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Crisis climática
Procrastinacion climática
A veces los humanos procrastinamos, o al menos una parte de la sociedad. Cualquier trabajo que se pueda hacer mañana, lo dejamos para mañana. Y seguimos así hasta que llega una fecha tope, cuando es necesario esprintar y terminar el trabajo apresuradamente. La razón por la cual procrastinamos es, usualmente, que preferimos dejar el trabajo para el futuro puesto que suponemos que, entonces, tendremos una situación más propicia para ejecutarlo. Priorizamos pues acabar con las tareas más inmediatas y dejamos apartados los proyectos a más largo plazo, suponiendo (a menudo erróneamente) que en el futuro estaremos menos atareados. Y continuamos procrastinando porque por mucho estrés que produzca tener que correr para terminar una tarea, la procrastinación, a veces, nos funciona y bajo la presión de una fecha tope próxima se puede llegar a ser extremadamente productivo. Esta manera de afrontar las tareas se asemeja mucho a cómo está la sociedad afrontando la crisis climática.
El primer problema de la procrastinación climática es evidente: la crisis climática no tiene plazos. La propia naturaleza de esta hace que sus consecuencias vayan apareciendo gradualmente. A pesar de que existen puntos de inflexión que cuando se sobrepasan las consecuencias se vuelven irreversibles, no hay una fecha a partir de la cual si no se ha actuado empiezan las consecuencias de un siglo de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) sin límite. Se pueden crear objetivos para evitar lograr estos puntos, pero esto no quita que las consecuencias de la crisis climática, a pesar de no lograr los puntos de inflexión, sean igualmente devastadoras.
Parte de la sociedad se aferra al tecnooptimismo para justificar la procrastinación climática, pero este no tiene en cuenta que ninguna de las tecnologías mencionadas está en uso generalizado
Para resolver la carencia de fechas límite, los gobiernos y organizaciones internacionales se han dedicado a poner objetivos de emisiones de GEI para cierta fecha. La Ley de cambio climático y transición energética del Gobierno español tiene el objetivo de conseguir la neutralidad de emisiones de carbono en 2050 y una reducción del 23% de las emisiones de GEI en 2030 respecto a 1990. Estos objetivos son así puesto que cualquier “camino” de emisiones que mantenga las posibilidades de un calentamiento global por debajo de los 1,5°C —como se pactó en el Acuerdo de París de 2015— pasa por lo menos por estos objetivos. Cada país se ha comprometido a reducir las emisiones según un plan que tiene que ir aumentando de ambición progresivamente. Pero el Acuerdo de París, a pesar de ser vinculante legalmente, no contempla sanciones para los países que no cumplan sus compromisos de emisiones. Por lo tanto, a pesar de ser una manera de resolver la carencia de fechas límite, depende de la voluntad de los países.
No nos podemos permitir que toda la responsabilidad de evitar el desastre recaiga en el desarrollo de unas pocas tecnologías
Ante los anteriores datos es lógico pensar que ahora mismo no es factible reducir mucho las emisiones anualmente, y que si se está procrastinando tanto la acción climática es porque en el futuro existirán mejores herramientas para resolverla. No tiene sentido plantearse hacer una “transición verde” ahora si en unas pocas décadas existirá fusión nuclear, el hidrógeno verde y otras tecnologías innovadoras que facilitarán la resolución de la crisis. Parte de la sociedad se aferra al tecnooptimismo para justificar la procrastinación climática, no obstante, este tecnooptimismo no tiene en cuenta que ninguna de las anteriormente mencionadas tecnologías está actualmente en uso de forma generalizada. Todavía no se ha conseguido generar energía mediante fusión nuclear y hace falta mucha infraestructura y mejoras en la eficiencia para que el hidrógeno se convierta en una fuente de energía sostenible. Y, aunque exista la posibilidad que estas tecnologías estén disponibles en los próximos años, no se puede depender completamente, nos jugamos demasiado, nos jugamos el futuro. No nos podemos permitir que toda la responsabilidad de evitar el desastre recaiga en el desarrollo de unas pocas tecnologías.
Además, la crisis climática funciona de una manera acumulativa. Lo que produce el calentamiento son las emisiones acumuladas, no las que se están emitiendo en el momento. Esto se debe a que a pesar de que las moléculas individuales de CO2 pueden desaparecer de la atmósfera mediante procesos naturales, el exceso de CO2 se mantiene durante siglos. Cada gramo de GEI que se evita emitir contribuye a mejorar el futuro. Si estas tecnologías finalmente se pudieran utilizar, actuar antes no habría sido perder el tiempo.
La procrastinación climática favorece a las grandes empresas y estas se dedican a explotarla
Hasta este punto se ha estado hablando de cómo el conjunto de la población procrastina la actuación contra la crisis climática. Pero es evidente que no solo participan los individuos. En la procrastinación climática hay un actor muy importante: las grandes empresas y bancos, el capital. Todos los sesgos que tiene la población para demorar la actuación inmediata pueden ser fácilmente solucionados con concienciación y activismo. La presión social puede ser el sustituto de las fechas límite que la crisis climática no tiene. Pero las petroleras y otras empresas del negocio fósil no solo tienen sesgos, tienen intereses económicos. Es imposible hablar de cómo la sociedad retrasa la acción climática cuando es inducida a retrasarla o minimizarla por unas empresas que cuanto más se demora la acción política para la justicia climática más beneficios económicos obtienen de la industria fósil. El capitalismo prioriza el beneficio económico inmediato y para hacerlo amplifica la procrastinación que ya hace la sociedad para demorar la acción climática. Por ejemplo, las empresas muestran un gran tecnooptimismo para desvincular la acción del presente, ya se actuará cuando la tecnología exista. La procrastinación climática favorece a las grandes empresas y estas se dedican a explotarla.
La procrastinación climática no es la única culpable de la situación de emergencia actual. Otros sesgos como la sensación de lejanía y la poca percepción de riesgo también contribuyen a reducir la opinión general sobre la acción climática. De manera más importante, los intereses económicos, la carencia de voluntad política y los retos técnicos también contribuyen. Pero la procrastinación climática es muy peligrosa, puesto que bajo la idea que se puede posponer la acción animada por las grandes compañías fósiles, la sociedad se aboca a una crisis mucho más grave. La acción climática no puede esperar, el momento es ahora.