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Opinión
Un alto el fuego vital, tardío e insuficiente
Después de cuatrocientos setenta y un días de agresión militar israelí continuada, apenas interrumpidos durante una semana en noviembre de 2023, el domingo 19 de enero de 2025 a las 11:15 hora local entraba en vigor, con retraso, el alto el fuego acordado cuatro días antes entre Hamás e Israel con mediación catarí y egipcia. El alto el fuego apaga las armas por el momento. El genocidio palestino sigue su curso.
Hasta esa hora, Israel había asesinado a más de 47.000 palestinos, según el recuento de víctimas registradas por el ministerio palestino de salud (esto es, los hospitales y centros de salud que quedan en pie). Más de 110.000 personas habrían resultado heridas. Cabe reiterar que estos números son un mínimo, debido a las capacidades seriamente limitadas del sistema hospitalario, destruido por los ataques israelíes, al hecho de que más de 11.000 personas estén desaparecidas bajo los escombros, y a que unas 2.800 personas hayan sido prácticamente “evaporadas” (es decir, destrozadas tras un bombardeo en trozos tan pequeños que resulta imposible atribuirlos a un individuo). De ahí que un reciente estudio publicado en The Lancet estime que el número de muertos por “heridas traumáticas” (ataques directos) sería un 40% más elevado que las cifras oficiales, esto es, más de 70.000. Pero incluso esta estimación no incluiría las muertes por problemas de salud derivados del conflicto, como la enfermedad o el hambre, que podrían ser hasta cuatro o cinco veces superiores. Algo más de un 31% de los muertos registrados serían niños y niñas, esto es, unas 15.000 personas menores de dieciocho años. En el intervalo de tiempo que hay entre las 8:30, hora original acordada para el alto el fuego, y la hora efectiva de las 11:15 del domingo, el ejército israelí aún asesinaba a 13 personas y dejaba 30 personas heridas, anticipo de lo que puede ocurrir al minuto de la conclusión de esta tregua. A todo esto cabe añadir que la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) estimaba en julio de 2024 que unas 110.000 personas habían abandonado la Franja de Gaza a través de Egipto, en los breves intervalos en los que el paso de Rafah estuvo abierto, evacuadas que han terminado por convertirse en expulsadas o exiliadas. Si vamos sumando, podremos apreciar hasta qué punto la Franja de Gaza ha perdido un porcentaje estimable de su población.
La destrucción que han dejado quince meses de bombardeos, ofensiva terrestre y demolición planificada, es “indescriptible e inimaginable”, según palabras del periodista palestino Imad Zakout en referencia al norte de Gaza, pero que bien podrían aplicarse al resto de la Franja. Un 92% del total de viviendas registradas (unas 436.000) han sido destruidas por completo (160.000) o dañadas total o parcialmente (276.000). Los casi dos millones de personas desplazadas y en situación de grave inseguridad alimentaria, tratan de retornar a sus lugares de origen, pero la gran mayoría no tendrá dónde alojarse y será difícil encontrar alternativas. Un 69 % de todas las estructuras (entre edificios y carreteras) han sido destruidas o dañadas. Buscar a los seres queridos bajo los escombros será, además de doloroso, peligroso: hay más de 50 millones de toneladas métricas de escombros con municiones sin explotar, desechos tóxicos y amianto (al menos 800.000 toneladas métricas, según UNMAS), además de cadáveres. Se tardarán décadas en retirarlos. El riesgo sanitario es muy elevado, pero los servicios palestinos de defensa civil, pese a carecer de medios, ya han logrado encontrar decenas de cuerpos bajo las ruinas de sus antiguos barrios.
El acuerdo de alto el fuego -cuya versión completa con todos los anexos aún no se ha publicado- prevé tres fases articuladas en torno al intercambio progresivo de rehenes. La primera, que es la única cuyos detalles se han concretado y que comenzó el domingo, durará 42 días. Durante este tiempo, serán liberados 33 de los rehenes que fueron secuestrados el 7 de octubre de 2023 (un total de 251, la mayoría civiles, de los que 117 han vuelto con vida). Entre ellos, se encuentran niños, mujeres (incluyendo militares), hombres mayores de 50 años, heridos y enfermos. En la segunda fase, también de 42 días pero aún por negociar, Hamás deberá liberar al resto de los rehenes vivos —que incluye soldados varones y hombres menores de 50. Por último, para la tercera fase, de igual duración, se ha previsto la entrega de los cuerpos de los rehenes muertos y el inicio de la reconstrucción. A cambio, se espera que Israel libere un total de 1.904 rehenes palestinos, incluyendo 1.167 secuestrados durante la ofensiva terrestre israelí en Gaza. Entre los palestinos no figuran milicianos de Hamás que participaron en los ataques del 7 de octubre. Tampoco Marwan Barghouti, el histórico líder palestino, preso desde 2002.
En este proceso, las tropas israelíes deberían irse retirando de Gaza de forma gradual. El acuerdo prevé que en la primera fase las tropas israelíes se retiren del Corredor Netzarim que separa el norte de la Franja Gaza del resto, aunque en ese período mantenga el control del denominado Corredor Filadelfia, colindante con Egipto, que incluye el paso de Ráfah, así como de una zona de aproximadamente un kilómetro de ancho dentro del territorio palestino a lo largo de la línea que separa la Franja de Israel. Al término de la primera fase, Israel debería retirarse por completo del Corredor Filadelfia.
El acuerdo es prácticamente el mismo que anunció el presidente estadounidense Joe Biden el 31 de mayo de 2024, y que el primer ministro Benjamin Netanyahu boicoteó, como antes ignoró otras sugerencias (más que reclamos) estadounidenses, lo que no ha impedido que Biden haya mantenido su apoyo militar a Israel hasta el último momento, por convencimiento personal y por un erróneo cálculo electoral. Una de las últimas entrevistas de Joe Biden es ilustrativa a este respecto. En ella Biden confiesa que, una semana después del 7 de octubre de 2023, tuvo con “Bibi” (así le llama) la primera conversación sobre el bombardeo de civiles. Netanyahu admitió que, efectivamente, quería arrasar Gaza, del mismo modo que Estados Unidos arrasó Berlín, Hiroshima y Nagasaki. Lejos de reaccionar horrorizado, Biden asumió que Israel estaba obligado a hacerlo. Biden sólo detuvo una entrega de bombas de 1 tonelada, en el momento álgido de las protestas en los campus universitarios estadounidenses. Aunque Washington sitúe la responsabilidad del retraso del inicio del alto el fuego en las exigencias de Hamás, que había aceptado la propuesta de Biden en julio, lo cierto es que Benjamin Netanyahu, espoleado por la extrema derecha de su gobierno, por su propia aspiración a cambiar el statu quo -genocidio mediante- en Palestina y en la región, y sobre todo, por su instinto de supervivencia política, prefirió continuar con la ofensiva. Las concesiones de Hamás fueron interpretadas como debilidad, percepción que se reafirmó tras el descabezamiento de Hezbolá y el asesinato de los líderes de Hamás Ismail Haniya, el 31 de julio, y Yahya Sinwar, el 16 de octubre.
Hacia noviembre estaba claro que el gobierno de Israel no iba a parar hasta al menos la investidura del presidente electo estadounidense Donald Trump. Había que maximizar la destrucción, asegurar el vaciamiento del norte de Gaza (algo que nunca lograron completar, por la resistencia palestina), negociar con Trump nuevas reglas de juego. Pero al mismo tiempo, el alto el fuego acordado con Hezbolá el 27 de noviembre devolvió Gaza y la suerte de los secuestrados al centro del debate político interno en Israel. También mostraba a Donald Trump, interesado en rebajar la atención sobre Gaza, cómo un acuerdo Israel-Hamás era igualmente posible, y así lo exigió. Netanyahu, temeroso del carácter imprevisible de Trump, no tuvo más remedio que aceptar, aunque le ha bastado con comprometerse a lo mínimo, la primera fase del acuerdo del alto el fuego (su jefe de estado mayor dimisionario permanecerá en el cargo hasta su conclusión), dejando para más adelante la discusión de la segunda fase. De este modo, garantiza a Biden y a Trump una victoria propagandística, mientras intenta convencer a sus socios de gobierno de que la guerra no ha terminado. El ministro de seguridad nacional, el torturador Itamar Ben Gvir, ha abandonado el gobierno de coalición con su partido ultraderechista Otzma Yehudit (“Poder Judío”), con la garantía de volver si se reanudan las hostilidades, pero el ministro de finanzas, Bezalel Smotrich, se mantiene en el cargo. Smotrich, gobernador de facto de Cisjordania, pretende que Trump reconozca la soberanía israelí de esta última.
Dados los precedentes, es probable que Benjamin Netanyahu intente hacer descarrilar un acuerdo que no le gusta, porque le ata las manos y porque expone a la vista de todos el fracaso de la campaña militar en relación con su objetivo declarado de una “victoria total”. El acuerdo prevé que los palestinos gazatíes puedan retornar al norte de Gaza sin inspecciones si llegan a pie, cuando desde octubre Netanyahu estaba forzando la expulsión de los residentes que quedaban allí, incluso mediante la hambruna. El abandono del Corredor Netzarim, que Israel controla desde noviembre de 2023 y que ha sido una pieza fundamental para sus operaciones en el norte de Gaza, se produce tras sufrir el acoso continuado de la resistencia palestina, sin que la masacre indiscriminada de los civiles que intentaban cruzarlo haya resuelto nada. El primer día de tregua, el gobierno de Gaza anunciaba el “despliegue de miles de policías palestinos”, y lo cierto es que al menos numerosos miembros armados de las brigadas al Qassam se han mostrado públicamente imponiendo la seguridad o llevando a cabo la entrega de las tres primeras rehenes israelíes. Hamás sobrevive, y aunque no está tan claro con qué apoyo social cuenta hoy (muchos palestinos critican que hayan subestimado la reacción israelí y sobreestimado la fuerza y el compromiso de sus aliados del “eje de la resistencia”), hay toda una nueva generación cuyo aprecio por el ocupante israelí es menor que nunca. Una incógnita es si una mayoría de la sociedad israelí aceptaría ahora una reanudación de las hostilidades sin una liberación completa de los secuestrados y la devolución de los cuerpos de quienes fallecieron – este factor puede ser determinante para llegar a la tercera fase del acuerdo.
Pero si el gobierno de Israel ha fracasado a la hora de erradicar Hamás y las milicias armadas palestinas, sí ha logrado convertir Gaza en un páramo invivible y avanzar en el genocidio del pueblo palestino, sin que la comunidad internacional en sentido amplio -no sólo occidente- haya hecho gran cosa frente a los hechos consumados. El acuerdo de alto el fuego, pese a ofrecer un respiro valiosísimo, no ofrece ninguna perspectiva política, ni aborda los fundamentos de la ocupación colonial ilegal y el apartheid. Lo sucedido en la Franja de Gaza desde el 7 de octubre de 2023 no puede desvincularse de lo que viene sucediendo, con menor repercusión, en Cisjordania y Jerusalén Este, donde las fuerzas de seguridad israelíes y los colonos extremistas han asesinado a casi 900 personas, expulsado a otras miles, y donde la colonización continúa profundizándose a ritmo acelerado, intensificando exponencialmente el proceso que muestra la galardonada película documental “No other land” (2024). En el norte de Cisjordania, Jenín ha sido objeto de continuas intervenciones militares israelíes contra las milicias palestinas, con apoyo directo de las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina, lo cual es grave. Como he escrito en otro lado, el cese de la masacre organizada a gran escala en Gaza no excluye vías menos expeditivas, pero siempre violentas, que conduzcan a la progresiva desaparición de Palestina como presencia demográfica, social y cultural. Un cierre en falso de esta “guerra” sólo traería más sufrimiento, más injusticia.
En el corto plazo, un interrogante importante concierne el futuro papel de la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos, UNRWA, que Israel ha ilegalizado pero que hasta ahora desempeñaba funciones irremplazables en cuanto a la provisión de servicios básicos a la población palestina. En el momento en que escribo, el presidente Donald Trump aún no ha decidido al respecto, pero es previsible que Estados Unidos, otrora principal contribuidor de UNRWA, deje de aportar contribuciones -ya suspendidas por Biden- de forma definitiva y que incluso adopte sanciones. El director de UNRWA, Philippe Lazzarini, ha alertado de las graves consecuencias de una interrupción total de sus operaciones, aunque otras organizaciones como el Programa Mundial de Alimentos (PMA) puedan distribuir parte de la ayuda humanitaria. El acuerdo de alto el fuego prevé la entrada de 600 camiones al día, algo más de lo que entraba en Gaza antes del 7 de octubre. Una preocupación del PMA y de UNRWA son las bandas criminales organizadas que, en medio de la desesperación, se han desarrollado con la aquiescencia -o facilitación- israelí en torno a la extorsión de los transportistas y el control de la distribución de la ayuda humanitaria. En algún momento Israel llegó a plantearse cederles el control del sur de Gaza. ¿Podrá Hamás imponerse a las mismas?. El desmantelamiento de UNRWA en los territorios ocupados es otra manera de negar a los palestinos su estatus como pueblo y de enterrar su derecho de retorno a los territorios de donde han sido expulsados en sucesivas “nakbas”.
A medio plazo, el reforzamiento de la unidad nacional acordada en Pekín entre las catorce facciones palestinas será fundamental para mantener la cuestión palestina en la agenda internacional y luchar por una alternativa política al genocidio. Sin embargo, el doble juego de la Autoridad Palestina, digna en el exterior, con su intervención ante la Corte Penal Internacional y la Corte Internacional de Justicia, y mezquina y corrupta en el interior, con su apoyo a la represión de la resistencia a la ocupación y su ofrecimiento a administrar la reconstrucción de Gaza, puede complicar dicho proceso. Queda por ver si todas las facciones organizadas estarán a la altura de las expectativas y necesidades de un pueblo que ha hecho muestra de una resiliencia y autodeterminación increíbles. Del lado israelí, del movimiento de las familias por la liberación de los rehenes y del sector minoritario contrario a la guerra -el Yuval Abraham de “No other land”- podría germinar una conciencia abolicionista sobre la viabilidad del apartheid, sobre la posibilidad de convivencia, sobre el pozo moral sin salida al que conduce el supremacismo colonial. A ello podría contribuir un eventual incremento del precio de la factura estadounidense por su protección, como Trump pretende hacer con otros socios. Para contrarrestar ambas amenazas, Netanyahu -si se mantiene como primer ministro- volverá a enarbolar el espantajo de Irán. En este sentido, la elección del inversor inmobiliario Steve Witkoff como enviado especial para Medio Oriente no invita al optimismo.
Con la anexión de Cisjordania y la destrucción de Gaza, Israel no deja otra opción que la de un solo Estado con dominio sobre el conjunto del territorio del antiguo Mandato de Palestina. Lo que se dirime ahora es mucho más que un alto el fuego, es si termina por consolidarse un Estado etno-supremacista sobre las cenizas palestinas o si deja paso a una estructura alternativa, ya sea mediante una transformación democrática o mediante una implosión social de consecuencias impredecibles. No es algo que concierna sólo a los palestinos. El cónclave ultraderechista que se reunió en Washington al día siguiente de la entrada en vigor del alto el fuego en Gaza, pretende ser el pistoletazo de salida de una israelización del mundo.
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Un paso más:
"bandas criminales organizadas que, en medio de la desesperación, se han desarrollado con la aquiescencia -o facilitación- israelí en torno a la extorsión de los transportistas y el control de la distribución de la ayuda humanitaria. En algún momento Israel llegó a plantearse cederles el control del sur de Gaza". BDS.