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Libertad de expresión
Desde los confines de su «normalidad democrática»
Periódicamente, el poder, a través de la clase política profesional de turno, va construyendo (o al menos lo intenta) nuestro imaginario colectivo y, por supuesto, lo hace en función de sus intereses estrictamente partidarios. Así, en estos días, quizás alguna semana ya, asistimos a un pseudodebate público sobre la existencia, o no, de normalidad democrática en nuestro país, poniendo comillas a esta construcción, ya que, la propuesta que nos plantean y sobre la que debaten es esencialmente endogámica.
Vamos a explicarnos. Los partidos políticos —ellos solos se lo guisan y se lo comen— nos hacen creer que sus conceptualizaciones y debates en los que transitan son la realidad, la única, la auténtica realidad, ignorando que todo lo formulan sin consultar ni palpar lo que opina la población sobre lo que tendría que ser la verdadera realidad, en este caso, la normalidad democrática.
Así, nos encontramos con partidos que plantean la existencia de una absoluta normalidad democrática frente a otros que la niegan y finalmente otros que, para no equivocarse ni mojarse directamente, hablan de una normalidad democrática mejorable.
Quienes la cuestionan y deslegitiman, resaltan aquellas situaciones que les interesan como la existencia de políticos que están en la cárcel por sus ideas y por intentar llevarlas a cabo e incluso se han autoexiliado. Así mismo, resaltan las situaciones de corrupción política en que están inmersos los otros, las maquinaciones sórdidas de las cloacas del Estado, el control del poder judicial y resto de instituciones, las influencias sobre los medios de comunicación, etc. Por su parte, estas mismas situaciones están plenamente justificadas o resultan comprensibles para quienes consideran que esto forma parte de la normalidad democrática.
En definitiva, ambas concepciones son compatibles y justifican lo que hemos comentado de pseudodebate endogámico o yo me lo guiso y yo me lo como.
Señoras y señores del poder y de todo el espectro de la clase política, para la población, el enfoque de lo que entiende por normalidad democrática, y más exactamente por democracia, es bien diferente y deberían escucharlo.
La primera constatación que se van a encontrar si bucean entre la gente es la afirmación de que todos los políticos son iguales, todos van a lo suyo, todos juegan en el mismo circo de su normalidad democrática.
En ese análisis que Uds. hacen, la libertad de expresión debe formar parte, como un derecho inalienable, de la democracia. Sin embargo, en estos días hemos visto una muestra más, tan solo la punta del iceberg, de lo que es la represión de ese derecho fundamental.
Pablo Hasél ha sido encarcelado por cantar, más exactamente por rapear —acusado de enaltecimiento del terrorismo, injurias a la corona y otras instituciones del Estado— ignorando que sus armas, su forma de expresión, su derecho a la libertad de expresión, son las letras de sus canciones. Además, ignorando y no teniendo la más mínima sensibilidad por el significado social, político, cultural, reivindicativo, que este movimiento musical tiene a nivel mundial.
Pero, no bastando con su encarcelamiento, y en nombre de la normalidad democrática, envían a la policía para reprimir y disolver, de forma discrecional y arbitraria, manifestaciones en defensa de la libertad de expresión provocando decenas de personas detenidas.
Desde aquí nos sumamos a las exigencias de excarcelación de Hasél y la absolución a todas las personas detenidas, como lo están haciendo sectores sociales muy importantes del mundo de la cultura, de los movimientos sociales y sindicales y la población en su conjunto, esa que Vds. ignoran de forma sistemática y a la que solo recurren cuando requieren su voto.
Como decía, Pablo Hasél es, junto con otras muchas personas titiriteras, artistas, cantantes, twitteras, intelectuales, activistas… (César Strawberry, Cassandra, Títeres desde abajo, Valtonyc, Willy Toledo, Revista El Jueves, obras censuradas en la exposición ARCO, operación Araña, Pandora, Piñata, secuestro del libro Fariña, manifestación del Coño Insumiso, el despido del guionista que rotuló en TVE sobre la princesa Leonor…) solo la punta del iceberg de la represión que se ejerce desde su normalidad democrática para domesticar y silenciar toda disidencia. Nuestro recuerdo y apoyo a todas y todos ellas.
Siendo toda esta represión tremendamente importante para deslegitimar su democracia, sin embargo, la situación es todavía mucho más grave al mostrar con toda crudeza la verdadera realidad de lo que subyace a su normalidad. Y esa realidad es bien distinta a la que quieren construirnos como imaginario colectivo.
¿Qué opinión les merece a Vds. el cierre del proyecto Pavón Teatro Kamikaze, por cierto, Premio Nacional de Teatro 2017? ¿Qué opinión les merece que los versos de Miguel Hernández sean eliminados del Memorial de las víctimas del franquismo en el cementerio de la Almudena?
Alguien puede decir que esto son solo casos anecdóticos, como pequeños daños colaterales de ese camino recto y llano que Vds. definen como su normalidad democrática.
Pero les quiero recordar, al menos en parte, la enorme represión antidemocrática que existe a diario, por ejemplo, contra todos aquellos trabajadores y trabajadoras que osan reivindicar sus derechos laborales, la libertad sindical, un salario digno, una pensión pública suficiente, salir de la economía sumergida, que se respete el convenio colectivo, asociarse en una sección sindical anarcosindicalista o alternativa. El miedo al despido, a la sanción, a no tener futuro…, forma parte de la realidad antidemocrática de la mayoría de la población.
También podemos hablar del miedo que sienten a diario las mujeres a la violencia laboral y sexual fruto de la normalidad machista y patriarcal.
Y el desengaño, la frustración, la falta de expectativas y de futuro que sienten y padecen centenares de miles de jóvenes que malviven en el paro o simplemente emigran para buscarse la vida.
Los millones de pensionistas que sufren la indignidad de pensiones de miseria también forman parte del rostro de la normalidad democrática, porque, les recuerdo, que el Movimiento de Pensionistas no es reconocido por su normalidad como interlocutor válido de este colectivo.
La galopante, alentada por la pandemia, desigualdad social, económica, cultural que genera este capitalismo agónico pero dispuesto a morir matando, también refleja la realidad de la población.
Qué decir del limbo democrático en el que siguen viviendo quienes han gestionado las residencias de mayores en las que han muerto decenas de miles de personas en soledad y sin medicación.
Centenares de miles de personas fusiladas y desaparecidas siguen en fosas comunes esperando que la democracia les repare su honor.
¿Qué opinión, desde su concepto de normalidad democrática, les merecen los miles de desahucios que sufre la población más vulnerable, las familias que viven sin electricidad en la Cañada Real, o no tiene acceso a una vivienda digna, o sufren pobreza energética?
En su normalidad democrática, la reforma laboral en vigor garantiza la precariedad de las y los trabajadores; la población inmigrante sufre el racismo, la xenofobia, el odio, la exclusión y marginalidad más brutal que podamos maginar…; y así tantas y tantas situaciones de pobreza, infelicidad, locura, desarraigo, soledad, miedos, fobias que sigue viviendo la población en esta normalidad democrática de la que alardean.
No segreguen, en los confines de su normalidad democrática, la vida en libertad y la justicia social, deroguen la ley mordaza, cambien el código penal en vigor, abdiquen de sus artículos (art.490,3; art.491, 1; art. 490,2), no manipulen más la opinión pública criminalizando ideologías como el anarquismo y antifascismo, porque la población no nos vamos a resignar al desprecio que nos tiene el poder y su normalidad democrática, porque no vamos a aceptar el modelo de normalidad democrática que nos imponen, porque tenemos muy clara la respuesta a la pregunta —¿súbditos o ciudadanos?— que se formula Rafael Cid para finalizar su reciente artículo en el periódico digital Rojo y Negro: Pablo Hasél y el «Código Penal de la democracia» y porque vamos a seguir usando nuestra libertad de expresión con unos contenidos que emanan directamente de nuestra libertad de pensamiento.
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