que se haría necesaria la llegada de una Reforma (o Contra-Reforma), una capaz de restituir el sentido original que los cambios de subjetividad de los últimos 30 o 40 años habrían disipado. La crisis es mucho más amplia e involucra incluso las redes de copesquisa y pensamiento tributarios de la filosofía de la autonomía de la década de 1970, e incluso la red de las universidades nómadas que Negri ayudó a constituir en Europa, después de conocer a la pionera brasileña, eso en su primera visita en 2003.

Pero, en este punto, no hay nada que lamentar. Ciertamente, no nos vemos en un fin de ciclo melancólico como si hubiéramos perdido algo valioso a lo largo de las jornadas de afirmación y lucha en las que participamos y seguiremos participando. Por el contrario, consideramos que esta crisis integral, crisis también de las teorías que hasta muy poco tiempo se encontraban incorporadas en singularidades vibrantes, tiene un lado positivo e incluso saludable. Que los muertos entierren a sus muertos.

Después de un sin número de visitas organizadas por UniNômade Brasil entre 2003 y 2014, Negri estuvo todavía dos veces más en Brasil: en 2016, cuando visitó la USP y alguna otra institución en São Paulo y, en esta primavera de 2017, en Río de Janeiro y nuevamente en San Pablo, para asistir a una misa de los 100 años de la Revolución Rusa. En ambos casos, el PT y el propio Lula destacaron la visita del filósofo y sus declaraciones y entrevistas. Con certeza, la importancia que el PT realmente existente dio a las últimas dos venidas de Negri, es una señal antes de su desesperación reciente que de una lucidez tardía. En la falta de algo mejor, hasta el viejo autonomista italiano que siempre fue considerado un antípoda del pensamiento estatal y desarrollista puede servir al propósito de engrosar el coro de viudas del gobierno de izquierda.

Que Negri evalúe que el cadáver del PT constituye una herencia política a ser disputado es, obviamente, un derecho suyo que respetamos. Pero, si él se disocia (y explicaremos después por qué) de UniNômade Brasil, nosotros nos disociamos de él. Entonces, creemos positivo y productivo que esa diferenciación entre la UniNômade Brasil y Negri aparezca claramente y no estamos denunciando nada, apenas aprovechando para aclarar nuestra posición para que no haya ningún mal entendido. En esas dos visitas, Negri multiplicó los esfuerzos para presentarse como moderado y responsable ante el "drama brasileño" e insistió en defender la "izquierda" y lo que sería su mal necesario: Lula.

Nosotros evaluamos, por el contrario, que su postura formalmente "responsable" ante la grave crisis brasileña es, si admitiéramos esos mismos términos para las elecciones, realmente irresponsable —y por lo tanto su acercamiento con la izquierda identificada con el que sería su líder indiscutible—, contribuye a profundizar aún más la parálisis de las luchas y obstaculizar el ímpetu de reinvención de las singularidades que abrazaron el éxodo. No hay significante vacío a ser disputado, sea este el petismo moribundo, un lulismo Ersatz o la izquierda huérfana de grandes narrativas con el fin del bloque histórico del socialismo real en Europa o del siglo XXI en América Latina. No hay vacío a ser llenado por un nuevo discurso —una Nueva Izquierda, el Común como cadena de equivalencias, un ensamblaje de grupúsculos residuales— simplemente porque el éxodo que se expresó en junio de 2013 es una plenitud, de modo que las percepciones de un sentimiento anti político o anticorrupción son simplemente las caras negativas de un continuum de rechazos activos.

Parece que Negri está preocupado en agenciar (to assemble), no más por medio de la invención de conceptos afinados con la composición social del trabajo vivo, sino con mundos imaginarios que permitan a los conceptos reproducir un público —uno por cierto bastante circunscrito a determinados símbolos, banderas y cierto líder—. Lo que nos lleva a preguntar, a partir del título de un libro negriano de 2006: ¿será que su "Bye bye Mr. Socialism" era apenas un mal resuelto arrivederci?

NARRATIVAS FANTASIOSAS

Cuando en noviembre de 2014, uno de los al menos cuatro sitios de la nebulosa post-autonomista en Italia publicó un análisis político de la reelección de Dilma Rousseff, manifestando su creencia en la persistencia de la buena salud del ciclo progresista en América del Sur, apuntando sólo algunos pecados veniales, dos miembros de UniNômade Brasil propusieron una lectura diferente. Dijimos que la victoria de Dilma era, en primer lugar, una derrota del movimiento radicalmente democrático de junio y, en segundo lugar, una victoria a lo Pirro, que podría resolverse en una crisis destituyente mucho más dañina, desde el punto de vista de las luchas, que la eventual victoria de algún adversario partidario del PT. En ese artículo, se decía también que Dilma iba a hacer exactamente lo contrario de lo que había prometido en la campaña electoral.

El juicio de Negri fue lapidario: ese análisis proveniente de Brasil sólo podría ser fruto de "narrativas fantasiosas" y, muy democráticamente, el artículo no fue siquiera publicado. Sucede que, independientemente de los juicios de valor (si aquella postura era políticamente positiva o negativa, de izquierda o de derecha, etc.), lo que estaba escrito en el artículo brasileño fue lo que terminó ocurriendo, sólo que en una versión aún peor. Tener razón, sin embargo, sólo significo ampliar aún más la acusación, donde se podían entreoír ecos estalinistas, de que los que de ahí en adelante serían disidentes estaban resentidos, rabiosos, psicológicamente tumbados o que se volvieron locos. Lo que parece es que cuando no se puede, ante los hechos, simplemente poner la trayectoria militante e intelectual de los disidentes en la fosa común de los intereses privados, es preciso apuntar a alguna irracionalidad oculta, algún vicio de carácter o deseo de venganza. En ese episodio, Negri corroboró la aplicación a los otros de lo que ya había sido aplicado a él mismo, en particular, por la izquierda italiana durante la crisis destituyente que siguió al colapso del Compromiso Histórico y a la operación Mani Pulite. Tenemos aquí un punto para la reflexión sobre el funcionamiento de la izquierda cuando se transforma la fe en una Idea, un color normativo, un valor en sí y eso no sólo implica a Negri, sino que a todo el campo militante e intelectual de izquierda, incluso a nosotros mismos.

Volveremos a ese punto. En este sentido, lo importante aquí consiste en enfatizar que cuando habla de Brasil y de América del Sur, Negri parece estar hablando de algo que no existe en el mundo de los hechos, sino en el interior de las narrativas del PT y, más en general, del ex-gobiernismo —o quien sabe, en los tubos de ensayo conceptual del "Laboratorio" con sede en Buenos Aires que él inventó para ayudar a componer el sistema-mundo negriano—.

Pues no hay ningún análisis material de la dinámica de la crisis en la que el gobierno Dilma-Temer nos sumergió. Impidiendo así el diagnóstico de la conexión con las transformaciones reales que determinan los acontecimientos políticos y económicos, al punto de reducir el análisis a afirmaciones ideológicas sobre complots de las derechas y genéricos llamados a movimientos que más parecen siglas listadas en manifiestos de movimiento estudiantil.

Como si fuésemos víctimas de una ola fascista ex machina y, por lo tanto, debiéramos cerrar filas con los últimos representantes de la civilización izquierdista, aun cuando este manifiestamente equivocada en la práctica y en la teoría. La evaluación de los efectos de las políticas sociales de Lula se conforma en torno a estudios estadísticos y análisis sociológicos superficiales derivados del marketing lulista sobre la emergencia de una nueva clase media y la supuesta erradicación de la miseria, un passepartout repetido para justificar todo. La justificación que Negri proporciona de la corrupción del gobierno de Lula y del PT —hechos que no necesitan de los grandes medios conservadores para ser hechos— es injustificada, parece que se ha detenido en el tiempo.

LA CONJUNTURA BRASILEÑA Y SUS INCONJUNTURALES

En Brasil, estamos viviendo un doble desastre: 1) el intento neodesarrollista que naufragó en sus propios términos y 2) la vuelta de un neoliberalismo que nunca fue superado, y que ahora muestra los dientes en medio de la quiebra del proyecto de poder del PT. Ahora las reformas rebotan sobre la población como "solución única" y la izquierda no tiene ninguna propuesta de reforma, ninguna imaginación, pues ésta depende, como ya decía Tronti en Obreros y capital, de la clase que la nutre de la vitalidad y del conocimiento de las luchas.

Lula-Dilma y Temer nunca se movieron con los intereses globales como podría hacer creer la narrativa dicotómica de sabor noventista entre neoliberalismo y progresismo, por el contrario, llenaron los bolsillos de viejos y nuevos emprendedores multinacionales de la aristocracia del Imperio, desde la compra super facturada de la refinería (en Texas) hasta la presencia multimillonaria de la JBS de los hermanos Batista en el mercado de Estados Unidos, por citar sólo dos ejemplos. La caída del precio de las commodities es posterior al inicio de la recesión brasileña.

Denunciar el neoliberalismo en la Universidad del Estado de Río de Janeiro trae consigo una mistificación brutal: quien quebró Río de Janeiro fue el gobierno progresista, responsabilidad que ellos mismos ya reconocieron. La primera delación no fue la del cambista que lavaba el dinero del saqueo de la mayor estatal brasileña, sino la imposición, luego de la reelección de Rousseff, del peor de los ajustes: un ajuste desajustado que sumió a Brasil en una recesión cuyos mayores perjudicados fueron los mismos pobres que aquel gobierno, en todo momento, decía proteger y representar.

La revuelta de los cacerolazos y de las manifestaciones por el impeachment (en 2015 y 2016) fueron justas -una vez más, otro hecho que prescinde de la corrida oportunista de los grandes medios de comunicación- y la nueva derecha las hegemonizó porque la izquierda entera cayó en la trampa de la defensa del PT y de Lula. Negri no está hablando del Brasil real en que vivimos, sino de un lugar imaginario, respondiendo más a la necesidad de continuar sosteniendo sus análisis equivocados sobre el Lulismo que en aprehender lo que está sucediendo. En definitiva, define los cambios promovidos en estos últimos 13 años como una "revolución social". Basta constatar la situación de guerra biopolítica en la que estamos sumidos, mucho antes de esa crisis, para tener una idea de lo que está ocurriendo en las metrópolis y en el interior del país. Pero para Negri, se trató incluso de una revolución. Aunque no vamos a insistir en semántica, cayendo en el vicio lingüístico que parece contaminar los debates (quién es más de izquierda, quién es "de lucha", etc.).

Las pequeñas brechas que se abrieron durante los años 2000 nos interesaron en lo que tocan a los procesos de radicalización democrática que ellas viabilizaban. Hablar de la producción de nuevas subjetividades que como chorros de alta presión de trabajo vivo y común pasaron por esas brechas a pesar de la dirección mayoritaria del gobierno, en su alianza con el bloque racista de biopoder y las oligarquías urbanas y rurales. Quien impulsa los cambios, los únicos que nos interesan, no son los gobiernos, sino las luchas, aunque en los gobiernos puedan encontrar condiciones más o menos favorables. Lo que significa que los gobiernos no son todos iguales, premisa metodológica que nos ha guiado durante el recorrido teórico y práctico de aprehensión del lulismo, pero que no por eso significa que debamos dejar de lado el análisis de la composición de las luchas (de clase). Entonces, si hubo incluso revolución, fue en junio y en cuanto a ello Lula y el PT pasaron al cuadro como contrarrevolucionarios. La Restauración después de junio de 2013, cuyos ápices fueron la Copa de las Copas, en julio de 2014, y luego la falsa polarización bancada por miles de millones desviados en la elección de octubre, no fue sólo la explicitación del hecho que el gobierno Dilma-Lula se habían convertido en engranajes plenos del poder constituido —de la potestas aquí entendida como hard power, aquel cuerpo del rey que nunca muere—.

Fue también el cierre definitivo e irreversible de cualquier proceso que anteriormente podría franquear alguna evaluación positiva de los gobiernos del PT, en cuanto espacios ambivalentes de construcción y transformación.
El retrato de ese Brasil imaginario alcanzó las rayas del teatro del absurdo cuando Negri pasó a repetir ipsis litteris el mismo análisis que hacía doce años atrás, en la época en que estalló el escándalo del "mensalão”. La línea discursiva, a la vez, se orientaba por reconocer que la lógica del poder para gobernar con ese Congreso y esos mecanismos electorales y partidarios implicaba jugar el juego para, por así decir, corromper la corrupción. Tal vez, cuando dijimos eso, fuimos ingenuos, o, quién sabe, hayamos adherido muy fácilmente al privilegio moral que la izquierda se concede a sí misma, un tipo de reserva mental que, cuando es ella quien adhiere a estrategias no muy loables, o francamente reprobables (la más ordinaria desfachatez), es para un bien mayor.

Lo que se reveló a posteriori sin embargo no deja margen para análisis intrincados y volteretas dialécticas hegelianas. Sucedió lo contrario de lo que preveíamos en aquella ocasión, un hecho mucho más ordinario y fácil de entender. Lo que sucedió es que la corrupción corrompió a Lula y al PT. No sólo Lula y el PT no aprovecharon recuperación que lograron tener en 2006, después de la reelección, sino que usaron la estruendosa popularidad para, por un lado, homologarse en modo patrimonialista de pillaje del común por la vía del Estado neocolonial y, por el otro, elevar la corrupción al cuadrado, institucionalizándola por dentro de un grandilocuente proyecto neodesarrollista. No sólo Lula prefirió mantener sus malas relaciones con el padre Emilio Odebrecht, sino que también las modernizó, las elevó a un nuevo nivel de organicidad política y económica, con el hijo Marcelo a la proa del transatlántico, como en la película Titanic antes de chocar con el iceberg.

¿De qué sirve ahora, cuando el barco se va a pique, encerrarse en el salón noble de la embarcación para tocar la "Internacional Socialista"? No tenemos vocación de avestruz. ¡Pero, qué bella revolución! La corrupción no es ningún problema de derecho constitucional, algo que el formalismo neokantiano de un Norberto Bobbio podría resolver. Si Negri quiere incluso valorar la noción de "acumulación por desposesión" de David Harvey, aquí estamos: la corrupción de la que hablamos es la renovación permanente, neocolonial, de la acumulación originaria. Tomar la corrupción por tema central —la que saqueó a Petrobras y engordó al mismo ritmo del crecimiento económico y del boom de las commodities— no significa caer en una crítica idealista o en una desnudada nostalgia por la Idea de Izquierda o de Socialismo, sino analizar el modo de funcionamiento del biopoder en Brasil. Un modo mafioso que se capitaliza en los territorios, en la forma de la guerra de exterminio de los pobres, indios y negros. Corrupción y racismo no son temas separados y mucho menos opuestos, como si fueran problemas de lados antagónicos del espectro ideológico.

UNA POSICIÓN RESPONSABLEMENTE IRRESPONSABLE

Negri rompió relaciones con la UniNômade Brasil en un período preciso y en cuanto a eso no puede quedar ninguna ambigüedad. Esto ocurrió entre septiembre y octubre de 2014, cuando supo que una parte de sus miembros había anunciado el apoyo en la primera vuelta de la elección brasileña a Marina Silva. Votar por Lula se puede y siempre se ha podido; votar a Marina no se puede. El militante italiano se permite en Brasil lo que él nunca asumió para sí en su propia situación europea. En 2005, en la campaña francesa por el referéndum sobre la Constitución Europea, Negri no adhirió al chantaje que pedía el voto por el "no", en razón del supuesto contenido neoliberal del marco jurídico de aquella Carta.

En la ocasión, Negri llamó a votar por el "sí", siendo luego reprendido por todo el izquierdismo neo soberanista del viejo continente. Pero en Brasil, según él mismo, es muy diferente, aquí tenemos que aceptar el chantaje y al mismo tiempo desviar el rostro de cualquier salida institucional moderada. Esta salida -para quien no apostaba todo en las luchas al modo proudhonista o en un ausentismo que sería, de hecho, coyunturalmente legítimo- llegó a presentarse, por un corto momento y por obra de la contingencia, como una alternativa real en 2014 y tenía un nombre. Se llamaba y continúa llamándose Marina Silva. Fue porque algunos miembros de Uninômade Brasil -una fracción que no era ni siquiera mayoritaria- llamo a votar por Marina en la primera vuelta electoral que Negri decidió cortar contacto.

El voto por la Constitución Europea no era por el neoliberalismo, Negri nos decía, sino por Europa como campo de lucha. Pues bien. El apoyo coyuntural a Marina no era por un "programa definido", sino por la renovación de un campo institucional moderado que evitaba el atasco pantanoso que fue la reelección de Dilma y Temer. Así, aquí en Brasil, Negri defiende lo peor, sin calcarse en el núcleo operativo del propio método que tan bien renovó, y prefiriendo principios abstractos a la dinámica material. Al mismo tiempo que recurre a una salida moderada por la socialdemocracia, se vincula a la operación de ensamblaje movida por la nomenklatura del PT con su intelligentsia, que consiste en deshacer de su propia caída la caída de toda hipótesis alternativa, de la muerte de su mundo, la muerte de todo el mundo. El golpe-que-no-hubo se prestó exactamente a eso.

El tal golpe no es más que el nombre de la matriz irresponsable de narrativas con lo que se imposibilita ex ante cualquier análisis material, diagnóstico consistente o posicionamiento teórico-político eficaz. "Esta falsa salida reformadora y narratocéntrica, en la que incluso las mejores cabezas de una generación parecen haberse anquilosado, comenzó en Brasil con la restauración de junio, después con la campaña de "deconstrucción" de Marina y, finalmente, con el Fuera Temer petista.

El inmovilismo de la izquierda en general ante la envestida de Lava Jato contra las cúpulas del PMDB y el propio Temer, sin olvidar la solidaridad de los senadores del PT con Aécio Neves cuando fue destituido por el STF, es la demostración del contenido real de la tragedia brasileña. Negri adhirió a la campaña que el marketing petista condujo contra Marina, la alternativa viable y responsable en aquel octubre de 2014, para quien no quisiera cerrar filas con el grueso absentismo en la población. No adherimos y no vamos a adherir. También tuvimos divergencias cuando, en medio del movimiento contra la Copa, él concedía entrevistas a todos los medios que ahora considera golpista. Sin contar que mantenemos una evaluación diametralmente contraria a la que él hizo de los medios financiados por los esquemas petistas, un conjunto de blogs productores de fake news.

DISOCIACIONES Y REUNIONES

Consideramos positiva la oportunidad que Negri tiene de explicitar sus posiciones políticas. No sostenemos la misma esperanza respecto a la apertura que él identifica en el campo de izquierda después del fin del gobierno petista y mucho menos respecto a los pilares de una nueva doxa de la izquierda mundial, que más parece un pastiche de instintos anti neoliberales de los años 90 y anti ’68 de los 70. Si, en los términos de Foucault, es un hecho histórico-político que la razón neoliberal del principio de la sociedad-empresa sustituyó la razón de estado del principio de soberanía, la crítica de ese giro se ha reducido a una denuncia impotente de las lógicas neoliberales de dominación, como si la crítica fuera un deber moral, con el fin de alertar a una sociedad supuestamente anestesiada (por las pulsiones del consumo, por la aceleración de los ritmos, por la ultra mediatización ...) y manipulada (por los grandes medios, por el espectáculo, las industrias culturales ...).

En vez de apuntar a los flujos y fuerzas vivas que operan en la "positividad" del neoliberalismo las instancias de potencia y fuga, como ambicionaba Foucault al tomar en serio el tanto de pensamiento que está implicado en esa gubernamentalidad, la crítica izquierdista se vuelve mera lamentación al justificar la utopía negativa disponible en el mercado de la representación: el viejo busto de la dirección, el viejo partido, la vieja bandera.

No admira, por tanto, el consorcio de teóricos del común y de la crítica de la acumulación primitiva, de David Harvey a P. Dardot y C. Laval, hayan convergido política y teóricamente con el cattivo maestro, en su apego mal disfrazado al verdadero socialismo y sus representantes idealistas en la izquierda. Para no hablar de la reunión inusitada de un campo ampliado, sui generis y antiimperialista que reúne, por un lado, los Epistemólogos del Sur (desde Coimbra) con su fetiche veteromarxista por una "nueva guerra fría", y por otro lado, intelectuales monocordes del progresismo fallido como Atilio Bóron, para quien Putin es el nuevo Lenin. Todos finalmente juntos en la inmortal tónica de corazón estalinista de la unidad de las izquierdas contra el avance de las derechas (según las mil variaciones del mismo tema).

Todo ello nos conduce a la necesidad de una reflexión sobre las ambigüedades de la ruptura anterior de Negri con la izquierda y, por otra, los revisionismos y las disociaciones que más recientemente está haciendo con respecto a ello. Algo que nos proponemos hacer, por ejemplo, por medio de una relectura de lo que él escribió sobre las dimensiones absolutas de una democracia constituyente que, en realidad, parece llevarnos, según sus propias declaraciones, de vuelta al totalitarismo de las experiencias del socialismo real, y que no fue suficientemente metabolizada por Negri ni, más ampliamente, por el post operaismo como un todo. Merleau-Ponty tiene páginas memorables sobre la inviabilidad de la desestalinización de la izquierda en el poder, donde él explica que el principio máximo del estalinismo es que él se instala en un nivel moral respaldado por las estructuras históricas de donde él juzga todo y todos pero no puede ser juzgado por nadie. Pero eso no es el stalinismo, es la izquierda en el poder: al paso que Lula puede todo, Marina no puede nada y nosotros, menos aún.

En los últimos tiempos, tuvimos algunas evidencias de que para Negri la izquierda volvió a merecer ese consenso servil que, en los últimos cien años, llevó a un sin número de intelectuales a apoyar el socialismo real, antes, durante o después de Stalin. Que eso no sea coherente con lo que él ha escrito sobre el socialismo real y la izquierda europea (en particular, la italiana), o con lo que él hizo en su militancia, eso en los años 1970, no nos interesa realmente. Aunque nos inquiete la picazón de que, posiblemente, sí haya una coherencia superior y eso demande una revisión más profunda de nuestro modo de leer su vida y obra.

A pesar de eso, no estamos exigiendo una coherencia, ni criticando sus opciones y disociaciones. Tenemos para nosotros que la diferencia de posicionamientos es algo productivo, incluso cuando marcadas con aspereza y franqueza (como recibimos la noticia de la ruptura de hecho con nosotros). Lo que importa destacar es que ahora nos parece que, para Negri, la izquierda es una entidad abstracta a la que él quiere dejar registrada su fidelidad final. El "Bye bye Mister Socialism" entonces era sólo un arrivederci. No cabe aquí una reflexión más profunda sobre las ambigüedades de la (no) ruptura de Negri con la tradición socialista y, junto con eso con el estalinismo que la atraviesa —algo que, por pensar urgente, se hará con la lentitud y el rigor que cabe a la complejidad de la materia—. Lo que interesa aquí es simplemente afirmar que no mantenemos ninguna fe en dogmas y ni en ninguna iglesia y no obedecemos a ningún Rabinato, sea este la Idea de la Izquierda y sus representantes fundamentalistas o reformadores, sea el corporativismo universitario reorganizado en una nueva doxa apaciguada.

Traducción del portugués: Santiago de Arcos-Halyburton

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