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Nicaragua
Historias de migraciones. Huyendo del miedo
El Golfo de Fonseca es testigo de un movimiento migratorio silencioso e incipiente que trae hasta Nicaragua a familias que huyen de la violencia de unas maras que amenazan con dominar Centroamérica
“Somos una especie en viaje. No tenemos pertenencias sino equipaje. Vamos con el polen en el viento, estamos vivos porque estamos en movimiento. Nunca estamos quietos, somos trashumantes. Somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes. De ningún lado del todo, de todos lados un poco (...) Atravesamos desiertos, glaciares, continentes. El mundo entero de extremo a extremo; empecinados, supervivientes. Cargamos con nuestras guerras, nuestras canciones de cuna, nuestro rumbo hecho de versos, de migraciones, de hambrunas. Y así ha sido siempre desde el infinito”.
Movimiento, Jorge Drexler
A veces, imaginarse el mundo es esto: idas y venidas, bienvenidas y despedidas, equipajes imprevistos -de esos que se empacan de la noche a la mañana- o, por el contrario, maletas perfectamente calculadas. Seres humanos cruzando países, atravesando fronteras, buscando siempre un nuevo rumbo, nuevas oportunidades. Buscando alimento, paz, trabajo, felicidad; buscando, al fin y al cabo, una vida mejor y cargando –arrastrando- sobre sus espaldas la anterior, aquello que nos construye y allá de dónde venimos.
Hay quien huye del hambre, hay quien huye del frío, hay quien huye de sí mismo, hay quien huye movido por la curiosidad de saber qué habrá detrás de las montañas pero ¡ay quién huye por la violencia y el miedo!
La última etapa del voluntariado con Alianza por la Solidaridad Nicaragua dentro de la Iniciativa EU AidVolunteers, me ha dado la oportunidad de elaborar un diagnóstico con una parte de esa realidad. Esa masa humana que se mueve, que viene y que va y que, a diferencia de millones de movimientos migratorios anteriores, no son personas que huyen del hambre sino de las maras; de una violencia indiscriminada e invasiva que amenaza con dominar Centroamérica sin piedad, con sangre. Una frontera –la oficial y la clandestina- que ve entrar y salir demasiadas veces a la misma persona. Una experiencia que me ha permitido entrar casa por casa, conocer caso por caso para escuchar, de nuevo, historias que te ayudan a relativizar tus problemas.
Solo haciendo zoom en el mapa del mundo eres consciente de que hay lugares y recovecos que facilitan ese movimiento, ese transitar. El Golfo de Fonseca es uno de ellos. El punto de unión de tres fronteras: Honduras, El Salvador y Nicaragua y, dentro de este triángulo de países, solo Nicaragua se etiqueta como el más seguro de Centroamérica, libre de pandillas. Por eso, el lugar de destino preferido para personas que ya no soportan la violencia como forma de vida, que han sido amenazadas, que viven perseguidas, con miedo; que han perdido a familiares y amistades por el camino, sin muchos motivos, sin previo aviso, que son obligadas a entregar parte de su salario de manera mensual, que les han robado sus casas, sus tierras, privadas por completo de una vida en libertad. Personas que, en su mayoría, una vez se asientan en Nicaragua, ya no se plantean volver jamás a sus países de origen.
El diagnóstico que se está realizando desde Alianza por la Solidaridad y en cooperación con APADEIM se enfoca en el caso de las mujeres de El Salvador y Honduras que han llegado hasta Nicaragua por tierra o mar. El objetivo es saber cuántas son, cómo han llegado, qué sufrieron por el camino, cómo se han integrado, cómo las han recibido, discernir cuáles son sus necesidades principales una vez entran al país y demostrar que son mujeres que efectivamente abandonaron sus casas huyendo de la violencia de las maras.
Entre todas las historias que te cuentan hay muchos casos, muchas realidades, muchos motivos, los casos más duros, más allá de las mujeres que entraron al país por medio de una red de apoyo –amistades o familiares nicaragüenses- son los de las mujeres que huyen de sus casas sin saber a dónde, ignorando qué les espera al otro lado pero siendo conscientes de que en sus países ya no pueden seguir viviendo.Y de entre todo el abanico de historias, siempre hay alguna que te duele, te pesa y te aguijonea la conciencia. Por ejemplo, la de una pareja que salió de la noche a la mañana de su casa en un autobús rumbo a Nicaragua. Huyeron sin contactos, sin dinero, con lo puesto y mucho miedo. En El Salvador dejaron a sus cuatro hijos, en edades comprendidas entre 9 y 18 años. No podían llevarlos consigo porque no sabían qué pasaría mañana. Hoy, los ven crecer desde la pantalla de sus teléfonos. Ya llevan 4 años en el país, escondidos, sin recursos, viviendo de prestado, de casa en casa y sin ninguna propia, sin documentación, presos de la ansiedad y todavía con miedo a que el jefe de la mara que los amenazaba allá los encuentre y asalte en medio de la noche.
Según la indagación realizada, el primer gran problema de la mayoría de mujeres migrantes es la dificultad para conseguir documentación nicaragüense -lo que impide su adecuada inserción al lugar y, sobre todo, el acceso a un trabajo digno-. Una falta de papeles que las doblega y obliga a incluso humillarse ante comentarios despectivos –por desgracia muchas veces papeles y derechos parecen ir de la mano- y a vivir con más pobreza, con más inseguridad. Contaba una mujer que desde julio del año pasado recibe intimidaciones por parte de su vecino. Incluso le ha llegado a amenazar con un trabuco. Cuando acudieron a las autoridades para resolver el problema, el cónsul le aconsejó callar y humillarse, siendo esta la única manera de poder conseguir un día sus papeles –si es que ese día llega en algún momento-. Muchas otras mujeres te explican que sin papeles jamás se les toma en cuenta, que sin papeles no pueden acceder a trabajo ni vivir con dignidad. Sin embargo, se trata de una documentación que cuesta mucho tiempo conseguir, muchos viajes a la capital y demasiadas trabas y que solo las mujeres más privilegiadas han tenido la suerte de poder obtener. (Al vivir en comunidades rurales, el viaje a Managua tiene que ser en taxi para poder regresar a casa en el mismo día. Dicho servicio asciende a más de 100 dólares por persona sin contar los 60 que cuestan los trámites de legalización. Un monto que para personas cuyas únicas pertenecias son un pucherito con el que hacen alguna comida para vender y un pantalón de recambio es un sueño que difícilmente podrá hacerse realidad algún día).
El segundo gran problema, que solo pocas de ellas te cuentan, es una inserción lenta y llena de prejuicios y desconfianzas -y no porque no tengan acceso a la salud ni a la educación ya que, en su mayoría, reciben estos servicios sin dificultad sino porque siempre están el desprecio al migrante, los recelos, la creencia colectiva e instantánea de vincular a todo un país con la violencia, las maras y el tráfico de drogas-.Y aunque muchas aseguran que la integración ha sido buena y que están felices en Nicaragua, en una segunda lectura, se puede apreciar que es su falta de interacción con el resto de la comunidad la que las mantiene al margen de los problemas. Historias que te hacen constatar que detrás de cada movimiento migratorio están siempre la discriminación y el racismo que nos ha caracterizado desde el principio de los tiempos, olvidándonos una vez más de que, al final, cada uno de nosotros somos de “ningún lado del todo, de todos lados un poco”.
*Por motivos de confidencialidad y seguridad no es posible publicar fotos en las que aparezcan mujeres en primeros planos.