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Ecofeminismo
Derecho al paisaje en una isla
Cuando se vive en una isla, los ataques al territorio se sienten íntimamente, son agresiones que afectan rápidamente a tu espacio vital y lo transforman y limitan. Este texto es el estallido de una canaria que ve cómo sus islas han sido despojadas hasta de lo más básico: el paisaje.
La isla se va transformando día a día, continuos cambios acontecen en ella. Y con el pasar de las horas y el tiempo, nosotras nos transformamos también, a la par, de la mano.
Día tras día se toman decisiones a puerta cerrada por unos hombres (normalmente son hombres) que supuestamente creen saber cuál es el interés general del pueblo, pero que ya vagamente recuerdan qué era eso de “ser pueblo”.
Es tal la desconexión, y tan rápida, cuando se acepta un cargo del que dependen importantes decisiones ( sean políticos o grandes empresarios), que podríamos equipararla a la mitosis inducida entre seres humanos-naturaleza que se lleva fraguando e instando siglos atrás en las sociedades occidentales patriarcales y capitalistas.
Estamos hablando de un constante consumir: consumir tiempo, consumir trabajo, consumir relaciones, consumirNOS. Y en toda esa carrera constante a contrarreloj, en todo ese “pasar la vida”, nos hemos olvidado de muchos derechos, también de deberes. Uno de esos derechos es el del paisaje.
Sin caer en la teoría del "ecolapso”, estamos en un punto donde el androcentrismo se ha desbordado. Vemos normal que el Cabildo de la isla apueste por construir miradores artificiales en zonas naturales en vez de disfrutarlos tal y como son. Vemos normal que nos invadan plataformas petrolíferas por la costa: el paseo de la avenida marítima se ha convertido en un museo de infraestructuras férreas a cielo abierto. Pretenden que nos acostumbremos a ver esas estructuras violentas que simbolizan el más puro extractivismo colonial.
Normalizamos también que el área del Roque Nublo, espacio rural protegido, esté lleno de coches ( incluso nos hacen creer que es una buena señal), de guaguas, de hordas de gente como hormiguitas en fila, como si el territorio fuera un recurso renovable e infinito.
Éstos que deciden quieren que veamos como normal la construcción de más y más carreteras que atentan contra nuestro paisaje, nuestra historia, nuestra cultura, nuestra gente. Sin ir más lejos, en breve se inician las macro obras (o macabras obras) de la carretera que atravesará más de un órgano vital del Parque Natural de Tamadaba.
Nos instan a que normalicemos la construcción de puertos infrautilizados que rompen la libertad de un horizonte sin límites, que atentan contra el arraigo cultural de los pueblos y su derecho a decidir cómo desarrollarse (o cómo decrecer).
Se permiten en silencio ciertas actividades, nos hacen creer que es natural que haya barcos fondeando donde antes no podían. Nos mienten, ponen en conflicto a la comunidad y corrompen todo aquello que tocan. Nos dicen que es legal, pero sabemos que no es legítimo.
Toleramos que nos mientan afirmando que esto del turismo es imparable y que vivimos de él, cuando es él quien vive de nosotras. Preparémonos para una guerra terminológica (que ya está aconteciendo) sobre conceptos y prefijos que buscan "ecologizar" o más bien "ecopintar" las líneas de acción de este monocultivo económico. Llamémoslo capitalismo verde, fagotización de conceptos o modas del "bio", "eco" o "sostenible". La resistencia a esta industria turística conlleva lanzamiento de piedras y otros elementos, tengamos buenos escudos y reflejos, los necesitaremos.
Luego resulta, que en toda postal, en todo anuncio promocional de la isla, el campo es paradisíaco, las playas son paradisíacas, el mar es más paradisíaco aún. ¿Qué los hace paradisíacos? ¡Pues que no hay gente! Ni plásticos, ni residuos, ni plataformas o barcos a la vista. Y es precisamente este derecho al paisaje el que hemos perdido, o mejor, nos lo han intercambiado por un paisaje de masas turísticas, de plástico y supraestructuras.
Por mucho que intenten desligarnos de la naturaleza, por mucho que sigan haciendo parques sin árboles, nos ahoguen a centros comerciales o llenen de cemento y hoteles los pueblos de esta isla, nuestro ser es naturaleza, la necesitamos, más que ella a nosotras (ya que hemos apostado por la mitosis). Si la destruimos, nos estamos destruyendo con ella. Mensaje simple que las culturas nativas de hoy intentan hacernos ver desde cada una de las resistencias en las que se ven sumergidas.
El paisaje recoge nuestra historia, nuestra alimentación, nuestro pasado, presente y futuro, nuestros estados emocionales, enfermedades de la actualidad (sobre todo mentales), nuestra energía o falta de ella. De este derecho depende, en gran medida, nuestra calidad de vida. La quiebra de este derecho supone la muerte lenta del ser.
Son muchos los derechos que se vulneran en esta sociedad capitalista de mierda, sólo quise traer uno a la reflexión. Ahora bien, esta "sociedad capitalista de mierda" también somos nosotras: yo, la que escribo, y las que me rodean; tú, la que lees, y las que conviven en tu entorno. En gran medida depende de nosotras hacerla visible, quitarle la máscara al lobo y defender el territorio de las continuas violencias a las que se ve sometido.
Derecho al paisaje y paisaje por derecho.