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Feminismos
¿Qué aporta la perspectiva transfeminista al campo de la salud?
Leo con mucho interés el libro Posología. Microdosis transfeministas para la salud (Txalaparta, 2023), compilado por María Zapata Hidalgo y Caro Novella Centellas, que reúne trece capítulos de autoras individuales y colectivos que presentan distintas teorizaciones y experiencias respecto a la salud desde un planteamiento transfeminista. Mientras lo leo, me vienen a la memoria las producciones teóricas y las acciones y campañas feministas de décadas anteriores como, por poner algunos ejemplos,: los grupos de autoconocimiento (self-help), los abortos caseros o los robos de compresas en supermercados.
Digo esto porque lo único que he echado de menos en el libro es la falta de anclaje de la mayoría de las contribuciones en la historia del feminismo de la salud. En general, y sin que probablemente medie ninguna voluntad en este sentido, se transmite la idea de que el transfeminismo inaugura teorías y experiencias radicalmente nuevas, cuando, por ejemplo, se hace un análisis crítico de la biomedicina, o se ponen en marcha procedimientos alternativos para afrontar la atención dentro y, sobre todo, fuera del sistema, ambos ejes de trabajo presentes desde siempre entre las feministas.
La salud fue un activador fundamental de conciencias y un aglutinador esencial del feminismo en los años 70 y 80 del siglo pasado
La salud fue un activador fundamental de conciencias y un aglutinador esencial del feminismo en los años 70 y 80 del siglo pasado. El carácter androcéntrico de la medicina, la patologización, la estigmatizacion y la medicalización fueron ya entonces núcleos centrales de la denuncia feminista, como señala Miren Guilló Arakistain en Sangre y resistencia. Políticas y culturas alternativas de la menstruación, (Bellaterra, 2023). Al mismo tiempo, fueron surgiendo conceptualizaciones y perspectivas distintas y se registraron todo tipo de resistencias. Así y todo, tenemos un claro déficit de relatos que recojan todo el patrimonio feminista relativo a la salud (y otros ámbitos), lo que dificulta la transmisión a las generaciones siguientes, empobrece los circuitos del conocimiento, y favorece la idea de que todo lo que hacemos hoy es de nueva creación.
No es mi intención, ni mucho menos, quitar valor a todo el capital reflejado en el libro, más aún en tiempos de transfobia, pero considero que mirar atrás y ver las conexiones o las rupturas con el pasado nos permite: enriquecer y ensanchar la genealogía feminista (en plural), reconocer que nunca partimos de cero y que, desde como yo lo veo, a lo máximo que podemos aspirar es a seguir analizando, mejorando y ampliando las ideas que generaron nuestras antepasadas; entender mejor qué hemos hecho anteriormente y qué queremos revisar o estamos revisando y transformando ya; y tratar de establecer relaciones y alianzas con otras posiciones feministas, incluso aquellas totalmente alejadas de las nuestras, contribuyendo a una agenda común, aunque sea parcial, que creo fundamental.
En este artículo utilizo este libro como excusa y estímulo para la reflexión, y extraigo algunos puntos que considero sustanciales para pensar y actuar la salud desde un punto de vista feminista en el momento actual.
Belén Nogueiras García, en su reciente investigación Discursos y prácticas feministas en el ámbito de la salud en España (1975-2013), distingue dos etapas en relación a los discursos y prácticas feministas sobre la salud: un primer periodo (1975–1990), en el que predominan los procesos de toma de conciencia, la crítica al sistema médico-sanitario, el desarrollo de un conocimiento propio, y la difusión de metodologías grupales que primaban el autococimiento, la autogestión y la puesta en marcha de centros alternativos; y una segunda etapa (1990-2013), en la que se da una continuidad, pero en la que se incorpora ya la categoría de género al análisis de la salud/ enfermedad/atención, y se diversifican y hacen mucho más complejas las lecturas de dichos procesos.
Pues bien, creo que podemos afirmar que, en la última década, se ha abierto una tercera etapa, donde sigue habiendo formas de abordar la salud que se corresponden con las fases anteriores, pero aparecen y toman fuerza en algunos sectores nuevos modelos teórico-prácticos que están alimentados de manera particular, aunque no única, por el transfeminismo.
De entrada, destacaría dos elementos que creo básicos en las aportaciones transfeminismas: la cristalización y emergencia de nuevos sujetos y espacios que se pretenden no binarios, que se constituyen alrededor de factores y realidades sociales que no habían sido consideradas previamente (o no de manera tan específica) y que, por tanto, amplían y enriquecen el movimiento feminista en su conjunto; y el hecho de que estos nuevos sujetos profundicen la crítica feminista al biologicismo, desde relecturas de lo biológico, y sigan avanzando en el estudio de la dimensión social del género iniciada en décadas anteriores, lo que permite desestabilizar cada vez más las fronteras de género y otras.
Voy a organizar las ideas principales que en mi opinión se desprenden de los contenidos del libro en nueve puntos.
1.- La denuncia de la naturalización de la diferencia como sinónimo de violencia, pero el deseo de no reproducir violencias sistémicas
El transfeminismo toma como punto de partida la denuncia de la naturalización que el sistema social y médico lleva a cabo de las diferencias que, en este caso, se traduce sobre todo en el cuestionamiento de las fronteras de género, sexualidad y otras variables. Se da así lugar a elaboraciones y reivindicaciones subversivas respecto a la vivencia de la enfermedad, la salud mental, la discapacidad o el uso de drogas, por citar solo algunos temas.
La naturalización se instrumentaliza como un dispositivo de control y castigo de identidades disidentes que muchas veces están voluntariamente entrelazadas, como afirman las integrantes del colectivo Inspiradas, muy críticas con el papel de la psiquiatría, o Aura Roig, al analizar una experiencia con mujeres que consumen drogas.
Pero, saber identificar violencias en el sistema sanitario y protestar contra ellas no nos exime de, a veces sin quererlo, reproducir las violencias sistémicas que tienen que ver con opresiones diversas, relativas a la clase, la sexualidad o la racialización. Un ejemplo que ilustra bien esta tensión es la reflexión que hace Dani d’Emilia en la entrevista con Caro Novella Centellas, alrededor del trabajo artístico a partir de la extirpación de su útero por un mioma: “Rechazar mi fertilidad se había convertido en una decisión política (…) No tenía ningún apego a mi continuación genética, y siendo una eurodescendiente blanca de un linaje que también formó parte del proyecto colonial de blanqueamiento de Brasil, tenía que ponerle atención a qué violencias sistémicas mi sistema reproductivo corría el riesgo de reproducir”.
2.- De cómo seguir pensando y actuando “desde y con” ese cuerpo que no es uno
El feminismo no sería tal sin la dimensión corporal. El cuerpo es, en distintos momentos y contextos, un elemento central en cómo las feministas nos pensamos a nosotras mismas y pensamos el mundo. Eso sí, desde ópticas muy diferentes, incluso divergentes.
En las últimas décadas estamos asistiendo a lo que podríamos llamar un proceso de resomatización del feminismo, con una profusión de lecturas y experimentaciones que problematizan de manera radical la dicotomía mente-cuerpo y otras dicotomías, y hacen un esfuerzo por rescatar lógicas de distintas culturas y estar atentas a la colonialidad del saber. Todo esto influye directamente y se recrea en las propuestas transfeministas, ampliando las facetas en las que se aplica, como es el caso de la aportación de Lucrecia Masson.
El cuerpo transfeminista se reafirma en esa idea de que no es uno sino un cuerpo colectivo, quedando de manifiesto que la piel no sirve para separar los cuerpos sino que los vincula y amalgama
Pero lo que me parece especialmente interesante es la defensa que distintes autores hacen de la necesidad de cuestionar la individualidad del cuerpo. Habitar de manera estable espacios disidentes “en frontera” (de género, de sexualidad, de salud…), que al mismo tiempo deshacen o al menos discuten dichas fronteras, les permite también llevar la creatividad más lejos. Parafraseando a Luce Irigaray, diría que el cuerpo transfeminista se reafirma en esa idea de que no es uno sino un cuerpo colectivo, quedando de manifiesto que la piel no sirve para separar los cuerpos sino que los vincula y amalgama, como expresa Sara Torres, en el prólogo.
3.- Politizar los malestares y no constituirse en víctimas como modo también de desobediencia
Zapata y Caro, en la introducción del libro, señalan que su objetivo es “activar una reflexión colectiva sobre cómo la práctica y teoría transfeminista ha influido los últimos años en la vivencia colectiva de la salud-enfermedad (…) colectivizar los cuidados, politizar la biomedicina y las instituciones del bienestar y sus imperativos, y activar el pensamiento desde la experiencia”. Esta idea la defiende también Susana Minguell al hablar de la violencia sexual en la infancia, para lo que “parte del cuestionamiento del rol de víctima (…) perder el propio rol de víctima tanto para la persona que relata como para la que escucha es ya un acto de desobediencia”.
4.- Despatologizar, sí, pero el cuerpo siempre es un cuerpo enfermo
Bastantes de les autores ponen en cuestión la dicotomía salud/enfermedad, lo que enlaza directamente con la denuncia de la patologización y medicalización de los malestares, donde un ejemplo paradigmático es el de la construcción médica de la ‘transexualidad’, analizado por Sam Fernández-Garrido.
Pero, denunciar la patologización no implica alinearse con una noción simplista que niegue la enfermedad o el malestar. Así, por ejemplo, Caro Novellas aboga por un planteamiento radicalmente contrario: “Siento decirlo, pero ya no podemos seguir huyendo: cáncer tenemos todas. Tomando la invitación de la científica decolonial canadiense Michelle Murphy (2017), todas estamos ya viviendo alterlifes (vidas alteradas)”. En la misma línea, Quimera Rosa (Cecilia Puglia y Kina Madno) claman por “generar conocimientos que rompan con los tabúes relacionados con el cuerpo enfermo”.
5.- La dimensión colectiva, las alianzas y la desprivatización del malestar son cruciales. La relevancia de la amistad
A este respecto, el Colectivo Inspiradas afirma: “El ‘sola no puedes, con amigas, sí’ feminista es tan tangible en nuestra realidad como valioso e imprescindible en nuestra cotidianeidad, a veces para nuestra propia supervivencia literal”. Esto lo ha podido comprobar también Zapata en su estudio de las depresiones, lo que le lleva a concluir que la salud es un proceso relacional. D’Emilia añade un matiz interesante: “Mi sensación es que el apoyo puede venir de diferentes maneras y de fuentes complementarias. Me parece importante no depositar todas las expectativas en una persona o dirección concreta”.
En estos procesos colectivos, las alianzas entre distintos grupos son el sustento de la política, como señala Soledad Arnau. Colectivizar supone, por tanto, también desprivatizar las experiencias, compartirlas. Aunque Minguell subraya que no es obligatorio compartir y hacer públicos siempre los procesos de salud (relativos, en su caso, a la violencia sexual en la infancia) y que se debe “romper el silencio sin que sea peligroso”. El libro es, en palabras de Torres, un canto a la “amistad de las afines”.
La amistad, ya lo sabemos, es fundamental para el feminismo, pero, al mismo tiempo, es preciso señalar que no son interacciones libres de conflictos y que, por tanto, es conveniente analizar y mostrar cómo funcionan las redes de feministas en toda su complejidad.
6.- La insurrección de la vulnerabilidad. El dolor va siempre con placer
Vulnerabilidad es uno de los términos estrella en el movimiento feminista de nuestros días. Una aportación, además, central en el análisis actual de la ontología humana. "Adriana Cavarero (2014) enriquece la idea de la vulnerabilidad –señala Zapata- mediante el gesto de la inclinación que representa la madonna italiana. Hace uso de esa metáfora para hablar del recogimiento de la madre hacia la criatura y de la necesidad de romper la verticalidad cuando nos encorvamos para asistir a la otra (…) De hecho, saberse vulnerable, y por tanto tener conciencia de esa vulnerabilidad, es nuestra mayor fortaleza, porque supone una gran potencia para la política (trans)feminista en varios sentidos”.
Queda así en evidencia, como plasma Asun Pié Balaguer (2019) en el título de uno de sus libros, La insurrección de la vulnerabilidad.
Zapata alude a otra cuestión interesante: “Podemos hablar de un goce o disfrute emocional de procesos dolorosos”. Radie Manssour articula también vulnerabilidad y placer en su propuesta en torno al uso de drogas y la gaupasa: “Cuando estamos drogadas es un momento de vulnerabilidad (…) Saber cuidarnos las unas a las otras es importante. También es importante que nos sintamos a salvo para experimentar”. El placer, esa noción que comienza poco a poco a ser abordada en toda su complejidad como uno de los ejes de la actividad feminista (ver, por ejemplo, el trabajo de Laura Muelas de Ayala: Los surcos del placer. Desbordamientos, prácticas y transformaciones feministas, 2023).
Las transfeministas son expertas en explorar y experimentar con los malestares, desbordando lo que habitualmente entendemos por afrontar la salud o la enfermedad
7.- Pura potencia somato-política: el trabajo artístico en el ámbito de la salud
Las transfeministas son expertas en explorar y experimentar con los malestares, desbordando lo que habitualmente entendemos por afrontar la salud o la enfermedad. Varias de les autores se refieren a la creatividad. Fernández-Garrido, por ejemplo, alude a “todas las prácticas que, desde diferentes geografías, nos ayudan a expandir ‘culturas trans’, apoyadas en los artivismos, las escrituras y, también, en la construcción de genealogías críticas propias”. Y Novella explica la importancia de las oncocreaciones, “procesos de exploración artística para cocrear desde cáncer: cocreamos coreografías cancerosas que mostramos al mundo”. “La práctica artística –añade d’Emilia- como un modo de digestión, metabolización y transmutación íntima y colectiva de nuestros procesos de sanación”. Y Quimera Rosa apostillan: “Mi enfermedad es una creación artística”.
8.- ¿Se puede vivir una vida feminista sin recurrir a la biomedicina?
En general, a lo largo del libro, el sistema médico-sanitario es sobre todo objeto de crítica y rechazo. Por ejemplo, Kalu Chinche se pregunta: “¿Podemos imaginar un ‘futuro de salud’ en el que se pueda subvertir la autoridad médica sobre las cuerpas en lo que respecta a las cuestiones de salud?”.
Pero, por mi parte, y siendo plenamente consciente de los riesgos y perjuicios que conlleva, considero que prescindir de los beneficios de la ciencia biomédica y del sistema sanitario no es positivo para nosotras ni una alternativa real para quienes, por ejemplo, no tienen recursos económicos suficientes para acceder a algunas alternativas. La defensa de la sanidad pública me sigue pareciendo esencial, para lo cual tendremos que estar alertas a lo que se está ofreciendo desde ese ámbito. Por tanto, nos vendrían muy bien estudios que aborden toda la complejidad y articulación de los recursos utilizados en procesos diferentes de salud/enfermedad/atención. Asimismo, podría ser de ayuda realizar evaluaciones bien ponderadas de proyectos en los que se dieron alianzas entre las instituciones y el movimiento feminista, como es el caso de los centros de planificación familiar.
9.- Llevar al límite los bordes de lo posible y generar modelos extremos de humanización
Arnau escribe que uno de los objetivos del activismo crip es “transitar de un modelo médico y rehabilitador a otro mucho más humano y humanizante, como es el modelo (mundial) de vida independiente”.
En general, podríamos decir que el transfeminismo aboga en la práctica por ampliar los términos de lo posible, por ensanchar el sentido de lo humano.
Para terminar este artículo, y parafraseando a Chinche, concluiría que una posición transfeminista de la salud no es algo cerrado y homogéneo, puesto que abre (todavía más) posibilidades teóricas y prácticas múltiples y decisivas en cómo las feministas entendemos la vida, para lo que es condición sine qua non partir de la historia y hacer emerger toda esa memoria feminista que, aun sin darnos cuenta, se guarda y nos afecta en nuestras interacciones corporales.