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Filosofía
Lo imprevisto: ¿por un nuevo acontecimiento que cambie nuestras vidas?
Tras el fin del ciclo histórico que marcó el 15M, nos preguntamos si es posible un nuevo acontecimiento que transforme nuestra realidad.
El año 2011 un nuevo ciclo de luchas cruzó el mundo. Desde las plazas habitadas por el 15M hasta el movimiento Occupy Wall Street, pasando por las Primaveras árabes, la multitud se alzó con nuevos métodos de acción y con el propósito de denunciar la corrupción y la falta de transparencia en las instituciones, la influencia casi ilimitada de los poderes financieros sobre la vida de la población así como la acumulación de riqueza en unas pocas manos; para reivindicar, en fin, la democracia como un sistema basado en una participación más abierta y horizontal e incluso en la capacidad de decisión directa de la sociedad en su conjunto.
A pesar de las diferencias existentes dentro de este ciclo de luchas plural y heterogéneo, de lo que no parece haber ninguna duda es de que asistimos a la irrupción de un conjunto de acontecimientos no previstos y que no seguían un modelo previamente establecido en su desarrollo posterior. Pasados ya unos años y con la posibilidad de llevar a cabo un análisis más reposado y distanciado de lo que supuso esta respuesta en principio espontánea por parte de la población, nos parece necesario plantear si en la actualidad –y en el caso concreto del Estado español– se podrían dar las condiciones para que un acontecimiento similar emerja de nuevo; para ello, es igualmente necesario analizar los elementos que definen a aquellos acontecimientos con capacidad para desestabilizar el curso habitual, impuesto y en buena medida normalizado y aceptado de la realidad que nos rodea.
El acontecimiento: destituir lo viejo, constituir lo nuevo
Como explica el profesor de Derecho Constitucional y Ciencias Políticas Albert Noguera en su último libro, El sujeto constituyente: entre lo viejo y lo nuevo (Trotta, 2017), el acontecimiento se ha analizado a partir de dos vías en principio divergentes. La primera de estas líneas, de influencia marxista, afirma que si se produce un acontecimiento es por la existencia previa de un sujeto colectivo más o menos organizado y consciente de la necesidad de acabar con sus condiciones de explotación y decidido, pues, a cambiar por completo la correlación de fuerzas existente. La segunda línea de análisis, sostenida desde hace unas décadas por autores como Alain Badiou, insiste en cambio en el carácter espontáneo del acontecimiento. Desde este punto de vista, es la irrupción en principio inesperada del acontecimiento la que implica un cambio radical a la hora de entender las figuras subjetivas que de forma individual y colectiva conforman el campo social, así como una transformación profunda de las relaciones de fuerzas que se producen entre estas figuras. En cualquier caso –en la línea de lo que apunta Noguera– nos parece simplista y excluyente tener que elegir entre estas dos líneas de análisis.
En este sentido, la descripción de Deleuze y Guattari acerca del acontecimiento nos parece que supera la dicotomía a la que nos acabamos de referir. Los autores nos hablan del acontecimiento como aquello que nos pasa –que nos atraviesa, podríamos decir–, ciertamente de forma imprevista, como aquello que nos destituye y que nos constituye en un proceso siempre inacabado. De hecho, el acontecimiento se manifiesta para Deleuze y Guattari como un conjunto de encuentros que cambian de forma radical la comprensión del tiempo y del espacio en los que desarrollamos nuestras vidas, contribuyendo así a abrir nuevas coordenadas vitales, nuevas formas de pensar y sobre todo de sentir y de actuar. Además, si los poderes establecidos proponen una muerte en vida, en la medida en que llevan a la mayor parte de la población a sobrevivir en un medio casi irrespirable, la potencia revolucionaria del acontecimiento se encuentra precisamente en su capacidad para aportarnos un soplo de aire renovado. “Lo posible, que me ahogo”: esta es una de las cosas más importantes que aporta el acontecimiento, en palabras de los autores.
El acontecimiento se manifiesta para Deleuze y Guattari como un conjunto de encuentros que cambian de forma radical la comprensión del tiempo y del espacio en los que desarrollamos nuestras vidasEl acontecimiento nos convierte así en otro sujeto diferente del que somos en el presente, de la misma forma que implica un cambio profundo y en principio inesperado de nuestras relaciones. Pero no hay que olvidar que es la transformación que los sujetos han conseguido operar sobre sí mismos, en el contexto previo y en paralelo a la emergencia del nuevo escenario, así como las transformaciones que han conseguido operar sobre las relaciones de poder existentes, lo que favorece la irrupción de un acontecimiento en clave revolucionaria. Un fenómeno como el de Mayo del 68 –central en el análisis de Deleuze y Guattari– sería impensable si no tenemos en cuenta las luchas llamadas minoritarias que empezaban a ganar importancia en este contexto de efervescencia política y social. A su vez, todo este ciclo de luchas se alimentaba de los combates con que el movimiento obrero había tensado, ensanchado y en ocasiones eliminado los límites impuestos por el sistema capitalista.
De forma similar, el 15M surge en respuesta a las medidas austericidas que los poderes financieros y los gobiernos habían impuesto sobre la población, siguiendo así la estela de las luchas que desde colectivos de distintos ámbitos se habían puesto sobre la mesa con demandas como el acceso a la vivienda o al trabajo en condiciones dignas. Al mismo tiempo, todo el nuevo ciclo de luchas que llega en 2011 no se entiende sin las movilizaciones que una década antes se habían producido alrededor del movimiento alterglobalización ni sin las manifestaciones en contra de la guerra de Irak que llegarían un poco después. Como no cabe duda de que el movimiento alterglobalización no hubiera tenido el mismo sentido sin todo el conjunto de demandas y prácticas que a principios de los años noventa esparció el zapatismo desde el sudeste mexicano. A todo esto cabe añadir –como apuntan Michael Hardt y Toni Negri en el texto Declaración– la creación de las nuevas figuras subjetivas que encontramos a la base de este nuevo ciclo de movilizaciones y en particular en el caso del 15M, articuladas en torno a la subversión ante la deuda como arma de sometimiento individual y colectivo, ante el discurso de los grandes medios de comunicación, ante el control y la seguridad como valores centrales en la sociedad y, finalmente, ante el modelo de la representación como única vía para desarrollar la democracia.
Y entonces... ¿de nuevo un acontecimiento?
Así pues, si de lo que se trata es de favorecer las condiciones para la emergencia de un nuevo acontecimiento, los movimientos que se desencadenen en el campo social se deberían prolongar como un proceso plástico y esencialmente inacabado, como una línea incontrolable que escapa de cualquier configuración o modelo estable que se trate de imponer desde las instancias de poder. Si se quiere decir así, el acontecimiento es una realidad constitutivamente antiautoritaria, razón por la cual se agota cuando se lo intenta representar políticamente o encuadrar en el ámbito cerrado y estable de las instituciones tradicionales. Como indicaba Foucault, la primera tarea de la militancia revolucionaria debería ser la de no enamorarse del poder.
Así pues, el problema para el surgimiento de un nuevo acontecimiento en el contexto actual quizá no sea tanto, como se ha repetido en muchas ocasiones, el acceso en los últimos años de una parte de los movimientos sociales y del activismo a la cabina de mandos institucional, como el hecho de que la entrada en este espacio no se haya traducido en una transformación estructural y ni siquiera en un cambio real de las dinámicas en el interior de las instituciones. Sobre todo si tenemos en cuenta que tales estructuras y tales dinámicas están diseñadas precisamente para evitar u orientar de una forma determinada cualquier movimiento imprevisto que se pueda producir en la sociedad. Si a esto le sumamos que el sistema parece haber absorbido, al menos hasta cierto punto, la capacidad de ruptura de las figuras subjetivas a las que nos hemos referido, mediante la creación de supuestas alternativas en el campo político, con discursos como el que insiste en la salida de la crisis o como el que pone a las personas migrantes en el centro de los problemas económicos de los países desarrollados, intensificando la creación de una determinada imagen de la realidad e incluso haciendo uso de la represión directa sobre toda aquella persona o colectivo que osen poner en cuestión las reglas establecidas, el panorama no parece ser demasiado favorable para que un nuevo acontecimiento se produzca.
El acontecimiento siempre ha estado ausente y presente a la vez; incluso cuando las condiciones no parecen ser las más propicias, su falta de visibilidad no impide su potencia disruptiva
Y sin embargo, como apuntan Deleuze y Guattari, sólo los renegados pueden decir que el acontecimiento ha muerto. Que el acontecimiento no sea directamente visible, no quiere decir que no continúe latiendo en la base de la sociedad, que no pueda surgir y concretarse de nuevo en el momento en que las condiciones materiales y subjetivas vuelvan a ser favorables. De hecho, hasta cierto punto podríamos afirmar que el acontecimiento siempre ha estado ausente y presente a la vez; y que incluso cuando las condiciones no parecen ser las más propicias, su falta de visibilidad no impide su potencia disruptiva.
Cuando Deleuze y Guattari afirman que Mayo del 68 no ha tenido lugar se refieren, en este sentido, a que un acontecimiento de este tipo no se manifiesta necesariamente a través de un cambio político en el plano institucional. Más allá de los cambios institucionales, el acontecimiento es aquello que hace tambalear los cimientos de la sociedad aunque sea de forma aparentemente imperceptible. Ni la sociedad ni los elementos que la componen vuelven a ser los mismos después de Mayo del 68 o del 15M. De hecho, podríamos afirmar que el acontecimiento es uno de los motores necesarios para que un proceso revolucionario se desencadene; más aún: el acontecimiento debe ser la potencia de cambio y de transformación de la que, al fin y al cabo, depende la vitalidad de cualquier proceso revolucionario –sobre todo cuando este se concreta, cuando se consiguen cambiar las relaciones subjetivas y de producción–. En este sentido, aunque el ciclo histórico del 15M se haya clausurado, el proceso de transformación (posible e imprevista) no está muerto desde el punto de vista del acontecimiento.
Por otro lado, el acontecimiento es aquello que se sustrae de todo carácter teleológico que pueda tener un proceso revolucionario; es decir, el acontecimiento no responde a la conquista de un fin, de un objetivo final ya previsto por adelantado. El mundo nuevo del acontecimiento no puede ser una promesa futura, sino que se debería de manifestar en el presente y en cada acción que lo acompañe, en su emergencia y en nuestra capacidad para constituir nuevas formas de pensar, de decir, de vivir la realidad. Desde esta perspectiva, ni tiene mucho sentido preguntarse por el fracaso o el éxito del 15M en términos históricos ni tampoco se debe esperar, seguramente, la llegada de un nuevo acontecimiento. Desde esta perspectiva, quizá, lo que haga falta es tratar de crear con cada una de nuestras acciones las condiciones más favorables para que el acontecimiento se exprese. Y ejemplos de esto ya los estamos viendo en las movilizaciones feministas de los últimos meses; en la respuesta ante los ataques a la libertad de expresión y ante la persecución a artistas; en el apoyo a los presos de Altsasua; en las manifestaciones contra la encarcelación y la represión sobre activistas y cargos electos catalanes, así como en las acciones de los Comités de Defensa de la República; en las movilizaciones en Murcia por el soterramiento de las vías; en la coordinación sindical de las nuevas figuras de la clase trabajadora; en la lucha de las personas migrantes por sus derechos, así como en la respuesta de una parte importante de la población ante la llegada de las personas refugiadas… El acontecimiento ya está, seguramente, en marcha. Estemos, pues, a la altura.