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Contra el solucionismo: realidades de la lucha palestina
«Cada vez está más presente entre nuestras tareas inmediatas», declaró Anthony Blinken en un reciente viaje a Doha, refiriéndose a la «hoja de ruta, práctica, dotada de un plazo estricto para su cumplimiento e irreversible en pro de la constitución de un Estado palestino, que conviva en paz con Israel». Los clientes árabes de Estados Unidos también han invocado el paradigma de los dos Estados y tanto los saudíes como los cataríes han insistido en la necesidad de un «acuerdo global». En el Reino Unido, David Cameron ha declarado su firme apoyo a la creación de un Estado palestino, mientras que en Bruselas Josep Borrell ha insistido en que ésta es «la única forma de establecer la paz». Estas declaraciones pueden considerarse como un intento frenético de contención imperial. Si no puede ignorarse por completo a los palestinos, como en el marco de los Acuerdos de Abraham, mejor presionar a favor de un cuasi «Estado» palestino desmilitarizado y segmentado para que la normalización israelí pueda avanzar a buen ritmo. Biden, personal y políticamente con el tiempo tasado, está desesperado por volver a encarrilar la agenda de Jared Kushner para Oriente Próximo tras su descarrilamiento el 7 de octubre.
¿Cómo debemos responder al glorioso regreso y a la cadavérica persistencia de la solución de los dos Estados? El reflejo más común es descartarlo como una peligrosa «fantasía» imperial, basada en la formalización diplomática del régimen de apartheid para el pueblo palestino, y abogar por un solo Estado para judíos y palestinos como única alternativa realista. Esta última postura fue presentada formalmente por primera vez por el Frente Democrático para la Liberación de Palestina tras la Naksa [el éxodo palestino de 1967]. Posteriormente fue adoptada por Arafat y Abu Iyad como línea oficial de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Tras el fracaso de los Acuerdos de Oslo, los intelectuales palestinos —Edward Said, Ghada Karmi, Lama Abu-Odeh, Joseph Massad, Ali Abunimah, George Bisharat y Yousef Munayyer, entre otros— volvieron a retomar este marco. En 2002 Karmi señaló que, si bien la exigencia de una democracia laica «pueda parecer utópica», no lo es más que «la empresa sionista de construir un Estado judío en un país ajeno». El año pasado publicó One State: The Only Democratic Future for Palestine-Israel, libro en el que argumenta la «inevitabilidad» de un Estado único y democrático.
El irremediable carácter patológico de la sociedad de colonos, más claro y horripilante que nunca en estos momentos, puede constituir un obstáculo para la creación de un Estado
El reconocimiento de que la solución de los dos Estados está descartada es cada vez más común en todo el espectro político. En un ensayo publicado en el último número de Foreign Affairs se afirma que «el efecto de volver a hablar de dos Estados es enmascarar la realidad de un solo Estado, que casi con toda seguridad se afianzará aún más tras la guerra». En general, se trata de un cambio positivo, que refleja la generalización de la solidaridad con Palestina y el apoyo a la democracia multiétnica frente al supremacismo sionista. Sin embargo, existen buenas razones para que la izquierda occidental actúe con cautela. Dadas las actuales coordenadas regionales, ¿sigue siendo la creación de un único Estado para judíos y palestinos la opción más realista y basada en principios? El irremediable carácter patológico de la sociedad de colonos, más claro y horripilante que nunca en estos momentos, puede constituir un obstáculo para la creación de un Estado, tanto como lo constituye para la existencia de dos Estados la geografía colonial impuesta en los Territorios Ocupados. Si el desarraigo de los colonos de Cisjordania es imposible de imaginar, sin duda es aún más difícil prever que los israelíes acepten el fin del etnonacionalismo y cohabiten pacíficamente con los palestinos.
El pueblo palestino —en Gaza, Cisjordania, la Palestina histórica y al-Shatat [la diáspora]— determinará inevitablemente la dirección de su lucha. El solucionismo corre el riesgo de derogar este principio básico e incluso de emitir importantes juicios estratégicos y éticos en su nombre. Mientras que los modelos de dos Estados tienden a negar a los palestinos el derecho al retorno, los discursos en pro de la creación de un único Estado para palestinos e israelíes podrían significar decirles que abandonen la lucha por la descolonización, que se hagan amigos de sus opresores y que permitan que se queden todos los colonos. Tales decisiones podrían ser tomadas en algún momento por los propios palestinos y de ahí la importancia de democratizar sus estructuras políticas nacionales para permitir una auténtica deliberación popular, pero no pueden presuponerse. En este sentido, la valorización de las formas políticas del estatuto final puede implicar perder de vista los principios anticoloniales más básicos. Ello también puede descuidar las condiciones objetivas necesarias para establecer una paz duradera en la región. Ninguna «solución» que no cuente con el apoyo masivo de los palestinos perdurará y sólo el objetivo final que defienda sus derechos inalienables puede dotarse de ese prestigio democrático.
De acuerdo con estas premisas fundamentales, organizaciones como la Palestine Solidarity Campaign británica se han negado durante mucho tiempo a adoptar una posición de acuerdo con las restricciones impuestas por los debates solucionistas: un Estado, dos Estados, ningún Estado. Para Palestine Solidarity Campaign, el objetivo primordial es ejercer presión política para reparar los crímenes sobre los que se fundó Israel: la negación del derecho de los palestinos a la autodeterminación y el retorno de los refugiados.
La lucha contra estas brutalidades debe preceder a la elaboración de modelos políticos para la región; de hecho, el curso de la primera determinará invariablemente la forma de la segunda. Como dice el académico palestino Karma Nabulsi: «Soy muy laico sobre cuál debería ser la solución. A algunos les gustan mucho los dos Estados [...]. Hay quienes defienden un Estado binacional. Yo diría que es mucho más sencillo. Permitir que se rectifique la injusticia [...]. Una vez que la gente pueda volver a sus hogares, dejemos que decidan democráticamente, las personas que viven allí, qué tipo de marco desean».
Tanto la solución imperial de los dos Estados como las concepciones más honorables de la democracia secular anhelan soluciones rápidas
Esta perspectiva tiene especial relevancia para la realidad posterior al 7 de octubre. Dada tanto la fuerza histórica como la legitimidad popular de la resistencia armada palestina, no puede asumirse que el establecimiento de un Estado democrático en, digamos, las próximas tres décadas sea más plausible que la liberación de algunas tierras palestinas de la ocupación colonial. En 1974, el Programa Político de la OLP afirmaba que « la Organización emplearía todos los medios […] para liberar el territorio palestino y establecer la autoridad nacional combatiente independiente para el pueblo en cada parte del territorio palestino liberado». Esta concepción de afirmar el dominio palestino sobre porciones de tierra liberada parece ahora notablemente contemporánea. Como ha demostrado Tareq Baconi, la concepción estratégica de los fundadores de Hamás no era muy distinta, ya que su objetivo era conseguir una «retirada completa de Cisjordania, la Franja y Jerusalén sin renunciar al 80 por 100 de Palestina». Abdel Aziz al-Rantisi veía en el éxito de Hezbolá a la hora de expulsar a los israelíes del sur del Líbano un modelo de cómo podría funcionar este planteamiento.
Esta trayectoria, por improbable que sea, puede ser ahora más probable que la milagrosa desradicalización de la sociedad israelí. Por supuesto, las probabilidades siguen siendo desalentadoras, sobre todo por el triunfo de las fuerzas contrarrevolucionarias en todo el mundo árabe durante la última década. Tal vez el factor más importante y desalentador en este sentido sea la destrucción de la sociedad civil radical en Egipto bajo el férreo gobierno de El-Sisi, que, mientras no sea derrocado, podría impedir que se haga justicia a los palestinos. Sin embargo, el panorama se complica por la disminución gradual del dominio estadounidense y la sorprendente durabilidad del «eje de la resistencia». En un terreno tan sobredeterminado, no hay motivos para pensar que la lucha palestina se ajustará a teleologías o tipos ideales nítidos. Tanto la solución imperial de los dos Estados como las concepciones más honorables de la democracia secular anhelan soluciones rápidas: la primera confía en imponer «orden», la segunda en poner fin al insoportable sufrimiento causado en Gaza y Cisjordania. Pero es vital señalar que la mayoría de las concepciones palestinas de la lucha son temporalmente indeterminadas. Se trata de un proyecto de liberación nacional, que ha aprendido a desconfiar de las falsas promesas de salvación inminente. Cabe preguntarse, pues, si no hay un elemento de proyección en la búsqueda de «soluciones» rápidas, que sean más fácilmente asimilables y menos incómodas para los occidentales que una lucha anticolonial armada prolongada.