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Literatura
Líbrate de tu padre
Nicolás Ferraro narra en su segunda novela una historia fronteriza, cargada de sudor y violencia, con un protagonista que recibe la herencia criminal de su familia
"El apellido es una enfermedad hereditaria". Si el arranque de una novela debe funcionar igual que una promesa, en este caso cumplida, aquí tenemos un ejemplo paradigmático. En una sola frase se anuncia la carga que arrastra el protagonista sobre su espalda, el estigma que acompañará sus pasos a lo largo de poco más de doscientas páginas tan rotundas como su elocuente inicio. Su origen es una losa, una piedra atada al cuello. Una condena que lo persigue y de la que intentará mantenerse a salvo sin mucho éxito. Lo que viene después es Cruz (Delito), finalista del Premio Hammett en 2017 y primera novela que el argentino Nicolás Ferraro (Buenos Aires, 1986) publica en España. Un hard-boiled de alto voltaje, intenso y pantanoso, con unas cuantas escenas no aptas para espíritus delicados, y cuya lectura nos descubre un escritor con enorme habilidad para erigir atmósferas cargadas de crudeza y desarraigo, en los márgenes de un territorio devastado por el crimen y la violencia. De Cruz, no hay duda, se sale salpicado de sangre.
cría cruces y tendrás un cementerio
Tomás no quiere parecerse a su padre, un criminal con gran experiencia que nunca ha mostrado demasiado interés por la familia. Pero de la noche a la mañana se ve obligado a ayudar a su hermano Sebastián, que ha terminado en la cárcel, antes de que la vida de este corra peligro. Para ello tendrá que involucrarse en una trama de narcotráfico y trata de mujeres, entre la frontera entre Argentina y Paraguay, y cumplir con un encargo que Sebastián dejó en el aire. Es decir, someterse de algún modo a la salvaje tradición de su ascendencia, ya que el asunto se complica lo suficiente como para que nos arroje por un barranco de situaciones extremas, algunas realmente impactantes. "Cría cruces y tendrás un cementerio", dice un cartel al que se hace alusión en el último tramo de la novela. Ferraro narra con un estilo seco y sentencioso, desplegando un trabajado sentido del ritmo, y no se salta las escenas de sangre, casi al límite del gore. Su frontera, dura y polvorienta, es sinónimo de ferocidad y bajos instintos. Nos perdemos algunos detalles por el camino ‒la jerga yerbatera de algunos diálogos, pura sonoridad y realismo‒, pero nunca la esencia de la narración.
si no querés pensar, tenés que hacer
No es difícil advertir que lo que subyace bajo esta sucesión de episodios violentos es un enorme vacío, una angustia existencial que alcanza a todos los personajes. Estar vivo en esta historia es casi un accidente, un trámite que conviene atravesar a mordiscos con lo primero que se pone a tiro. En Cruz todo sucede rápido, como si la vida ocurriese en una pantalla cuyas imágenes se aceleran sin sentido y solo existiese la oscuridad del presente, una ansiedad sudorosa que llama a atacar antes de que puedan atacarte. Opera la ley del más fuerte, pero también la ley del más inmoral y del más sádico. Un verdadero código de la selva. "Si no querés pensar, tenés que hacer", decía un refrán pintado en el barrio de Tomás. Nada mejor que esa sentencia para actuar como un martillo que no deja de percutir sobre su cabeza. Y también sobre la nuestra, porque la voz narradora consigue impregnarnos de ese nervio que convierte la vida en un interrogante continuo.
TRata DE MUJERES
Junto al tráfico de estupefacientes, en Cruz se hace visible la trata de mujeres para la prostitución y el traslado de la droga, en un papel que las condena a ejercer de "mulas" poniendo en riesgo unas vidas que, por otra parte, no conocen mucho más que la humillación y el sometimiento. Mientras nubes de moscas saltan sobre trozos de carne podrida y piaras de cerdos aplican sus dientes sobre cadáveres que ya nadie reclamará, los hombres juegan a matarse y pelean por su territorio. Ellas son una parte auxiliar del negocio ‒un desahogo sexual, un medio de transporte‒ y sobre sus cuerpos se ejerce una violencia todavía más estremecedora. En la geografía humana que describe Ferraro no se abren espacios para la justicia (solo existe la venganza o la defensa propia) y esa ausencia, acentuada por la corrupción policial, resulta escalofriante. La brutalidad en Cruz es una forma de costumbrismo a la que hay que enfrentarse con sus mismas armas.
un peckinpah brillante y explícito
Ya lo había anunciado enDogo (Del Nuevo Extremo, 2016), la historia de un criminal que regresa a su ciudad con la esperanza de poner distancias con pasado. Nicolás Ferraro no solo es una de las voces más brillantes del noir que nos está llegando desde Argentina, sino una especie de Peckinpah brillante y aun más explícito, como si al director de Grupo salvaje le hubiesen dado una tregua los productores para permitirle una gota más de sangre en los tiroteos. Pero en su gusto por mostrar la violencia con detalle, al servicio de una trama tejida con destreza (incluido un acertadísimo giro final), se filtran los restos de una fina sensibilidad que logra fijar con gran acierto a la mirada del protagonista. Tomás Cruz no consigue desprenderse de su apellido, ya lo sabemos, pero su observación de la monstruosa realidad en la que le ha tocado vivir, que pide un análisis más allá del amarillismo y la exhibición obscena, nos ayuda a penetrar en su mundo y a entender, desde los resortes de la ficción, sus contradicciones. El mérito es de un autor al que habrá que someter a un intenso marcaje en los próximos años.