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Coronavirus
Saber médico, saber económico y colonialidad del saber: el orden disciplinar en tiempos de coronavirus
Estamos siendo testigos de cómo la medicina, el saber médico y el biológico, que otrora fueron el “saber” fundamental en la producción de las formas seculares del racismo moderno, en un contexto en el que se confina a poblaciones enteras, pone de manifiesto su subordinación al “saber” económico. En este sentido, llama la atención que, mientras atravesamos una “crisis sanitaria” se busque relativizar el poder del “saber” médico, sobretodo cuando éste demanda medidas que dejan en evidencia la irracionalidad del “saber” económico neoliberal.
La modernidad secular se funda con la aparición del orden disciplinar que deriva de la ontología que configuró el discurso de la ciencia occidentalizada, un mundo en el que las disciplinas responden a las preocupaciones y agendas de un Occidente que comenzaba a consolidar su hegemonía planetaria entrado el siglo XIX. Un camino en el que las ciencias sociales, siguiendo el camino de las ciencias nomotéticas, comienzan a emerger, y en el que poco a poco van desprendiéndose de sus vínculos con la filosofía, y en su afán por replicar el método de las ciencias naturales contribuyeron a componer una realidad en la que verdad y ética quedaban separadas analíticamente.
Uno de los ejemplos de esta historia puede encontrarse en las propias transformaciones del liberalismo económico, sin embargo, al no tener tiempo para desarrollar acá toda esa trayectoria, solo voy a señalar que se trata del paso de las preocupaciones morales de un Adam Smith, a la ruptura formal de la economía con la política, separación que ocurre durante la segunda mitad del siglo XIX, luego vendrá el tiempo y transcurrirá para que la “ciencia” económica alcanzará el estatus al que llega con la revolución neoliberal.
Como resultado del descentramiento del mecanicismo a la Newton, y con el neoliberalismo, la economía se erige como la reina de las disciplinas, solo desde ella puede describirse fielmente la realidad, llegando incluso a actualizar el viejo mecanicismo y transformándolo en los supuestos mecanismos del mercado. Esto ha significado la ontologización económica de la realidad, la construcción de una sociedad totalitaria en la que la democracia es puesta en cuestión por las fuerzas de una naturaleza que es siempre económica.
En este mundo disciplinado por la economía, supeditado a los dictados de los metafísicos mecanismos del mercado, una pandemia nos está mostrando el orden de lo que Lewis Gordon llama la decadencia disciplinaria. En este sentido, por estos días somos testigos de cómo la colonialidad del saber se despliega en una sociedad regida por el totalitarismo del mercado, vemos esto en los malabarismos con los que se nos trata de explicar cómo la “salud”, la realidad sanitaria es prioridad por delante de la realidad “económica”. Los mismos que ayer nos decían que el mundo se rige exclusivamente por mecanismos económicos, pues ahora nos repiten hasta el cansancio que es el Estado quien está llamado a intervenir para salvar la economía.
Al margen del debate sobre por quién y para para quién interviene el Estado en la economía, y del hecho de que nunca, ni en el mejor paraíso neoliberal, el Estado está ausente en la economía, hoy presenciamos cómo los gobiernos se dedican a defender las medidas sanitarias de confinamiento y distanciamiento social afirmando estar siguiendo las directrices de los que saben, del “saber” científico, repiten hasta el cansancio el mantra de “hacemos los que nos dicen los expertos”.
Lo curioso de ésta “nueva” realidad es cómo, en apariencia, el hasta ahora “saber” experto económico cede paso al saber médico y epidemiológico. Una apariencia que se desvanece tras varias semanas de distanciamientos y cuarentenas, ya que frente al saber experto de epidemiólogos no faltan los que reclaman se haga público quienes son estos “expertos” que han aconsejado destruir la economía. Mientras este reclamo se despliega mediáticamente vemos como epidemiólogos y médicos advierten que ellos no deciden, que solo sugieren, y es el gobierno el que toma las decisiones, el que tiene la última palabra.
Estamos siendo testigos de cómo la medicina, el saber médico y el biológico, que otrora fueron el “saber” fundamental en la producción de las formas seculares del racismo moderno, en un contexto en el que se confina a poblaciones enteras, pone de manifiesto su subordinación al “saber” económico. En este sentido, llama la atención que, mientras atravesamos una “crisis sanitaria” se busque relativizar el poder del “saber” médico, sobretodo cuando éste demanda medidas que dejan en evidencia la irracionalidad del “saber” económico neoliberal.
Nos encontramos frente a un escenario donde el “saber” económico está obligado a actuar con una humildad a la que es empujado por la fuerza del sentido común que se impone en una opinión pública golpeada por cifras de fallecimientos que se actualizan diariamente. Hoy este “saber” económico que, hasta hace poco reinaba incuestionable sobre la realidad, ha dejado a regañadientes, y por muy poco tiempo, espacios para que la infanta llamada epidemiología haga su papel.
Se trata de un contexto que contrasta con la pasada “crisis” en la que el disciplinamiento económico se mostraba sin prudencia y pudor, pavoneándose por las tertulias con su tono de superioridad y sin plantear opciones, sino ordenando la realidad, para ellos nunca hay alternativas y plantear su interpelación deviene en un acto de locura. La experticia del “saber” económico no se cuestiona, ni siquiera cuando el fundamentalismo de mercado lleva adelante políticas de terrorismo económico.
En la brecha que parece haberse abierto al consenso neoliberal y a la hegemonía con la que éste esgrime su privilegio de enunciación sobre la economía, la política, la educación, la sanidad, en fin sobre la vida, resulta llamativo las maneras con las que en la sociedad del totalitarismo del mercado cualquier “saber” que ponga en entredicho el dogma de la iglesia neoliberal debe comprobar su carácter “experto”. Y es que cuando se trata de recortar derechos, cuando se trata de privatizarlo todo y dejar a las grandes mayorías sin acceso a educación o sanidad, no importa la identidad de quien lo hace, se supone siempre que se trata de alguién que actúa desde un saber “experto”, se trata de un técnico que sabe qué debe hacerse cuando no hay alternativa. Pero resulta todo lo contrario cuando a los correligionarios de la austeridad se les plantea que para salvar vidas la economía de mercado no es una alternativa, sino todo lo contrario.
Esto nos lleva a mirar como muchos se retuercen en sus asientos de tertulianos tratando de hacer malabares y sin saber cómo hacer ante el dilema que ellos mismo han contribuido a plantear, el dilema entre salvar la vida o salvar la economía. Incluso como los líderes de la derecha sacan pecho, tal y como lo hace Pablo Casado en España, y afirman que “Diálogo social sí, cambio de régimen no”, una afirmación que se decora al rememorando cómo Europa es la principal salvaguarda para España, y agrega “tal y como se hizo (lo fue) entre 2008 y 2012.
Lo que estamos viviendo una muestra más de cómo la sociedad de mercado es de todo menos democrática Por eso hoy los austeridades de siempre han pasado de pedir el confinamiento a exigir todo lo contrario, dejando en evidencia cuáles son los límites del totalitarismo de mercado y cómo opera la colonialidad del saber, cómo la metafísica neoliberal no permite o trata de no permitir que otra disciplina ocupe el lugar que debe ocupar por “derecho” la economía de mercado, ni siquiera si se trata de disciplinas que otrora fueron reinas y que aún gozan de cierto prestigio social, disciplinas como la medicina o la biología. Relevante resulta el caso de la epidemiología que trabaja haciendo uso de la misma herramienta de legitimación del “saber” que usa la liturgia neoliberal, las matemáticas.
Por ello vemos cómo ahora resulta que para los austericidas no hay contradicción entre sanidad y economía, aunque personajes como Boris Johnson o Donald Trump tuvieran que ceder ante un virus en contra de sus particular fe, y como la situación en Europa es resultado de haber privilegiado el coste económico sobre la vida de las personas. Se trata de una racionalidad con la que puede explicarse la poca atención y el desdén con el que se abordaba la cuestión cuando era tan solo un problema chino.
Es una situación que recuerda una escena la película Hidden Figures, aquel momento el que se resuelve el problema de cómo calcular el punto de retorno a la tierra una vez se ha logrado orbitar alrededor de ésta. Resulta que aquello que se tenía por un problema de geometría analítica era fundamente el problema, lo que se buscaba hasta entonces era hacer coincidir dos modelos analíticos, es decir, metafísicos, cuando de lo que se trataba era de resolver un problema de la realidad, no de la metafísica. Esa pequeña escena en la que mirando una pizarra una mujer negra experta en geometría se da cuenta de que el problema no es analítico y que “hay que contar”, hay que volver a la realidad, y en tal sentido, de lo que se trata es de un momento que describe las trabas epistémicas y ontológicas de la metafísica de la ciencia occidentalizada, una ciencia que privilegia la metafísica del mercado por encima de la realidad de la vida, sin darse cuenta que como dice Gustavo E. Romero Cuando una teoría no es compatible con la realidad, se cambia la teoría, no se cambia la realidad agregando infinitos universos”
Ahora mismo los austericidas intentan e intentarán recomponer la analítica neoliberal, y para eso deben comenzar por cuestionar el “saber” de esos que se han atrevido, de momento, a cuestionar los modelos, porque estos dejan de manifiesto que, cuando se trata de contar muertos, quedarse parado frente a un pizarrón tratando de congeniar dos realidades incompatibles en pro de salvar los modelos terminan por sacrificar las vidas de millones de personas que son dispensables como variables de para esos mismo modelos.
Por último, lo que está quedando de manifiesto es la profundidad del problema que Lewis Gordon llama decadencia disciplinaria, cuando la realidad se confunde con el orden de las disciplinas y se trata de conjugar campos que han sido definidos jerárquica y analíticamente como los son la economía y la sanidad, dejando en claro que no salvar vidas y salvar la economía de mercado son objetivos incompatibles, así como los riesgos que supone que los diversos saberes hayan quedado colonialmente supeditados al saber económico neoliberal, porque allí la sanidad preventiva resulta un actividad fundamental para la vida y poco rentable para la economía.