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Migración
Hayer
“Canto, bailo y por eso resisto”. Dice Hayer en la entrevista. Hay personas para las que la vida es eso: resistir. Muchas veces ese “resistir” es contra algo. Por ejemplo, contra algo injusto que les pasó y que se convirtió en un dolor muy grande, casi insoportable. Ese es el caso de Hayer. Sus dos hijos se subieron en el mismo barco, el 2 de marzo de 2011. Ha repetido tantas veces esa fecha que no necesita tatuársela. Sabe que llegaron de Túnez a Italia, no era un cayuco, era un barco con asientos, cada uno pagó el suyo. Aunque pagar no marca la diferencia entre tener más o menos posibilidades de llegar a la costa del otro lado, subir a una patera a menudo es mucho más caro que ese barco con asientos. “El mar no es la única forma de morir si quieres atravesar fronteras y no tienes un papel que te dé el permiso” dice.
Fue a partir de ese día, el 2 de marzo de 2011, cuando la vida de Hayer pasó a ser una lucha por resistir. Resistir frente al dolor. Resistir frente a las fronteras que matan a las personas que viven en los extrarradios que cada vez son más abultados. Resistir frente a las embajadas y los gobiernos que siempre eligen no ver, no escuchar y callar. Resistir para que buscar un hueco a la vida no sea un delito. Resistir frente a las ganas de dejarse llevar mecida por el mar.
Hayer lleva un pañuelo en la cabeza, un blusón blanco y unas pulseras que suenan levemente cuando coge el boli para escribir en la hoja del cuaderno dos nombres, Bechir y Mohamed. Tenían 22 y 25 años cuando se subieron a ese barco con asientos. Sabe que llegaron a Italia, pero no sabe qué pasó después, quizás fueron víctimas del tráfico de órganos, quizás, no lo sabe. Titubea como pensando si compartir ese otro montón de opciones en las que ha tenido tiempo de pensar en todos estos años, pero solo dice una cosa más: “Necesito encontrar sus cuerpos, vivos o muertos”.
Hayer resiste porque es fuerte y combativa. Resiste, también, porque se ha juntado con otras madres para las que la vida se convirtió, igual que para ella, en una lucha por resistir. Y resistir contra todo lo que les pasa es más posible si están juntas. Se juntan para no dejarse llevar por el mar hasta que las hunda, como si todo diese igual, como si sus hijos desaparecidos no importasen. Como si ellas, con su fuerza y su dolor, no existieran. Se juntan y, quizás por eso, Hayer dice: “Seguiré creyendo que podemos derribar las fronteras aunque todo el mundo haya perdido la esperanza, seguiré construyendo con las demás madres aunque los demás estén destruyendo”.