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Con f de facha
Gonzalo Fernandez de la Mora, el ideólogo que no acertó con el traje
En las distancias cortas era un tipo amable, cordial y educado pero en sus planteamientos teóricos y políticos fue un franquista incombustible, elitista teórico del supremacismo puro, de esos que decían que la inteligencia era producto de los genes y que debía imponerse en el gobierno mientras que los inferiores rabiaban por “envidia igualitaria” y debían ser reprimidos y mandandos.
Gonzalo pertenece al club de los ideólogos, los teóricos, los que construyen los castillos de cartón o de palabras, los brillantes asesores en la sombra que orientan, sugieren o escriben los discursos de los mandamases públicos, los que hacen estudios y encuestas para conocer si colará tal mentira o argumento o eslogan, si el campo está maduro para sembrar la semilla de alguna postverdad o cuál es la “ventana de oportunidad” para tal o cual discurso o palabro o reforma política o ley que construirá realidad. Tu realidad.
Son tipos listos, bien conectados, formados, viajados y leídos. Nada tienen de necios o de torpes, suelen acertar y orientar bien el camino de las élites o de quienes les paguen. Hoy Donald Trump tuvo a Steve Bannon, José María Aznar a Rafael Bardají (que ahora asesora a VOX), Pedro Sánchez a Iván Redondo (que antes asesoró a José A. Monago en Extremadura)… Pero a veces meten la pata, se equivocan, la cagan. Este es el caso de Gonzalo Fernández de la Mora. Quizá el más inteligente de todos los franquistas y también el que más se equivocó en sus pronósticos e ideas sobre el futuro de España.
Si hubo un tardo-hiper-facha inasequible al desaliento este fue Gonzalo: miembro del Consejo Privado de Juan de Borbón, Subsecretario en el Ministerio de Asuntos Exteriores, Ministro Plenipotenciario de primera clase dentro de su Carrera diplomática y diplomático en Fráncfort, Bonn y Atenas, ministro de Obras Públicas a partir de 1970, bajo la presidencia de Luis Carrero Blanco, hasta 1974 y ese mismo año fue nombrado Director de la Escuela Diplomática. En las distancias cortas era un tipo amable, cordial y educado pero en sus planteamientos teóricos y políticos fue un franquista incombustible, elitista teórico del supremacismo puro, de esos que decían que la inteligencia era producto de los genes y que debía imponerse en el gobierno mientras que los inferiores rabiaban por “envidia igualitaria” y debían ser reprimidos y mandandos, en la mejor herencia de Villfredo Pareto y Gaetano Mosca. Coautor de la Ley Orgánica del Estado en 1967 y del marco teórico mejor armado de la dictadura: El crepúsculo de las ideologías. Fernández de la Mora consideraba que la Constitución del 78 era un atraso, papel mojado, una ley truculenta e imperfecta porque el marco legal franquista, la llamada “Democracia Orgánica”, era mucho mejor. Por eso intrigó por entonces en los círculos militares, por suerte, cuando la vieja guardia se decidió a sacar a Tejero ya fue tarde.
Quizá el más inteligente de todos los franquistas y también el que más se equivocó en sus pronósticos e ideas sobre el futuro de España
Al morir Franco y constatar que no todo estaba tan bien atado y sorprenderse ante el harakiri que se hicieron voluntariamente las Cortes franquistas, se metió dentro de los “siete magníficos” que fundaron Alianza Popular con Fraga y consiguió un escaño por Pontevedra en las primeras elecciones constituyentes. Allí conectó con el joven registrador de la propiedad llamado Mariano Rajoy que fue su aplicado discípulo del supremacismo genético, como puede leerse en los artículos que escribía por entonces y después, siendo ya presidente de la diputación, en los que, quién luego será presidente, legitimará las desigualdades sociales y políticas y los beneficios que ofrece a la sociedad las diferencias “basadas en la estirpe”.
Fernández de la Mora se fue de AP cuando sus antiguos colegas defendieron el “sí a la Constitución” en el referéndum de 1978, así que se opuso a ella y a todo el marco democrático de después de su aprobación durante toda su vida, defendiendo reformas retrógradas e idénticas a las que hoy defiende Vox, teniendo como altavoz tanto las páginas del ABC como su revista Razón Española que sigue editando su hijo, y que es una especie de 13 TV, Libertad Digital o Intereconomía en la defensa de lo más rancio de la extrema derecha española y mundial desde el orgullo de élite, la sonrisa capciosa, la burla sobrada y una ideología, ahora neocon, que sigue bebiendo de los fuertes licores machos de fachismo sobrado y chulesco, tan de moda hoy. No en vano muchos de los ideólogos y palmeros actuales de Vox escribieron en esa revista y colaboran en dichos canales de TV.
Pero detengámonos en El Crepúsculo de las Ideologías, publicado en 1965 y reeditado constantemente. Para Fernández de la Mora las ideologías son una patraña que no sirve para entender o para impulsar hacia el progreso el mundo o la sociedad hacia la igualdad, la libertad y la justicia, para eso ya tenemos la técnica y la ciencia, y la ética política. Una ética articulada por una élite ilustrada. Unas tesis que ya sonaban y han seguido sonando desde entonces. En El fin de las ideologías de 1960, el sociólogo norteamericano Daniel Bell explicaba que era eso de “el fin de la dialéctica de la historia y la aparición del pensamiento único” es decir, que el modelo de las democracias occidentales y la economía de mercado es lo que hay, lo único y lo mejor, que las utopías comunitarias acabaron convertidas en pesadillas así que ¿para qué pensar, proponer o luchar por otras nuevas utopías liberadoras?. Luego, en el 1992, Francis Fukuyama nos explicó también, con más pruebas entonces porque la Guerra Fría había terminado y el socialismo real se había derrumbado, que la historia había llegado a “su fin”, que las luchas ideológicas se habían terminado de verdad y comenzaba un mundo basado en el “libre mercado global”, en el que al final todos los países del mundo adoptarían el estupendo sistema económico-democrático norteamericano.
Gonzalo Fernández de la Mora fue uno de los pioneros de esta patraña, que se sigue escuchando en todos los partidos de derechas, de Ciudadanos a Vox o el Partido Popular que, o defienden el realismo capitalista neoliberal porque ni izquierdas ni de derechas, hay que ser de centro
Pero el nuevo milenio nos enseñó que la cosa no era tan bonita: islamistas enrabietados, países productores de materias primas hechos unos zorros, dictaduras cuidadas por las democracias occidentales para que siguiera fluyendo el petróleo, internet arrasando con las formas cercanas del capitalismo amable, estados del bienestar convertidos en sálvese quien pueda, precarización y uberización laboral mundial, millones de migrantes huyendo de guerras y miserias, postverdad en los nuevos y antiguos medios de comunicación, contaminación invasora y destructora, calentamiento global catastrófico, la paradoja de la China comunista convertida en primera potencia capitalista, invención de economías colaborativas cleptómanas, siliconización del mundo, clases medias convertidas en clases pobres porque la historia seguía y también la guerra de clases. No es vano el financiero Warren Buffett proclamó que "Hay una guerra de clases, y la estamos ganando los ricos".
Pero no había otra, al aberrante “Realismo Socialista” le había relevado para quedarse el triunfante “Realismo Capitalista” que nos ha explicado en 2016 Mark Fisher, ante el que ¿no hay alternativa? o, mejor dicho, hay quienes quieren que ni siquiera imaginemos alternativas. Y nuestro Gonzalo Fernández de la Mora fue uno de los pioneros de esta patraña, que se sigue escuchando en todos los partidos de derechas, de Ciudadanos a Vox o el Partido Popular que, o defienden el realismo capitalista neoliberal porque “ni izquierdas ni de derechas, hay que ser de centro”, o dicen que “hay que ser transideológico”, o argumentan que “la derecha moderna es lo sensato” o proclaman que “soy de derechas, de toda la vida, ¡qué pasa!”. Unas propuestas que rescatan los viejos tópicos de “libertad sin libertinaje”, “la igualdad es injusta” y “la Justicia es la ley”.
Propuestas, partidos, élites, grupos de poder que atacan sobre todas las cosas que las personas, la gente, los ciudadanos consideren la posibilidad de imaginar y pensar que este mundo puede ser distinto, que el “realismo capitalista” es suicida e injusto, que la participación política nos incumbe a todos y a todas porque afecta a toda nuestra vida personal y social. “La ideología” es hoy esto. “Los ideólogos” son todos esos que nos venden con mucho éxito patrañas, mentiras, postverdades, eslóganes y mensajes, nos dan liebre cuando es gato y encima nosotros íbamos a comprar una lechuga.
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No sé si este personaje, que ahora vuelven a recuperar sus planteamientos los de Vox, pudo estar influido por Ortega y Gasset
Ortega lo pringa todo o casi todo, pero Fernández de la Mora bebe más de los aprendices de Pareto y Mosca, tanbien de los elitistas ingleses, aunque su librito, que tuvo mucho éxito en su momento, no deja de ser opúsculo, con pocos argumentos sólidos y muchas afirmaciones arbitrarias... hasta que ahora Vox o Cs o PP vuelve a ella como si fueran nuevas.
Y tb quizás del jurista extremeño Donoso Cortés que tanto influyó a su vez en Carl Schmitt
Ortega rechazó como discípulo a Fernández de la Mora porque le consideraba un pedante. Y es que Gonzalo era un reaccionario y no un liberal. Su idea de la sociedad era orgánica, no contractualista-individualista. Y la representación política para Gonzalo era la corporativa: no al sufragio individual inorgánico. No a la democracia. Don Gonzalo odiaba la democracia liberal, por eso no votó la Constitución de 1978.
Su libro, Los errores del cambio, es un pronóstico acertado y muy lúcido de lo que estaba pasando. Todo lo advertido en el libro se ha ido cumpliendo paso a paso. Sólo por eso merece máximo respeto. El balance del régimen del 78 no puede ser más desalentador: partitocracia cleptocrática que nos está conduciendo a la ruina de forma lenta pero segura. No sabemos todavía si el proceso desembocará en un país a la argentina o a la venezolana: Deuda pública galopante, hundimiento del ahorro y la clase media, demagogia, estado hiperintervencionista, fiscalidad confiscatoria, subvenciones a los amigos, al clan, corrupción generalizada, incultura y mentira. Esto es lo que hay y la culpa ya no vale echársela a Franco.
Don Gonzalo no era un fascista. Su ultraderechismo venía en línea directa del pensamiento tradicional español: Balmes, Donoso, Menéndez Pelayo, Maeztu y el grupo Acción Española. Era un monárquico antiliberal, que acabó por idolatrar a Franco y apartándose de la obediencia a don Juan de Borbón. Llegó a ministro con Franco. Nunca aceptó la democracia de 1978. Al final de su vida, marginado política e intelectualmente, apostaba por una república presidencialista. Para don Gonzalo, los individuos superiores son aquellos que por herencia tienen un cociente intelectual elevado, lo que ipso facto les da derecho al mando sobre la gran masa mediocre. Así pues, su elitismo aristocratizante encajaba como un guante en su odio a la democracia vulgar, chabacana etc. El autoritarismo venía por añadidura. Además de Franco, don Gonzalo idolatraba a Pinochet. El ideólogo del fin de las ideologías tenía unas ideas muy claras: dictadura, no a los partidos, no al sufragio universal, elitismo, organicismo corporativista y toda la represión necesaria para mantener este tinglado neoestamental. Además de un ideólogo ultra, don Gonzalo era un hombre de inmensa cultura, muy inteligente y de buena aunque pedante pluma. Sus libros pueden leerse con provecho porque se aprende, lo que no es decir poco. En ese sentido, era un intelectual totalmente fiel a sus ideas, sincero y nada cínico.