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Filosofía
Tersites en el siglo XXI: el silencio plebeyo en las sociedades mediáticas
Homero, en la "Iliada", mostró una de las estrategias básicas de la política: reducir al silencio al subalterno. De modo sorprendente, los dispositivos homéricos que aparecen en el episodio de Tersites continúan operando en nuestras sociedades contemporáneas.
El silencio del subalterno es la estrategia fundamental del poder a lo largo de la historia. Nada hay más eficaz para garantizar el dominio político que reducir a silencio al adversario. La historia de la política podría realizarse a través del análisis del progresivo acceso a la palabra y a la participación de los sectores sociales subalternos. Voz y participación, voz y voto, cuya etimología es coincidente, han ido de la mano en las luchas sociales.
Desde los inicios griegos, las reglas del juego quedan claras. El famoso episodio de Tersites, en el canto segundo de la Iliada de Homero, expresa con nitidez cuál debe ser, según la ideología aristocrática del poema, la condición del pueblo: el silencio. Recordemos el pasaje. Los griegos se reúnen en asamblea a las puertas de Troya, tras nueve años de guerra. La posibilidad de abandonar late en el ambiente. Tersites, un plebeyo, tiene la osadía de tomar la palabra, privilegio de los reyes, “hijos de los dioses”, para expresar el malestar de muchos de los de su condición, que desean regresar a sus casas. Odiseo le increpa y golpea con su cetro, reduciéndole al silencio, ante el regocijo del resto de plebeyos, que aprueban la acción del Laertíada: “Esto de ahora es lo mejor que ha hecho entre los argivos: cerrarle la boca a éste, un ultrajador que dispara palabrería. Seguro que su arrogante ánimo no le volverá a impulsar otra vez a recriminar a los reyes con injuriosas palabras”. El silencio es, insistimos, la condición del pueblo.
Este fragmento, de una fortísima carga política, pone en juego cuatro dispositivos justificadores del silencio plebeyo y, consecuentemente, de que el poder se aloje en la aristocracia. En primer lugar, la genealogía: si los aristócratas poseen el poder, y la palabra, es porque son descendientes de los dioses. Su condición social explica el privilegio. En segundo, la diferente caracterización de la aristocracia frente a la plebe, pues mientras la primera goza de la kaloskagazía, es decir, que el aristócrata, por el mero hecho de serlo, es bello y bueno, el plebeyo, también por su propia condición, es malvado y feo, como se desprende de la descripción que Homero hace de Tersites: “Era patizambo y cojo de una pierna; tenía ambos hombros encorvados y contraídos sobre el pecho; y por arriba tenía cabeza picuda, y encima una rala pelusa floreaba. Era el más odioso sobre todo para Aquiles y para Ulises, a quienes solía recriminar”; descripción, por cierto, muy cercana a la que Platón hará del nuevo rico en el libro VI de la República. En tercero, la descalificación del discurso plebeyo. Tersites, sí, es ágil con la palabra, pero la suya es una palabra desordenada (acosma), su discurso carece de orden (atar ou kata cosmon), a diferencia del discurso ordenado y armonioso de los reyes. Cabe recordar que es privilegio de la divinidad la transformación del caos en cosmos. Al parecer, en el procedimiento discursivo sólo los hijos de los dioses son capaces de conferir orden (cosmos), que también es belleza, al lenguaje. No será, por tanto, una lucha vana la que entable el demos, siglos más adelante, de manos de los sofistas, para triunfar sobre el orden y sentido de las palabras y reclamar para el demos la capacidad de organización del caos, de la palabra y, por tanto, de la realidad social. Finalmente, en cuarto lugar, Homero emplea un procedimiento de transferencia en el que indica al pueblo qué es lo que debe pensar al escuchar el fragmento en cuestión. Recordemos que los poemas homéricos fueron recitados durante décadas por los aedos por todos los rincones de Grecia, y que su recitado en la plaza pública se convertía, por lo tanto, además de en un instrumento de entretenimiento, en una eficaz estrategia de adoctrinamiento ideológico. Por ello, ante el riesgo de que al escuchar los versos se generara un sentimiento de solidaridad con Tersites, el plebeyo maltratado, que, al fin y al cabo, pertenece a la clase social de quienes escuchan el poema en la plaza pública, Homero establece muy claramente cuál debe ser la reacción del demos, colocando esa reacción en el propio poema y esperando que éste sirva como modelo en el que el público se reconozca. Que Homero haga aplaudir al demos la acción de Ulises, la represión de Tersites, es una estrategia ideológica de hondo calado.
La historia de la política podría realizarse a través del análisis del progresivo acceso a la palabra y a la participación de los sectores sociales subalternos. Voz y participación, voz y voto, cuya etimología es coincidente, han ido de la mano en las luchas sociales
Homero en el s. XXI
¿Qué queda de la estrategia homérica en el siglo XXI? Sorprendentemente, todo. El acceso a la palabra, entiéndase comunicación de masas, sigue quedando reservada a quienes detentan el poder, aunque el mecanismo de exclusión haya perdido su dimensión mitológica para asentarse exclusivamente en motivos económicos: solo los grandes capitales tienen capacidad para construir el entramado informativo que constituye nuestras sociedades. Y desde ese entramado comunicacional, se aplican a repetir los dispositivos de justificación establecidos en el poema homérico.
Los procesos de empoderamiento ciudadano que estamos viviendo en las últimas décadas y que han tenido como consecuencia una implicación más directa de las clases populares en la política, incluso en la gestión de grandes ciudades, como Madrid, Barcelona o Zaragoza, ha generado por parte de las elites un discurso de descalificación de lo plebeyo que coincide milimétricamente con la actitud homérica. Recordemos los exabruptos de esta elite ante la aparición en la política, en las instituciones, de gente que no se sometía a las normas “estéticas” exigidas y que tenía la osadía de acudir a esas instituciones, teóricamente populares, vestidos o peinados como viste una importante parte del pueblo. El calificativo despectivo de “perroflautas” es ejemplo de cómo esta elite que viste, a su juicio, impecablemente, quiere visualizar la inconveniencia del acceso a las instituciones de quienes visten de otro modo. Ello, evidentemente, está vinculado con la genealogía, con el origen social de quienes presentan estéticas enfrentadas. ¿Quiénes son estos que se presentan en nuestras instituciones? ¿De dónde han salido? ¿Cómo es posible el acceso de “pescateras”, tal como se calificó a Ada Colau, a la dirección de nuestros ayuntamientos? Sócrates nos lo dejó claro hace mucho tiempo: zapatero a tus zapatos. Porque el zapatero, la pescatera, no posee los conocimientos, la formación exigibles a alguien que ha de dirigir una institución. La política debe ser cosa de iniciados, de gente capacitada que, si en la época homérica era capaz de ordenar las palabras, en nuestras sociedades contemporáneas es capaz de entender, y solucionar, los complicados problemas de nuestro presente. Todo este argumentario, como el homérico, rezuma una idea de elite, de grupo social privilegiado, en cuyas manos, y no otras, debe estar la gestión de la política.
¿Qué queda de la estrategia homérica en el siglo XXI? Sorprendentemente, todo. El acceso a la palabra, entiéndase comunicación de masas, sigue quedando reservada a quienes detentan el poder, aunque el mecanismo de exclusión haya perdido su dimensión mitológica, para asentarse exclusivamente en motivos económicosLa sutileza de Homero hizo que, en un momento tan temprano de la política, advirtiera la importancia del control ideológico como base para la acción política. Lo que he denominado como dispositivo de transferencia, por el que pone en boca del demos la ideología aristocrática para que el demos la tome de boca de los suyos, resulta una estrategia de enorme eficacia y muy cercana al proceder de los medios de comunicación en la actualidad. Estos medios, en realidad altavoces ideológicos de las empresas y bancos que los sostienen, se esfuerzan por transmitir una suerte de escándalo ante todas y cada una de las acciones emprendidas desde, por ejemplo, los ayuntamientos del cambio, para poner de manifiesto su incapacidad e impericia, que, entienden, lleva a esas instituciones al desastre. La aristocracia del poder, a través de sus altavoces mediáticos, aprovecha cualquier ocasión, aunque sea a costa de falsear impunemente la realidad, para erosionar la presencia pública de aquellos que han osado, sin ser hijos de los dioses del capital, acceder a la plaza pública y suplantarles en la toma de decisiones. Porque el silencio, siguen pensando, debe continuar siendo la condición de la “apestosa multitud”, tal como se la definió en el siglo XVII.
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No sé por qué mientras leía su limpia parabrisas ideológico de a martillazos solo tenía en mente a Lenin, Fidel Castro, a Pablo Iglesia...
Mi enhorabuena. Homero y Sócrates y el resto de clásicos le cuadran perfectamente en su finca ideológica. Es usted todo un Procusto. Una pena, porque prepara usted muy bien la mesa para los invitados a lo que luego mutila. Le deseo un horizonte muy amplio.