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Cine
‘Nightcleaners’ y ‘Scuola senza fine’: liberar el ojo, liberarse a una misma
Aunque es una asunción fácilmente desmontable a poco que uno mire más allá de sus propias narices, hay quien piensa que el cine experimental se preocupa exclusivamente por lo formal. Por los contornos del mundo y por las posibilidades que el hecho cinematográfico ofrece para traerlos frente a nosotros. Para empezar, diremos que los contornos del mundo son también el mundo, y no es sino a través de ellos que podemos empezar a descifrarlo; lo más profundo, dijo Paul Valéry, es la piel. Además, como mínimo desde Dziga Vertov, hubo cineastas que exploraron las posibilidades que el nuevo medio ofrecía para penetrar el tejido de las cosas. Y para tratar de incidir, de alguna forma, en el curso de las mismas.
El año pasado, para poner en valor el cine que se interroga por lo real desde fuera de los circuitos convencionales, el Xcèntric, el programa de cine de vanguardia del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), inició una nueva línea de programación pedagógica. Esta incluyó sesiones tan memorables como la de Diario di un maestro, la miniserie de Vittorio de Seta que la televisión italiana emitió en 1973 y que escenificaba una revulsiva puesta en cuestión de las inercias del sistema educativo a partir de la llegada de un nuevo profesor a un colegio de la periferia romana.
Pero la fecha que conviene tener en cuenta es mayo del 68. Sin la onda expansiva de aquel estallido inicialmente francés que ambicionó un mundo más justo y menos hostil, no se entienden del todo las condiciones de producción de las tres películas que podrán verse estos días en Xcèntric, sobre todo de las dos que se hicieron en la década de los años 70: Nightcleaners, del Berwick Street Film Collective, que se proyecta el jueves 14 de abril, y Scuola senza fine, de Adriana Monti. A esta última la acompaña el domingo una obra más reciente de Luke Fowler, The poor stockinger, the luddite cropper and the deluded followers of Joanna Southcott, que si bien difiere de los otros dos filmes en tono y estrategias formales se vincula con ambos en más de un sentido.
En un iluminador texto editado en español por María Ruido en 2008, la historiadora socialista Sheila Rowbotham desgrana el contexto en que se originó Nightcleaners, cuya disruptiva singularidad merecería una inmersión profunda: “Junto con una amiga de mi grupo de liberación de la mujer, Liz Waugh, salíamos cada martes por la noche a las 10 a las calles desiertas de la City, el distrito financiero de Londres. Merodeábamos por las calles buscando a mujeres con aspecto de cansadas, que llevaban sus cosas en bolsas de plástico, y las abordábamos preguntándoles: ‘Disculpe, ¿es usted limpiadora de noche?’”.
Rowbotham puso en contacto a Marc Karlin, uno de los miembros de lo que pronto sería el Berwick Street Film Collective, con la célula feminista a la que pertenecía. Y estos paseos nocturnos durante los que se repartían panfletos y se intentaba agrupar sindicalmente a las limpiadoras nocturnas, que desempeñaban un trabajo ingrato por un salario ruinoso, empezaron a grabarse. Pero lo que comenzó en 1970 como un filme de campaña, al calor de las experiencias de cine colectivo que florecieron en el contexto revolucionario de finales de los 70 y proliferaron a lo largo de la siguiente década, tomó otro cariz en la sala de edición.
Pronto se evidenciaron contradicciones y fisuras: no solo las que podían existir entre los enfoques de los distintos integrantes del colectivo —al que, en esta película en concreto, se unió la artista feminista estadounidense Mary Kelly— sino también la brecha de clase que dificultaba la comunicación entre las activistas feministas y las mujeres a las que trataban de organizar, muchas de ellas inmigrantes y madres que compaginaban sin ayuda el trabajo nocturno con la crianza. De ahí que la fisura deviniera un elemento sintáctico distintivo en el filme, mediante las recurrentes colas negras que aíslan cada segmento, el uso de sonido asincrónico y toda una serie de punciones sobre la imagen tales como reencuadres, cámaras lentas o granulosos zooms que, ya desde los desconcertantes y fragmentados créditos iniciales, invitan a no ser espectadores pasivos.
‘Nightcleaners’ fue una experiencia incómoda, celebrada en su momento como un hito del documental político británico al tiempo que se cuestionaba su ardua recepción por parte del espectador medio
Las películas militantes que realizaban en Gran Bretaña colectivos como Cinema Action o la Sheffield Women’s Film Co-op aspiraban a concienciar y a llamar a la acción al público a posteriori, tras haber recibido el mensaje. Sin embargo, el grupo formado por Marc Karlin, Mary Kelly, Humphry Trevelyan y James Scott puso el énfasis en el medio que nos hace llegar el mensaje: se trata de que nos preguntemos desde dónde miramos/escuchamos y qué creemos saber, y fue precisamente esta ambigüedad la que a la postre hizo de Nightcleaners una experiencia incómoda, celebrada en su momento como un hito del documental político británico al tiempo que se cuestionaba su ardua recepción por parte del espectador medio.
El convulso panorama de derechos en disputa de la Gran Bretaña de los 70 siguió recrudeciéndose, y no mejoraría con la llegada de Margaret Thatcher en 1979. “De hecho, aunque no podíamos saberlo —escribió Rowbotham—, el modelo de trabajo esporádico sin regular penetraría en muchos más aspectos del mercado laboral británico”. No hay que irse lejos para hallar, en la lucha sindical de las Kellys en nuestro país, paralelismos con la problemática de las limpiadoras nocturnas londinenses. En su ensayo visual Limpieza, la artista catalana Juana Dolores reivindica a su madre, que trabaja como empleada doméstica, para hablar también de la precarización de un colectivo especialmente castigado por la pandemia.
Si los paisajes británicos que Luke Fowler filma en color y con la ayuda de Peter Hutton pertenecen ya a nuestro siglo, el pensamiento que discurre junto a las imágenes es el de uno de los maestros de Sheila Rowbotham, el historiador socialista y activista por la paz Edward Palmer Thompson. En The poor stockinger, the luddite cropper and the deluded followers of Joanna Southcott, Fowler regresa a los lugares donde Thompson fue docente en programas de educación para adultos e, hibridando sus imágenes con material de archivo, da forma a una hermosa elegía no exenta de humor por las promesas todavía pendientes del socialismo: como Nightcleaners, es una película sobre condiciones de vida; aquí se pone de manifiesto el potencial emancipador de la educación.
En ‘Scuola senza fine’, la italiana Adriana Monti presenta con conmovedora sencillez a una cuadrilla de amas de casa que descubren el liberador placer de narrarse a sí mismas
Y en Scuola senza fine, la italiana Adriana Monti nos presenta con conmovedora sencillez a una cuadrilla de amas de casa que descubren el liberador placer de narrarse a sí mismas. Lo hacen en el marco de otro programa de educación para adultos, el de las 150 horas que se llevó a cabo en Italia entre 1974 y 1982, y teniendo como profesora primero y como amiga después a la escritora feminista Lea Melandri: “Vi a mi madre, a mi abuela, a las mujeres de mi pueblo en ellas”, contaba Melandri en una entrevista para la web e-flux. “Reconocí mi vida, y todo aquello que no había podido decir sobre mí misma. Vi en ellas esa parte de mí que no había entrado en mis libros, en la cultura”.
“Contemos la historia de los hombres en un solo día”, estos son versos de Marta Nieto, poeta, agitadora cultural y programadora de la Mostra de Films de Dones de Barcelona, que ya rescató Scuola senza fine en 2020: “Un último rictus para después / dedicarnos profundamente a escuchar los silencios, / los espacios que dejaron vacíos, / y a construir lenguaje nuevo, / muchas palabras nuevas”. Palabras para unas vivencias, las de las mujeres, históricamente encubiertas y relegadas por las narrativas del patriarcado. Películas, como las que veremos estos días en Xcèntric, para hacer emerger estas y otras experiencias de comunidad y resistencia.