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La política de cualquiera. Microdosis de Jacques Rancière para superar la bajona
Terminábamos el episodio anterior un poco mohínos. Si la hipótesis que elaboramos es cierta —que el renovado éxito en estos días de los estoicos romanos, y su propuesta de huida hacia el interior de nuestro yo, es el resultado de que entre ellos, chusma imperial, y nosotres, chusma contemporánea, compartimos una impotencia política que hace rimar nuestras experiencias— la cosa no está, ciertamente, para tirar cohetes. Pero la política tiene mucho de ambiente. No ciertamente como ese tipo de ambiente externo e inamovible, sino más bien como corrientes de aire que pueden hacerse circular de otros modos. Si se sabe cómo, claro. Spoiler alert: aquí no se sabe.
Pero, inasequibles al desaliento, hemos querido pensar de la mano de alguien, Jacques Rancière, que a sus 83 años está en condiciones de ofrecernos una visión política de largo alcance. Del ciclo largo que une y separa la segunda mitad del siglo XX y este tercio del siglo XXI, con sus altas y sus bajas, sus momentos de efervescencia, sus mayos del 68, sus 15M, y sus momentos de bajón. Un autor que a lo largo de su vida y su obra ha pensado, como decíamos, en la política de largo alcance (El odio a la democracia), en las relaciones humanas desde la igualdad (El maestro ignorante) y en la desnaturalización de los ciclos de explotación de la vida (La noche de los proletarios). Así que hemos aprovechado la traducción de este compendio de artículos de Jacques Rancière, “Los Treinta Ingloriosos. Escenas políticas 1991-2021”, de Katakrak, para aprender algo sobre nuestro futuro a partir del pasado más plano que recordamos en esas décadas de consenso, clausura de la historia y paranoia securitaria.
Aprovechamos esta pausa (respira) para recordarte que puedes escuchar nuestro capítulo en la cajita de enlace justo encima de este artículo. Fin de la publicidad.
Si un concepto se encuentra tergiversado en nuestro mundo es la igualdad. Noción abstracta, casi rutinaria. Un objetivo al que, con todo cinismo, se hace ver como que nos dirigimos porque se sabe que apenas se da un paso por cada dos que se desandan. En Rancière, por el contrario, la igualdad no es el punto de llegada, sino la premisa de la relación —política, educativa, etc.— que puede provocar otra distribución de lo sensible. Es decir, una realidad donde cualquiera pueda participar en su composición efectiva. Dicho así, puede parecer bonito, pero se entiende mucho peor que si se invierte la fórmula y se mira a unas sociedades que condicionan ese formar parte de la ciudadanía al mérito. Ver cómo dejan en el fondo de la habitación —si no en la cola que se forma fuera de la puerta— la palabra o la presencia de quienes no han pasado las pruebas del “merecer”, ya sea nacional, educativo o estético. En estas sociedades, cada vez más, las condiciones de una vida decente se garantizan a los grupos de ciudadanos, cada vez menos, que “lo merecen” y se cierran a todas las demás.
No es difícil ver aquí ya cómo tal jerarquización de la vida social va de la mano de una elitización de la democracia. Se consolida así una política en la que la masa de los y las cualesquiera es un peligro para la propia democracia, que se reduce a gestionar desde arriba los asuntos públicos y a representar a un pueblo estrecho y prefijado. Rancière opone a esto una política de la imaginación, no como el carnaval constante y callejero, sino como la producción de acontecimientos que interrumpen esa naturalización de la jerarquía y la exclusión que es el pasar de los días y del business as usual.
Como aporte personal, y a modo de conclusión, algo que no deja de sorprendernos es cómo el sentido común político va oscilando década a década entre los extremos de la política institucional a la movimentista y de vuelta a la primera. Como si el único menú de las opciones posibles fueran la alternativa entre el empacho y el ayuno. En este bamboleo del que no somos capaces de escapar, Rancière se sitúa del lado de la afirmación expresiva de la autonomía política. Que, a nosotros, nos deja con la pregunta de cómo, como masa de los cualquiera que somos, somos capaces también de hacer saltar de escala los procesos políticos más potentes. En todo caso, el problema y la pregunta, que parece muchas, muchas y muches nos hacemos en la izquierda estos días. ¡Comenzamos!
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