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Reproducción asistida
Donación de óvulos: mercantilización disfrazada de altruismo
Hace unos años, cuando Marina Martín se mudó desde Asturias a Madrid para estudiar la carrera de periodismo, se dio de bruces con la realidad: la vida en la capital era carísima y necesitaba dinero para su plan de futuro. Ante un mercado de trabajo con un alto índice de desempleo juvenil, la voluntad de enfocarse en sus estudios y la urgencia por hacer frente a los gastos, Marina optó por la donación de óvulos. “Lo hice cien por cien por el dinero”, dice de manera natural y honesta. “Me pareció que dentro de las formas de conseguir dinero fácil y rápido era algo con lo que encima podía ayudar a personas, en vez de vender drogas o hacer algo ilegal; pero mi motivación fue puramente económica porque pagaban bien”. Marisa Sidi trabajaba sin contrato en una pizzería, su salario no llegaba a los 300 euros y se le estaban acabando los ahorros de la beca. Anabel Mateu había empezado un negocio en la hostelería y estalló una pandemia que frustró su proyecto. Necesitaban dinero urgente. Marina recibió mil euros a cambio de aquella primera extracción de óvulos. Marisa y Anabel 900.
Por lo que ha podido investigar María Isabel Jociles Rubio, doctora en Sociología y profesora titular en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), el perfil y las motivaciones de Marina, Anabel y Marisa responden a lo que ha identificado en sus estudios como perfil mayoritario de donantes de óvulos: mujeres jóvenes —en edad fértil— con salarios bajos o inexistentes que encuentran en esta práctica una vía para hacer frente a sus gastos. Según los últimos datos de la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología, España es el país líder en donación de óvulos, seguido —de lejos— por República Checa. Recientemente la Fundación Ciudadana Civio revelaba que la compensación económica por una donación de óvulos equivale, en el caso español, a tres semanas y media de trabajo remunerado con el Salario Mínimo Interprofesional (SMI), una estimación temporal que se incrementa teniendo en cuenta los trabajos feminizados de la economía sumergida y las medias jornadas, asumidas en su mayor parte por mujeres.
La compensación económica por una donación de óvulos equivale, en el caso español, a tres semanas y media de trabajo remunerado con el SMI, una estimación que se incrementaría teniendo en cuenta los sueldos de trabajos feminizados de la economía sumergida o las medias jornadas, asumidas en su mayor parte por mujeres
Pero el de la donación de óvulos es un mundo complejo. Para empezar, la compraventa de material biológico es ilegal en España, y por eso las clínicas hablan de “compensación económica”. Un centro de fertilidad no compra tus óvulos: te compensa por los gastos derivados de “las molestias físicas y los gastos de desplazamiento y laborales” que la donante ha debido asumir por donar óvulos, pues así lo permite la regulación. La cantidad máxima de las citadas “compensaciones” son 900 euros, pero en algunas clínicas la cifra puede elevarse hasta 1.200 euros con el fin de afianzar a las donantes.
¿Quién dona?
“La mayoría eran estudiantes que no tenían becas o no eran de cuantía suficiente, de hecho era muy frecuente que dijeran que la donación era para ellas como una ayuda que les permitía mantener sus estudios”, expresa Jociles sobre el alrededor de medio centenar de ovodonantes entrevistadas para sus investigaciones. “Algunas tenían trabajo, pero trabajos precarios, como teleoperadoras o profesoras particulares”, continúa. En casi todas ellas, salvo un pequeño número y con independencia de que se sintieran bien ayudando a otras mujeres —que sucedía— “estaba presente la motivación económica, y es algo que las clínicas niegan sistemáticamente. Y es muy curioso, porque las pocas que sí tenían una motivación puramente altruista eran las más frustradas ya que veían que la clínica no respondía a esa motivación”, asevera la socióloga.
En Francia, Austria, Países Bajos, Polonia e Irlanda los centros solo se hacen cargo de los gastos justificados derivados del proceso; Italia y Rumanía prohíben cualquier tipo de compensación económica y en países como Alemania está prohibida la ovodonación. Daniela es embrióloga y ha trabajado en dos centros privados españoles. Reconoce que, como la legislación impide la compraventa de material biológico, tanto el personal de los centros como las ovodonantes se mueven siempre en el eje discursivo del altruismo, pero admite que “si no hubiera compensación económica, muchas no pasarían por un proceso quirúrgico que además puede ser doloroso”. Aunque asegura que ha conocido casos puramente altruistas, “la compensación económica está ahí y es un hecho”.
“La mayoría eran estudiantes que no tenían becas o no eran de cuantía suficiente, de hecho era muy frecuente que dijeran que la donación era para ellas como una ayuda que les permitía mantener sus estudios”, expresa Jociles. “Algunas tenían trabajo, pero trabajos precarios, como teleoperadoras o profesoras particulares”
Durante el proceso, las donantes se someten, entre otras pruebas, a una entrevista psicológica: “Querían asegurarse de que no lo hacía coaccionada, y debía decir en todo momento que mi motivación era altruista. No sé qué hubiera pasado si hubiera dicho la verdad, pero no se me ocurrió hacerlo”, cuenta Marina. Anabel describe el proceso como una entrevista de trabajo, aunque le chocó que le preguntaran quién le había recomendado el centro ya ofrecían 200 euros más a las donantes que atraían a otras donantes —un plus que se eliminó el año pasado—: “Pensé ‘madre mía, esto es un programa piramidal con puntos de fidelización o algo así’”. Los ovocitos son un bien preciado: “Si una donante funciona bien se la vuelve a llamar, porque no es fácil conseguir donantes”, reconoce Daniela. “Conocí el caso de una chica con rasgos ajustados a los estándares nórdicos que era constantemente llamada por la clínica y presionada para donar”, comparte Jociles. Cuando Marina completó el proceso de donación por segunda vez, en lugar de los 1.000 euros que recibió en la primera ocasión, la misma clínica le desembolsó 1.200 euros. “Simplemente me dijeron que había subido el importe”, cuenta.
El sistema actual impuesto por el Ministerio de Sanidad permite un máximo de seis estimulaciones por donante que han de estar separadas entre ellas por al menos medio año. No obstante, no existe un registro público de la ovodonación en España, con lo que son datos que manejan las clínicas privadas, lo que dificulta saber que no se está superando el límite, sobre todo cuando el perfil de la donante es muy demandado. La Sociedad Española de Fertilidad (SEF), consultada por este medio, cifra en 14.521 el total de mujeres que donaron ovocitos en 2019. Unas cifras que, según matiza su director, Luis Martínez Navarro, no resultan suficientes “para todos los ciclos de ovodonación que se necesitan en nuestro país, que cada vez son más”. La SEF cuantifica que el 9,5% de los nacimientos producidos en España en 2019 fueron por reproducción asistida.
Pero los óvulos donados en España no siempre se quedan en el país; muy al contrario, al envío de ovocitos congelados a otros países se suma que la península es meca del denominado “turismo reproductivo”. “Vienen prácticamente desde toda Europa porque en sus países hay poca donación y existen listas de espera de cinco o seis años”, explica Jociles. En España, según el Informe estadístico de técnicas de reproducción asistida del Ministerio de Sanidad de 2019, se realizaron casi 18.500 ciclos de tratamiento a personas procedentes del extranjero, la mayoría de Francia e Italia —países en los que las donantes no reciben compensación económica—. “Me consta que algunas clínicas ofrecen pack de avión y hotel, lo organizan todo”, revela Daniela. Otro aspecto característico de la legislación española en materia de ovodonación es el anonimato obligatorio. “A la mayoría de ellas al principio les facilita el proceso de donación, pero con el tiempo cambian de idea y afirman que lo harían aunque no fuera anónimo”. En ello coinciden Marisa, Marina y Anabel. “El argumento de que si no fuera anónimo el número de donantes disminuiría cae por su propio peso, pero sí cambiaría el perfil de donantes”, apunta Jociles.
Según el Informe estadístico de técnicas de reproducción asistida del Ministerio de Sanidad de 2019, se realizaron casi 18.500 ciclos de tratamiento a personas procedentes del extranjero, la mayoría de Francia e Italia, países en los que las donantes no reciben compensación económica
Pese a que hace dos años el Comité Español de Bioética recomendó el fin del anonimato en donantes de esperma y óvulos, se sigue avalando. De hecho, la cuestión del anonimato, a juicio de la socióloga, tiene que ver con otra cuestión: “Permite aumentar por diez o por veinte el poder que tienen las clínicas. Desde mi punto de vista, hay cantidad de información que no se está dando a las donantes escudándose en el tema del anonimato”. Lo ejemplifica con un caso: la mayoría de ovodonantes no saben cuántos ovocitos se les extraen durante la punción. Según Martínez Navarro, “una estimulación normal y adecuada es aquella en la que se obtienen entre 10 a 15 ovocitos”. El problema es que a más medicación, más óvulos, y a más óvulos, más posibilidades de éxito… Y de negocio.
Dinero y salud
“Dona vida”, “ser solidaria es imparable”, “donar te compensa”, “tienes la capacidad de hacer increíblemente feliz a otras mujeres”... Son algunos de los eslóganes que emplean estos centros. Las dudas más recurrentes de quienes se plantean donar óvulos tienen que ver con los efectos en la salud y en la fertilidad futura: “No es un proceso peligroso, no hay ningún problema relacionado con la donación de óvulos más allá de los posibles efectos secundarios que tengas durante o después del tratamiento, o algún sangrado por la punción, pero son todos a corto plazo”, explica Daniela. Tampoco se acorta, asegura, el tiempo de fertilidad de la paciente, “porque lo que se hace no es quitarle óvulos, sino producir más de los que produciría de forma normal”. La embrióloga explica que, durante los ciclos ovulatorios, las mujeres producen entre 10 a 15 folículos —que resultarán en óvulos— pero la cantidad de hormonas segregadas naturalmente solo permiten que madure uno de ellos, dos como mucho. “Lo que hace la medicación es que todos esos folículos centrales que están preparando un óvulo lo preparen hasta el final”.
Muchas de las ovodonantes con las que habló Jociles comparaban los efectos de la estimulación ovárica con la menstruación, algo que le resultaba sorprendente porque durante el proceso “tienen que pincharse durante una semana a una hora determinada y bajo unas condiciones concretas en las clínicas, no practicar deporte, no tener relaciones sexuales” y seguir todo este proceso bajo una carga hormonal importante, en definitiva, llevar a cabo “una domesticación de los cuerpos”. Hace un tiempo se permitía que el tratamiento se autorrealizara en casa, pero se estableció el protocolo presencial porque si no se sigue de forma muy estricta hay un riesgo de que se generen menos ovocitos de los deseados: “En cuestión de horas, el resultado puede variar muchísimo”, explica Daniela. En este sentido, para Jociles, existe una tendencia “a minimizar la importancia para la salud mental y física de la donante en ese proceso”.
Mientras en la primera clínica en la que trabajó Daniela se extraía una media de entre 15 a 19 ovocitos en cada intervención, en la segunda eran entre 7 a 10. Más ovocitos extraídos, por norma general, significa mayor medicación de la paciente y, a su juicio, la primera clínica daba dosis muy altas
Si en algo coinciden Marisa, Anabel y Marina es en que se sintieron bien tratadas por el personal de las clínicas y consideran que estaban muy informadas de los riesgos. “La mayoría de las donantes de las que preguntábamos no eran conscientes de la falta de información que tenían hasta que les preguntábamos”, puntualiza Jociles. Efectivamente, Marisa y Anabel no saben cuántos óvulos les extrajeron en el proceso ni si eran para congelar o se usarían en fresco, aunque Marina sí cree recordar que en al menos una de las dos intervenciones concluidas le informaron del número aproximado que le extraerían.
El uso del término “concluidas” no es casual: la joven intentó donar óvulos por tercera vez pero interrumpió el proceso por salud. Frente a los efectos de hinchazón y cansancio de las anteriores veces, desde el tercer día de tratamiento de aquella última estimulación sintió acusadas molestias. Creía que estaba produciendo un montón de óvulos y en la revisión le dijeron que no, que de hecho no estaba yendo lo rápido que debía ir. Esas palabras de la ginecóloga, narra, le hicieron tener “un breakdown porque me encontraba bastante mal y obviamente el tema de las hormonas te desestabiliza, además me daba mucha cosa echarme para atrás porque tú firmas que si luego te arrepientes tienes que asumir los costes del tratamiento”, continúa. Su suerte fue que la ginecóloga “era encantadora”, puso en el informe que no se continuaba porque no estaba dando resultados para que no tuviera que asumir ningún coste “y me dijo que volviera cuando me viera preparada”. Jociles, sin embargo, admite haber escuchado “testimonios kafkianos” relativos a la cuestión monetaria en las clínicas, que se mueven bajo la máxima de que “si no hay punción, no hay dinero.
Los recelos sobre el proceso de estimulación van más allá de lo económico. Daniela reconoce que ciertas prácticas de la primera clínica para la que trabajó le generaban incomodidad, mientras que en la segunda percibía “un enfoque más humano”. La primera de las clínicas invitaba a las solicitantes de asistencia en reproducción asistida a recurrir a la ovodonación “sin hacer estudio previo de la fertilidad de la paciente, que a lo mejor podría haber tenido un embarazo de forma natural”, por ser la ovodonación el proceso que mejores resultados da, pero también el que mejor se paga. En la segunda clínica, la práctica era sustancialmente diferente “y buscaban las maneras de exprimir al máximo la fertilidad de la paciente”. Mientras en la primera clínica se extraía una media de entre 15 a 19 ovocitos, en la segunda eran entre 7 a 10. Más ovocitos extraídos, por norma general, significa mayor medicación de la paciente y, a su juicio, la primera clínica daba dosis muy altas, aunque hace alusión al juramento hipocrático y la profesionalidad del personal médico. Mientras el director de la SEF matiza que los problemas médicos que se pueden dar por el proceso quirúrgico afectan a menos del 0,001% de los casos, Jociles apunta necesario que las clínicas, que son las que manejan la información de las donantes, investiguen sobre la cuestión de la salud: “No se conocen los problemas derivados de la ovodonación a largo plazo porque no se han estudiado, no porque no existan”.
“No se conocen los problemas derivados de la ovodonación a largo plazo porque no se han estudiado, no porque no existan”, defiende Jociles
Mientras la experiencia de Marina le lleva a “no recomendar, pero tampoco demonizar” la donación de óvulos, Anabel y Marisa —quien alega malestares derivados de la anestesia— sí la recomendarían, aunque para Anabel la peor parte del proceso tiene que ver con la salud mental: recuerda la donación de ovocitos como algo “duro por las connotaciones sociales que tiene, porque no es algo que haga una persona que no esté en una situación de precariedad”. Era, explica, como mirarse al espejo y reconocerse pobre por haberse sometido a un proceso hormonal en el que se vio rodeada, expresa, de un negocio donde se movían importantes sumas de dinero y en el que ella, como donante, era el eslabón más débil de la cadena.
Un tabú social
Jociles se percibe crítica en muchos aspectos con la sociedad norteamericana, pero valora positivamente el hecho de que “no sea hipócrita con la dinámica mercantilista que hay detrás de la donación de óvulos” en el momento en el no se habla de consentimientos informados, sino de contratos. “Hay perfiles por los que se paga un montón, y mujeres que ganan mucho dinero con esto, y es muy fuerte, pero esas mujeres están informadas, están asociadas y defienden sus derechos”. Durante un tiempo, la donación de óvulos era asumida por hospitales públicos, pero pasó al ámbito privado “por una cuestión de recursos”, según afirma Martínez Navarro. “La sanidad pública no tiene capacidad económica para cubrir todos esos tratamientos”, expone. “Hay hospitales públicos que tienen bancos de ovocitos, y otros que adquieren ovocitos de bancos privados para prestar asistencia en el hospital público”, apunta el portavoz de la SEF, que añade que se estima que solo uno de cada diez tratamiento con ovocitos donados se prestan en el sistema público.
A Jociles le resulta difícil establecer en qué momento la donación de óvulos se convirtió en una práctica mercantilizada. “Supongo que cuando se comenzó en los años 80 y 90 en la sanidad pública, se percibió un nicho importante y crearon centros privados; cada vez se sumaron más al carro y se hicieron más competencia porque se vio que en este país esto generaba dinero”. Durante un tiempo, las ovogestaciones para parejas homosexuales y madres solteras estaban prohibidas en países europeos vecinos mientras en España eran legales, motivo que, sumado a las importantes cuantías económicas ofrecidas a las donantes, convertían a España en el edén de este tipo de tratamientos, que sin embargo mantienen a una su pieza clave invisibilizada: “Había una donante que me contaba, además con mucho dolor, que veía que las familias estaban súper agradecidas a los equipos médicos de las clínicas y que le daba la sensación de que ellas, en cambio, no tenían papel en todo ese montaje”. Lo ilustraba con las instalaciones de la clínica a la que acudió a donar: “Veía que la pareja que se iba a someter al tratamiento acudía a la sala por unos pasillos súper iluminados, maravillosos, mientras ellas pasaban por detrás, por un callejón donde había fábricas y almacenes”. Por eso, Jociles aboga por un mayor debate público que se traduzca en mayor protección hacia las donantes y que las empodere.
El testimonio de una ovodonante recoge cómo “veía que la pareja que se iba a someter al tratamiento acudía a la sala por unos pasillos súper iluminados, maravillosos, mientras ellas pasaban por detrás, por un callejón donde había fábricas y almacenes”
En general, las donantes no comparten, salvo a sus círculos muy cercanos —y a veces porque no les queda otra opción— que han donado óvulos. “Si tú haces esto por tu prima o por tu hermana es bonito, pero si lo haces por dinero se hace difícil hablar de ello”, sostiene Anabel. Desde que salió de la clínica, ella quiso alzar la voz, politizar su experiencia, presentar la decisión en términos de clase: “Ni soy la única persona que tiene curros de mierda, ni soy la única que ha donado óvulos, ni soy la única que puede hablar de ello y hacer ese ruido. Aparentar que todos estamos siempre súper bien, somos súper fuertes y súper solventes sí me genera malestar”. En la misma dirección, Marina admite “que en los últimos años su mentalidad ha cambiado mucho” y ahora se enfrenta a cuestionamientos alrededor de su decisión de donar óvulos “por ese factor de aprovecharse de chicas jóvenes sin recursos”. Considera, en este aspecto, que “si realmente se quiere potenciar la donación de óvulos desde una perspectiva altruista, habría que hablar de ello, dar más protagonismo al sistema público y enfocar el discurso de otra manera que no fuera la compraventa de óvulos”.
¿Y el futuro?
La tasa de fertilidad en España en 2019 fue de 1,23, la más baja de la UE solo por detrás de Malta. Que la edad media a la que se tiene el primer hijo ha aumentado es un hecho, y que tiene consecuencias en términos de fertilidad también. Sin embargo, Daniela considera “un error” la práctica repetida de descargar la culpa sobre la mujer por inercia. Se refiere a que los acompañantes de las mujeres que recurren a esta técnica “se niegan a no aportar el material biólogico” en el proceso, porque entienden que la mujer “ya tendrá el vínculo de la gestación y el parto” y emplear otro semen es una opción descartada: “He llegado a ver incluso hombres que no tenían casi esperma en su eyaculado y que han preferido hacerse una biopsia testicular para obtener espermatozoides de ahí antes que recurrir a donantes. Igual que he escuchado que ‘no quiero ver en mi casa un hijo que no sea mío’”, comparte Daniela. “Es como si la mujer pudiera prescindir de la conexión genética con su descendencia porque se considera que se establece a través del embarazo”, apoya Jociles, que también considera que a nivel de investigación científica “se trabajaba más sobre el semen” por ese ímpetu en el vínculo genético. Desde la SEF indican, al contrario, que las principales líneas de investigación actuales “se basan en resolver los problemas relacionados con la falta y envejecimiento de ovocitos”.
“He llegado a ver incluso hombres que no tenían casi esperma en su eyaculado y que han preferido hacerse una biopsia testicular para obtener espermatozoides de ahí antes que recurrir a donantes. Igual que he escuchado que ‘no quiero ver en mi casa un hijo que no sea mío’”, comparte Daniela
Fuera de las cuestiones vinculadas al concepto de maternidad, existe una preocupación acerca del futuro de la natalidad. Daniela vaticina, en este sentido, que las técnicas de reproducción asistida se van a abaratar: “No creo que se extienda en la sanidad pública, pero sí que a nuestra generación y las venideras nos van a ofrecer la congelación de óvulos como una opción, porque por desgracia las mujeres todavía tenemos que decidir entre ser madres o triunfar en el mundo laboral”. Aunque también considera importante no cargar la responsabilidad de la baja natalidad a las mujeres, ni siquiera por decisión: “Se habla de los efectos de la inserción laboral, pero no de que la calidad del semen ha disminuido drásticamente en los últimos años por los hábitos de vida”.
Tampoco se expone que con mejores salarios, menor brecha de género, alquileres asequibles o mejores políticas familiares y de conciliación, sería más fácil apostar por la crianza. Y qué deparará el futuro si se quiere modelar la lanza de flecha que es ahora la representación gráfica de la pirámide poblacional española es una incógnita, pero las urgencias son bastante claras: cambiar el enfoque de la reproducción asistida para que deje de ser un ejemplo más de las desigualdades del sistema y dotar de mayores derechos, seguridades y espacios a aquellas que, pese a su invisibilización, son parte imprescindible de este proceso.
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Me gustaría invitar a cuestionar, sin resultar pesado como otras veces y sin señalar a las mujeres que recurren a la venta de sus óvulos coaccionadas, efectivamente, por la miseria, cuyo causante es el Estado (no directamente estas mujeres, que sí considero responsables hasta cierto punto), el posible daño psicológico de quien nace a consecuencia de este negocio.
Soy adoptado y, aunque me diga que no me importa: importa.
Gracias por este reportaje, se habla muy poco del tema y es difícil encontrar información. Enhorabuena por el trabajo!