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Filosofía
Capturar y soltar: a propósito de 'Rizoma' de Deleuze y Guattari
En el análisis que abordo en este proceso necesariamente inconcluso que aquí se inicia, trato de interpretar pares de acciones en la forma verbal del infinitivo, término que significa etimológicamente “incompleto”. Estas formas infinitivas no son de tipo causal, como en el caso de Foucault en Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión: porque vigilo, detecto la falta y castigo la conducta transgresora (aunque siempre me he preguntado, respecto del planteamiento del filósofo francés, si “vigilar” no era ya un “castigar”, se produzca la vigilancia en un ámbito de relaciones interpersonales o de mayor escala social). Así que, aunque la forma verbal nos recuerde el libro del filósofo francés, lo que aquí presento son pares de acciones o pasiones, insufrible e inevitablemente binarias que entiendo que no han de manejarse como fotos fijas. Son procesos en movimiento, vaivenes, oscilaciones. Y, a menudo, esa movilidad configura límites borrosos que nos conducen probablemente del infinitivo al gerundio y viceversa, algo dinámico y no encasillado por la rígida estanqueidad del continente, pero tampoco diluido en los procelosos e incomprensibles océanos de la arbitrariedad.
Filosofía
Vidas gobernadas: la biopolítica según Foucault
Para tratar ese par de infinitivos, ese vaivén entre capturar y soltar, no puedo sino remitirme a mi libro El rizoma y la esponja, un breve ensayo publicado en 2018, aunque fue redactado unos años antes. En ese texto, asalto Rizoma de Gilles Deleuze y Félix Guattari, sabiendo que es un libro conocido por una gran cantidad de personas de toda clase y condición, algunas cercanas al mundo del pensamiento, de la filosofía, de la arquitectura o del arte, y otras que se han aproximado a él por intereses espurios y nocivos. Y, desde luego, no puedo obviar que existen grupos de estudio o de acción que incluyen “rizoma” en su denominación y que representan la importancia que desde su aparición tomó el concepto. Así que, con todo eso en mente, abordo este asunto de nuevo, pero de un modo distinto, más sintético que en mi libro.
El rizoma
Rizoma nos aportó valiosísimas posibilidades. Pero, una vez enredados en sus opciones, quizás empezamos a observar algunas de sus imposibilidades o de sus cierres. ¿Quién diría que Rizoma produce cierres, cuando su voluntad era la de emanciparnos? Lo que en esa introducción a Mil Mesetas. Capitalismo o esquizofrenia, de 1980, que supone Rizoma (publicado por primera vez de manera independiente algunos años antes), se suele apreciar principalmente son sus capacidades de enlace entre heterogéneos, no sus bloqueos. Cuando se habla del rizoma como de algo distinto del árbol, se suele olvidar que rizoma comporta un esquema de captura; el mismo cometido que se le atribuye al árbol. Describen los autores de Rizoma: “El rizoma procede por variación, expansión, conquista, captura, inyección”.
El rizoma, por tanto, sale afuera, a la conquista, ¿de manera agresiva, seductora? Y se insiste en que sus procedimientos son distintos de los del árbol. El árbol, expansivo (de un tronco común proceden las ramificaciones subsidiarias siempre de un calibre mayor), responde al esquema de un eje genético, y por tanto vertical; mientras que el rizoma actúa por interconexión transversal, multipolar, horizontal, algo que nos trajo un mundo de posibilidades que antes de su aparición no habíamos siquiera entrevisto y que algunos confunden un tanto bobamente con la red. Pero, una vez hecha esta distinción morfológica y fisiológica entre árbol y rizoma, solemos olvidar que existe una semejanza funcional más primordial entre ellos. Si nos preguntamos para qué se usan, cuál es su función, a qué objetivo apuntan, entonces la respuesta coincide: sirven para conquistar, capturar.
El modelo rizomático supone un esquema de pensamiento incluyente, conectivo. Los heterogéneos, los diferentes se encuentran en las líneas de conexión del rizoma, como en ese ejemplo del encuentro entre la avispa y la orquídea.
Rizoma trata de una Multiplicidad sustantiva: y + y + y, en la que la conjunción copulativa “y” juega un papel primordial, a diferencia de las claras distinciones cartesianas que venían regulando, marcando el paso, a muchos (no a todos) de nuestros sistemas filosóficos y vitales. El modelo rizomático supone entonces un esquema de pensamiento incluyente, conectivo. Los heterogéneos, los diferentes, se encuentran en las líneas de conexión del rizoma, como en ese ejemplo del encuentro entre la avispa y la orquídea; así que todo está relacionado con todo, real y sorpresivamente, no como en la red en la que toda distinción sufre un proceso de homogeneización, para maximizar su distribución mediante la adaptación a determinados códigos. Por tanto, rizoma supone esa otra forma “vegetal” que se distribuye por nuestro cerebro y que se diferencia de las jerarquías del formato árbol (Dios, Padre, Rey, Estado, Orden).
Filosofía
Rizoma: un pensamiento anti-jerárquico del devenir
La propuesta de Deleuze y Guattari es la de un ingenio productor de conjunciones y comunicación en todos los niveles de la existencia que no ofrece distinción jerárquica, que es más igualitario y más disruptivo porque se propone fuera de las reglas y las ordenanzas. Solo hay que leer sus páginas, absolutamente recomendables, para encontrarse todo un discurso frente al formato árbol. Se trata de unas pocas páginas que alertan a nuestras lábiles sensibilidades sobre la siempre acechante posibilidad de que un comandante en jefe, un general, enraíce en nuestros cerebros y consiga ejecutar sus órdenes superiores mediante una bien engrasada y descendente cadena de mando. Unos imperativos que transmiten consignas desde el señorío supremo hasta los agentes más precarios del Sistema, a los que convierte en súbditos, cómplices y eficaces correas de transmisión. Un sistema que opera de ese modo en sus principios lógicos y, consecuentemente, en las formas sociales, culturales, epistemológicas, hermenéuticas y económicas.
Sin embargo, más allá de sus enseñanzas, que son muchas y muy fructíferas, inestimables según mi criterio, es probable que la apuesta mayor de Rizoma siga pareciéndose demasiado —por no decir coincidiendo plenamente— con la funcionalidad del árbol, y esa apuesta es la que se basa fundamentalmente en la aprehensión, la toma del poder. En El rizoma y la esponja argumento de distintas maneras que el rizoma es, antes que nada, como ya he adelantado más arriba, un aparato de captura, un artefacto legítimo de ocupación (Occupy), con todo lo que esto significa: conexión de heterogéneos, por ejemplo en cuestiones de inclusión social, intelectual o activista; pero también es un artefacto (no seré el primero ni el último que lo mencione) de dominación táctica y estratégica para los militares israelíes, que lo tienen perfectamente estudiado, o para el aleccionado mundo financiero (cuando se juega el porvenir de los más precarizados, esos que de pronto se ven sorprendidos y aún más arruinados porque tal o cual transacción económica global los deja sin empleo y sin futuro). Y esto es consecuencia de su disposición a la captura, que sirve tanto a unos intereses como a otros.
La esponja
En mi libro propuse buscar en la esponja la cara oculta del rizoma. Y propongo que acudamos al aspecto más estereotipado de la esponja. Viéndolo así, no es más que un animal lleno de agujeritos, que deja pasar “el afuera” a su adentro y deja escapar su adentro al afuera. Un animal “perforado” que, más que capturar, deja pasar: toma y suelta sin apenas apresar más que lo imprescindible, aunque todo el exterior pase por su interior.
Veamos algunas diferencias. El rizoma crece por expansión; la esponja crece por plegamiento, hacia dentro. El rizoma busca nuevas e infinitas conexiones y establece complicidades y alianzas; la esponja va de un lado a otro sin buscar esa conectividad, flota y a veces arraiga mínimamente, lo imprescindible para sobrevivir. El rizoma agencia, consolida; la esponja favorece el ciclo, de entrada y salida. Diríamos que su “economía” es abierta, circular. Una esponja apenas captura lo que pasa por su interior; metafóricamente, todos los mares la atraviesan, y su ejemplo nunca será el de ampliar sus dominios. Además, las células de una esponja (que algunos señalan como el animal más antiguo del planeta), son totipotenciales, algo así como células madres dispuestas a ejercer distintas funciones sin que medie la “tradicional” esclerosis de la especialización técnica.
La esponja se ofrece como un espacio de cobijo, de respiro, de resistencia. Es un espacio abierto que, sin embargo, no se deja intoxicar por eslóganes que cierran el mundo con sus postulados, con sus microidentidades o sus universalismos; la esponja tiene sus filtros, como todo buen pensar, y elimina los tóxicos: no todo vale lo mismo.
Pero, vistas estas propiedades, entendamos bien que no se trata de la aceptación del mundo tal y como es. La esponja se ofrece como un espacio de cobijo, de respiro, de resistencia. La esponja es un lugar que permite cierta captura pero que también deja pasar; un espacio abierto que, sin embargo, no se deja intoxicar por eslóganes que cierran el mundo con sus postulados o creencias, con sus microidentidades o sus apabullantes universalismos o sus doctrinas y mandamientos; la esponja también tiene sus filtros, como todo buen pensar, y elimina los tóxicos: no todo vale lo mismo.
Capturar y soltar
Pensar el modelo rizoma-esponja no supone abandonar el rizoma, sino ampliar sus posibilidades de suelta una vez que hemos visto cómo se han optimizado sus habilidades para la captura. Podemos ejemplificar alguna función: la mano prensil no es un simple dispositivo de la inteligencia humana en estado de alerta solo para la caza, empuñar la lanza o apretar el gatillo; la mano humana también sirve para soltar, para dejar de apretar, para liberar, para ofrecer.
Captura y suelta, ambas, están entre nuestras posibilidades más inmediatas, más incorporadas a nuestras destrezas primordiales. Y entonces, cabe preguntarse: ¿por qué insistimos tanto en la captura y tan poco en la suelta? ¿Un atavismo aún no superado? ¿No estamos siendo predeterminados solo por una de nuestras opciones y tenemos la otra un tanto abandonada, lejos de nuestros insospechados horizontes de posibilidad, al margen de nuestros azarosos devenires? Cuando nuestra mano prensil no se convierte más que en puño férreo, ¿no estamos simplemente imitando las maneras brutales de aquellos que siempre han dominado bajo el imperio de las armas (de guerra, de seducción, económicas, sociales y laborales)? ¿No es eso lo que, casi sin apercibirnos, nos convierte en sus cómplices, proporcionándoles las excusas idóneas que hacen que el ladrón piense que todos son (somos) de su misma condición? ¿No les estamos otorgando coartadas para tratarnos como aspirantes envidiosos, prestos a suplantarlos cuando ellos decaigan de sus poltronas? ¿Cómo distinguir nuestros actos de los de semejante pelaje?
Cuando el terreno de juego y las reglas no los ponemos nosotros (aquellos que no consideramos nuestra razón de existir el uso alienante de otros seres humanos a base de látigo o de pan y circo), pero aceptamos tácitamente que gane el más fuerte o el más seductor, ese que solo juega para ganar porque en realidad nunca aprendió a jugar, ¿no estamos haciendo dejación de funciones y cediendo a unas formas que no nos resultan, vistos los resultados, ni adecuadas ni útiles?
Cuando hemos comprobado hace tiempo que la vida individual y social se cifra más en fenómenos de simbiosis que de captura, más en cooperaciones que en competiciones, resulta un sinsentido que nuestras prácticas sociales asuman sin más el rol de conquista propuesto por el árbol o el rizoma y no manejemos instrumentos menos colonizadores, menos expansivos. No se trata de ser ingenuos y de conceder simplemente que el rizoma ha sido utilizado groseramente, maliciosamente, en beneficio de los más poderosos; se trata de hacer otro aprovechamiento menos simple y brutal de nuestras capacidades.
Que el enemigo es grande, poderoso y despiadado, nadie lo duda. En otras ocasiones he comentado “El tamaño de lo que importa” a la hora de hacer frente a esas enormidades. Pero o se enfrenta a él algo que no sea meramente un aparato de captura arrastrado por una manada de lobos sedientos de sangre (dando la razón a los precursores y a los secuaces de Hobbes), o estaremos simplemente imitando, y proporcionando armamento cada vez más sofisticado, a los explotadores (como ha ocurrido con las “flexibilidades” del propio rizoma tan astutamente aprovechadas por el capitalismo más sociopático).
Filosofía
El tamaño de lo que importa
Probablemente las posibilidades de la esponja no seduzcan a los abusadores —a los extractivistas de recursos naturales y humanos— de la misma manera exitosa en que lo hace rizoma. Requiere para los capitalistas financieros más feroces un gigantesco esfuerzo de imaginación y buena voluntad dejar pasar suculentas oportunidades, algo a lo que esos abanderados del neoconservadurismo y del neoliberalismo no nos tienen acostumbrados. ¿Soltar? Ni muertos.
Quizás se trate de crecer interiormente, por plegamiento, sin capturar más de lo imprescindible; sin tener que acumular objetos o absorber teorías que no dejan de competir entre sí; sin sofocar al planeta; sin consumir más de lo necesario.
Quizás se trate de crecer interiormente, por plegamiento, sin capturar más de lo imprescindible; sin tener que acumular objetos o absorber teorías y consumos que no dejan de competir entre sí; sin sofocar al planeta; sin consumir más de lo necesario... La esponja no es una respuesta milagrosa, desde luego, y no creo que existan semejantes soluciones. La esponja es solo una tentativa metafórico-conceptual, una imagen que pretende alumbrar otra cara del rizoma, esa que comporta quizás otra ética menos mimética respecto a la de la acumulación por captura. Oscilar entre momentos de captura y suelta, ir de aquí a allá, reconocer a la vida un funcionamiento sistólico y diastólico, discontinuo, intermitente.
Esa oscilación quizás solo constituya una imagen fugaz y borrosa, casi imposible de aprender, pero la preferiré siempre a la foto fija que pretende secuestrar la realidad en un instante inamovible, inconmovible. Cuando recuerdo el capítulo 2 del Tractatus de Wittgenstein siempre me viene a la mente algo así como: ¿lograríamos imaginar alguna cosa (quehacer, obra, ser) que difumine sus contornos para hacerse penetrable, horadable, sin que nada haya de tramarse? ¿No sería la pausa, la abstención, la que abriría las condiciones de posibilidad a todo lo demás y a ella misma?