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A finales del año 2019, desde el colectivo de Guías-Historiadores de Extremadura invitábamos a nuestro cacereño Café con Historia a José Luis Díez, autor del blog y del libro Arte en Ruinas, quien nos mostró algunos ejemplos de los edificios históricos extremeños que se encuentran en peligro de extinción. Multitud de iglesias, conventos y castillos están expuestos al olvido y a la desaparición en Extremadura, pero no solo, pues también chimeneas, molinos o chozos se hallan en ruinas por doquier en nuestra región. El estudio de todo este patrimonio cultural aportaría una valiosísima información para entender el pasado (y el presente) de tal o cual localidad o comarca extremeña.
En aquel coloquio poca gente dudó del valor que los restos históricos, por insignificantes que puedan parecer, tienen para la comprensión de las sociedades humanas. ¿Acaso no es importante estudiar y, cuando procede, conservar las cerámicas neolíticas o de lápidas funerarias romanas por muy deterioradas que se hallen? Por supuesto que lo es. Como cualquier fotografía de nuestros abuelos por borrosa y amarillenta que esté. El estudio y la conservación del patrimonio degradado o en estado de ruina, y por ende su financiación, no dependen –o no deberían depender- de la monumentalidad extrínseca del bien cultural en sí. Tampoco de la potencialidad de beneficio económico que ofrece en ocasiones su valorización. Se trata más bien de reconocer esa riqueza cultural intrínseca inherente a lo que procede del pasado.
El estudio y la conservación del patrimonio degradado o en estado de ruina, y por ende su financiación, no dependen –o no deberían depender- de la monumentalidad extrínseca del bien cultural en síPues bien, no sucede con el arte en ruinas lo mismo que con una lengua en ruinas. Hace varios meses mantuve una conversación en Sierra de Gata con un padre y su hijo sobre las características culturales de la comarca y la importancia de cuidar la autenticidad rural en el mayor grado posible. Eran de Cadalso. El padre, que rondaría los sesenta años, se expresaba con marcados rasgos de la lengua asturleonesa que debió imperar por gran parte del territorio noroccidental extremeño hasta hace pocas décadas. Resultaba especialmente llamativo el cierre de la “o” final de palabra en “u” o de la “e” en “i” (molino de aceite sería molinu d’aceiti).
El hijo, en torno a los treinta, no presentaba tales marcas lingüísticas más allá de las comunes aspiraciones de jotas, eses y demás consonantes finales de sílabas o de la constante utilización del diminutivo en –ino/a tan características de Extremadura. Sin llegar a pronunciarlo, el más joven parecía sentir vergüenza de la forma de hablar del mayor, como si eso de la España profunda, intensamente rural y con vocabulario “arcaico” y poco normativo –“mal castellano”, dicen algunos-, equivaliese a bruto, vulgar o inferior. Cuando yo le transmití mi interés y encantamiento por aquello que era realmente lo auténtico, entonces el hijo comprendió la importancia de hablar como su padre, en estremeñu. Mejor pertenecer a la España profunda que a la superficial, le dije. -
El más joven parecía sentir vergüenza de la forma de hablar del mayor, como si eso de la España profunda, intensamente rural y con vocabulario “arcaico” y poco normativo –“mal castellano”, dicen algunos-, equivaliese a bruto, vulgar o inferiorEl reconocimiento hace unos días del estremeñu como lengua minoritaria de Extremadura por parte del Consejo de Europa –ya la había reconocido la UNESCO hace unos años- ha hecho saltar las alarmas a más de uno. Si, como decíamos, sobre las ruinas materiales existe consciencia social más o menos generalizada de su relevancia cultural, las ruinas de una lengua como las del asturleonés de Extremadura habría que enterrarlas o hacerlas desaparecer para siempre a ojos de muchos. ¿Por qué? Sin duda, por falta de perspectiva y entendimiento sobre lo que realmente significa Cultura, pero también por la tradicional utilización de las lenguas como armas políticas en nuestro país. Las lenguas como germen de los males políticos en España.
Y, en efecto, así ha sido desde el siglo XIX hasta nuestros días, cuando el castellano, el catalán, el vascuence, el gallego y el portugués se convirtieron en razón de existir de las supuestas naciones ibéricas. Además, el resto de lenguas peninsulares, mucho más minoritarias, no fueron consideradas en su momento más que vulgarismos de gentes rurales. Afortunadamente, en la actualidad se ha avanzado mucho en el reconocimiento de otras modalidades lingüísticas, como el mirandés o asturleonés de Miranda de Douro en Portugal o el aranés en el Valle de Arán en Cataluña, cooficiales en aquellas regiones.
En el caso extremeño, además del castellano, conviven en la región tres modalidades lingüísticas más: la fala, el protugués rayano y el estremeñuOtras, como el asturleonés de Asturias, el de León y el de Cantabria, el aragonés y el catalán de Aragón, así como la fala, el portugués rayano o el estremeñu en Extremadura siguen luchando por ser reconocidas más allá de sus zonas de uso. Algunas están declaradas BIC (Bien de Interés Cultural), otras ni eso. No entraremos a valorar aquí las diferencias entre un dialecto, una lengua o un idioma, cuestión que ataña a los filólogos, o si una lengua minoritaria tiene que ser oficial o no, puesto que implica una problemática que excede las pretensiones de este texto. Pero sí creemos que toda modalidad lingüística es patrimonio cultural y como tal debe ser considerada inescrutablemente.
En el caso extremeño, además del castellano, conviven en la región tres modalidades lingüísticas más. A fala o lengua de raíz galaico-portuguesa, con influencias asturleonesas, cuya vitalidad es manifiesta en la parte más occidental de Sierra de Gata, el valle del Jálama o Xálima (Valverde del Fresno, Eljas y San Martín de Trevejo). Se calcula que es hablada regularmente por unas cinco mil personas (entre habitantes y emigrantes), está declarada BIC por la Junta de Extremadura y en los últimos años está experimentando un gran impulso de la mano de asociaciones locales e incluso mediante cursos impartidos en la EOI de Cáceres. El portugués rayano, al contrario que la fala, se encuentra en claro retroceso, pues solo los mayores de localidades como Olivenza, La Codosera, Cedillo o Herrera de Alcántara lo utilizan en su día a día.
Se calcula que la fala es hablada regularmente por unas cinco mil personas (entre habitantes y emigrantes), está declarada BIC por la Junta de Extremadura y en los últimos años está experimentando un gran impulso de la mano de asociaciones localesY, por último, el estremeñu, o variedad asturleonesa extremeña, cuyas reminiscencias aún pueden rastrearse en gran parte de la comunidad, sobre todo al norte del Tajo (Serradilla, Las Hurdes, etc.). Lengua o no, viva, muerta o en ruinas, el estremeñu, o lo que quede de él, es patrimonio que necesita ser estudiado y reivindicado culturalmente. Insistimos, no hablamos de ninguna cuestión política, sino cultural. Y, en este sentido, hay que agradecer a poetas y escritores (desde Gabriel y Galán y Chamizo hasta Javier Feijóo o Félix Barroso) y a asociaciones como OSCEC el empeño puesto en grabar y dejar por escrito este lenguaje extremeño del que muchos reniegan.
La tarea de recuperar esta “lengua en ruinas” o, al menos, en peligro de muerte, no puede desarrollarse al margen de una institución académica como la Universidad de ExtremaduraLos ecos del reconocimiento del Consejo de Europa han sido bien acogidos por la televisión y radio pública extremeña así como por los representantes políticos de la Junta. Como dice el estatuto extremeño, entre las competencias del gobierno de la comunidad está la de “proteger las modalidades lingüísticas propias” de la región. El siguiente paso será la declaración del estremeñu como BIC, tras lo cual vendrá su promoción, tal y como sucede con el folclore. El que la ciudadanía extremeña lo aprenda y lo hable será voluntario, exactamente igual que aprender y bailar El Candil o tocar la flauta y el tamboril. No es cuestión de identidad, es cuestión de inquietud cultural.
Ahora bien, la tarea de recuperar esta “lengua en ruinas” o, al menos, en peligro de muerte, no puede desarrollarse al margen de una institución académica como la Universidad de Extremadura o, en su defecto, cualquier otra universidad con estudios de Filología Románica y/o Hispánica. El papel de los filólogos –también de los historiadores o de los antropólogos- es primordial para el estudio riguroso de la lengua, por muy buena intención que tenga la sociedad civil. Desde el ámbito del Derecho ya ha habido estudios sobre la condición jurídica del patrimonio lingüístico extremeño. Esta riqueza cultural –castellano, a fala, portugués rayano y estremeñu- precisa urgentemente de la creación de un centro de estudios que dependa de la universidad extremeña. El tiempo dirá si las ruinas se consolidan.
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Fundamental artículos, espero que nuestros representantes tomen nota de lo que aquí se dice y no perdamos este valioso patrimonio cultural de las lenguas extremeñas
Ojalá artículos como este sirvan a la inmensa de tarea de hacer comprender que todas las diversas lenguas ibéricas son bienes culturales que nos enriquecen incluso a los que no las hablamos.