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Hemeroteca Diagonal
En recuerdo de Manuel Sacristán
Hace ahora 20 años que murió Manuel Sacristán. Nacido en Madrid en 1925 y formado en los años que siguieron a la Guerra Civil, Sacristán fue una personalidad intelectual irrepetible. Ejerció una gran influencia en la vida cultural y política barcelonesa durante tres décadas: desde la época de la revista ‘Laye’, en la que colaboraron varios de los más conocidos exponentes de la llamada generación de los 50, hasta los años en que escribió en las revistas ‘Materiales’ y ‘Mientras tanto’.
En la obra de Sacristán hay unos cuantos rasgos permanentes: una tensión constante entre tradición y modernidad; aspiración a un nuevo clasicismo, a “dar calor de hoy a la llama de siempre” y cierto optimismo histórico- racionalista que en su caso emanaba de convicciones morales profundas. Él supo pintar bien de negro la pizarra del presente que le tocó vivir para luego hacer destacar sobre ella, con tiza blanca, como alternativa, la razón apasionada de los de abajo, de los proletarios de la época.
Como traductor y como escritor, Sacristán contribuyó a la difusión en el Estado español de las principales corrientes del pensamiento europeo de la segunda posguerra. Como filósofo con pensamiento propio, representó entre nosotros la negación de la división del saber en compartimentos estancos. Fue un humanista que trabajó con método, rigor e inteligencia en varios campos del saber, sin ninguna infatuación.
Crítico literario
Desde joven Sacristán hizo crítica literaria y la hizo muy bien. Fue comentarista agudo de la dramaturgia norteamericana de la postguerra. Dedicó páginas interesantísimas al desvelamiento de la crisis cultural de entonces, a lo que de ella pensaron Salinas, Orwell o Thomas Mann. Escribió una de las más hermosas aproximaciones al Alfanhuí de Ferlosio que se hayan escrito nunca. Y publicó un par de ensayos de germanista sobre la veracidad de Goethe como poeta y como científico y acerca de la conciencia vencida en Heine. Además, iluminó aspectos sugestivos de las obras de Brossa y de Raimon.A principios de los ‘70, Sacristán fue pionero en nuestro país en un campo muy poco cultivado entonces, el de la lógica formal. Su manual de Lógica ha quedado como el primer libro riguroso de introducción al análisis formal publicado en el Estado español. Tuvo una visión amplia y aguda de la historia de la filosofía y de la ciencia. En 1958 escribió una panorámica de la filosofía contemporánea después de la segunda guerra mundial que aún se recuerda como ejemplo de síntesis, capacidad pedagógica y erudición. Enseñó a varias generaciones a leer sin anteojeras ni prejuicios a algunos de los grandes de la filosofía contemporánea: a Antonio Gramsci y su filosofía de la praxis, desde luego, pero también a Martin Heidegger y a Simone Weil, a Bertrand Russell y a Karl Popper (distinguiendo entre el Popper metodólogo y el Popper filósofo social), a Quine y a Lukács. Dejó versiones admirables de algunos clásicos de la historia de las ciencias formales, naturales y sociales.
Un teórico marxista
Fue, además, el primer teórico marxista de altura que ha dado este país en la segunda mitad del siglo XX. Tradujo los primeros textos de Marx que se publicaron legalmente en el Estado español después de la Guerra Civil. Dirigió, en la editorial Crítica, la primera edición rigurosa que aquí se hizo de los escritos de Marx y de Engels. Y dio a conocer entre nosotros a un conjunto de autores sin cuya lectura no hubieran sido lo que han sido muchos de los estudiantes y profesores universitarios de varias generaciones: Theodor Adorno, Antonio Labriola, Antonio Gramsci, Georg Lukács, Karl Korsch, Galvano della Volpe, Robert Havemann, Herbert Marcuse, Agnes Heller, E. P. Thompson,... También como marxista fue Sacristán un pensador original, innovador y, por tanto, incómodo: un comunista con una vena libertaria, acentuada en sus últimos años.Como docente, fue un universitario creativo y riguroso al que muchos de sus alumnos recuerdan todavía, con razón, como un maestro. Entre 1956 y 1965 impartió clases de lógica y filosofía en la Universidad de Barcelona. Durante los siete años siguientes las autoridades franquistas le excluyeron de la docencia universitaria por sus ideas comunistas. Volvió a impartir clases en la Universidad de Barcelona a partir de 1976 y enseñó metodología de las ciencias sociales en la Facultad de Económicas hasta 1985 y durante un par de años en México, en la UNAM. Era un docente de los que se preocupan por reflexionar acerca de los problemas formales y materiales de la docencia: escribió sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, sobre lo que podría ser una universidad democrática en un estado multilingüístico y plurinacional, sobre universidad y división del trabajo, sobre reformas de los planes de estudio y sobre la sindicación de los profesores universitarios.
Sacristán fue un trabajador intelectual, un intelectual productivo que aspiró sobre todo a servir a los anónimos. Su filosofar fue siempre filosofía de la práctica, filosofía para cambiar el mundo en un sentido revolucionario. Entre 1956 y 1969, como dirigente del PSUC, colaboró en la revista Nous Horitzons y fue uno de los impulsores del Primer Congreso de Cultura Catalana. Fue el redactor principal del Manifiesto por una Universidad Democrática, que se leyó en la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de los Estudiantes de la Universidad de Barcelona (1966). Intervino en la Asamblea de Intelectuales de Montserrat contra los consejos de guerra de Burgos (1970). Formó parte del grupo de educadores en las tareas de alfabetización de trabajadores en Hospitalet. Contribuyó a impulsar el movimiento de profesores no numerarios y las Comisiones Obreras de la Enseñanza (1972-1977). Fue miembro fundador del Comité Antinuclear de Cataluña, una de las primeras organizaciones ecologistas del país, a mediados de los setenta. Y, finalmente, destacó como teórico y activista del primer ecologismo socio-político y del pacifismo que empezó a cuajar en España en la década de los ochenta. En sus últimos escritos defendió el derecho a la autodeterminación de las naciones sin estado, se manifestó en favor de una España ‘pequeña’ y propugnó una cultura federalista.
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