Deuda
Cuando despertó, la deuda todavía estaba allí

Todo indica que se cierra un ciclo: el endeudamiento y el déficit pasarán su factura en forma de recortes sociales a quienes no nos hemos endeudado y el austericidio volverá por sus fueros en meses, esta vez con la coartada de los fondos de la UE.
Contra la deuda
Actos contra la deuda en 2013. Adolfo Luján
27 jun 2021 06:00

Cada vez se habla más de la deuda pública, aunque es evidente que existe un pacto no escrito de todo el espectro político para no hacer demasiado ruido con el tema, porque saben que la situación es muy preocupante y, sobre todo, porque el sistema no sabe cómo abordarla sin dañar sus intereses o generar fuertes conflictos.

Pero la deuda pública (y privada) lleva tiempo llamando a la puerta y no va a ser posible seguir esquivándola.

Empecemos por las aburridas, pero necesarias, cifras: la deuda de las administraciones públicas (gobierno central, seguridad social, comunidades autónomas y entidades locales) alcanzó, al finalizar marzo de 2021, la inmensa suma de 1,392 billones de euros, equivalente al 125,3% del PIB. Solo en marzo se incrementó en 25.763 millones, una cantidad muy superior a los esperados fondos del programa NGEU para 2021 (unos 19.000 millones) En doce meses aumentó en 168.176 millones, una cantidad también superior a lo que se espera en “subvenciones” y créditos de los fondos NGEU para más de seis años. Incluso, el informe de la Comisión Europea Debt Sustainability Monitor (Institutional paper 143, febrero de 2021) analiza que la deuda llegará al 140% del PIB en 2030.

Además, existe otra deuda que los gobiernos vienen ocultando y que la contabilidad del Protocolo de Déficit Excesivo de la UE permite. Esa deuda oculta estaría por encima de los 600.000 millones. Digo estaría porque ni el Gobierno ni la oficina de estadística de la UE (Eurostat) dan datos actualizados y desagregados. Esa deuda terminará aflorando contablemente, como cuando Eurostat obligó al Gobierno, a finales de 2020, a incluir en la deuda pública oficial los 34.182 millones de pérdidas de la SAREB (el “banco malo” creado para mantener altos los precios de los activos inmobiliarios de la gran banca) o eclosionando. En esa deuda sumergida está la de las empresas públicas cuyo garante es el Estado (AENA, ADIF, Renfe) otras deudas no financieras, avales fallidos o camino de fallar que otorgó el Gobierno (créditos ICO, etc.) y también la deuda comercial con proveedores (83.356 millones de euros a finales de 2020) lo que elevaría el total de deuda por encima de los dos billones (más del 180 % del PIB). En un reciente artículo se llegó a decir: “Y sin ánimo de que cunda el pánico, procede apuntar que el volumen de los pasivos en circulación del conjunto de nuestras Administraciones Públicas en 2020 ascendía a 1.980.209 millones de euros, 176,5% del PIB”.

Nos puede llamar la atención que la UE no imponga una disciplina contable en un asunto de tanta relevancia y que no obligue a revelar y contabilizar la deuda pública real, pero si sabemos que esa deuda oculta de Alemania, por las cajas de ahorro y otras corporaciones, elevaban su deuda al 126,26 % hace diez años, podemos hacernos una idea del por qué de ese pacto de silencio y también si analizamos que todos los países tienden a ocultar su realidad de deuda, en la medida en que tienen que seguir acudiendo a los mercados para financiar el día a día de sus gastos y pretenden hacerlo en las condiciones más favorables.

Todo esto, en un contexto mundial de inmensa deuda pública y privada en crecimiento y sin un sistema monetario mínimamente estable, lo que recorta cada vez más los márgenes de endeudamiento y amenaza con una crisis global de deuda, que esta vez no se quedaría en la periferia, sino que llegaría también a los grandes bloques capitalistas.

¿Cómo se está abordando desde la izquierda la situación de deuda?

En los espacios políticos y entre la población el asunto está poco presente. Es normal que pase entre la población, agobiada por problemas más cercanos como el paro, la precariedad del trabajo y los salarios y el deterioro de los servicios públicos. Además, en la mayoría de los países europeos, no existe una memoria viva de las consecuencias cotidianas cuando la deuda pública se hace impagable. No sirve la reseña a lo ocurrido hace cien años o a cómo una deuda llevó a las desamortizaciones desde el siglo XVIII. Muy diferente es en América Latina, donde se puede decir que todas las generaciones desde la independencia han vivido bajo su amenaza y han sufrido tres y cuatro grandes crisis de deuda externa. Aunque parece que las economías del sur de Europa ,y otras más, nos acercamos cada vez más a un “escenario argentino”.

Parece que la mayoría de “la izquierda” se ha abonado a un keynesianismo de parvulario y asume que lo que hay que hacer ante la crisis es meter más dinero en la economía, que endeudarse es progresista

Tampoco la mayoría del espacio de la izquierda atiende al tema o lo calibra. Incluso hemos visto análisis sobre el gasto público o los fondos NGEU que ni nombraban la deuda. Parece que la mayoría de “la izquierda” se ha abonado a un keynesianismo de parvulario y asume que lo que hay que hacer ante la crisis es meter más dinero en la economía, que endeudarse es progresista y señalar la deuda neoliberal. Una posición que no tiene en cuenta el sometimiento que implica la deuda y que asume que hay una solución sencilla a los complejos problemas del siglo dando “a la máquina de hacer dinero” y sin alterar el capitalismo. Que no pasa nada por seguir endeudándose, como si la chulesca respuesta de Keynes a la pregunta de qué pasaría a largo plazo con las políticas monetarias expansivas (“en el largo plazo estamos todos muertos”, escrito en el Breve tratado sobre la reforma monetaria en 1923) fuera el culmen del pensamiento rebelde. Como si el keynesianismo no fuera, como el neoliberalismo, más que una variante de las doctrinas del liberalismo neoclásico y más que una política que solo pretendían salvar las ganancias del capital en momentos de crisis, a través de la intervención del Estado. Intervención que no inventó el keynesianismo, sino que siempre ha estado presente en el capitalismo. Intervención que sitúa al neoliberalismo realmente existente, no como la quimera de desregulación y mercado de la academia y del discurso, sino como un liberalismo de Estado, un liberalismo intervencionista.

El propio Milton Friedman, considerado el padre del neoliberalismo, contó en público que cuando se reunieron en Mont Pèlerin, en 1947, el “laboratorio de ideas” que dio origen a esa corriente política, Von Misen, superviviente de la corriente neoclásica, ante las propuestas de que el Estado interviniera en la economía a través de instrumentos monetarios (a los neoliberales se les conoce también como monetaristas), abandonó una de las reuniones enfadado y gritándoles “sois un atajo de socialistas”. El neoliberalismo en la práctica y en la teoría ha sido siempre una doctrina económica de Estado y de intervencionismo reaccionario.

Una deuda impagable

La deuda pública es ya un problema de hoy. No solo porque cuando se restaure el Pacto de Estabilidad en la UE (previsto para 2023) habría que reducirla a un 60% del PIB, lo que, siguiendo la recomendación del gobernador del Banco de España en marzo de 2021, de reducirla en medio punto cada año, llevaría 130 años, sino porque es patente la imposibilidad no ya de pagarla sino incluso de lo que en la jerga del sistema se llama “hacerla sostenible”.

Hasta ahora, con tipos de interés muy bajos e incluso negativos (es decir que se devuelve menos de lo que se recibe y sin contar la inflación), ha sido habitual pagar los vencimientos contratando nueva deuda a un tipo de interés inferior y a más largo plazo, lo que da más estabilidad. Tanto que se dan manifestaciones apologéticas de este mecanismo, que para algunos ha venido siendo la prueba de que la deuda no es el problema, pues, aunque creciera, era cada día más barata de sostener y amortizar.

Pero resulta que existen también el medio y el largo plazo. El corto plazo es siempre coyuntural, aunque muy real y constatable, pero es de Perogrullo que el medio y el largo plazo se acercan y llegado un momento se convierten en el corto plazo, en la coyuntura. En este sentido, en estos primeros meses del año 2021 ya hemos empezado a ver signos de cambio en esa situación de los tipos de interés. Algunos hemos comentado que los tipos de interés cero o negativos son una anomalía del sistema, que se da a veces e incluso que se puede mantener durante meses o algunos años, como estamos viendo, pero no es algo que se pueda alargar durante mucho tiempo y menos aún que pueda constituirse en una base firme sobre la que operar y hacer cálculos a medio y largo plazo.

El que la primera emisión de deuda de la UE para financiar los fondos NGEU, en junio de 2021, se tuviera que contratar a un tipo de interés positivo (aunque fuera al 0,16%) cuando unos meses antes la emisión para los fondos SURE se había contratado a un tipo de interés negativo, es un índice del fin de ese mecanismo.

Todo parece indicar que los tiempos de esa virtuosa y quimérica bicicleta financiera no solo están llegando a su fin, con la subida de los tipos de interés y la inflación (un 5% en los Estados Unidos en los últimos doce meses), las noticias de posibles retiradas de estímulos (emisión de moneda) por parte de la FED, el BCE y otros Bancos Centrales y por la realidad de una gigantesca deuda mundial que pone un nudo corredizo en el cuello de las estrategias de déficit que sustentan las estrategias anticrisis del sistema.

Todo indica que se cierra un ciclo. Que el endeudamiento y el déficit pasan su factura en forma de recortes sociales a quienes no nos hemos endeudado. Que el austericidio volverá por sus fueros en meses, esta vez con la coartada de los fondos de la UE (NGEU). Esos fondos que, según el Gobierno, van a llevarnos a una sociedad ecológica, social y feminista, aunque caminen en sentido opuesto y aunque algunos los esperen alborozados. Entre los canallas habituales, los pescadores en río revuelto y la ingenuidad posibilista, anda el juego, hasta que seamos capaces de romperlo.

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davidrussell
28/6/2021 15:50

Si acceptamos todo el argumentación arriba, el fallo llega en la idea de que recortes y austeridad será la respuesta a la deuda. Esta es una respuesta puramente ideologica para privatizar y liberalizar aun mas la economía. El resultado en 2010 era augmentar la duda publica, y así sería en 2022/3. Recortar = mas paro = menos ingresos de impuestos.

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Asanuma
27/6/2021 21:59

Los responsables políticos de la creación del Tratado de Maastrich deberían ser llevados ante la justicia por atentar contra la salud pública (física, mental y económica). Regalar dinero público a la banca privada y a Compañías que escaquean el pago de impuestos, para que luego el Estado tenga que acudir a esa misma banca a pedir dinero con altos intereses es simplemente un robo, un robo permanente

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