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Poesía
En el búnker de Laura Sam
Hace siglos que no merece la pena intentar dilucidar qué es la poesía porque hace siglos que la poesía se retuerce, cambia, se vuelve escurridiza y, finalmente, escapa. Mariano Peyrou, en el primer capítulo de su reciente Tensión y sentido (Taurus, 2020), repasa algunas definiciones (Valèry dijo que un poema es “una vacilación prolongada entre el sentido y el sonido”, Marianne Moore fue más atrevida: “La poesía es un jardín imaginario lleno de sapos reales”) y concluye: la poesía podría ser “una exploración de ciertos territorios informes pero perceptibles” cuyo conocimiento “puede modificar nuestra manera de estar en el mundo”.
En cualquier caso, sea lo que sea la poesía, cada ocasión en que la leemos, escuchamos o escribimos —en que nos encontramos íntimamente con ella— completa y perfila todos los contactos anteriores. Así como nuestra idea del mar varía después de cada chapuzón (y nuestra teoría del amor se adapta al último desengaño), solo es posible pensar en lo poético mediante continuos reajustes en nuestra conciencia. Aunque les prestaremos más o menos atención según nuestras inclinaciones, es seguro —también influyen los eslóganes ingeniosos, las canciones o los chistes absurdos— que estas correcciones se producirán a lo largo de toda nuestra vida.
Yo, por ejemplo, solía pensar que la poesía oral era un complemento menor de la publicada en poemarios y antologías. Como a tantos lectores, los recitales contemporáneos me parecían repasos innecesarios de lo impreso (al revés que a Sócrates, en el Fedro de Platón, que juzgaba la palabra escrita un “recordatorio inútil” alejado del verdadero conocimiento; es un tópico, pero contra este diálogo se ha construido toda nuestra cultura libresca). En el peor de los casos, los tomaba por excesos histriónicos capaces de arruinar un buen texto. Pero una tarde en Libros Traperos, la librería solidaria en el centro de Murcia que conduce el también poeta José Daniel Espejo, por casualidad, vi (escuché) recitar a Laura Sam. Lo hacía arrebatada, con una fuerza contagiosa y un ritmo hipnótico que me desvelaron algo completamente nuevo. Entonces la poesía —lo que yo pensaba que era la poesía— se amplió enormemente y cambió por completo para mí.
Recientemente, Laura Sam escribía en su Instagram, sobre una foto (un “recuerdo”) en la que aparece hace siete años: “Mis primeros slams, recitando mientras sujetaba un papel, temblorosa, acojonada. Luego comprendí que era mejor memorizar para no temblar, y utilizar el pie de micro como escudo. Después ya me gradué con el inalámbrico”.
Tras siete años, Sam es, en estos tiempos acelerados, una veterana de la poesía oral. Ha participado en festivales nacionales e internacionales y ha publicado dos libros de poemas, Géiser, como Laura Soto, e Incendiaria, que recopila piezas ya escuchadas durante sus recitales (conservan en este formato impreso, gracias a su edición sin comas, y a los títulos de cada capítulo, todo su ritmo e impacto).
Aunque algunos de sus poemas se han hecho virales —hace poco la grabación de su recital en el Instituto Cervantes, durante las celebraciones del Día del Libro para Radio 3, fue compartida en miles de grupos de WhatsApp (“chacho, cómo chilla la chicharra / en los julios donde se espesa el aire”)—, la voz de Laura Sam es muy distinta de la de esos “prosumidores” (productores y consumidores) con los que coincide en edad y que describe Martín Rodríguez Gaona en su ensayo La lira de las masas (Páginas de Espuma, 2019). Si estos últimos practican una “poesía pop tardoadolescente” a la medida de las redes sociales, la obra de Sam, mucho más madura, escapa de las servidumbres del consumo (hoy virtual) o de la academia (que suele atender a propuestas más experimentales). La suya es una voz descarnada, que impresiona, se compromete y remueve; una de esas voces —ojalá todos los adolescentes pudieran escucharla— que enseñan que también la rabia puede ser bella, que la vida es amplia y que no hay que conformarse (“la moral que te enseñaron guardaba un cuchillo”).
En marzo, Laura Sam lanzó “Nadie nada” junto a Juan Escribano, autor de la base de la canción (sintetizador y una suave guitarra eléctrica) y conocido por su faceta como compositor, productor y guitarrista de la banda indie bilbaína We Are Standard. En mayo salió “Búnker”, una composición más heterogénea (varios cambios de ritmo en menos de tres minutos) que funciona como una suerte de manifiesto millenial (“mi país es una fosa / un fracaso del exceso”).
Es complicado encontrar propuestas así en la escena independiente española. Cuando aparecen los bajos (la famosa caja de ritmos Roland) y la voz se filtra mediante Autotune ya se habla de trap; y el trabajo de Laura y Juan es algo distinto. Por el lado del hip hop más convencional (dentro de su heterodoxia), la primera referencia es Gata Cattana y es que la de Córdoba, impulsora del Poetry Slam granadino, escribió algunos de los temas de más altura poética (y más ricos en referencias) de los últimos años.
Habrá que esperar algunos meses para comprobar si el disco se acerca al trabajo de traperas como Somadamantina o Princess Nokia, o el resto de canciones conservan este estilo que casi bebe de los pasajes declamados por Patti Smith o Lou Reed en sus improvisaciones neoyorkinas, o de algunos grupos de art-rock también americanos como los Minutemen.
Charlamos con Laura Sam para que nos cuente de su trayectoria, de sus proyectos y de su poética —si es que todavía se piensa en eso—. Aunque prefiere no entrar en polémicas (sus poemas hablan de raíces y de conflictos generacionales pero apenas opinará sobre los debates de las últimas semanas), nos da algunas pistas sobre lo que piensa y sobre su manera de trabajar (quizá lo más interesante y singular de entre lo que puede contar un escritor y no aparece en sus textos). Para todo lo demás (enseguida lo aclara) están sus poemas.
¿Cuándo te diste cuenta de que lo tuyo era escribir poesía? Porque creo que estudiaste Bellas Artes.
Estudié Bellas Artes hace ya bastante tiempo, justo con 18 años, cuando se supone que hay que estudiar cosas y te tienes que meter a una carrera. Antes, mi primer interés por la poesía aparece cuando estoy terminando el instituto. Es curioso porque, aunque me acuerdo de muy pocas cosas de mi pasado, recuerdo ese momento concreto. Yo escuchaba mucho rap, esa era la única relación que yo tenía con la palabra poética, y un día un profesor nos enseñó un libro de Eloy Sánchez Rosillo y me voló la cabeza. Pensé “el rap está muy bien, pero esto también me interesa muchísimo”. Tenía muy claro que me quería dedicar al dibujo y la pintura y durante la carrera apenas escribí nada. Hasta que en el último año, en Bilbao, donde estaba gracias a una Séneca, empecé a meterme en el mundo del Slam, de la poesía oral. De casualidad, una tarde que salí a tomarme una cerveza me encontré con estas competiciones, vi el cartel y pensé “pues yo tengo algunas cosas escritas, igual las puedo leer aquí en público”. Tenía un pánico escénico brutal y me pareció una buena terapia de choque. Y ahí, choque total.
Te mueves en tres categorías algo distintas, y usas códigos diferentes para cada una. Cuando empiezas una pieza o tienes una idea, ¿la trabajas de manera distinta según pienses en ella como en poema oral, para un libro o canción?
Mucha gente lo entiende todo como una única cosa, pero yo sí que tengo bastante clara esta diferencia y la marco mucho. En paralelo a todos los espectáculos en directo suelo estar escribiendo un libro. Ahora mismo estoy con uno de poesía para ser leída y sí que me fijo mucho en el momento en el que abro ese archivo y me pongo a escribir poesía más convencional. En otro archivo guardo los poemas orales y ahora tengo un tercer archivo para la música. Juan y yo creamos a partir de bases que te van marcando el aspecto de ese…no lo llamaría poema, de esa canción, de ese tema. Para mí son cosas muy diferentes. Una cosa va de la mano de la otra, todas beben de todas, pero cuando escribo estoy en una posición y cuando recito en otra, porque al recitar interviene el “cómo” más que el “qué”.
¿Escribes de una vez y luego editas? Cómo es ese proceso, que habitualmente es el que más tiempo lleva.
En todos los casos soy muy visceral y sale del tirón. Eso sí, para ponerme a escribir se tienen que dar una serie de condiciones como que haya barruntado el tema durante varios días. Eso que dice Gamoneda, que estuvo una puta barbaridad de años sin escribir pero, por dentro, estaba escribiendo. Siempre estás viendo cosas cuya fotografía podrás incluir en algún poema.
La mayoría de las veces tengo muy claro de qué quiero hablar y lo que quiero contar. Pero claro, hay una edición posterior. En lo oral, esa edición a veces se hace después de haberlo recitado en directo porque detectas qué funciona mejor, y ese poema va cambiando con los años y se va convirtiendo en otra cosa: se quitan versos, se añaden… Con lo escrito, si persigues la publicación del libro, llega un momento en que no puedes editar y le doy muchísimas vueltas antes, intento tomar distancia… Hay un poco de obsesión ahí, yo creo que nos pasa a todos.
¿Y no te hartas de recitar muchas veces el mismo poema? ¿No aborreces alguno?
Aparco muchas cosas e intento adaptarme al contexto, a donde esté. Hay poemas que paso años sin recitar e incluso llego a olvidarme de textos que tenía aprendidos y luego los tengo que refrescar. De hecho, me molaría mucho hacer un recital de poemas que nunca recito. Esos que he ido dejando en un cajón hasta tener con ellos una relación de exnovios. Así que sí, tengo una relación mucho más estrecha con unos poemas que con otros.
La poesía poco puede cambiar afuera, aunque sí que nos puede cambiar por dentro y eso ya es algo
Por carácter pareces optimista pero el tono de tus obras es pesimista, tus textos están llenos de angustia generacional. ¿Te salvan los poemas de caer en la desesperanza? ¿Cómo te planteas tu vida sabiendo que se desarrolla en un mundo atravesado por la injusticia?
Hay una relación muy estrecha entre lo que vivo y lo que escribo y creo que, aunque parezca lo contrario, puedo salirme de las canciones y de los poemas para ser una persona optimista. Yo no soy activista, no voy a manifestaciones o posteo en redes lo que creo que está fatal. Ese no es mi estilo. Esa parte de compromiso ya la recogen mis canciones y mis poemas. Sentir que hay gente escuchándome y que gracias a eso podrían adquirir cierto compromiso social resta peso al resto. Soy bastante realista y creo que la poesía poco puede cambiar afuera, aunque sí que nos puede cambiar por dentro y eso ya es algo. A pesar de estar todo el día rodeada de problemas, encuentro una satisfacción en cómo la poesía puede acompañarnos.
Y los millennials… ¿no estaremos murmurando nuestras neuras porque no estamos donde pensábamos que nos merecíamos estar?
Claro, yo estoy quejándome de mis historias cuando afuera están pasando un montón de cosas que hacen las vidas de la gente mucho peores que la mía. Nos habían metido tan a fuego esa promesa de futuro, un modelo de vida: estudiar, tener un trabajo y conseguir un lugar, una rutina, una familia… Y cuando te das cuenta de que esa promesa no la puede soportar ni siquiera el sistema, todo se desmorona y llega la pregunta: ¿me estoy quejando de no tener un pisito, una familia? Al final pierdes pie si buscas eso y con el tiempo hay que conseguir distinguir si es lo que deseabas. Es verdad que compartimos esa rabia de “no me han dado mi pedazo de pastel”, y es que nos prometieron un pastel. ¿Pero lo queríamos? Igual no. Yo no quiero vivir la vida que han vivido mis padres, pero quiero tener unos mínimos, no es algo incompatible. No se puede estar pensando en lo que la máquina nos ofrece porque hasta ahí no se puede llegar.
Nos metemos de lleno en la polémica del momento…
No estoy muy al tanto, la verdad. Es verdad que me perturba un poco la maternidad, pero yo lo máximo a lo que aspiro es a tener gatos y perros. En general, hacer que nuestra vida sea lo más vivible posible; pero tengo claro que esto solo se puede dar muy lejos de convencionalismos sociales, hay que salirse de la norma.
Tengo la impresión de que nunca te ha interesado participar en batallas en las redes sociales, tampoco te imagino escribiendo un artículo de opinión.
No me interesa en absoluto ese circo absurdo. Lo que me apetece explicar literal o metafóricamente lo hago mediante la poesía, y si hay algo de lo que quiero opinar pero en lo que no me apetece meterme mucho, uso una imagen y así me libro de las hostias. Así que quien quiera saber lo que opino, que lea bien mis poemas.
Y en algunos de tus poemas sí que hay posicionamientos muy fuertes, por ejemplo en “Esquizofrenia”, sobre la salud mental.
Aquello parte de una experiencia personal bastante fuerte que vivimos con la institución y con el proceso de prescripción de un medicamento para tratar la esquizofrenia, así que, gracias, entre comillas, a esa experiencia cercana, pude atisbar cómo funciona la industria farmacéutica. Todo lo que dice está apoyado en una experiencia muy cercana, una mala gestión de la relación entre médico y paciente que me hizo darme cuenta de muchísimas cosas. Me pareció algo muy importante, fue un poema en el que hablo de algo muy crudo pero me ha compensado hacerlo. Si me ha llegado feedback sobre alguna obra, creo que ha sido sobre esta. Mucha gente se reconoció y se sintió interpelada. El sistema de salud mental en este país es vergonzoso, funciona muy mal y es un tema que se trata muy poco. Está muy abandonado.
Volviendo a la poesía, llega la pregunta inevitable: tus referencias.
Es una pregunta que no me gusta porque leo a muy pocos poetas contemporáneos. Casi todo lo que leo está escrito por gente muerta o que está a punto de morir. También vuelvo mucho sobre lo que ya he leído. Hay libros con muchos frutos que recoger. Pero te diré: me gusta muchísimo Antonio Gamoneda, últimamente estoy leyendo a Paul Célan… Son muy distintos, pero clásicos como Rilke, Kavafis, Emily Dickinson, Edit Edith Södergran; Inger Christensen, otra danesa Else Lasker-Schüler… Ahora estoy leyendo cosas que no son nada poéticas, como Christian Bobin, Josep María Esquirol… De lo poco contemporáneo que he leído últimamente me ha gustado mucho María Sotomayor, o José Daniel Espejo, que me flipa. Estoy muy fuera de la onda. No estoy atenta a lo que sale, a los premios… Y es que a veces en las librerías miro algunos libros y puede que estén bien pero pienso “esto es poesía de concurso”, “esto está hecho para ganar concursos, siguiendo un patrón muy concreto”.
También está de moda una poesía muy comercial, que surge en internet, que no sé si es a la que te refieres en “Yo te lo pregunto”.
Sí, lo que hago es criticar a esa nueva ola poética de poesía de Instagram o de pacotilla. De pacotilla pero que ya publica Visor o cualquier editorial de confianza. Por desgracia, el capitalismo siempre tiene su garra preparada para coger cualquier cosa. Y oye, tampoco es que lo que yo haga sea la hostia pero, joder, quiero pensar que hay diferencia.
Venga, y la otra pregunta inevitable: referencias en el mundo del rap. ¿Has conectado con el trap?
Me resulta más fácil contestarte. Nombres extranjeros, pues dos británicas: Little Simz, Kae Tempest. También Biig Piig o de rap americano Pusha T. Pero mi referente principal, a lo que a mí me gustaría aspirar, es a algo como lo que hace Kae… Creo que ha dado con la intersección entre la poesía oral y la música, todo lo que hace me gusta porque fermenta y crece. Aquí en España me ha influido la vieja escuela como Kase O… Y, claro, Gata Cattana que tenía también esas dos partes, siempre entre la poesía y el rap, unía muy bien las dos fuerzas, quizá con un bagaje más de rapera. En cuanto al trap, me gustaba Cecilio G al principio, Young Beef… Pero es flipante porque Young Beef ya es como el abuelo del rollo. Chill Mafia hacen algo entre el reggae y el trap vasco muy guay. A mí me gustaría utilizar elementos del trap, usar una base de esas y escribir algo para ella.
Porque en las canciones, ¿va primero la base y luego la letra?
En teoría así debería ser, pero a veces como con “Nadie nada”, están escritas a mi bola y luego las adapto a la base, que cuesta mucho más trabajo.
¿Y qué tenéis por delante en lo musical?
El disco saldrá el año que viene, sin fecha segura. A finales de este año haremos el primer directo, que estamos preparando y ensayando. Es un proceso guay pero que da un montón de curro. Es complicado preparar un show. Y cuando ya tenga el show, me iré a Murcia a vivir.
Justo con esto quería terminar, ¿echas de menos Murcia? ¿qué tal la escena en Bilbao?
Bueno, son ciudades que se parecen en que todo está muy “amanoso”, los circuitos son pequeños, en la cultura se conoce todo el mundo… En Bilbao hay una vida cultural muy guay, pero bastante limitada porque es muy pequeñita. A veces me canso de la endogamia. En cuanto a Murcia, llevo tiempo lejos y solo sé que hay más actividad ahora que hace cinco años: teatro, circuito musical…
En ninguna de las dos ciudades hay nada muy puntero relacionado con la poesía oral. El Spoken Word Bilbao lo empezamos hace seis años y es lo único. Aquí la tradición oral poética es el bertsolarismo, una improvisación oral de un carácter muy tradicional. Les dan un tema y las dos personas improvisan, contestándose una a la otra. Hay una métrica, algo de canto… Es muy chulo.