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Libertades
Pequeño diccionario de ecofeminismo
Les preguntaron a las niñas y los niños qué significaban algunas palabras. Palabras que hablan de cuidar a la naturaleza y de cuidar a las personas. Que ayudan a poner la vida en el centro.
Aunque tienen pocos años, saben definirlas porque son conscientes de la importancia de la rugosidad de los árboles para poder treparlos y conocen los mejores recovecos del bosque para jugar al escondite y sienten, en algún momento de cada día, que los besos y las canciones son igual de importantes que poder comer cuando cruje el estómago.
Después, con las palabras de cada letra del abecedario, surgió una historia...
L
Leer
Aprender.
Nil, 6 años
Vivir aventuras en la imaginación.
Alejandra, 8 años
Leer es contar una historia, pero con letras.
Valentina, 6 años
Libertad
Salir de un habitáculo sin pedir permiso. Cuando te dejan en paz.
Simón, 9 años
Cuando el profe te dice: «Podéis estar por el sitio que queráis y puedes jugar por donde tú quieras».
María, 7 años
Si atrapan a un caballo con una cuerda, no puede ser libre. Y si es una persona pobre, no tiene libertad; solo las que tienen dinero.
Abril, 6 años
Es como en el museo cuando te dejan acercarte a un cuadro y hay una raya que pone hasta donde puedes acercarte, ese es el límite.
Sabina, 7 años
Cuando estás enojado y querés romper algo, pero no lo hacés porque tenés tus límites.
Sofía, 9 años
Fronteras que frenan lo que quieres hacer.
Alexia, 8 años
Que no tenga suciedad.
Nuño, 6 años
Si quieres limpiar algo con un trapo lo pasas a lo que quieres limpiar para que se quede brillante, reluciente. A mí me gusta limpiar.
Sabina, 7 años
Mi madre limpia mucho.
Alba, 6 años
Hay lugares donde, por pensar de forma diferente a las personas que tienen el poder, te pueden meter en la cárcel o hacer que te ocurran cosas terribles, incluso más terribles que la cárcel. Esto pasa, por ejemplo, cuando hay una dictadura. Pero, a pesar de eso, hay personas que no dejan de decir lo que piensan porque están convencidas de que la libertad para expresar las ideas es algo que no se debería prohibir en ningún lugar.
Unas veces escriben sus reflexiones para que otras puedan leer lo que piensan. Pero como les prohíben las palabras tienen que difundir sus escritos en secreto. Otras, se juntan para celebrar manifestaciones o actos aunque también están prohibidos por los dictadores. Siempre, de una u otra manera, las personas que creen que la libertad es algo que nadie puede prohibir, encuentran la forma de poner freno a esas otras que se creen tan poderosas.
A veces, defender la libertad se hace también de otras formas más inesperadas
Eso sucedió en un instituto de un barrio de la periferia de la ciudad de un país que tuvo una dictadura que duró más de cuarenta años. Ese día, Isa, Clara, Laura, Mario y Carlos, que se sentaban cada mañana en las sillas verdes del aula de 3ºB, habían ido a una manifestación porque querían tener la posibilidad de soñar con su futuro. Pensaban que igual que no se puede prohibir la palabra «libertad» tampoco se puede prohibir la palabra «futuro». Por eso, aunque ese gobierno que nadie había elegido prohibió hacer manifestaciones en las calles, se reunieron junto a otras estudiantes para gritar todo lo que no querían que estuviera en silencio.
Y, como ocurre a veces cuando en una dictadura se hacen cosas que están prohibidas, la manifestación acabó en carreras por las calles huyendo de la policía, que iba vestida de gris. En menos de lo que tarda una ola en deshacer un castillo de arena llegó para dispersar sus gritos de libertad. En la huida, acabaron llegando a su instituto, donde Mariela aún estaba limpiando los restos de pipas, papeles y arena que poblaban el suelo de las aulas cada tarde. Al verlos llegar, sin decir nada, les abrió la puerta y les señaló el piso de arriba indicando hacia dónde podían ir. Unos minutos después llegaron varios policías con las caras tan grises como sus uniformes y sin mucha educación, preguntaron a Mariela si había visto a un grupo de menores por allí. Ella dijo que no y el policía más alto, que no parecía convencido de la respuesta, le dijo que iban a entrar a echar un vistazo dentro del instituto. Entonces Mariela, poderosa con la fregona en la mano, les marcó un límite claro colocándola delante de la puerta. «No pueden pasar», les dijo, «acabo de fregar y si pisan me van a ensuciar todo el suelo».
Ellos la miraron, sin saber bien cómo responder a esa mujer que les desafiaba con la fregona en la mano y, finalmente, se fueron.
Aquellas chicas y aquellos chicos nunca olvidaron lo que hizo Mariela ese día. Desde entonces, cada vez que terminan las clases, miran bien que todo quede ordenado y lo más limpio posible. Saben que el trabajo de Mariela es esencial para que, cada día, puedan estar cómodamente en sus aulas.
Aprendieron que limpiar se puede convertir, también, en una manera de defender la libertad.