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Movimientos sociales
Un internacionalismo para tiempos de caos geopolítico
Vivimos tiempos de vorágine geopolítica. Tras años de “calma tensa”, en los que parecía imponerse una suerte de “normalización” del régimen de ocupación israelí en Gaza y Cisjordania, la brutal operación de limpieza étnica contra la franja de Gaza vuelca completamente el tablero internacional. Los derechos nacionales de Palestina vuelven al centro del debate, una población sojuzgada que no piensa quedarse mirando sin molestar mientras el resto del mundo hace negocios y afianza relaciones internacionales con su verdugo.
Pero no es esta la única convulsión de los últimos tiempos: sucesión de golpes de Estado en África occidental, emergencia y ampliación de los BRICS, propuesta euroestadounidense de un nuevo Corredor Económico India-Medio Oriente-Europa, enquistamiento de la guerra en Ucrania, ampliación de la OTAN a Suecia y Finlandia, reposicionamiento de la Unión Europea con el Global Gateway y reorientación hacia América Latina de la reciente cumbre UE-CELAC, regreso de horizontes de integración regional latinoamericana de la mano de nuevos gobiernos progresistas, etc.
Cambios geopolíticos vinculados entre sí, atravesados por la persistente crisis de rentabilidad del capitalismo, la mengua de la hegemonía global euroestadounidense, el avance de posiciones de una serie de actores emergentes comandados por China y, sobre todo, una pugna encarnizada entre potencias y multinacionales por acaparar territorios estratégicos para la transición energética. Esta última dimensión está dando lugar ya a manifestaciones concretas de conflicto social, como el estallido en Jujuy (norte de Argentina) al calor de la guerra por el litio.
Un escenario que vuelve a situar en primer plano la dimensión transnacional del conflicto sociopolítico, y por tanto la necesidad creciente de posicionar una praxis internacionalista a la altura del reto. El proyecto emancipatorio precisa repensar y fortalecer una agencia internacionalista que vehiculice una intervención política efectiva en este maremágnum geopolítico, superar la confusión que genera esta coyuntura nebulosa y encontrar claves a la ofensiva. Expondremos a continuación algunas propuestas, que son desarrolladas de forma más amplia en el informe Repensando el internacionalismo en el siglo XXI.
Ante la complejidad del momento geopolítico, centralidad del principio emancipatorio
Una primera clave pasa por abordar la caracterización de la diversidad de agentes y tendencias globales desde un principio emancipatorio radical, integral y poliédrico. Radical, es decir, que asuma la centralidad —hoy en franca retirada— de que el objetivo es la ruptura, la subversión del orden capitalista, heteropatriarcal, colonial y ecocida desde sus cimientos, su quiebre y superación dialéctica. Integral y poliédrico, esto es, que responda a todas y cada una de las expresiones de opresión y explotación que conforman el sistema de dominación múltiple, sin dejar ninguna de ellas atrás por tacticismos cortoplacistas. Solo así podremos hacer frente con nitidez emancipatoria a la confusión y mistificación reinantes a la hora de analizar el “quién es quién” geopolítico.
Cierto gobernismo posibilista trata de promover una imagen del bloque EEUU-UE como bastión de valores progresistas, sobre todo frente a la emergencia global de la extrema derecha y en defensa del capitalismo verde
Y es que consensos internacionalistas elementales, que deberían vertebrar esta praxis desde la base, son hoy objeto de cuestionamiento. Es el caso de la identificación del bloque EEUU-UE como eje constitutivo del centro imperialista del sistema-mundo. Hoy cierto gobernismo posibilista trata de resignificar esta caracterización promoviendo una imagen de este bloque como bastión de valores progresistas, sobre todo frente a la emergencia global de la extrema derecha y en defensa del capitalismo verde. La siguiente parada de este análisis conduce a la defensa implícita o explícita del rol internacional de estas potencias centrales: el alineamiento internacional con las mismas contendría trazas progresistas; y sería homologable desde la izquierda —o al menos se pasaría de puntillas sobre el asunto— participar en lógicas de rapiña neocolonial en el extranjero de la mano de empresas multinacionales, las cuales dejarían progresivamente de ser objeto de cuestionamiento si actúan bajo el manto de la transición ecológica. El último paso en esta pendiente descendente sería el alineamiento con la política exterior y las misiones militares en el extranjero de este bloque, bajo una retórica de oposición a la ofensiva reaccionaria —véase el giro otanista que ha arrasado con la mayoría de las izquierdas europeas con motivo de la guerra en Ucrania—. Sin duda, una clara mistificación que desenfoca por completo cualquier praxis transformadora efectivamente internacionalista. El posicionamiento euroestadounidense de la mano de Israel en su ofensiva genocida contra Gaza destapa de forma sangrante las vergüenzas de esta hipótesis acomodaticia.
Como contra-tendencia, ciertos sectores despliegan una mirada benévola y acrítica respecto a otra serie de actores internacionales y su real y efectivo potencial emancipatorio. Actores como los BRICS, recientemente de actualidad por la celebración de su XV Cumbre en Johannesburgo, donde se ha decidido su ampliación a Argentina, Irán, Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Etiopía y Egipto.
Partamos de una primera constatación: la dinámica BRICS incorpora elementos tendentes a la agudización de las contradicciones entre centro y periferias dependientes, lo cual es un valor objetivo de no poca relevancia. Cualquier proyecto que pretenda emprender caminos de transformación progresista desde instancias estatales debe hacer frente a la determinante capacidad de chantaje y bloqueo del dólar, en tanto que moneda de reserva y principal vehículo para flujos comerciales y de inversión internacionales. También a su control sobre organismos financieros multilaterales como FMI o BM, a la preponderancia internacional de las multinacionales euroestadounidenses, o a una lex mercatoria compuesta por toda una maraña de tratados comerciales —como el ya muy avanzado Acuerdo UE-Mercosur, o un TLC EEUU-Colombia que Gustavo Petro recientemente se ha comprometido a renegociar por su evidente naturaleza asimétrica—, entre otras expresiones de hegemonía global. La reflexión estratégica que anida en este proyecto es, en este sentido, pertinente. Así, países subalternizados por esa asimetría centro-periferia como Argentina, Venezuela o Bolivia -la primera adherida con anterioridad a la llegada a la presidencia del derechista “libertario” Milei, que ya ha anunciado que revocará esta decisión para realinearse sin fisuras con EEUU; los dos últimos aún no admitidos, pese a haber presentado solicitudes de interés- ven legítimamente en BRICS la vía para hacer frente a sanciones internacionales o al chantaje permanente del dólar y la deuda, y abrir brechas para impulsar políticas que vayan, en una u otra medida, más allá de la ortodoxia neoliberal.
Al mismo tiempo, componen esta alianza sujetos muy diversos, con muy distintas caracterizaciones y con grandes diferencias en cuanto a su vocación emancipatoria. Tenemos al Brasil de Lula que, con todos los matices y limitaciones que se quiera, es una referencia progresista indiscutible a nivel global. Mayores contradicciones genera el papel de China, cabeza de este polo contrahegemónico y principal contendiente global del bloque euroestadounidense, que despliega en numerosas partes del mundo lógicas de carácter extractivo a través de sus propias corporaciones multinacionales —si bien bajo una gobernanza con gran peso del sector público, y ejerciendo una sustancialmente menor injerencia política y militar en la soberanía de aquellos lugares en los que hace presencia—. Una potencia que se convirtió a mediados de la década pasada en el segundo inversor global de la mano de una masiva salida de capitales chinos al exterior, cuyos destinos van desde la minería de coltán, cobalto y cobre en la República Democrática del Congo, hasta el acaparamiento de tierras en Argentina para el agronegocio, pasando por infraestructuras como el puerto de El Pireo en Grecia —de la mano de una Troika que buscaba cobrarse el referéndum del 5 de julio de 2015—. Y más allá, es notoria la confusión que en sectores de la izquierda genera la definición de la actual Federación Rusa, proyecto político eminentemente reaccionario, de matriz agresivamente capitalista y crecientemente belicista.
Un caso evidente de las limitaciones del discurso que lo fía todo a esta alianza es Arabia Saudí. Su naturaleza feudal, extremadamente opresiva, especialmente para mujeres y disidencias sexuales, y rabiosamente pro-estadounidense no cambia de un plumazo por haberse adherido ahora a BRICS. De hecho, tanto este país como la India forman parte simultáneamente del IMEC, corredor alternativo a la Nueva Ruta de la Seda anunciado por Biden en la reciente cumbre del G20, y que ahonda en una gobernanza netamente capitalista del orden económico internacional. Una Arabia Saudí que, recordemos, estaba a un paso de normalizar sus relaciones diplomáticas con Israel —proceso temporalmente cortocircuitado por la acometida militar contra Gaza, y que orilla flagrantemente los derechos nacionales palestinos—. Al otro lado del tablero geopolítico nos encontramos a Irán, cuyas posiciones respecto a Palestina y otros contenciosos son en ocasiones saludadas como antiimperialistas, obviándose la revuelta permanente de las mujeres contra las imposiciones teocráticas sobre sus cuerpos, la represión antisindical o la opresión nacional del pueblo kurdo.
Como contra-tendencia, ciertos sectores despliegan una mirada benévola y acrítica respecto a otra serie de actores internacionales y su real y efectivo potencial emancipatorio
Las cosas, por tanto, no son tan sencillas. Siendo una dinámica interesante en aspectos relativos a esa dialéctica centro-periferia, y constituyendo una alternativa táctica legítima para proyectos de transformación social desde los Estados, no estamos ante un sujeto esencialmente emancipatorio que plantee ejes de superación sistémica sustanciales y suficientes, como en su momento sí plantearon proyectos de integración hoy de capa caída como ALBA-TCP. Es más, integran esta alianza algunos actores directamente antagónicos con cualquier mirada efectivamente transformadora y emancipatoria. Asimismo, los riesgos de reproducción en su seno de lógicas capitalistas-imperialistas bajo parámetros de mera sustitución de los actuales hegemones globales son demasiado evidentes como para obviarlos desde la praxis internacionalista.
El problema de la caracterización no se limita a grandes actores de primera línea como BRICS. El escenario global está cada vez más plagado de coyunturas confusas difícilmente discernibles desde parámetros transformadores. El ejemplo de los recientes acontecimientos en África occidental es claro. Una región tradicionalmente olvidada, en la que está quedando en evidencia la pérdida inexorable de influencia europea en el mundo. Así, en Mali, Chad, Guinea, Sudán, Burkina Faso, Níger y Gabón regímenes pro-franceses sometidos a dinastías familiares de poder han caído como fichas de dominó, fruto de una sucesión de golpes militares. Un bloque anti-occidental, que se está articulando en iniciativas como la Alianza de Estados del Sahel, y que ha herido de muerte la llamada Françafrique.
Esto es, en principio, una buena noticia. Pero es igualmente cierto que no tiene por qué denotar, en sí mismo y de forma integral, una vocación emancipatoria. El deseo internacionalista es que estemos ante iniciativas transformadoras, que tengan por impulso fundamental sacar a estos países de su actual estatus colonial y ultraperiférico al servicio de determinadas potencias y sus multinacionales —pervivencia del franco CFA; acaparamiento de recursos como el uranio nigerino por multinacionales francesas, etc.—, y que abran procesos de democratización y participación popular lo más amplia posible. En ese camino, el riesgo de verse sometidos al ascendente económico y militar de otras potencias como China y Rusia es claro, aunque resulta difícil pensar un camino viable que no pase por alianzas tácticas pero de calado con este tipo de sujetos, con capacidad de proveer financiación, infraestructura o seguridad. Al mismo tiempo, la posibilidad de encontrarnos ante golpes palaciegos que pretendan una mera sustitución de élites también está sobre la mesa. Y considerando además la tendencia europea a mirar África como un todo homogéneo, obviando que cada territorio sigue sus propios procesos sociopolíticos. Una coyuntura compleja para cuyo análisis conviene atenerse a criterios de prudencia, aunque la retórica anticolonialista de algunos de los liderazgos entronque con enfoques de liberación nacional y social que no debemos desconocer.
Resulta imprescindible clarificar miradas y asentar bases sólidas de análisis internacionalista, fundamentadas en un principio emancipatorio radical, integral y poliédrico
En definitiva, frente a una complejidad global especialmente susceptible de generar aturdimiento y confusión ideológica, resulta imprescindible clarificar miradas y asentar bases sólidas de análisis internacionalista, fundamentadas en ese principio emancipatorio radical, integral y poliédrico. Esto significa apostar por un antiimperialismo de ruptura, que identifique con nitidez los ejes de conflicto y deslinde, ahondando en ellos sin ceder ni un metro; por ejemplo, manteniendo firme la postura internacionalista de defensa de los derechos palestinos, incluido el de resistir al ocupante, frente a la ofensiva mediática y a los discursos de una progresía que busca en el matiz la vía para eludir el compromiso. Y que, al mismo tiempo, supere miradas benévolas respecto a actores internacionales que no responden a parámetros mínimos en términos emancipatorios o progresistas: ya sea combatiendo los intentos de asimilación de las izquierdas gobernistas y sus propuestas de alineamiento oportunista con las potencias centrales, ya sea superando pulsiones campistas heredadas de la Guerra Fría y la tendencia a la totalización de lo geopolítico, que conducen a sacrificar horizontes emancipatorios en la hoguera de la realpolitik.
El internacionalismo, sobre todo, “en casa”
Pero no se trata tan solo de complejizar la mirada internacionalista hacia este maremágnum geopolítico. Esto nos circunscribiría al ámbito del mero posicionamiento, y no tanto al de la acción. Por ello, además de afinar los análisis y caracterizar correctamente actores y tendencias, es preciso posicionar claves concretas de actuación, proponer lineamientos estratégicos en positivo y a la ofensiva.
En este sentido, la apuesta por un antiimperialismo de ruptura contiene una segunda vertiente, indisoluble de la primera: combatir sin ambages y en nuestra propia casa cualquier expresión de dominación y explotación sobre otros territorios que tenga su origen en nuestro contexto. Se trata de centrar los esfuerzos internacionalistas en socavar, por todos los medios posibles y desde su origen mismo —desde el “corazón de la bestia”— la operativa capitalista, colonial-imperial, patriarcal y ecocida en terceros países de “nuestras” empresas multinacionales, “nuestras” tropas y contingentes militares, “nuestra” política exterior, “nuestros” organismos financieros multilaterales, etc. Partiendo de la convicción de que sólo ejerciendo en nuestro propio contexto la coherencia y corresponsabilidad internacionalistas estaremos en disposición legítima para mirar con ojos críticos otros escenarios.
Y es que, en ocasiones, las necesarias discusiones sobre la naturaleza progresista o no de determinados sujetos o procesos, sobre si el internacionalismo debe o no ofrecerles un aval político, nos aleja del deber —previo y prioritario— de combatir nuestras propias fuentes de injusticia en el exterior. Así, proponemos una visión que trasciende —sin negarlo— el internacionalismo entendido únicamente como ofrecimiento de solidaridad a causas de otras latitudes, ahondando en la agudización de los antagonismos en nuestro propio territorio frente a actores políticos, empresariales o militares que supuestamente nos representan y con los que interactuamos en nuestro día a día sociopolítico. Se torna así una tarea primordial velar permanentemente por no caer en la tentación de “escurrir el bulto” ante cuestiones que aparentemente no nos afectan de forma directa e inmediata, pero que interpelan a nuestro deber emancipatorio elemental. El no alineamiento activo con “nuestro” propio imperialismo es seña de identidad de la mejor tradición internacionalista —véase Zimmerwald y el derrotismo revolucionario leninista— que no ha operado con tanta intensidad durante todo un ciclo caracterizado por ese campismo de Guerra Fría, y que es fundamental actualizar y traer a primera línea.
Combatir sin ambages y en nuestra propia casa cualquier expresión de dominación y explotación sobre otros territorios que tenga su origen en nuestro contexto
Este parámetro es de aplicabilidad universal en su formulación más genérica, es decir, debe operar sea cual sea el bloque geopolítico en liza y sin caer en coartadas campistas. Pero cobra especial sentido en su aterrizaje a una UE que, además de ser el territorio desde el que escribimos, conforma uno de los polos del centro del sistema-mundo, es decir, uno de los principales focos desde los que se originan flujos económicos, políticos, militares, culturales etc. de dominación colonial-imperial sobre el resto del planeta. Un foco que pierde influencia de forma acelerada frente a actores emergentes, y que está respondiendo —de la mano de EEUU— con la agudización de sus herramientas de dominación y control sobre el escenario internacional.
Esto se expresa hoy en una adhesión activa a la estrategia estadounidense de pugna geopolítica respecto a China y sus alianzas, con sus correlatos de guerra comercial, guerra tecnológica y disputa de posiciones militares: el control de las cadenas globales de producción y comercialización de semiconductores, la contienda tecnológica vía vetos a la exportación, la explotación de materias primas fundamentales como el galio o el germanio, la disputa militar de espacios como el Mar de la China meridional, o el renovado enconamiento del contencioso por Taiwán, son algunas de sus principales expresiones.
En la pugna por mantener y ampliar áreas de influencia, como demuestran el renovado interés europeo en América Latina, la propia lógica de disputa con Rusia por el oriente europeo que subyace a la guerra de Ucrania, o el alineamiento sin fisuras de la Unión y su presidencia española con los intereses neocoloniales franceses en África occidental. La obscena visita de Von der Leyen a Israel en nombre de la Comisión Europea, a las puertas de la masacre de Gaza, y el sostenimiento inquebrantable del aval político a Tel Aviv durante los dos meses que llevamos de ofensiva salvaje deben ser leídos en estos términos de reposicionamiento imperial europeo.
En la proliferación de herramientas de apoyo a la proyección de las corporaciones europeas en el mundo, como los fondos Next Generation o, más recientemente, la iniciativa Global Gateway.
En el despliegue de la Europa Fortaleza, encarnada en Frontex, bajo una política de externalización de fronteras que convierte a la UE en cómplice, promotora y financiadora de gravísimas violaciones de DDHH. El reciente Pacto Migratorio europeo es su última expresión, y fiel reflejo de la integrabilidad y funcionalidad sistémica en la UE de unos discursos de extrema derecha pretendidamente outsiders.
En el ingente aumento del gasto militar que están protagonizando en los últimos años los Estados miembros, y que no sólo se está manifestando en Ucrania y la ampliación de la OTAN, sino también en otros escenarios menos mediáticos como el sostenimiento de los operativos antiyihadistas franceses en el Sahel, de abierta raigambre injerencista.
Y sobre todo, en la pelea encarnizada por acaparar territorios y recursos estratégicos que garanticen una transición energética y digital en clave capitalista y neocolonial. Es decir, ventajosa para Europa y desventajosa tanto para los territorios objeto de saqueo como para las potencias emergentes rivales. La Ley de materias primas fundamentales, aprobada el 14 de septiembre en el Parlamento Europeo —y que dota de sostén jurídico a la nueva acometida europea para acaparar recursos minerales vía proliferación de megaproyectos a lo largo y ancho del planeta— corrobora esta caracterización.
Cualquier alternativa que pase por contemporizar con avanzadillas imperiales en terceros territorios condena sin remisión a nuestros propios procesos de lucha
Todas ellas son manifestaciones de un reposicionamiento global a la ofensiva de la UE y del conjunto del bloque euroestadounidense, con el fin de hacer frente a su creciente decadencia en tanto que potencias centrales, en un escenario de crisis orgánica del capitalismo. Y, como tales, deben ser objeto de impugnación en nuestro propio territorio, en nuestra casa, siguiendo los parámetros de este antiimperialismo de ruptura que debe vertebrar un internacionalismo a la ofensiva. No hay lugar para discursos edulcorados sobre el rol “progresista” de la UE en el escenario internacional. No habrá transición ecológica justa ni transformación social en Europa sobre la perpetuación de las asimetrías centro-periferia y la permanente transferencia de cargas y externalidades económicas y ecológicas hacia esta última. Cualquier propuesta de transición —sea el Green New Deal, sea cualquier otra— que no plantee una hoja de ruta ambiciosa y honesta en este sentido, no sirve. Cualquier alternativa que pase por contemporizar con avanzadillas imperiales en terceros territorios —como el régimen de apartheid israelí o los gobiernos títere africanos recientemente caídos, por ejemplo— condena sin remisión a nuestros propios procesos de lucha. La subversión desde su génesis de la matriz colonial-imperial de la que nos beneficiamos es parte indisoluble del posicionamiento de claves emancipatorias y potenciales transformadores en nuestros propios pueblos.
Transnacionalizar la acción política popular
Esto exige priorizar estrategias y acciones concretas de confrontación frente a nuestras propias instituciones: Estados, empresas, ejércitos. Y frente a la propia UE, en tanto que arquitectura de dominación determinante que opera en términos supranacionales. Lo que nos plantea una última clave internacionalista: transnacionalizar la actuación política del campo popular para hacer frente a este tipo de estructuras tecno-burocráticas que escapan a los ya de por sí insuficientes y viciados instrumentos de control soberano popular.
¿Habría sido posible contrarrestar, o al menos entorpecer, la cruel ofensiva de la Troika contra Grecia en 2015 de existir un movimiento popular articulado a nivel europeo en defensa de las expectativas de transformación? ¿Sería distinta la actual posición guerrerista de la UE respecto al conflicto en Ucrania de mediar una corriente antimilitarista transnacional en la región con capacidad efectiva de influencia? ¿No supondría un salto cualitativo en la lucha contra el poder corporativo la generación de lazos socio-sindicales europeos frente a gigantes transnacionales como Amazon? ¿No expandiría aún más sus capacidades el movimiento feminista —cuyo potencial se ha vuelto a reflejar en la huelga general del 30N en Hego Euskal Herria— bajo un mayor grado de articulación transnacional?
Avanzar hacia una mayor compenetración dialéctica entre las dimensiones nacionales-territoriales e internacionales de las luchas emancipatorias
Sin duda, la inexistencia de mínimas articulaciones a nivel europeo no ha ayudado en estos esfuerzos. Una limitación que está quedando de nuevo en evidencia hoy, de forma sangrante y agónica, en la dificultad del movimiento popular en Europa para incidir directa y coordinadamente sobre las acciones cómplices con Israel de la Comisión y la mayoría de gobiernos de la Unión.
En este sentido, es preciso avanzar hacia una mayor compenetración dialéctica entre las dimensiones nacionales-territoriales e internacionales de las luchas emancipatorias; que los procesos tengan una dimensión sustantiva de carácter internacional engarzada con el aterrizaje de las luchas en el propio territorio; constituir agencia y sujetos políticos populares internacionalistas de escala transnacional, que aborden en su integridad la tarea emancipatoria al menos a nivel de región, enseñanza que en América Latina está mucho más presente que en Europa. Una complejización de los vínculos interterritoriales acá-allá que precisa incorporar a la población migrante proveniente de territorios como el africano o el latinoamericano, cuya presencia bajo permanente persecución racista en Europa no se explica sin acudir a las consecuencias del expolio neocolonial.
En definitiva, encarar desde el campo popular el actual caos geopolítico exige redefinir la mirada, los ámbitos y las formas de ejercer la praxis internacionalista. Situando en el centro un principio emancipatorio irrenunciable y caracterizando desde el mismo a los actores internacionales; asumiendo con todas las consecuencias nuestra corresponsabilidad internacionalista en traer el conflicto a las puertas de nuestra propia casa; y transnacionalizando las luchas para hacer frente a arquitecturas de dominación supranacionales como la UE. El objetivo: volver a posicionar, desde la radicalidad rupturista, el internacionalismo en el centro mismo del proyecto emancipatorio y liberador. Primera parada: Palestina.