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Casas de apuestas
Palmo a palmo
“La vida es la ruleta en que apostamos todos/ Y a ti te había tocado nomás la de ganar, pero hoy la buena suerte la espalda te ha volteado/ Fallaste corazón, no vuelvas a apostar”.
Me permito empezar con esta ranchera porque el azar importa, nos importa. El azar atraviesa las vidas, y tal vez sea solo nuestra forma de llamar a las causas que no conocemos o que no podemos controlar. Los juegos de azar son una forma modesta de tratar de conjurar eso que no conocemos. La explotación, en cambio, por parte de grandes empresas, de la incertidumbre de las vidas, de su vulnerabilidad y de sus sueños no alcanzables, es un negocio que se alimenta de la desigualdad y el infortunio.
Escriben Cristina Barrial y Pepe del Amo: “No solo son casas de apuestas, estos locales son el síntoma más visible del futuro negado, aplazado o suspendido”. El acto que hoy nos convoca lleva por título: “Apostar la vida no es un juego”. No vamos solo a presentar un libro, porque La apuesta perdida no es solo un libro, en la medida en que, como bien se cuenta en la introducción, se ha gestado “en las calles, en las asambleas y en las casas”. Pues hay algo que olvidan los negocios de apuestas: apostar la vida a veces es un combate. Apostar la vida es lo que han hecho las personas que han militado en la emancipación desde el principio de los tiempos. Apostamos a una lucha que parece perdida pero quizá no lo está.
Apostamos la vida a una vida que tenga otro sentido, uno diferente, y opuesto, al impuesto de machacar al débil y después, con los años, pudrirse en soledad
Apostamos a una correlación de fuerzas que parece que no nos favorece, pero que, al mismo tiempo, cuestión de número, está siempre a punto de cambiar. Apostamos a lo que no se espera, a lo que desde el poder no pueden prever, al momento en que la explotación ya no se aguanta y estalla y lo que parecía dividido deja de estarlo. Apostamos la vida a una vida que tenga otro sentido, uno diferente, y opuesto, al impuesto de machacar al débil y después, con los años, pudrirse en soledad.
Lo que los negocios de juego y apuestas saquean y adulteran y contaminan es también eso, la epopeya. Pero cualquier día sucede lo imprevisto, lo que ya ha comenzado y de lo que este libro da cuenta: sucede que el movimiento popular devuelve la epopeya robada. Quisiéramos grandes cambios, transformaciones inmensas para siempre. Al mismo tiempo, sabemos que los grandes cambios comienzan en la lucha, porque la lucha modifica, la lucha transforma. Este libro nos habla del derecho a la ciudad no como si fueran palabras abstractas, lejanas, sino como lo que es, la lucha palmo a palmo por los espacios compartidos.
Barrial y del Amo no caen en una sola de las trampas, no repiten ningún cliché, ningún prejuicio. Cuando hablan de la población migrante, de las mujeres que juegan y de las mujeres acompañantes de las personas heridas por el juego, nunca dejan de preguntar ya no por las causas, sino por las causas de las causas.
También refutan con precisión el argumento de que “la gente quiere dinero rápido y fácil”. “Como si el hecho”, dicen, “de querer dinero rápido fuese el síntoma de una sociedad enferma. Querer dinero rápido y fácil es más bien la consecuencia de ser conscientes del robo que supone vender nuestra fuerza de trabajo al mejor postor”. Tienen muy claro que en una sociedad desigual el triunfo nunca puede legitimarse mediante el esfuerzo. Otra cosa es que el esfuerzo de quienes no poseen nada más que su pellejo, decía Marx, sea su único recurso hasta que llega la unión. Otra cosa es, entonces, el esfuerzo colectivo como instrumento de lucha.
Lo que en cambio se rechaza es el esfuerzo que se pone los ropajes del mérito. Así, Barrial y Del Amo escriben: “Hay cierto peligro en alabar el esfuerzo en detrimento del juego (…) la lucha contra el auge de las casas de apuestas y su publicidad masiva no puede implicar una defensa del trabajo o de tener que merecerse el jornal que uno se lleva a casa”. No, desde luego, en las condiciones en que hoy se trabaja para el beneficio de quien puede permitirse contratar y despedir.
También preguntan por la llamada salud mental, a la que hoy hay quien quiere llamar salud cerebral porque piensa que cualquier avería está en el cerebro, como si el cerebro pudiera separarse del medio en el que actúa. Como si los cerebros antes, cuando los barrios no estaban inundados de casas de apuestas, no actuasen de forma diferente a como actúan hoy, que si lo están, y no crecieran hoy sus deudas, sus presiones y su desesperación.
Hay una diferencia radical entre el hacer y el no hacer, entre el fuego y el frío, una diferencia que es fácil olvidar, y solo puede haber gratitud para quienes no olvidan y encienden la llama
Hace unos meses me preguntaron en una entrevista por una forma de actuar buena y enriquecedora para el mundo que me hubiera sorprendido. Agradecí entonces la manifestación del 24 de octubre contra las casas de apuestas que partió de la plaza de Oporto del barrio de Carabanchel de Madrid. Porque es tan fácil, dije, no hacer, dejar que avance lo peor, quedarse en casa y decir: para qué, si no se va a conseguir nada. Sabemos que hay personas que no es que no quieran hacer, es que no tienen fuerza o no tienen con quién. Por eso, las personas que construyen el quién colectivo son increíbles. Hay una diferencia radical entre el hacer y el no hacer, entre el fuego y el frío, una diferencia que es fácil olvidar, y solo puede haber gratitud para quienes no olvidan y encienden la llama.
Barrial y Del Amo y todas las personas que, a su manera, han escrito este libro a su lado, afirman que el ejercicio de una política transformadora consiste “en construir lazos afectivos y organizativos que vayan en pos de la emancipación. Es decir, pasar de la naturalización a la constitución de un conflicto”. Esto es lo que hace La apuesta perdida y hoy, aquí, lo celebramos mientras esperamos poder cantarle pronto a todos los sportium, los codere y demás negocios:
“¿A dónde está tu orgullo? ¿a dónde está el coraje?/ Porque hoy que estás vencido mendigas caridad”.
Ya ves que no es lo mismo amar que ser amado/ Hoy que estás acabado ¡qué lástima nos das!
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Muchas gracias. El texto es casi tan bonito como pertinente.
(Cuánto llama la atención que, cuando presenta un libro, prepare unas pocas páginas cuidadísimas y llenas de contenido.
Llama la atención más aun porque estábamos acostumbrados a que con frecuencia otros salvasen ese cometido con flojos discursitos sobre cuantísimo hace que nos conocimos autor y presentador, y poco más)