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Ecologismo
'Ez hemen ez inon': la lucha contra los megaproyectos eólicos en Euskal Herria
En los últimos años asistimos a un verdadero despliegue de la industria de las energías renovables. A lo largo y ancho del territorio de la península se multiplican los megaproyectos eólicos y fotovoltaicos, con instalaciones cada vez más grandes y líneas de evacuación capaces de llevar la energía cada vez más lejos. Estos megaproyectos proliferan al amparo de legislaciones y planes públicos cuyo fin declarado es promover una transición energética que pueda solucionar el problema del cambio climático.
Con retraso respecto a otras regiones del Estado, esta tendencia ha llegado también a Euskadi, donde la mayoría de los montes se encuentran en la actualidad en peligro de convertirse en centrales eólicas. Los proyectos que están sobre la mesa incluyen prototipos de aerogeneradores de hasta 200 metros de altura, líneas de alta tensión de decenas de kilómetros, pistas de acceso de hasta 8 metros de ancho, subestaciones eléctricas y otros elementos subsidiarios. Toda esta infraestructura implica la industrialización de los territorios elegidos, que en la mayoría de los casos son montes comunales.
Los proyectos de desarrollo de infraestructura verde que están sobre la mesa en Euskal Herria implican la industrialización de los territorios elegidos, que en la mayoría de los casos son montes comunales
Además, el despliegue de centrales va acompañado por el desarrollo de infraestructuras para verter la energía producida en la red europea, como es el caso de la interconexión eléctrica del Golfo de Bizkaia: un cable subterráneo y submarino de 400 km que, si se llega a construir, llevará la electricidad directamente de Gatika a Burdeos.
En los pueblos afectados por estos megaproyectos ha ido surgiendo plataformas y colectivos ciudadanos que presentan alegaciones y organizan movilizaciones para impedir su instalación, y lo hacen en nombre de la protección de los entornos rurales y naturales. En los discursos políticos y en los principales medios de comunicación, este rechazo ciudadano es interpretado como una forma de egoísmo y estrechez de miras de las comunidades locales, que se obstinan en resguardar lo suyo sin entender que hay que priorizar el “interés general”, como dijo el anterior lehendakari Iñigo Urkullu hace unos meses.
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Ser o no ser nimby
Con este propósito, resuena en los medios el concepto de nimby ('not in my back yard'), creado en Estados Unidos en el contexto de la movilización antinuclear. El nimby rechaza la instalación de una infraestructura en su territorio, sin oponerse necesariamente a la industria en cuestión, sino simplemente exigiendo “que no se construya aquí”. Desde la experiencia de una plataforma antimacroeólicos nacida en la comarca de Encartaciones, trataremos de explicar porque no somos nimby.
Nos parece importante hacerlo porque vemos que esta etiqueta es una forma discursiva que deslegitima a nuestros movimientos, obviando el argumento de fondo que nos motiva. Es cierto que la movilización ciudadana contra el despliegue eólico se ha gestado pueblo a pueblo, pues en muchas casos la gente en muchos casos se ha empezado a interesar en este problema cuando ha llegado a amenazar directamente nuestro entorno de vida. Sin embargo, el rechazo ciudadano a los proyectos eólicos individuales ha ido confluyendo inevitablemente en una visión más amplia, que cuestiona el modelo de transición energética que se pretende imponer y el discurso “verde” que lo avala.
El rechazo ciudadano a los proyectos eólicos ha ido confluyendo en una visión más amplia, que cuestiona el modelo de transición energética que se pretende imponer en Euskal Herria y el discurso “verde” que lo avala
Por una parte, los megaproyectos abarcan territorios que incluyen varios municipios, así que desde un principio la resistencia se ha tenido que aglutinar según los trazados de grandes polígonos y líneas de evacuación que afectan a pueblos a veces muy distantes y geográficamente diferentes. Además, conforme avanza el despliegue de los megaproyectos, estos se van superponiendo. Y así hay muchos municipios que son a la vez amenazados por más de uno de ellos. Esto es lo que pasa, por ejemplo, en Encartaciones, donde actualmente están en trámite administrativo seis centrales eólicas en un radio de 25 km.
Por otra parte, el despliegue de esta industria va acompañado de legislaciones y planes que se aprueban a niveles que trascienden lo local, como la Ley de Transición Energética y el Plan Territorial de Energías Renovables (PTS) en Euskadi; o el Plan Integrado de Energía y Clima a nivel del Estado, así como planes y acuerdos a nivel europeo. Por tanto, la respuesta ciudadana en este ámbito también se ha articulado necesariamente a un nivel más amplio. Prueba de ello fueron las más de 4000 alegaciones que se presentaron al PTS hace ya casi un año, y en cuya recogida participamos colectivos de todo Euskal Herria.
Pero no solo eso. A lo largo de este recorrido, investigando sobre el tema y escuchando a personas competentes, nos hemos dado cuenta de que la “transición energética” promovida por este entramado legislativo es un espejismo. Dicen querer luchar contra el cambio climático, pero el despliegue renovable no va acompañado por medidas reales para reducir el consumo fósil, sino que este no para de crecer. Dicen querer reducir las emisiones, pero en los proyectos no incluyen cálculos reales de todas las que se producen en el proceso de construcción, transporte, instalación, mantenimiento y desmantelamiento de las mega infraestructuras “renovables”.
Asimismo, adoptan deliberadamente una visión sesgada del cambio climático, sin considerar otros graves problemas ecológicos asociados, que la industria “renovable” contribuye a empeorar: escasez de materias primas, pérdida de biodiversidad, residuos industriales, desertificación, pérdida de suelo agrícola, degradación del ámbito rural, etc.
La transición verde vasca no supone un cambio hacia un modelo energético más sostenible, sino que sostiene un nuevo sector de negocio para las grandes corporaciones, como quedó de manifiesto en la feria de Wind Europe celebrada en el BEC de Bilbao
Ante estas contradicciones, vemos que el discurso “verde” que avala esta “transición energética” es un dogma que encubre otros intereses. La transición que pretender imponer en realidad no es tal —si entendemos por transición un cambio hacia un modelo energético más sostenible—, sino un nuevo sector de negocio para las grandes corporaciones. Las hemos visto hace poco reunidas en la feria de Wind Europe en el BEC de Bilbao: cientos de personas trajeadas representando empresas y fondos de inversión de todo el mundo, acompañadas por altos cargos políticos.
Es un sector que, además, muestra el comportamiento de una burbuja especulativa: mientras proliferan los megaproyectos, al calor de distintos tipos de subvenciones públicas y promesas futuras de negocio, aparecen noticias que ponen en duda su rentabilidad, debido a la gran volatilidad de los precios. Y ocurre en un mercado energético obsoleto basado en subastas, en parte debido a la cantidad desproporcionada de proyectos previstos actualmente en el Estado español, que supera con creces incluso los objetivos planteados por Europa.
Digámoslo claro: el negocio de la transición verde está subvencionado y guarda poca o ninguna relación con el abastecimiento energético de los territorios, ni tampoco con las necesidades del mercado europeo. Basándose en cálculos puramente financieros de ganancias a corto plazo, se planifican así la colonización y el expolio irreversible de los territorios.
En este sentido, los nimby son ellos. Son las corporaciones que especulan con la energía quienes piensan solo en lo suyo, en sus cuentas bancarias y en el valor bursátil de sus acciones, en perjuicio del interés general y de la naturaleza, que pertenece a todas y a la que todos pertenecemos. Esto es lo que no quieren escuchar, y por lo que nos llaman nimby, cuando, en realidad, lo que estamos diciendo es “ni aquí, ni en ninguna parte”.
Los movimientos ciudadanos que nos oponemos al despliegue renovable en los montes de Euskal Herria somos conscientes de la amplitud y de la trascendencia del problema que nos afecta. Por eso, una parte importante del trabajo que se está haciendo, en este caso sin ninguna subvención, es construir redes que van más allá de nuestro “patio trasero”. Hace un año nos reunimos en Gasteiz miles de personas en una manifestación organizada bajo el lema Lurraren Defentsan. Euskal Herria Bizirik. Y el pasado 13 de abril de nuevo nos manifestamos en Azpeitia. El próximo 26 de mayo marcharemos, también desde todo el país, al monte Kolitza, que es uno de los entornos emblemáticos amenazados por la industria eólica.
Por último, este trabajo en red va más allá del problema de las macrorrenovables, pues hay colectivos que se movilizan en contra de otros megaproyectos, sean energéticos, industriales, turísticos, de autopistas, trenes de alta velocidad, etc. En este último mes se han sucedido grandes movilizaciones en defensa del territorio también en Galicia, Aragón, Canarias…, y otras se están preparando en Andalucía. Una ola de movilizaciones que se parece mucho más a los soulevements de la Terre de los franceses que al nimby de los americanos. Nos une la defensa de la tierra y de la vida contra la hegemonía de un sistema económico basado en la explotación que nos ha llevado a esta crisis civilizatoria y que ahora, con la misma receta, pretende convencernos de que nos va a sacar de ella.