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Al acabar la pandemia, millones de norteamericanos dejaron voluntariamente sus trabajos al priorizar otros aspectos de sus vidas, un fenómeno que incluso afectaba a personas satisfechas con sus empleos. Muy pronto el impacto social y económico de lo que se conocerá como la Gran Renuncia encenderá todas las alarmas. Sin embargo, esta no es la única dimisión colectiva a la que asisten nuestras sociedades. Desde mucho tiempo atrás, la ciudadanía viene protagonizando otra deserción, masiva y silenciosa, de la que apenas se hacen eco los medios: la Gran Renuncia a la información.
Los últimos datos del Digital News Report 2023, un estudio promovido por el Instituto Reuters de la Universidad de Oxford, en el que colabora la Universidad de Navarra, dejan poco margen para la duda. Según esta encuesta, realizada en 46 países, solo un 48% de los entrevistados tiene un alto interés por las noticias. En algunos países de nuestro entorno, como Francia, el nivel no supera el 36%. Pero el desinterés no es el único problema del periodismo actual. A él se suma la creciente desconfianza: solo el 40% de los entrevistados confía en las noticias; en Estados Unidos ese porcentaje cae incluso al 32%.
La ciudadanía viene protagonizando otra deserción, masiva y silenciosa, de la que a penas se hacen eco los medios: la Gran Renuncia a la información
El fenómeno viene de lejos. En 2005 Ignacio Ramonet, catedrático en Teoría de la Comunicación y director de la edición en español de Le Monde Diplomatique, ya alertaba del descrédito y del paradójico “estado de inseguridad informativa” que arrastran nuestras sociedades hipermediatizadas. Por eso, los datos de la encuesta no sorprenden a Ramonet: “en los últimos treinta años el periodismo y su credibilidad se han debilitado y, en gran medida, se han derrumbado por haber abusado de manipulaciones, de ocultaciones y de mentiras. En nuestras democracias, poco a poco, ha emergido una radical desconfianza de muchos ciudadanos respecto a la lectura de la realidad que proponen los cuatro principales pilares de la racionalidad social dominante: o sea, los medios de masas, las élites políticas, los actores culturales y los analistas universitarios”.
Lo más preocupante es que si tradicionalmente la desconfianza ha sido un mecanismo de defensa frente a la mentira, en la actualidad se ha convertido en muchas ocasiones en una barrera protectora frente a la verdad. “En el nuevo ecosistema de la comunicación —advierte Ramonet—, la verdad ya no parece necesaria. Lo demostró la campaña electoral victoriosa de Donald Trump en 2016. El culto de la mentira y la difusión de ‘propaganda gris’, o sea, de noticias falsas, se convirtieron, a partir de entonces, en una práctica regular y habitual al más alto nivel”. A su juicio: “a partir de ahí, los ‘hechos objetivos’ dejaron de tener la misma importancia. Y empezó a imponerse la ‘posverdad’. Ese concepto, así como los de “verdad alternativa” y de ‘fake news’ se han generalizado”.
Lo más preocupante es que si tradicionalmente la desconfianza ha sido un mecanismo de defensa frente a la mentira, en la actualidad se ha convertido en muchas ocasiones en una barrera protectora frente a la verdad
En España, según los datos de la Digital News Report 2023, la información está relativamente mejor valorada que en la media de países analizados. De hecho, un 51% de los consultados tienen un elevado interés por las noticias. Sin embargo, existen pocos motivos de satisfacción si tenemos en cuenta que en 2015 ese porcentaje era el 85%, lo que supone un desplome de 34 puntos en el interés informativo en solo ocho años.
Y lo mismo ocurre con la confianza. Si hasta 2017 la encuesta reflejaba una incremento de la confianza —que llegó ese año al 51%—, desde entonces no ha dejado de caer hasta situarse hoy en el 33%, uno de los niveles más bajos de los países analizados. No es extraño por ello que uno de los grupos con mayor crecimiento en España es el de las personas que ni están interesados por la noticias, ni se fían de ellas. Estos ninis de la información representan ya 37% de los encuestados; un porcentaje que supera a ese 30% de individuos interesados por la información pero escépticos respecto a su fiabilidad.
Otro fenómeno significativo es el gran número de españoles que voluntariamente se evaden del entorno informativo. De hecho, un 64% evita en alguna medida la información, práctica que un 29% realiza de forma habitual
Otro fenómeno significativo es el gran número de españoles que voluntariamente se evaden del entorno informativo. De hecho, un 64% evita en alguna medida la información, práctica que un 29% realiza de forma habitual. Este aspecto incide sobre todo entre los menores de 45 años (68%), los colectivos con renta y educación bajas (67%), las personas de derechas (67%) o los desinteresados por la política (70%).
La evasión informativa se plasma de diferentes formas: eludiendo determinados medios, reduciendo la frecuencia con que se consultan las noticias, priorizando actividades ajenas a la actualidad o cambiando de canal cuando aparecen las noticias. Pero sobre todo esquivando determinados temas, especialmente los considerados hard news, noticias duras de política nacional, internacional o economía que son eludidas por el 86%. Es significativo, por ejemplo, que el 65% de los encuestados evite informaciones sobre política, la guerra en Ucrania, el clima o la salud. Entre los menores de 45 años el porcentaje se dispara al 89%.
Medios de comunicación
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Con estos datos, España confluye en el distanciamiento ciudadano respecto a la información que se registra a escala global. Y destaca la precipitación con que lo ha hecho: en solo ocho años el interés se ha desplomado y en menos de un lustro la desconfianza hacia el trabajo periodístico se ha disparado. Es significativo que ambos fenómenos hayan coincidido con el cambio político y la conformación de la primera coalición progresista de la reciente historia democrática del país.
Un contexto que ha estado marcado por la beligerancia de los medios, mayoritariamente conservadores, contra el gobierno de PSOE y Unidas Podemos. Una actitud de abierta oposición mediática que no solo ha desdibujado las barreras entre información y opinión sino también entre información y entretenimiento con programas como los de Ana Rosa Quintana o Pablo Motos.
En ocho años el interés se ha desplomado y en menos de un lustro la desconfianza hacia el trabajo periodístico se ha disparado. Es significativo que ambos fenómenos hayan coincidido con el cambio político
El resultado es la mala prensa que hoy tiene el periodismo en España. De hecho para un 57% de los encuestados es habitual escuchar críticas a los medios y sus profesionales. Aunque quizá la prueba más evidente del deterioro de la profesión es que haya más ciudadanos que prefieren recibir la información a través de un algoritmo antes que confiar en editores o periodistas. Así, pese al temor a que el algoritmo le haga perderse noticias relevantes o limite la pluralidad de la información que recibe, un 36% prefiere este método de acceso a las noticias frente a la tradición periodística por la que se inclina solo un 30%.
En cierto modo, la desconfianza ante los medios está consolidando en España un creciente yoismo informativo, como refleja el hecho de que quienes se inclinan por el algoritmo quieren que su selección de noticias parta de su propio historial de búsquedas, desconfiando de cualquier otro criterio, incluidas sus amistades en redes sociales. Lo mismo ocurre con los medios tradicionales. Aunque estos han visto incrementado el nivel de confianza, los usuarios suelen fiarse solo de su propio canal de televisión, su radio o su periódico, desconfiando abiertamente de los demás.
Quizá la prueba más evidente del deterioro de la profesión es que haya más ciudadanos que prefieren recibir la información a través de un algoritmo antes que confiar en editores o periodistas
Estas actitudes no pueden separarse de los medios utilizados por los españoles para acceder a las noticias. Aunque la televisión sigue siendo para un 56% el medio más usado, las redes sociales son la puerta de acceso a la información para el 50%. Esta preferencia se invierte entre los menores de 45 años que en un 56% optan por las redes sociales frente al 43% que usa la televisión.
Facebook es usado como canal informativo por el 30% de los encuestados, seguido de Twitter (18%), mientras que un 10% usa TikTok, el canal en boga entre los más jóvenes, como acceso a la información. Esta preeminencia de las redes sociales está cambiando la relación del ciudadano con la información: ya no prima la comprensión de la realidad sino el juego emocional. Para Ignacio Ramonet “por definición, las redes no están hechas para informar, sino para emocionar. Para opinar, no para matizar. Los usuarios de las redes no buscan respuestas sino preguntas. No desean leer. No son receptores pasivos como los de la radio, de la prensa o de la televisión. Las redes están hechas sobre todo para actuar”.
“Las redes favorecen la creación de comunidades a veces con ideas de odio, racistas, machistas, fascistas, supremacistas, antisemitas... Porque cada vez hay menos puntos fijos informativos que sirvan de referencia”, destaca Ramonet
Este nuevo ecosistema mediático favorece además las visiones más conservadoras e incluso reaccionarias. “Internet y las redes sociales ponen a nuestro alcance millones de narrativas alternativas en competición con las de los grandes medios tradicionales. Aquellas personas que no se atrevían a expresar algo porque era ilegal, inmoral, estaba mal visto o era políticamente incorrecto, ahora constatan que ‘¡Mucha gente piensa como yo!’ Y se desinhiben. De ese modo, las redes favorecen la creación de comunidades a veces con ideas de odio, racistas, machistas, fascistas, supremacistas, antisemitas... Porque cada vez hay menos puntos fijos informativos que sirvan de referencia”, destaca Ramonet.
En su opinión todos estos fenómenos acrecientan la desconfianza en la opinión pública: “Apaleados por el cataclismo social, y asustados por la pandemia de Covid-19, muchos ciudadanos se ven además azotados por incesantes ráfagas de memes, verdades emocionales e informaciones ficticias. No encuentran certidumbres, ni explicaciones claras a sus desgracias. Los memes se difunden con una rapidez viral y pueden alcanzar una popularidad planetaria sin que ello tenga nada que ver con sus atributos de veracidad. La posverdad supone la relativización de lo cierto, la intrascendencia de la objetividad de los datos, y la supremacía del discurso emotivo”, afirma.
Los memes se difunden con una rapidez viral y pueden alcanzar una popularidad planetaria sin que ello tenga nada que ver con sus atributos de veracidad
Asfixiado por la hiperinformación, ahogado en incertidumbres, resignado frente a la posverdad y los bulos, el ciudadano medio deserta de una información percibida como una tormenta incesante de malas noticias. No resulta extraño que un 64% de los españoles consultados, agotados anímicamente por titulares negativos, valore más las noticias positivas. O que un 57% se interese por las informaciones que no se limiten a recopilar problemas sino que aporten también soluciones.
Aunque el dato del Digital News Report 2023 que tal vez interpela de forma más directa al periodismo español sea ese 52% de encuestados, diez puntos por encima de la media global, que considera que las noticias más importantes son aquellas que le permiten comprender asuntos complejos. Le están recordando al periodista que en estos tiempos líquidos y angustiosos, el periodismo más necesario es el que ayuda a comprender la realidad. En última instancia, el verdadero periodismo.
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Interesante artículo.
En mi opinión, el periodismo en general, tanto en medios de derechas como de izquierdas, ha perdido toda credibilidad al convertirse en medios de la propaganda del sistema durante la crisis del Covid y ahora con la guerra de Ucrania.
Hay esperanza cuando el 52% de españolxs cree que las noticias importantes son las que les ayudan a comprender asuntos complejos, esto es, la realidad. Pero el periodismo, sobre todo el audiovisual, contribuirá a ensanchar ese porcentaje cuando se reequilibre la propiedad de los medios de comunicación para que el interés informativo y la confianza en los medios vuelvan a ser generalizados entre la ciudadanía. La mayoría de periodistas son profesionales, el problema está en los cabezas de cartel que deberían “exiliarse a Somalia” , como muy cerca.