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Turquía
Derrocar a Erdogan: “Una cuestión de supervivencia” para las feministas turcas
A unos cientos de metros de los edificios aún en ruinas, en medio de una telaraña de improvisadas tiendas de colores blanquecinos, una pancarta toscamente erigida corta el paisaje. Alrededor del mensaje “Las mujeres organizan la solidaridad”, estampado con símbolos feministas, varias decenas de voluntarias se afanan en intentar llevar ayuda y consuelo a las mujeres cuyas vidas han quedado destrozadas por el doble terremoto del 6 de febrero.
Estamos en un rincón de un enorme campamento improvisado que ha surgido en las afueras de Adiyaman, ciudad enclavada en el corazón de la meseta de Anatolia y una de las más afectadas por el seísmo. Hemine, siria de 28 años, ha encontrado refugio junto a estas mujeres, agrupadas bajo el lema “Solidaridad feminista ante la catástrofe”. “Si no estuvieran allí para cuidarme, estaría en peligro de muerte”, afirma. Tras huir de su país en los primeros días de la guerra, de nuevo tuvo que abandonar su casa, dañada por el terremoto. Y esto mismo se repitió un mes después con su improvisada tienda de campaña, donde había recogido algunas cosas, después de que ésta fuera arrastrada por una inundación. “¿Qué he hecho yo para merecer esto? Y aun así, puede que haya evitado lo peor: ser una mujer soltera y refugiada podría haberme llevado a la tumba”.
“Si no nos ocupamos de las mujeres, ¿quién lo hará en este país?”, reacciona Ezgi, una de las voluntarias. “El Estado ha estado ausente desde el primer día”, continúa Nilgun, de 33 años. “Esto significa que la salud de las mujeres que viven aquí es la menor de las preocupaciones de las autoridades. Las ayudamos materialmente y también psicológicamente. Con nosotras se sienten seguras y libres, no tienen miedo de confiar en nosotras”.
Estamos ante una oleada de solidaridad espontánea y visible, testigo de la espectacular irrupción de los movimientos feministas en Turquía en los últimos años, fenómeno que no ha sido del agrado del Estado: “En lugar de venir a ayudar, la policía se dedicó a controlar a las voluntarias y a confiscar sus mercancías. Incluso el ejército agredió a algunas de nosotras. Al proporcionar protección sanitaria, artículos de primera necesidad, tiendas de campaña, estamos haciendo el trabajo del Estado, y el Estado nos cobra por ello”, afirma Gizem, una mujer de 30 años de Estambul.
“La retirada del convenio de Estambul se produjo en un contexto nacional e internacional particular: Erdogan quería complacer a Europa en el momento de la firma, pero optó por retirarse cuando tuvo que relacionarse con los partidos de extrema derecha”
Ataques a los derechos de las mujeres
Una hostilidad que estas jóvenes conocen bien: activistas, militantes, miembros de organizaciones, todas han tenido que enfrentarse, en un momento u otro, a la hostilidad del gobierno turco. Las dos décadas de gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Recep Tayyip Erdogan han sido, cuando menos, duras para los grupos y organizaciones feministas, así como para las mujeres en general.
Conocemos a Aysen Sahin en Estambul. Activista incansable y escritora, esta mujer de 53 años no tiene pelos en la lengua: “Hace veinte años me manifestaba por mis derechos. Hoy sigo manifestándome, pero para exigir el derecho a no ser asesinada”.
Porque en Turquía, los derechos duramente conquistados por las mujeres a finales del siglo XX se han convertido en los últimos años en el blanco de las franjas más reaccionarias del país integradas en el gobierno turco. Así ocurrió, concretamente a partir de marzo de 2021, cuando Turquía se retiró del tratado para la prevención de la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica, más conocido como Convenio de Estambul, que el país había sido el primero en ratificar en 2011. El momento era bien distinto en aquel entonces: “La retirada del convenio se produjo en un contexto nacional e internacional particular: Erdogan quería complacer a Europa en el momento de la firma, pero optó por retirarse cuando tuvo que relacionarse con los partidos de extrema derecha”, dice Aysen Sahin. Y continúa: “Aunque no se respetaba, aunque luchábamos por su plena aplicación, era como un seguro de vida para las mujeres en Turquía”.
La retirada, decidida unilateralmente por el presidente turco, ha envalentonado a varios grupos antifeministas y ha liberado el discurso misógino. ¿Cuáles son las consecuencias en lo que a la violencia contra las mujeres se refiere? A falta de datos del Estado en la materia, es difícil darse cuenta del impacto de este retroceso, existen sin embargo algunas cifras terribles: según la ONG “Detendremos los feminicidios”, en 2022, 392 mujeres fueron asesinadas por hombres en Turquía, cifra a la que hay que añadir 226 muertes consideradas “sospechosas”, así como los centenares de mujeres heridas, a veces de gravedad, por sus cónyuges. Estas cifras deben correlacionarse con otras igual de aterradoras: según una amplia encuesta de la Universidad Hacettepe, cuatro de cada diez mujeres turcas mayores de 15 años afirman haber sido víctimas de violencia física o sexual, y tres cuartas partes de ellas están divorciadas o separadas.
“Para la mayoría de las mujeres que quieren divorciarse, es 50-50: libertad o muerte”, dice Aysen Sahin. “Cuando una mujer pide el divorcio y su marido es violento, y acude a comisaría, la policía suele pedir a la víctima que dé otra oportunidad al marido. A veces incluso llaman al Ministerio de Asuntos Religiosos, y allí intervienen las mujeres para explicarles cómo deben comportarse con sus maridos para ser felices en sus hogares. Esta es la realidad de las mujeres turcas de hoy”.
“El levantamiento de Gezi fue un momento formativo personal y colectivo para las mujeres turcas. Fue un punto de inflexión en Turquía: antes de Gezi el feminismo se consideraba liberal, eso ayudó a cambiar esa concepción. Hoy es revolucionario”
Nueva ola revolucionaria
Mor Mekan (casa púrpura en turco) está arraigada en Estambul, en el corazón del barrio de Kadikoy. El lugar acoge a mujeres de toda condición, impulsadas por el deseo de organizarse y crear un espacio de lucha. Más que una herramienta, es una necesidad, ya que el país cuenta actualmente con más de 300 organizaciones feministas.
Fulya Dagli, de 29 años, abogada y miembro de la Red de Defensa Feminista, es una figura clave del movimiento. Como muchas de sus compañeras, explica que comenzó su lucha política en organizaciones de izquierda, antes de unirse a movimientos feministas autónomos. “El levantamiento de Gezi fue un momento formativo personal y colectivo para las mujeres turcas. Y fue más allá: se trataba también de luchar contra la homofobia y la transfobia. Fue un punto de inflexión en Turquía: antes de Gezi el feminismo se consideraba liberal, eso ayudó a cambiar esa concepción. Hoy es revolucionario”.
Un cambio que las autoridades turcas perciben claramente como una amenaza: desde hace varios años, todas las manifestaciones de organizaciones feministas —incluso con motivo del Día Internacional de los Derechos de la Mujer— se ven salpicadas por la violencia policial y las detenciones.
Junto a Fulya, Zahide, de 17 años, forma parte de esta nueva generación. Procedente de una familia conservadora, llevó el hiyab, el vestido islámico, durante casi cinco años antes de hacerse queer. “Cuando me sentí mejor con mi identidad, cambié radicalmente. Me encontré dentro de mí misma. Políticamente, abandoné rápidamente las organizaciones de izquierda, porque en Turquía, entre el socialismo y el feminismo hay un muro, el patriarcado. Tuve que cruzarlo.”
Un espacio de lucha que ya le ha supuesto la preocupación de la policía. “El AKP nos ha complicado la vida. En las calles, en nuestras casas... en todas partes. El estado no está ahí para protegernos, sino para atacarnos, eso lo tenemos claro”, truena Fulya Dagli.
“No sólo se juzgan las manifestaciones, los debates o las iniciativas entre mujeres, a veces basta un soplo para desencadenar oleadas de odio, sobre todo en las redes. Es una lucha difícil, contra el capitalismo, contra el patriarcado, pero también contra el sistema conservador, a menudo contra nuestras familias, contra una parte de nosotras mismas”, continúa Zahide.
Los kurdos, en vanguardia
Rumbo a Diyarbakir, a 1 500 kilómetros. La capital de los Kurdos de Turquía lleva varias décadas en la vanguardia de la lucha feminista. Una lucha que también se ve reflejada en la política: el Partido Democrático de los Pueblos, HDP, impone una mezcla perfecta en su representación. Así, cada alcalde electo está acompañado por una co-alcaldesa.
Adalet Kaya es la presidenta de la Asociación de Mujeres Rosa, una organización creada en 2018 para defender los derechos de las mujeres kurdas en un contexto extremadamente represivo. “Las mujeres kurdas estamos sometidas a diferentes tipos de violencia y criminalizadas porque tenemos múltiples identidades. El hecho de ser kurdas, de ser mujeres y sobre todo, de liderar una cultura de resistencia en muchas partes del mundo, genera miedo y nos somete a más opresión”, explica.
Y Adalet Kaya sabe de lo que habla: desde 2020, ha sido detenida tres veces —una de ellas durante tres meses— y su casa ha sido registrada dos veces. “Las mujeres de toda Turquía no se están callando durante este periodo fascista y están desarrollando una resistencia colectiva y civil”.
Aysen Sahin explica: “Casi se podría decir que nuestra revolución empezó allí. La mayoría de las mujeres jóvenes trabajan en el sureste del país, donde hace 30 años no había libertad y sí tradiciones abominables. Si tu marido moría, te podían obligar a casarte con su hermano, se intercambiaban chicas en caso de conflictos familiares. Han cambiado las cosas.”
“La opinión de la gente también está cambiando poco a poco: miles de mujeres de organizaciones han ido a las ciudades afectadas por el terremoto. La gente que nos llama brujas o putas nos ha encontrado a su lado, mientras que ni los religiosos ni el estado estaban allí”
Derribar a Erdogan
Así, a pocos días de las elecciones presidenciales, todas parecen compartir un deseo irremediable de invertir el curso de la historia. Recep Tayyip Erdogan, ya debilitado por una grave crisis económica, ha visto tambalearse aún más su autoridad tras el terremoto.
Como consecuencia, amplios sectores de la sociedad turca se movilizan ahora contra él, incluso políticamente, con la unión sin precedentes de seis partidos de la oposición detrás del candidato del partido kemalista CHP, Kemal Kilicdaroglu. Este último, apoyado también por el partido pro-kurdo HDP, no sólo ha prometido apaciguar al país en caso de ser elegido. Además de romper con el régimen presidencial, el candidato se ha comprometido con una serie de cuestiones, entre ellas la reintegración del país en el Convenio de Estambul.
Esto es suficiente para aglutinar a las feministas del país, a pesar del carácter socialdemócrata del partido creado por Ataturk: “El objetivo es que Erdogan se vaya. En ausencia de un gran movimiento socialista, sólo hay dos bandos, el de Erdogan y el otro”, dice Fulya.
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Mismo análisis para Adalet Kaya: “El fin de Erdoğan y de la mentalidad misógina que transmite liberará nuestra identidad, nuestra lengua, nuestros cuerpos, nuestras existencias. En realidad, su caída es una cuestión de supervivencia para las mujeres de este país.”
Todas ellas lo saben: si estos veinte años de AKP les han complicado enormemente la vida, no por ello han dejado de ganar batallas: “En definitiva, la retirada del Convenio de Estambul nos ha permitido movilizar en torno a nosotras a nuevas generaciones que ahora están decididas y que velan por nosotras. De hecho, somos el Convenio de Estambul”.
Fulya concluye: “Creo que ahora estamos en el centro del debate público. Tenemos que reconocer que se escuchan nuestras reivindicaciones, porque aunque luchen contra nosotros, la fuerza de nuestras voces les afecta. La opinión de la gente también está cambiando poco a poco: miles de mujeres de organizaciones han ido a las ciudades afectadas por el terremoto. Hay gente que lucha contra nosotras. La gente que nos llama brujas o putas nos ha encontrado a su lado, mientras que ni los religiosos ni el estado estaban allí”.
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Magnífico artículo! La lucha revolucionaria de las mujeres kurdas y turcas es un ejemplo de resistencia popular, igual que la de los partidos o medios de comunicación de izquierdas. Todos han sufrido bajo la dictadura del sultán Erdogan.
Espero que pierda las elecciones, y se ganen derechos sociales, laborales y civiles perdidos, así como pone fin a la ocupación turca de Siria.