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Cine
Arantza Santesteban, cineasta: “El desencanto y la reflexión crítica son para mí condiciones indispensables de un estar político en el mundo”
Activista navarra proveniente del activismo feminista, joven miembro de la comisión negociadora de la izquierda abertzale en la mesa de partidos sobre el futuro político vasco organizada por el entonces lehendakari Ibarretxe, Arantza Santesteban fue detenida el 4 de octubre de 2007. Muchos años después, esta licenciada en Historia ha firmado un largometraje documental, testimonial, donde recuerda esos casi tres años de prisión preventiva a los que alude el título del filme (‘918 gau’, 918 noches). El memorial de experiencias y percepciones parte de la introspectiva voz en off de Santesteban, pero la autora alude al contexto de los hechos con un cierto dispositivo de objetividad. La digitalización de los documentos oficiales de entrada en prisión sirven de soporte documental del relato evocado en primera persona.
Santesteban usa fotos escogidas para ilustrar esta memoria. También incluye secuencias que se abstraen temporalmente del relato de las vivencias propias. Con todo, la mayor parte del metraje del filme supone una inmersión en una historia personal acontecida en un momento relevante de la historia de Euskadi: el final de las negociaciones entre ETA y el gobierno Zapatero y una aplicación de la doctrina Garzón de persecución judicial de la izquierda abertzale entendida como un todo integrado orgánicamente en la banda armada. 918 gau se escapa de cualquier cierre de filas y explica una experiencia de desencanto activista con críticas del entorno supuestamente propio. Por ejemplo, la voz en off se muestra en desacuerdo con la tutela inflexible sobre las conductas individuales que alguna líder encarcelada ejercía sobre sus compañeras de presidio.
Desafiada a señalar posibles influencias de su inusual propuesta audiovisual, la documentalista navarra afirma que ha usado mucho la intuición, pero que “también están en la película muchas conversaciones con gente cercana, muchas lecturas acumuladas y piezas de cineastas como Chantal Akerman, Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval o Alessandro Bosetti”. “De Akerman me gusta como introduce en algunas de sus películas planos muy largos, escenas que requieren una atención continuada, un tiempo ensanchado”, revela.
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El 5 de octubre de 2015 se suicidó Chantal Akerman, directora belga a la que se señala como una de las grandes referencias cuando se habla de cine feminista. Una etiqueta, la de cine feminista, que ella prefería obviar.
Retrato de un cuestionamiento
918 gau ha ganado el premio a la mejor película en el festival Doclisboa y se ha proyectado en el Festival de Cinema Independent de Barcelona L’Alternativa, que ofrece sesiones presenciales y mantiene una segunda vida virtual en la plataforma Filmin. El certamen catalán es un ejemplo inusual de sensibilidad política e interés por las formas más o menos experimentales, alejadas a menudo de las convenciones del cine político narrativo de los Ken Loach y compañía. La obra de Santesteban no se propone reafirmar un ideario de un espectador, o dirigirlo hacia algún posicionamiento a través de la denuncia o exposición de una realidad, así que agradece el enfoque del festival y reclama más espacios “que sirvan para cuestionarnos una determinada posición o visión de lo ‘político’, lo ‘alternativo’, lo ‘crítico’. Es necesario reflexionar partiendo de las preguntas, de las dudas, y desde la apertura de la sensibilidad para poder acceder a otras cosas”. La cineasta afirma que hacer cine es para ella una forma de “quebrar el estereotipo, de tambalearlo, forzarlo y ver qué sucede ahí”.
Tras la estancia en prisión, parece imposible volver a casa, quizá porque lo que es para nosotros nuestro hogar se transforma cuando se transforma nuestro yo
La película muestra la evolución del pensamiento de la creadora y protagonista. Durante su encarcelamiento, va desarrollando un distanciamiento respecto a su participación en la política y sobre una serie de maneras (¿heroicas?, ¿inerciales?) de entender la militancia. Este proceso sigue adelante cuando recobra la libertad. Las recepciones, los homenajes, parecen incomodarla. Se traslada a Berlín, pero sigue afectada (“su admiración es una carga para mi”, explica la voz en off del filme). Tras la estancia en prisión, parece imposible volver a casa, quizá porque lo que es para nosotros nuestro hogar se transforma cuando se transforma nuestro yo. Y las identidades son dinámicas. “We can’t go home again”, como dice el título de una obra de Nicolas Ray.
Una duda que puede quedar en los espectadores de la ‘918 gau’ es qué significa el activismo y la política para Santesteban en 2021. El rechazo a las certezas que proporciona un cierto activismo cerrado en sí mismo puede entenderse como un rechazo al activismo en general. La cineasta explica que la confección de la obra explica cómo siente actualmente la práctica política: “He hecho esta película con muchas dudas, muchas idas y venidas, todavía están ahí apretándome, pero sin embargo, la he hecho. No reivindico una duda que paraliza, sino una duda que impulsa a buscar algo diferente. Creo que hay que proponer desde el hacer, con la inseguridad de equivocarse. Y no creo que esto sea una receta general, pero sí que puede sugerir una forma de afrontar los procesos en los que nos vemos envueltas cuando pasamos por una experiencia política colectiva”.
“Intento pensar en lo que me ha pasado para pensar en otras formas de hacer política desde la vida y desde lo común, sin ánimo de ofrecer un lugar de llegada desde el que aleccionar a nadie”, explica la realizadora
918 gau es una obra más bien introspectiva donde no se opina explícitamente sobre el contexto histórico. No hay reproches demasiado contundentes a la doctrina Garzón de identificación de ETA con Batasuna y otras organizaciones políticas. Tampoco se percibe esa escenificación de arrepentimiento que se exige a los sujetos para hacerse perdonar activismos pasados. “Intento pensar en lo que me ha pasado para pensar en otras formas de hacer política desde la vida y desde lo común, sin ánimo de ofrecer un lugar de llegada desde el que aleccionar a nadie”, explica la realizadora. “Me interesan pensar de forma crítica lo que hacemos, por qué lo hacemos y qué generamos con todo ello”, afirma, consciente que “todo esto es complicadísimo, porque el compromiso político de una colectividad respecto a algo es muy complejo. Mi película es simplemente una revisión crítica que hace tambalear algunos de los modelos y los imaginaros políticos que nos han construido durante décadas”.
La voz en off en primera persona es una parte importantísima del conjunto. También alude de paso a otras experiencias. Como la de una compañera de presidio cuya salud mental se deteriora gravemente. O las dudas y autocuestionamientos de un compañero cuyas palabras ofrecen uno de los momentos más emotivos de la película. También hay momentos para el deseo sexual, para los cambios de escenario vital.
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Un paseo compartido con la audiencia
En general, Santesteban parte de la expresión personal, pero parece haber limado discursos muy explícitos que facilitarían que la audiencia se sintiese dirigida. De alguna manera, su autora parece haber conseguido construir una especie de paseo compartido que permite que el espectador deambule. La autora explica que le costó “encontrar el tono de la voz, cómo dejar al público el margen para pensar, o sentir, o avanzar en una dirección zigzagueante”. El enfoque no siempre fue así: “En una primera versión del filme le decía a la persona espectadora lo que debía pensar exactamente, pero alguien me dijo que era una pena no dejar más espacio. Entonces busqué otra forma de no contar tanto y de sugerir más”, recuerda.
De manera explícita o implícita, la película aborda o sugiere muchos temas. El espectador puede reflexionar sobre el uso y abuso de la prisión preventiva o sobre la naturaleza de la misma institución penitenciaria, sobre los cuidados, los autocuidados y la empatía en el activismo. La autora destaca también el ya mencionado desencanto político, su reflexión sobre “qué supone sufrir de desencanto, y cómo hay que buscar una nueva forma, una nueva piel con la que ubicarse en tu devenir político. El desencanto y la reflexión crítica son para mí condiciones indispensables de un estar político en el mundo”.
“Sería excesivo pensar que mi película pueda contribuir de forma directa a esta labor tan difícil, solo puede aspirar a desordenar algunos estereotipos con mucho peso en la sociedad vasca”, concluye
En algunos momentos de su obra, la voz de Santesteban explica la necesidad que siente de recuperar el anonimato. En este contexto, llevar a cabo una película de memoria personal puede tener un cierto componente de paradoja. Por sus características, la película difícilmente resultará masiva, pero su tema puede exponer a la realizadora a polémicas públicas con costes personales. Al fin y al cabo, su pasado ya comprometió su presente profesional: su designación como coordinadora de un centro cultural generó polémica mediática y el proyecto terminó clausurado. “Cómo se recibirá el filme es algo que no puedo controlar”, concede, “pero cuando hablo de la necesidad de anonimato no quiero decir que eso me impida hacer algo con mi propia experiencia. Creo que la fase de anonimato es muy necesaria en la biografía de las personas que atraviesan militancias políticas intensas porque se elabora un pensar diferente, en soledad, muchas veces en crisis, desde la que pensar mejor cómo ser una más sin estar por encima de otras personas”.
Santesteban afirma que no pretende estar en el centro de ningún debate. “Solo considero que lo que me ha pasado puede ayudar a pensar qué formas de afinidad política necesitamos para vivir mejor las militancias”, explica. Se muestra escéptica sobre la posibilidad de que su propuesta pueda servir como herramienta útil para ese proceso de construcción colectiva que es la convivencia en Euskadi, aunque sea a escala de unos pocos individuos: “Algo como la paz requiere de muchísimo esfuerzo, muchísima empatía, muchísima sensibilidad. La paz como concepto complejo, si escapa del cliché de paz que impera, creo que tiene que ver con dimensionar al ‘otro’ en su trayectoria, su complejidad, desde el lado humano. Sería excesivo pensar que mi película pueda contribuir de forma directa a esta labor tan difícil, solo puede aspirar a desordenar algunos estereotipos con mucho peso en la sociedad vasca”, concluye.