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Criminalización y castigo en cuarentena
Bachir Khada, preso saharaui: “Desde el comienzo de mi secuestro mis compañeros y yo sufrimos las peores vejaciones y torturas”
El Bachir Al Mokhdar Hadda es uno de los presos políticos saharauis encarcelados en las cárceles marroquíes. Lleva nueve años en prisión por la protesta Gdeim Izik.
Khada es un periodista encarcelado en Tiflt (Marruecos) y forma parte del grupo Gdeim Izik, como se conoce a los veinticuatro presos políticos saharauis procesados tras el ataque marroquí, en octubre de 2010, al campamento de protesta con el que los saharauis desafiaron al ocupante. Fueron trasladados desde el Sahara Occidental a Marruecos, siendo objeto de un proceso que para la comunidad internacional es una farsa y durante el que Khada declaró: “Fuimos quienes nos planteamos las semillas de la Primavera árabe, y seremos quienes cosechan los frutos, nuestra independencia”.
Recientemente, el rey de Marruecos concedió un indulto a 5.600 presos para descongestionar las cárceles ante la pandemia del coronavirus. Entre éstos no figura ninguno de los 52 presos saharauis que hay dispersos en cárceles marroquíes. Para Khada, condenado a 20 años de prisión, en confinamiento permanente a mas de 1.200 kilómetros de su hogar y seres queridos, no hay diferencia entre el antes y después de la pandemia.
Cuando se escribe sobre una persona privada de libertad, este osado acto resulta muy difícil, porque uno ha de tener una mirada especial y sentir el dolor del corazón de una madre o un padre que hayan perdido su esperanza en la justicia cuando sus seres más queridos languidecen injustamente detrás de las rejas. Y solo les queda como recompensa la justa certeza de que su hijo ha caído o ha sido encarcelado por su convicción política. Es el caso del preso político saharaui El Bachir Al Mokhdar Hadda, un joven saharaui preso por sus ideas y su activismo por los derechos humanos, privado de libertad desde hace una década y acechado día y noche por verdugos marroquíes. Y aún duele más pensar en su encierro desde la psicología social de un saharaui o mauritano, desde la noción que tenemos respecto a la infinidad del espacio con el que entendemos la libertad. Y sobre todo cuando el espacio se circunscribe entre lóbregas paredes y torturadores. Don Quijote se lo recordó a su escudero Sancho Panza: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
El don más apreciable que siente un saharaui, como lo sienten sus camellos, es la infinidad de la libertad en su desierto, por el que uno, convencido de su lucha, cae y se levanta constantemente. Y como pasaje anecdótico en la literatura saharaui, pienso en el caso de Ziyigh, el dócil dromedario del clásico saharaui Mohamed Uld Mohamed Salem, convertido en una hermosa leyenda de gesta literaria, cuando su dromedario fue encerrado en un incomprensible recinto cercado de púas. El poeta, con tristeza al ver las lágrimas que corrían de los oscuros y grandes ojos de su camello insignia, entendió aún más el significado de libertad que ambos, amo y camello, compartían. Ziyigh fue retenido por haber propinado una coz a un avestruz criada por un alto cargo colonial francés, que tocó al camello la parte más sensible de su cuerpo, sus patas traseras. El poeta Uld Mohamed Salem, dolido por el inesperado encierro al que se vio sometido su mejor amigo y venerado dromedario, le homenajeó con estos versos en un íntimo diálogo que comparte dolor y esperanza de libertad: “Oh, tú, mi camello Ziyig, / aplaca las cataratas de lágrimas / que vierten tus oscuros ojos, / reprime tu berrido / y aguanta el silencio/ que te impusieron. / Pronto serás libre / y libre serás de tu desvelo por la lejanía de Tueizirfat”.
“La sonrisa de los presos saharauis durante las visitas se ha convertido para los carceleros marroquíes en un cargo contra nosotros y un motivo de tortura, porque reflejan que no tenemos miedo a defender nuestras ideas y nuestra oposición a su ocupación de nuestra patria saharaui”
Más de un cuarto de siglo permaneció en la cárcel Nelson Mandela. Tras sus largos años de cautiverio en la triste cárcel de Rhode Island, al ser puesto en libertad reflexionaba que “el aspecto más inquietante de la vida en prisión es el aislamiento. No hay principio ni final, solo tu propia mente, que a veces resulta engañosa”. El Bachir Al Mokhdar Hadda fue procesado en 2010 por haber manifestado y gritado libertad para el Sáhara Occidental en los históricos acontecimientos del levantamiento saharaui contra la ocupación marroquí, conocido por el Grito de Gdeim Izik. Hadda, aislado en su celda, reflexionaba sobre esta prolongada tortura del confinamiento: “Desde el comienzo de mi secuestro y encierro en la cárcel Salé 2, Marruecos, donde mis compañeros y yo sufrimos a diario las peores vejaciones y torturas, mi momento más duro tuvo lugar el día en que los carceleros me llamaron anunciándome la visita de mi madre, que venía de la ciudad saharaui ocupada de El Aaiun. Era la primera vez, después de tres meses desde el día de mi secuestro, que mi madre sabía de mi paradero y recorrió más de 1.500 kilómetros para venir a verme a la cárcel en Marruecos. El día de las visitas transcurre para nosotros, el grupo de los presos políticos saharauis de Gdeim Izik, como un infierno. Nos vendan los ojos, nos esposan las manos y los carceleros, ante el respiro que supone ver a un familiar, se vengan golpeándonos a lo largo del trayecto desde nuestras celdas a la sala de visitas. Dos mallas de alambre me separaban de mi madre como barreras y cuando ella entró en la sala, al verla enseguida le sonreí. Mi propósito era levantar e infundir ánimo en su moral, también era para ocultarle el dolor que sufro con las torturas a diario. Ese día había un verdugo, de nombre Hassan Mahfadi, que se encargó de vigilar cualquier detalle del encuentro con mi madre, separados por la barrera de alambre. Después de concluida la visita, ese verdugo y otro me vendaron los ojos, me esposaron y me llevaron de vuelta a mi celda de aislamiento, donde dio inicio mi calvario. Me golpearon, me abofetearon, me patearon, me insultaron y todo fue por la sonrisa con la que había recibido a mi madre y con la que ella, orgullosa, me respondió porque estamos convencidos de nuestra lucha y no rendidos. Los dos verdugos, burlándose de mi indefensión y debilidad antes sus golpes, me repetían: ‘¡Ahora sonríe como lo hacías a tu madre, ya que ella no sabe lo que te estamos haciendo!’. Porque la sonrisa de los presos saharauis durante las visitas se ha convertido para los carceleros marroquíes en un cargo contra nosotros y un motivo de tortura, porque reflejan que no tenemos miedo a defender nuestras ideas y nuestra oposición a su ocupación de nuestra patria saharaui”.
Nelson Mandela, Madiba, en su alegato ante el tribunal del régimen del apartheid afirmó: “En nombre de la ley fui tratado como un criminal... no por lo que hice, sino por lo que defendí, por mi conciencia”. La expresa política y defensora de los derechos humanos saharaui Sukeina Mint Yedehlu, hija de un poeta clásico de la literatura saharaui, recordaba así sus años de desaparecida en la terrible cárcel secreta marroquí de Kalaat M’gouna: “Fue la cárcel en la que más tiempo estuve junto a otros saharauis y donde nos sentíamos como muertos en vida […]. Tenía tres objetivos principales: aprender, tener un juicio justo y recibir la visita de familiares. Cada noche me acostaba sin saber si amanecería”.
“Llevo condenado nueve años y cinco meses en una cárcel de alta seguridad, debido a mi clara posición política en la lucha del pueblo saharaui, que incluso he expresado en mis declaraciones ante los tribunales marroquíes”
A la angustia de la incertidumbre que viven los presos saharauis, se une la preocupación por los suyos. “No puedo describir con precisión desde mi celda cuánto echo de menos a mi familia y amigos”, afirma El Bachir Al Mokhdar Hadda, “Pero tengo fuerza para decirle a cualquiera que se ponga en el lugar de mi familia y amigos, que también viven en una cárcel, aunque sin rejas. Fueron privados injustamente de visitarme por razones de lejanía y las presiones que se ejercen contra ellos. Por ahora intento resistir el agotamiento que me ocasiona el largo tiempo encerrado y aislado en una celda, además de las torturas, las vejaciones y el racismo ejercido contra nosotros por ser saharauis. Llevo condenado nueve años y cinco meses en una cárcel de alta seguridad, debido a mi clara posición política en la lucha del pueblo saharaui, que incluso he expresado en mis declaraciones ante los tribunales marroquíes. Con muchas dificultades intento refugiarme en los estudios de máster a los que me enfrento sin contar con una silla, ni acceso a la biblioteca de la cárcel. Solo dispongo de una hora por la mañana y otra por la tarde que debo repartir entre tomar algo de sol y mi aseo personal, hora a la que en ocasiones renuncio por el insuficiente tiempo y el estrés que me producen los carceleros. Solo sueño con mi libertad”.
No olvidamos a nuestros presos, fuente de inspiración de nuestros airados e insumisos versos de compromiso con ellos: “En el silencio exiliado, cada noche sueño gritar vuestros nombres, / que anidan desterrados donde el tiempo / en la infinidad se reduce entre diminutas, / oscuras, transparentes y condenadas paredes. (…) Soñé cuerpos desnudos, inertes y frágiles, / donde el verdugo esculpió su nombre”. (“Aaiun, gritando lo que se siente”. Bahia Mahmud Awah. 2006).