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La vida y ya
La solución es sembrar
Juan, un amigo colombiano, me dijo hace tiempo que la solución para todo es sembrar. No se refería sólo a que es la solución para frenar un poco el calor consiguiendo sombra y humedad y a que es la forma de conseguir alimentos. Se refería, también, a que es la solución a la prisa y que sirve para entender lo que significa cuidar.
Esta frase de Juan la comprendí un tiempo después de haberla escuchado mientras deshacía terrones de tierra con las manos. Nos habían contado que haciéndolo el aire podría colarse para ayudar a las semillas y plantas que íbamos a poner en el huerto a que crecieran mejor.
Mientras deshaces terrones para que la tierra respire sientes la ausencia de prisa, comprendes que el ritmo al que se mueve la naturaleza es otro
Mientras deshaces terrones para que la tierra respire sientes la ausencia de prisa, comprendes que el ritmo al que se mueve la naturaleza es otro muy diferente al de todo lo que se desplaza quemando petróleo. Y, entonces, hay tiempo para preguntar cómo van las cosas, para pensar en eso que lleva tanto tiempo rebotando en tu cabeza, para preguntarte en qué lugar tiene más sentido que inviertas tu tiempo en este escenario de caos climático. Porque no llueve. Y sabes por qué no llueve. Y sabes que sin agua no crece nada. Y piensas en las palabras de Juan.
En la penúltima Revuelta Escolar que organizamos cortando el tráfico a la salida del colegio para reivindicar entornos escolares seguros y usar la calzada como un espacio para estar y jugar, varias familias pensaron que sería una buena ocasión para hacer algo más. Decidieron plantar distintas especies en un talud despoblado de vida que hay en la plaza pegada al colegio donde juegan muchas niñas y niños todas las tardes. También llevaron esquejes para intercambiarlos entre las familias y contribuir a que las casas se llenen de plantas.
No pidieron permiso. Plantar en un terreno sin vida les parece que no requiere autorización. A mucha gente de edades distintas le gusta plantar. El talud se llenó de verde en poco tiempo. Fue una fiesta. Aunque entre varias personas construyeron una valla para delimitar el espacio donde crecerían, las niñas y los niños pusieron las plantas donde les pareció mejor.
Pero como no llueve y las plantas necesitan agua, entre el colegio y las familias organizaron turnos para regar. En varias de las clases las profesoras escuchaban la misma frase cuando salían cargadas de agua: “Esta tierra ya está mojada”. Tardaron poco en descubrir que había vecinas y vecinos que también querían contribuir a que el talud estuviera lleno de plantas y habían comenzado a regarlas.
“La herencia de comprender lo que es necesario para que haya vida se queda pegada a los territorios donde el ritmo es el de la tierra”
Se lo cuento a Juan. Lo de los terrones de tierra y lo de las plantas en el talud. Dice que allí las comunidades indígenas y campesinas fueron quienes le enseñaron la importancia de sembrar. Que saben que cuando desaparece una especie no sólo se pierde la diversidad genética sino todo el conocimiento que hay asociado a ella. Un conocimiento que tiene que ver con cómo se cultiva, con las formas en las que se puede usar para curar, con los modos de cocinarla. “La herencia de comprender lo que es necesario para que haya vida se queda pegada a los territorios donde el ritmo es el de la tierra”, dice, “cuando desaparece una especie también se pierde el poder transmitir la importancia espiritual que tiene asociada esa planta, la importancia de guardar y cuidar esas semillas”.
Quizás sea cierto lo que dice Juan. La solución comienza por sembrar.