Fascismo
El fetichismo de las urnas (III)

Eduardo Manuel Molina explica en esta tercera entrega, el proceso que lleva a la dictadura y el totalitarismo.
Profesor de Historia Contemporánea en la UPO
16 may 2022 15:26

La táctica fascista consistió, por ende, en una suerte de simulacro de rebelión organizado con el acuerdo tácito de las autoridades conservadoras.

In nuce, en la primera fase en el poder del Estado, desde la Marcha sobre Roma en octubre de 1922 hasta principios de 1925, el régimen fue una continuación constitucional de los gobiernos de coalición ex ante. En la segunda, desde 1925 hasta 1936, se condensan los años de la construcción de la dictadura, hecho ya materializado a principios de 1927. En la tercera, desde 1937 hasta 1943, encontramos el período de la autarquía y la semi nazificación, y por último, de 1943 a 1945, le siguió el régimen títere y distópico de Saló.

Ya antes de la Marcha sobre Roma, en el Congreso del Movimiento y de la fundación del PNF en noviembre de 1921, se inició el proceso de control interno de las diferentes fracciones por parte de Mussolini. Por un lado, se vence a los representantes del fascismo rural radical que estaba bajo la dirección de Grandi y de Italo Balbo. Por otro, se asiste a una primera ruptura con la izquierda sindicalista y al abandono, como ya se dijo ut supra, de sus reivindicaciones bajo el liderazgo de Farinacci. En agosto de 1922, Mussolini reniega de sus proyectos republicanos y acepta el mantenimiento de la monarquía -que será clave para la materialización del golpe de Estado-, que, en Italia, estaba vinculada al capital medio. Y en septiembre del mismo año, el partido fascista asimiló el movimiento nacionalista de tinte “progresista” de Gabriele D`Annunzio.

En esa línea, en diciembre de 1922 se instituyó un Gran Consejo como órgano rector del partido bajo control de Mussolini y transformó a los escuadristas en una milicia estatal oficial subordinada al control de los militares de carrera. Por último, los nacionalistas de derecha, PNI, se fusionaron con los fascistas en febrero de 1923. De esta forma en las elecciones de abril de 1924, la coalición fascista obtuvo el 70% de los votos, 374 escaños, mayoría absoluta.

Lo que no dice Payne es que el 18 de noviembre de 1923 se había aprobado una nueva ley electoral en el senado, bajo la amenaza de Mussolini y los escuadristas, que otorgaba dos tercios de los escaños al partido mayoritario. Consecuentemente, se le daba al régimen una apariencia de legitimidad democrática. Una apariencia que duraría poco tiempo, ya que el 10 de junio de 1924, el escuadrismo asesinó a Giacomo Matteotti, el elocuente secretario del ala reformista del Partido Socialista Italiano tras denunciar con pruebas la corrupción del fascismo durante las elecciones. El asesinato estremeció a Italia. Tras varios meses de incertidumbre sobre la posibilidad de que el Rey y los conservadores depusieran a Mussolini, el 31 de diciembre de 1924, los ras, jefes locales escuadristas, presionaron al Duce para acabar con el régimen parlamentario. Si no lo hacía, actuarían manu militari sin él. Ante este escenario, Mussolini tomó la decisión de eliminar definitivamente la ficción de la división de los poderes de la democracia liberal -propio del bonapartismo de tipo preventivo- y con una parte de los derechos del “hombre y el ciudadano” via una serie de leyes aprobadas a lo largo de los dos años siguientes. Verbigracia, sustituyeron alcaldes elegidos por funcionarios nombrados; censuraron a la prensa y a la radio; reinstauraron la pena de muerte; establecieron el monopolio de la representación obrera sindical y disolvieron todos los partidos salvo el PNF. A principios de 1927 Italia se había convertido en una dictadura de partido único con la complacencia de los conservadores en el poder y en las instituciones.

Desde un enfoque empático, el mito fundacional del fascismo italiano se basaba en la idea de los italianos contemporáneos de que eran descendientes directos y herederos espirituales de los antiguos romanos. Esa herencia no se entendía en términos genéticos de pureza de sangre sino como la fuerza cultural impulsora del segundo renacimiento, -ultranacionalismo palingenésico- que convertiría a Italia en una “Tercera Roma” a modo de contra-mito del Tercer Reich.

Ahora bien, respecto de la hegemonía de la representación de clase dentro del Estado fascista, habría que señalar que el fascismo había respetado el personal político de la burguesía hasta 1925. A partir de esa fecha, sería la pequeña burguesía la que ocuparía las alturas del aparato de Estado a pesar del giro a la derecha que el programa del fascismo había tenido a partir de noviembre de 1921 y que beneficiaba directamente al gran capital. La ruptura de esta representatividad no se realizará hasta finales de 1928 con la ley que consagra el advenimiento del Estado totalitario1 bajo la fórmula de subordinación del partido fascista al aparato de Estado. La pequeña burguesía, privada ya de una organización política autónoma que contribuyera a su posición de clase reinante -a pesar de gobernar para el capital monopolista industrial- se convierte a partir de entonces en la clase mantenedora, administrativamente hablando, del Estado -beneficio indirecto-. Es el gran capital quien obtiene ahora el acceso directo a los puestos de mando del Estado como ocurrirá poco más tarde en Alemania. Un acceso directo que no anula, valga la aporía, la autonomía relativa del Estado fascista respecto del gran capital. Autonomía relativa que condujo a contradicciones importantes que se agravarán en el período de la autarquía a partir de 1936 con un aumento de la intervención del Estado en la economía.

A partir de 1937 se produjo en Italia un proceso de nazificación parcial como la introducción del passo romano, del racismo y el antisemitismo. La caída de Mussolini vendrá como resultado de su política exterior aventurera que le llevó a las derrotas y al descrédito durante la II GM. El punto de inflexión estuvo en la negativa de Mussolini al reajuste pactado de las fronteras del África Oriental que le habían ofrecido Francia y Gran Bretaña. En vez de aceptar dicho reajuste, en función de su debilidad militar, decidió invadir Etiopía en 1935, aliarse con Hitler -el Pacto de Hierro de mayo de 1939- y entrar en la guerra poco tiempo después, en junio de 1940. Tras las derrotas durante la guerra en Grecia y en el norte de África, una coalición de la vieja derecha – monarquía, ejército y la clase alta- y moderados fascistas, decidieron deponer a Mussolini en 1943.

Mussolini, rescatado de su cautiverio en la estación de esquí del Gran Sasso, al este de Roma, por una operación de las SS hitlerianas, es reinstalado como dictador en la localidad de Saló, en el lago de Garda, estableciendo una república social distópica basada en un nacionalismo proletario y campesino. Se introdujeron mecanismos de consejos obreros y reparto de beneficios y un programa de nacionalización de la industria. Las explotaciones agrícolas improductivas serían ocupadas por los jornaleros que trabajaban en ellas. Empero, dicho programa nunca fue puesto en práctica hasta el día de la entrada de los partisanos en abril de 1945. Estos, que lo encontraron escondido en la caja de un camión del ejército alemán en retirada, lo mataron y lo colgaron en una gasolinera de Milán.

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