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Barrios
Muy de barrio, muy de aquí
Hace unos días, en el tiempo para ‘trailers y publicidad’ previo a la película que fui a ver a una gran sala de cines de Barcelona, uno de los anuncios llamó mi atención. Se trataba de una conocida agencia inmobiliaria -no daré más detalles, pero es famosa tanto por el color de la corbata de sus trabajadores como por lo mal que les sienta el traje a algunos de ellos- que se presentaba a sí misma como de barrio. En concreto, el spot afirmaba que era tan de barrio como los boquerones con vinagre (sic), tan de barrio como sentarse en un banco a pasar el rato o tan de barrio como la alegría de los viernes por la tarde. A estas alturas os habréis dado cuenta de que la campaña se llama Tan de barrio. El objetivo está claro: intentar mostrar cómo los intereses de esta empresa son exactamente iguales a los tuyos, que vives en un barrio, tanto a nivel simbólico como material.
El elemento sobre el que pareció pivotar todo fue la vivienda, pero ésta sólo sirvió para vehicular simbólicamente un malestar que abrazaba muchos más ámbitos
El concepto de barrio ha vivido mejores tiempos. No sería descabellado afirmar que vivió su auge durante los años 70 y la Transición, cuando las asociaciones de vecinos protagonizaron algunos de los episodios más importantes de la vida social y política de las principales ciudades del Estado. El fenómeno se desinfló con la institucionalización de la conflictividad y su canalización a través de las vías democráticas propias de la democracia liberal en la que se convirtió España tras el Franquismo, pero vivió un cierto reflujo con la Crisis del Ladrillo y el 15M. Las razones de este revival podrían estar, por un lado, en la dinámica acelerada de repolitización que vivió la sociedad durante aquellos meses y años, los cuales vieron nacer numerosas asambleas y asociaciones y reavivar otras que permanecían en estado zombi, recuperando parte de una memoria que le dotaba de continuidad y legitimidad. Pero también en la asunción de que los problemas que se estaban manifestando no eran individuales, tal y como se nos hizo creer durante las últimas décadas de deriva neoliberal, sino colectivos, por lo que había que llevar la política más allá de las instituciones como forma de generar hegemonía, pero también de crear mecanismos de ayuda mutua y fortalecer relaciones sociales y dinámicas de sociabilidad. El elemento sobre el que pareció pivotar todo fue la vivienda, pero ésta sólo sirvió para vehicular simbólicamente un malestar que abrazaba muchos más ámbitos: la precariedad laboral, los salarios bajos, la desigualdad rampante, las promesas de ascenso social incumplidas, etc.
En todo esto, el barrio se presentó como el escenario ideal para la precipitación del descontento, lo que podría deberse a varias razones. Primero porque el barrio, sobre todo en ciudades de tamaño medio-grande, se presenta como el espacio donde se da un tipo de relación social especial; una relación a medio camino entre las de tipo primario, familiar, sentimental, íntimas, propias del interior de los hogares, y otras de tipo secundario, higiénicas, frías, interesadas, típicas del mundo laboral o las calles de la gran ciudad. El barrio se presenta como un espacio conocido, cercano, seguro, donde el vecino y la vecina no es tu familia, pero tampoco es un completo desconocido. Además, es un ámbito privilegiado para la memoria colectiva, construida a través de recortes, de fragmentos aportados por sus habitantes, contribuyendo a la creación de un ambiente amniótico social compartido. Es así que podemos hablar de cultura de barrio, entendiendo la cultura como la forma en que nos relacionamos entre nosotros y con el resto del mundo.
La cultura de barrio tiene muchas características: es un espacio de esperanza, solidaridad, reciprocidad; nos hace creer que, verdaderamente, el cambio es posible. Si yo conozco a todos mis vecinos y vecinas, hablo con ellos, compartimos problemas y alegrías, ¿qué nos impide organizarnos para ir más allá, para luchar por nuestros intereses comunes? Es más, ¿qué nos impide conseguir estos cambios, hacerlos factibles? La cultura de barrio nos hace proyectar estas ideas porque es una cultura real, una cultura basada en lo inmediato, en lo conocido, en lo tangible. Sin embargo, existen fuertes limitaciones que hacen que la potencialidad transformadora de esta cultura de barrio se dé de cara con la realidad, que nos muestre su carácter fetiche.
No era lo mismo estar confinado en un piso de 80 metros que en una habitación de una vivienda compartida
La cultura de barrio también es ideología; una ideología en el sentido marxista del término, puesto que esconde la realidad de unas relaciones sociales que, lejos de ser igualitarias, son profundamente injustas. Los barrios son espacios altamente heterogéneos, cada día más, lo que presenta diferencias pronunciadas en cuestiones vinculadas a clase, género u origen. Estas diferencias se presentan, además, más allá de las necesidades comunes de servicios y bienes de consumo colectivo. Esto fue muy evidente durante la pandemia, cuando no era lo mismo estar confinado en un piso de 80 metros que en una habitación de una vivienda compartida.
Por otro lado, existe un problema evidente a la hora de dar el salto de escalera necesario para ofrecer respuestas a casuísticas que se presentan localmente, pero que tienen su origen en las sedes de multinacionales en lugares tan exóticos y lejanos como Nueva York o Seúl. Este particularismo militante, en palabras del geógrafo David Harvey, hace necesarias articulaciones espaciales, pero también sectoriales, con actores como sindicatos, partidos políticos, organizaciones de tipo ecologista, etc., que escapan a la capacidad de actuación de los movimientos barriales y dificultan el mantenimiento y creación sostenida de acciones y reivindicaciones.
Por otra parte, el capital, en las distintas versiones, se ha dado cuenta de lo atractivo que resulta esta cultura para determinadas generaciones, entre las que me encuentro, y apuesta por una aproximación no exenta de romanticismo al fenómeno barrial. Es aquí donde debemos encuadrar campañas como la de la agencia inmobiliaria a la que ya hemos hecho referencia al principio de este artículo, a productos culturales como la famosa serie El Vecino, emitida en una conocida plataforma, o a aquellos locales comerciales completamente ajenos a las dinámicas y problemas de los barrios pero que usan el término como forma de generar y mantener clientela. Así, encontramos La Pizzería del Barrio, pero llena de turistas, El Bar del Barrio, con cafés con corazones de espuma a tres euros y otros establecimientos similares.
La cultura de barrio es una gran palanca para generar proyectos más grandes, por articulaciones y sinergias innovadoras
Los barrios y su cultura, como una vez lo entendimos, no volverán. Por muchas razones, pero quizás la más evidente es que uno de los problemas que los movimientos barriales reivindicaron, la vivienda, no tiene aspecto de solución en un corto o medio plazo de tiempo, además de haber complejizado enormemente el número de actores y relaciones involucradas. Y, parafraseando a Naomi Klein, eso lo cambia todo. Sin vivienda accesible y asequible no hay tejido social mixto, sólo movimiento y clases medias-altas que no constituyen un barrio porque su cultura es ajena al mismo. Eso sí, esto no quiere decir que debamos perder la esperanza. Más bien al contrario: la cultura de barrio es una gran palanca para generar proyectos más grandes, por articulaciones y sinergias innovadoras con movimientos y agentes diferentes, asociaciones de migrantes, ecologistas, del mundo del deporte, de la lucha contra la turistificación, por una escuela inclusiva, por una sanidad universal..., por todo. Sólo debemos encontrar la forma. Y eso sí, buscar soluciones alternativas a problemas colectivos.
En uno de estos supermercados de cadena había hace poco un cartel que llamó mi atención y que se encuentra relacionado con lo que estamos planteando aquí. Decía, de nuevo mercantilizando el concepto de barrio, que era Molt de barri, molt de aquí (Muy de barrio, muy de aquí, en castellano). Esto me llevó a pensar que, efectivamente, encontrar, acordar y poner en marcha esas soluciones alternativas, sí que es muy de barrio, muy de aquí.