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Cuando algo dramático cautiva al ojo extranjero, se sigue: venta de niños en Gansú, esterilización femenina en Guangxi, activistas sindicales detenidos en Shandong. Los artículos aparecen en la prensa americana, cuyos lectores no pueden solucionar los problemas y carecen de la perspectiva necesaria para ponerlo todo en contexto”. La cita, del periodista estadounidense Peter Hessler, aparece en las primeras páginas del libro La actualidad de China (Crítica, 2009), de Rafael Poch-de-Feliu.
El texto es pertinente estos días, cuando las protestas en Hong Kong —concentraciones multitudinarias en las calles, enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, bloqueo del aeropuerto— han cautivado “al ojo extranjero”, una movilizaciones que han conseguido que Carrie Lam, jefa ejecutiva de la región, anunciase este martes la retirada del proyecto de ley de extradición que las provocó.
La inmediatez de la información, cuyo impacto las redes sociales multiplican, aporta una falsa proximidad y una aún más falsa certeza. El espacio informativo se transforma en un campo de batalla al aire libre al que todo el mundo es arrojado sin distinción, sin espacio para el debate ni tiempo para la reflexión. Ucrania, Siria, Nicaragua o Venezuela son tres ejemplos recientes a los que este año podría añadirse Hong Kong.
Para unos se trata ni más ni menos que de una lucha entre un régimen totalitario y manifestantes prodemocracia, eliminando de la ecuación no solo el contexto internacional, sino la composición social y los intereses particulares de muchos de esos manifestantes. Para otros, nos encontramos ante otra ‘revolución de colores’ orquestada contra China, como si estas operaciones pudiesen prosperar en ausencia de un suelo fértil, mediante un proceso de alquimia revolucionaria (o contrarrevolucionaria).
La verdad, por descontado, es más compleja, pero para conocerla —o aproximarse a ella, al menos— se requiere esa perspectiva que reclamaba Hessler.
Las protestas en la región administrativa especial (SAR) de Hong Kong arrancaron el 31 de marzo contra el proyecto de Ley de extradición a China presentado por el gobierno de Carrie Lam y han ido subiendo en intensidad estos últimos meses aunque el proyecto ha sido retirado.
“La ley es solo el detonante”, explicaba a El Salto Carl Zha, el creador de Silk and Steel, un popular podcast sobre China. El descontento, alerta, es real y tiene una base material: el declive de Hong Kong como centro financiero e industrial frente a una pujante China continental, que hace que afloren a la superficie los problemas de la sociedad hongkonesa, como el acceso a la vivienda o la escasez de oportunidades laborales para muchos jóvenes.
Pero al mismo tiempo también conviene tener en cuenta que en la protesta hay un fuerte “localismo contra lo que era visto como una invasión por parte de los continentales”. El sentimiento dominante, según Zha, es que los hongkoneses “están perdiendo su estatus especial”.
En este sentido, el uso de la bandera colonial en las manifestaciones —y, de manera mucho más notoria, en el asalto al parlamento a comienzos de julio— “puede ser visto como una muestra de nostalgia por la época dorada de Hong Kong, cuando ellos eran ricos y sus vecinos de China continental, pobres”.
A nadie le pasa por alto que todo ello ocurre en un turbio contexto global, en el que EE UU ha declarado una guerra comercial contra Beijing. A comienzos de agosto, Julie Eadeh, una diplomática estadounidense, fue fotografiada reuniéndose con líderes de la protesta en Hong Kong. “No es difícil imaginarse cuál sería la reacción estadounidense si un diplomático chino se reunirse con los líderes de las protestas de Occupy Wall Street, Black Lives Matter o Never Trump”, criticó el periodista de China Daily Chen Weihua en su cuenta de Twitter.
La República Popular China ha comenzado incluso a movilizar sus tropas en Shenzen, en la frontera. Además del de Hong Kong, están los conflictos de Taiwan, el Tíbet, Sinkiang y las islas Diaoyu (Senkaku), en el mar de la China Oriental, en el horizonte. Que no pille desprevenido al “ojo extranjero” y lo cautive.Relacionadas
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Otra "revolución espontánea" como las norteafricanas... Las banderas yankees y probritánicas lo demuestran aún más claramente, y si hay banderas yankees ¿qué otra cosa sino democracia y libertad puede haber, hombre? Los niñatos generación Netflix american wannabes estos merecen toda nuestra credibilidad. Yankee, bueno, comunista, malo malísimo, anarquista, porrero drogadicto asalvajado y f*llacabras. ¡A ver si os entra en la mollera de una vez!